sábado, 30 de mayo de 2009

Las pesadillas de Israel

Por: Dominique Moisi

"Es razonable creer en milagros", alguna vez dijo David Ben-Gurión, el primer primer ministro de Israel. Los israelíes de hoy no parecen creer en milagros. Más bien, como nunca antes, están obsesionados por las pesadillas, y entre ellas la más importante es la perspectiva de un Irán nuclear.

Impedir que un régimen impregnado de una ideología absoluta gane posesión del "arma absoluta" es la principal prioridad de Israel. Se debe hacer todo, incluso un ataque militar unilateral, para impedir o al menos demorar la adquisición por parte de Irán de este tipo de arma. Esta convicción israelí sobre lo que considera una cuestión existencial resalta en marcado contraste con el fatalismo que domina el pensamiento de los israelíes sobre sí mismos y sus relaciones con los palestinos.

¿Cómo se está manifestando este fatalismo, de dónde proviene y qué se puede hacer para trascenderlo?

Estos interrogantes son importantes, porque el "fatalismo" se ha convertido en un obstáculo considerable que debe ser superado por todo aquel que esté seriamente interesado en llevar la paz a la región. Ya que este fatalismo es una carta fuerte en manos de alguien como el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, que está decidido a preservar el status quo . Una mayoría de los israelíes probablemente respaldaría un ataque preventivo contra Irán y estaría satisfecha con la preservación del status quo en las relaciones con los palestinos.

Después de la elección israelí en febrero, que llevó al poder a una coalición de gobierno que incluye al líder de extrema derecha Avigdor Lieberman, hoy ministro de Relaciones Exteriores de Israel, un amigo israelí cuyas simpatías siempre se habían inclinado por la izquierda, me dijo en un tono resignado y críptico: "Es triste, pero esto no cambia nada; de todos modos, no tenemos a nadie con quien hablar". Me dio aproximadamente la misma respuesta cuando me referí a la necesidad de cambiar el sistema electoral de Israel basado en una representación proporcional, que produce mayorías débiles en el mejor de los casos y una parálisis casi total en el peor. "Qué problema si el sistema está bloqueado; reformarlo no marcaría ninguna diferencia".

El mismo fatalismo se aplica directamente a la perspectiva de paz con los palestinos y el mundo árabe/musulmán en general. Es como si, paradójicamente, los israelíes hubieran internalizado el concepto de "tregua temporaria" defendido por su adversario Hamas, y hubieran dejado de lado el objetivo de paz a través de una solución de dos estados que alguna vez persiguieron con la Autoridad Palestina.

Para una mayoría de los israelíes hoy, el presente y el futuro previsible no tienen que ver con alcanzar la paz, sino con la gestión del conflicto, a través de la preservación de una disuasión creíble -una evaluación realista dura oscurecida por la percepción de que, si bien el tiempo no necesariamente está del lado de Israel, no existe ninguna alternativa-. Los israelíes no quieren hacerse ilusiones como lo hicieron en los años 1990 durante el llamado proceso de paz de Oslo.

El mismo fatalismo también se aplica a las relaciones con el mundo exterior. Una mayoría de los israelíes están incluso más convencidos hoy de lo que estaban ayer de que sólo pueden contar consigo mismos y, marginalmente, con la diáspora judía. Esta visión no sólo tiende a alentar un proceso de auto-aislamiento, sino que plantea cuestiones serias en el largo plazo. Al final de cuentas, existen sólo 13,2 millones de judíos en el mundo y cerca de 1.300 millones de musulmanes.

Israel necesita aliados, porque su seguridad extrema depende de su legitimidad casi tanto como de su capacidad de disuasión. Si cada éxito militar relativo está acompañado de una derrota política absoluta, como fue el caso con las recientes operaciones militares en Gaza, ¿cuál es la relación entre costos y beneficios?

Estas profundas emociones israelíes son el producto del encuentro entre el peso del pasado y la "fatalidad" del presente. Se podría decir, sin caer en exageraciones, que el peso del Holocausto está aún más presente hoy que hace décadas. Al instar a la destrucción de la "entidad sionista", el presidente de Irán trae a la mente un tema sensible. Poco más de 60 años después de la Shoah, uno no juega ligeramente con una evocación semejante de la destrucción. En un mundo donde, para muchos israelíes y judíos no israelíes, Israel se está convirtiendo para la comunidad de naciones en lo que los judíos alguna vez fueron para la comunidad de los pueblos- un estado paria, si no un chivo expiatorio eterno-, la memoria de la Shoah resuena con venganza.

Por otra parte, existe un gran alivio con el status quo . Después de todo, si uno recorre a pie las playas de Tel Aviv, los dramas de Gaza controlada por Hamas y del sur del Líbano controlado por Hezbollah parecen muy alejados.

Si Estados Unidos quiere involucrarse seriamente en una iniciativa de paz renovada, no puede ni ignorar ni aceptar pasivamente la jerarquía de las emociones israelíes. Pero crear un nuevo equilibro que contenga un poco menos de obsesión por Irán y un poco más de preocupación por los palestinos es un desafío enorme.

Fuente: www.project-syndicate.org

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