martes, 19 de mayo de 2009

¿Un mundo desglobalizado?

Por: Dani Rodrik

Tal vez lleve unos meses o un par de años, pero de una manera u otra Estados Unidos y otras economías avanzadas finalmente se recuperarán de la crisis actual. Sin embargo, es improbable que la economía mundial siga siendo igual.

Incluso cuando termine la peor de las crisis, es probable que nos encontremos en un mundo en cierto modo desglobalizado, en el que el comercio internacional crezca a un ritmo más lento, en el que haya menos financiamiento externo y en el que el apetito de los países ricos por experimentar grandes déficits de cuenta corriente disminuya significativamente. ¿Esto desencadenará la tragedia para los países en desarrollo?

No necesariamente. El crecimiento en el mundo en desarrollo tiende a producirse en tres variantes diferentes. Primero viene el crecimiento generado por el préstamo externo. Segundo, el crecimiento como subproducto del alza rápida de las materias primas. Tercero, el crecimiento generado por una reestructuración económica y una diversificación en nuevos productos.

Los dos primeros modelos conllevan un riesgo mayor que el tercero. Pero no deberíamos perder el sueño por eso, porque son deficientes y, en definitiva, insostenibles. Lo que debería causar mayor preocupación son los potenciales apremios de los países en el último grupo. Estos países necesitarán implementar cambios importantes en sus políticas para ajustarse a las nuevas realidades de hoy.

Los dos primeros modelos de crecimiento invariablemente conducen a un mal final. El préstamo extranjero puede permitir que consumidores y gobiernos vivan más allá de sus posibilidades por un tiempo, pero confiarse en el capital extranjero es una estrategia desaconsejable. El problema no es solamente que los flujos de capital extranjero fácilmente pueden revertir la dirección, sino que también producen el tipo equivocado de crecimiento, basado en monedas sobrevaluadas e inversiones en bienes y servicios no comercializados, como vivienda y construcción.

El crecimiento generado por los altos precios de las materias primas también es susceptible a derrumbes, por razones similares. Los precios de las materias primas tienden a moverse en ciclos. Cuando están altos, son proclives a frenar las inversiones en manufacturas y otros productos comercializables no tradicionales. Es más, las alzas rápidas de las materias primas frecuentemente producen una política nefasta en los países con instituciones débiles, lo que conduce a costosas peleas por las rentas de los recursos, que rara vez se invierten de manera atinada.

De manera que no sorprende que los países que han producido un crecimiento estable y a largo plazo durante las últimas seis décadas sean los que confiaron en una estrategia diferente: promover la diversificación en bienes manufacturados y otros bienes "modernos". Al capturar una creciente porción de los mercados mundiales para manufacturas y otros productos no primarios, estos países aumentaron sus oportunidades de empleo doméstico en actividades de alta productividad. Sus gobiernos persiguieron no sólo buenos "fundamentos" (por ejemplo, estabilidad macroeconómica y una orientación hacia fuera), sino también lo que podrían llamarse políticas "productivistas": monedas subvaluadas, políticas industriales y controles financieros.

China es un ejemplo de este tipo de estrategia. Su crecimiento estuvo alimentado por una transformación estructural extraordinariamente rápida hacia un conjunto cada vez más sofisticado de bienes industriales. En los últimos años, China también se entusiasmó con un gran superávit comercial frente a Estados Unidos -la contraparte de su moneda subvaluada.

Ahora bien, no fue solamente China. Los países que venían creciendo rápidamente en el período previo a la gran crisis de 2008 normalmente tenían superávits comerciales (o déficits muy pequeños). Estos países no querían ser receptores de influjos de capital, porque eran conscientes de que esto causaría estragos a su necesidad de mantener competitivas a las monedas.

Hoy es parte de la opinión generalizada que los grandes balances externos -tipificados por la relación comercial entre Estados Unidos y China- contribuyeron de manera importante en la gran crisis. La estabilidad macroeconómica global requiere que evitemos esos grandes desequilibrios de cuenta corriente en el futuro. Pero un retorno al crecimiento alto en los países en desarrollo requiere que los mismos reanuden su presión a favor de bienes y servicios comercializables. En el pasado, esta presión prosperó gracias a la voluntad de Estados Unidos y unas pocas naciones desarrolladas de experimentar grandes déficits comerciales. Esta ya dejó de ser una estrategia posible para los países en desarrollo de grandes y medianos ingresos.

De manera que, ¿los requerimientos de estabilidad macroeconómica global y de crecimiento para los países en desarrollo se contraponen mutuamente? ¿La necesidad de los países en desarrollo de generar grandes incrementos en la oferta de productos industriales inevitablemente chocará con la intolerancia mundial de los desequilibrios comerciales?

En rigor de verdad, no existe ningún conflicto inherente, una vez que entendamos que lo que es importante para el crecimiento en los países en desarrollo no es la dimensión de sus excedentes comerciales, ni siquiera el volumen de sus exportaciones. Lo que importa es su producción de bienes (y servicios) industriales modernos, que se pueda expandir de manera ilimitada siempre que la demanda interna se expanda simultáneamente. Mantener una moneda subvaluada tiene la ventaja de que subsidia la producción de este tipo de bienes; pero también tiene la desventaja de que grava el consumo interno -razón por la cual genera un excedente comercial-. Al alentar la producción industrial directamente, es posible experimentar la ventaja sin sufrir la desventaja.

Existen muchas maneras de que esto pueda hacerse, inclusive reduciendo el costo de los insumos y servicios domésticos a través de inversiones específicas en infraestructura. Las políticas industriales explícitas pueden ser un instrumento aún más potente. El punto clave es que los países en desarrollo a los que les preocupa la competitividad de sus sectores modernos puedan darse el lujo de permitir que sus monedas se aprecien (en términos reales) siempre que tengan acceso a políticas alternativas que promuevan las actividades industriales de manera más directa.

De manera que la buena noticia es que los países en desarrollo pueden seguir creciendo rápidamente incluso si el comercio mundial se desacelera y existe un apetito reducido por los flujos de capital y los desequilibrios comerciales. Su potencial de crecimiento no tiene por qué verse seriamente afectado siempre que se entiendan las implicancias de este nuevo mundo para las políticas nacionales e internacionales.

Una de esas implicancias es que los países en desarrollo tendrán que reemplazar las políticas industriales reales por aquellas que operan a través del tipo de cambio. Otra es que los actores de la política externa (por ejemplo, la Organización Mundial de Comercio) tendrán que ser más tolerantes con estas políticas siempre que los efectos de los desequilibrios comerciales se neutralicen a través de ajustes apropiados en el tipo de cambio real. Un mayor uso de políticas industriales es el precio a pagar por una reducción de los desequilibrios macroeconómicos.

Fuente: www.project-syndicate.org

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