jueves, 31 de diciembre de 2009

El año del racismo

Antonio Elorza

En El tercer hombre Orson Welles se burlaba de las supuestas excelencias de Suiza, al insinuar que toda la contribución de los helvéticos a la historia había consistido en el invento del reloj de cuco. En estos días, acaban de proporcionar un nuevo argumento para la burla, haciendo explícito su racismo con un referéndum victorioso destinado a prohibir los alminares en las mezquitas.

La humillación del colectivo musulmán resulta garantizada, sin que por otra parte sea dado suponer que la afluencia a las mismas vaya a disminuir. Todo lo contrario: acudir a una mezquita en Suiza, aun no siendo creyente, se ha convertido en un acto de expresa defensa de los derechos humanos. Y además por la historia del islam sabemos que del sentimiento de humillación al radicalismo hay sólo un paso.

La significación negativa del episodio va, sin embargo, mucho más lejos. Entre otras cosas porque lo sucedido en Suiza, el triunfo de las tesis racistas (versión islamófoba) manifestadas abiertamente por un partido minoritario, y rechazadas por los demás grupos políticos, es prueba de que por debajo de la salud aparentemente normal de una sociedad en ese tema, se da un racismo ampliamente difundido, tal vez mayoritario, que no se deja ver con facilidad en las encuestas de opinión. Es un problema que no se limita a Suiza y tampoco al rechazo del islam, aun cuando la islamofobia se haya convertido en su manifestación más visible. Recuerdo el caso de un conocido, hombre de izquierda y bien bajito, que a la menor ocasión clama contra los enanos ecuatorianos. De forma más representativa, son conocidos de todos los insultos racistas que proliferan en los estadios contra los jugadores de color, y especialmente las manifestaciones populares que aquí y allá se oponen a la construcción de mezquitas.

Un espectro recorre Europa, y no es precisamente el de la revolución comunista. Lévi-Strauss nos recuerda la propensión espontánea al rechazo del otro en las sociedades primitivas, que desde mediados del siglo XIX encontró un campo abonado en los movimientos migratorios, con el trabajador venido de fuera al que se discriminaba en cuanto un colectivo de inmigrantes superaba una determinada proporción de la fuerza de trabajo. En un período de crisis económica, y aunque ésta no sea por supuesto su causa, el racismo se convierte en un fácil y rentable chivo expiatorio.

Los sentimientos de fraternidad y de igualdad son construcciones culturales a los que contribuyeron la mentalidad democrática y el internacionalismo socialista. En un tiempo como el actual, de crisis económica, individualismo posmoderno y nuevo auge del multiculturalismo defacto por causas demográficas, no cabe confiar en el "todo va a lo mejor en el mejor de los mundos" para evitar el ascenso imparable del racismo, con todas sus secuelas perversas.

El mejor ejemplo de ese proceso de degeneración nos llega de Italia. El racismo se encontrará allí como un pez en el agua. Con el soporte de su monopolio de la televisión, la deriva autoritaria impulsada por su primer ministro erosiona uno tras otro los valores democráticos, haciendo evocar más de una vez un pasado no lejano. No en vano su himno, Viva l'Italia. Meno male che Silvio c'è, se cierra con un coro de marujas exaltándole ante el EUR, la construcción emblemática del fascismo modernizador en Roma, y acaba de absorber en su Pueblo de la Libertad incluso a los dos grupúsculos de la extrema derecha que le faltaban. Pero el verdadero núcleo fascista del Gobierno italiano es la Liga Norte, un partido xenófobo de fuerza creciente, que anuncia y practica la caza y captura de los inmigrantes por las menores causas. Su portavoz, Roberto Calderoli, se apuntó como era de esperar a la condena suiza de los minaretes y ya en 2006 celebró la victoria en el Mundial, por ser Francia un país de "negros, islamistas y comunistas". Lo malo es que la legislación persecutoria de los inmigrantes -uno legal recibe multa de 2.000 euros si olvidó el documento en casa, la ilegalidad es delito grave- se ve acompañada por unos usos sociales donde impera la discriminación más radical, asumida por gentes que hasta hace poco votaban a la izquierda. Fuera negros, rumanos, musulmanes. No a las mezquitas. No a Turquía en Europa.

El racismo institucional y el cotidiano se alimentan recíprocamente. "En Italia el racismo es 'un pensamiento común' y de modo maldito habitual -concluyen las autoras de un reciente Informe sobre el racismo en Italia-. La Italia racista presenta una geografía del odio que especialmente entre fines de 2008 y comienzos de 2009 alcanzó cotas de violencia nunca antes observadas". Con intensidad por fortuna menor, el panorama de otros países europeos ofrece rasgos similares de rechazo profundo del otro, acumulación de tópicos peyorativos, infravaloración del racismo en encuestas y elecciones, pudiendo servir la tendencia a regular de modo cada vez más estricto la inmigración como coartada para legitimar indirectamente la actitud discriminatoria. Sobran los indicios entre nosotros.

El racismo no es exclusivamente maurófobo o islamófobo. El citado informe italiano destaca que los ataques a musulmanes son sólo una minoría, con inmigrantes y gitanos como blancos principales.

Ahora bien, la situación en España o Francia no sólo es distinta, sino que la discriminación antimusulmana constituye un obstáculo insuperable para la integración, no la asimilación, de un colectivo millonario que ya contiene una tendencia a cerrarse sobre sí mismo por el carácter totalizador de su religión, y que difícilmente va a abrirse a quienes le rechazan y desprecian. Al mismo tiempo que ha de intensificarse la persecución de las conductas xenófobas y totalitarias, empezando por la escuela, o las bandas organizadas de ese signo, es precisa una labor de pedagogía social, que no puede limitarse a las generalizaciones y a ensalzar los valores estéticos del mundo islámico.

Como paso previo para una imprescindible proyección del conocimiento sobre la sociedad, el Gobierno debe empezar por enterarse, de un lado, qué es islam (una religión monoteísta cuya construcción teológica la hace merecedora de pleno reconocimiento), qué es islamismo (considerar vigente la sharía, con la posible desviación en el tema mujer hacia usos y prácticas punitivas incompatibles con el Estado de derecho) y qué es yihadismo (hoy con el punto de mira en al-Andalus). La normalización cultural y religiosa, partiendo de la construcción de suficientes mezquitas y espacios de sociabilidad (y de con-sociabilidad) debiera ser una tarea razonada y explicada tanto a los inmigrantes creyentes como al conjunto de los españoles.

Los problemas no deben ser rehuidos en el marco de una información objetiva; todo lo contrario. Y en éste, parafraseando a Gramsci, es preciso conjugar el pesimismo de la razón, habida cuenta de la evolución reciente, con el optimismo de una voluntad guiada por ese mismo conocimiento.

Fuente: El País

El hilo del que pende Obama

Por: Lluís Bassets

Todo pende de un hilo. No hay que olvidar que el denostado y desprestigiado George W. Bush consiguió terminar sus penosos ocho años sin que se produjera un nuevo atentado en suelo norteamericano. El pasado día de Navidad pudo convertirse en una jornada fatal para Barack Obama, muy pocas horas después de apuntarse el primer éxito de su prometedora aunque dificultosa presidencia con la aprobación por el Senado de la reforma del sistema de salud.

Como en el 11-S, fallaron tanto los servicios secretos como los sistemas de prevención. Y como en el 11-S, no han faltado voces que sugieren respuestas contraproducentes y desproporcionadas. La invasión de Yemen para limpiar el país de terroristas sería la peor manera de responder al atentado frustrado que, además de poner en peligro las vidas de 289 personas, ha dejado de nuevo en mal lugar a la seguridad y la inteligencia norteamericanas.

El atentado no consiguió su objetivo de volar el avión porque falló la tecnología o el terrorista no tuvo la destreza necesaria para activar eficazmente el explosivo; pero consiguió eludir todos los controles y sistemas de prevención, dando así una lección sobre la vulnerabilidad occidental que muchos candidatos a terroristas querrán explotar. Incluso si Umar Farouk Abdulmutallab no hubiera tenido nada que ver con la organización de Bin Laden, éste ha obtenido un éxito al menos simbólico. A fin de cuentas, la función actual de Al Qaeda es proporcionar una marca, un zócalo ideológico y un sistema de comunicación que sirve para los grupos terroristas autónomos de las distintas regiones donde está implantado. Tiene limitado interés político, no policial evidentemente, llegar a precisar si además hay, como parece ser el caso, una clara conexión logística y práctica.

El senador independiente y halcón acreditado Joe Lieberman ha difundido la inquietante frase de que "Irak es la guerra de ayer, Afganistán la de hoy y, si no se actúa preventivamente, Yemen será la de mañana". Su profecía no carece de fundamento a la vista de la enorme actividad terrorista en Yemen, como mínimo desde el atentado en 2000 al buque norteamericano USS Cole, que costó la vida a 17 marineros. Su frase permite incluso un colofón, al hilo de los secuestros de europeos en Mauritania y Malí: "...Y la guerra de pasado mañana será la del Magreb y el Sahel".

El objetivo de Al Qaeda no puede ser más claro: abrir una tercera trampa en el Estado fallido de Yemen. Sabemos que la primera potencia mundial no puede soportar el mantenimiento de dos guerras simultáneas. Bush tuvo que levantar el pie del acelerador en Afganistán para mantener el tipo en Irak, con las consecuencias que se conocen respecto a la resurgencia talibán. Obama, con su plan de retirada de Irak para 2011, podrá incrementar el número de tropas en Afganistán. Pensar en la invasión de un tercer país es sencillamente una locura que Bin Laden promueve con entusiasmo.

Los atentados del 11-S cambiaron la visión geoestratégica del mundo, con resultados catastróficos para todos. Pero es una evidencia que no sirvieron para que aprendiéramos las lecciones más prácticas que se desprendían de aquellas circunstancias. Es sorprendente que Estados Unidos, que tanto ha cambiado desde el 11-S, no haya resuelto siete años después y con dos administraciones distintas los dos elementos que permitieron el atentado frustrado del viernes en el avión de la compañía Northwest. Obama ha ordenado analizar lo que ha fallado en este caso, que son los sistemas de revisión corporal y las listas de pasajeros peligrosos. Aunque ambos errores no son nuevos, sino fruto de una estricta continuidad en las políticas antiterroristas, quien pagará la factura si llega a producirse un mega atentado, y con toda justicia, es sólo y únicamente la actual Administración.

Aunque Obama circunscribe los fallos a errores humanos y sistémicos, sus enemigos políticos intentarán demostrar que son fruto de su visión política, sus valores morales y sus decisiones estratégicas. El peligro al que se enfrenta ahora el presidente, sobre todo después de la primera reacción desordenada y confusa de sus colaboradores, es que reaparezca algo del clima de histeria antiterrorista que le fue tan útil a Bush. Para él sería absolutamente perjudicial y podría comprometer buena parte de su política exterior, además de sus promesas respecto a los derechos humanos y el respeto del habeas corpus de los sospechosos detenidos.

Que Bush sacara conclusiones equivocadas del 11-S no significa que del 11-S no se deriven lecciones profundamente preocupantes sobre nuestra época y nuestra seguridad. El terrorismo no ha parado de golpear desde entonces. La presidencia de Obama pende de un hilo, pero es el mismo hilo del que pende nuestra seguridad. Alguna lección específica sobre la colaboración española y europea con la política antiterrorista norteamericana debería deducirse de todo ello.

Fuente: El País

América Latina 1999-2009, el péndulo implacable y la incertidumbre

Por: Carlos Mesa

Muy poco de lo que supusimos que ocurriría en la primera década del siglo XXI realmente ocurrió. Es lo que suele pasar con toda predicción. Es el riesgo de la futurología, que acaba atrapada por el lugar y las circunstancias en las que se hace.

América Latina no es una excepción. Cuando el liberalismo económico y las democracias bajo el modelo de los países desarrollados parecían haberse instalado para quedarse, en 1999 el entonces desconocido coronel golpista Hugo Chávez (en 1992 intentó, sin éxito, derrocar al Gobierno democrático de su país), fue elegido presidente de Venezuela. En 2009, montado en una Constitución a su medida, los precios del petróleo, la limitación de la libertad de expresión, las nacionalizaciones, el armamentismo que ha contagiado a toda la región y diversos bonos y acciones a favor de los más pobres, es la figura más relevante de América Latina.

En este año que concluye se conmemoró medio siglo de la revolución cubana. Castro es presidente de esa nación caribeña, pero no es Fidel. El viejo líder que la condujo en 1959 es ahora un personaje parecido al Cid Campeador, que ya muerto fue apuntalado en su caballo con una estaca de madera en la espalda. Hizo así su última cabalgada, su imagen inerte fue entonces suficiente para la victoria. ¿Lo será ahora? Chávez se adscribe como el heredero de Fidel, pero esta América Latina no es la de hace cincuenta años. Las viejas utopías marxistas han sido enterradas junto con el socialismo real, y el mercado (marcado por la especulación, la falta de escrúpulos y el desfonde financiero, aún de pronóstico reservado) es el signo de la globalización, lo que no parece convencer a todos en este hemisferio.

¿Qué simbolizan ambos acontecimientos? Un cambio muy significativo y un enfoque que dio un giro copernicano al continente. ¿Pero es un giro estructural y de largo plazo?

En una década, Chávez pateó el tablero satanizando una palabra, el "Neoliberalismo", con la que descalificó a la mayoría de los Gobiernos latinoamericanos de la década de los noventa que aplicaron las recetas diseñadas en 1989 conocidas como el Consenso de Washington. Se trataba de un paquete macroeconómico para estabilizar las vapuleadas economías regionales con ajustes monetarios, incremento de la presión fiscal, recortes de gastos y procesos de privatización. Si bien a fines de la década América Latina había logrado la estabilidad e incluso modestos avances en la lucha contra la pobreza, el impacto social de desempleo, marginalidad y "cinturones apretados" hizo estallar varias democracias y desestabilizó la región en su conjunto. En 2009 el 41% de los latinoamericanos vive en la pobreza y de ellos, el 16% en la indigencia. Menos Estado y más iniciativa privada no fueron la solución. Desde 2006 Chávez sumó a su discurso de inspiración castrista, además de Cuba, a Bolivia, Ecuador y Nicaragua e incluso de modo algo ambivalente a Argentina. Vino la radicalización, sonó otra vez el antiimperialismo, la oposición a tratados de libre comercio y la rebelión abierta frente a las políticas de Washington. Contra lo esperado, el escenario no se ha suavizado con la llegada a la presidencia de Barack Obama.

Dos ejemplos dramáticos de esta realidad son Bolivia y Ecuador. En Bolivia, tras una aguda crisis política (2000-2005) signada por la inestabilidad y la violencia, llegó a la presidencia Evo Morales, dirigente cocalero de la zona de la que sale el 90% de la hoja que se transforma en cocaína; es el primer presidente indígena de la historia boliviana en un país donde el 50% de sus habitantes tienen ese origen. El mandatario inició un Gobierno que reivindica a los "oprimidos durante 500 años" con el derecho de gobernar los próximos 500. El "nosotros" de Morales ha sido hasta ahora el de los indígenas, lo que ha generado una polarización y confrontación permanente con la clase media mestiza y blanca y ha dado lugar a una nueva Constitución que ha transformado al país de República en Estado Plurinacional con 36 naciones, con la otra mitad bajo el denominativo genérico de "comunidades interculturales". El experimento incluye la aplicación de la justicia indígena con el mismo rango que la republicana, cinco niveles de autonomías, desde las de regiones poderosas como Santa Cruz hasta las indígenas reconocidas en el nuevo Estado. Morales acaba ser reelegido por abrumadora mayoría.

En Ecuador, el último presidente que concluyó su mandato lo hizo en 1996. Tras la quiebra del sistema financiero y la dolarización de la economía en 2000, vivió durante casi una década con abortados y precarios Gobiernos que terminaron con la asunción del mando de Rafael Correa, joven y brioso antineoliberal que también hizo una nueva Constitución y ha sido reelecto como Morales. El seguimiento del modelo chavista deja pocas dudas. En política internacional esto ha llevado a la ruptura con Israel y a serios coqueteos con Irán, la bestia negra de Estados Unidos. Bajo esta batuta se ha conformado el ALBA, un bloque de integración bastante débil en lo económico pero de gran influencia política.

Pero tanto o más importante que el desborde chavista es el caso de Brasil. El 1 de enero de 2003 llegó a la presidencia Luiz Inácio Lula da Silva. Lula heredó ocho años de una política liberal encabezada por el intelectual Fernando H. Cardoso. Casi dieciséis años después, Brasil ha dado el gran salto y es hoy una potencia mundial y parte fundamental de las grandes naciones emergentes como China e India.

El Brasil planetario se ha convertido también en el país líder de la región, nada menos que de la mano de un trabajador metalúrgico. Lula simboliza el otro socialismo latinoamericano, moderado y racional, el de Chile, Uruguay, República Dominicana, Guatemala y El Salvador, en la lógica de la globalización, tratados de integración comercial, una presencia importante de la empresa privada combinada con un liderazgo estatal en empresas claves, pero en todos los casos con una inequívoca vocación de inversión social. Los resultados de reducción de la pobreza tan sostenidos como pausados son indiscutibles en la mayoría de estas naciones.

Pero, quizás por miedo a la mala conciencia, los socialistas moderados han preferido -al ritmo de Lula- no hacer olas en contra de Chávez, lo que le ha permitido a éste un liderazgo que ha dado a luz a Unasur, un bloque político que muestra una cara política que trata de disfrazar el terrible fracaso de los procesos de integración económica regional que están en crisis o simplemente agonizando. En el extremo menos malo, el grupo de países centroamericanos, en estancamiento preocupante el Mercosur y al borde del colapso la Comunidad Andina. La política de Bush de promover tratados bilaterales de libre comercio planteó varias interrogantes sobre la integración económica latinoamericana, a pesar de que una parte no poco importante del intercambio comercial es intrarregional. Como pocas veces en el pasado, los problemas ideológicos y los conflictos bilaterales entre países han enrarecido el ambiente general.

Pero sería un error suponer que el péndulo (constante de la historia de América Latina desde su independencia) va inexorablemente a la "izquierda" y al socialismo. Para retrucarlo está Álvaro Uribe, presidente de Colombia, la otra cara de la medalla de Chávez. Firme aliado de Washington y de la globalización, amigo de la iniciativa privada y de los tratados de libre comercio, apoyado en su éxito relativo contra las FARC (a un alto costo de violencia en medio de una turbulenta guerra sucia) y en su gran popularidad interna, Uribe busca con su peculiar autoritarismo seguir al mando de Colombia. Lo acompaña el Perú del presidente Alan García que, como todo converso (en su fallido primer Gobierno hizo gala de posiciones de izquierda militante), es el más liberal de todos los gobernantes suramericanos. En línea parecida están Costa Rica y Panamá.

¿Y la otra gran potencia regional, México? El camino mexicano es una irónica paradoja. Firmó en los noventa el TLCAN con Estados Unidos y Canadá y dio un salto de gigante. Impulsado por la locomotora estadounidense, en pocos años superó en exportaciones a Brasil. Hoy Brasil es la novena economía del mundo y México la décimo primera, pero en 2009 la crisis económica estadounidense arrastró a los mexicanos a la mayor caída de su crecimiento en los últimos veinte años. En política, en 2000 el triunfo de Vicente Fox rompió setenta años de dominio político del PRI. La derrota de la "dictadura perfecta" a decir del escritor Mario Vargas Llosa ("democracia" de partido único) no trajo el cambio que los mexicanos esperaban. El estrecho triunfo del presidente Felipe Calderón sobre su oponente de izquierda lo hirió desde el principio de su mandato y la lucha contra el narcotráfico no ha hecho otra cosa que incrementar la violencia a niveles nunca antes vistos, lo que ha colocado a México en situación de desaliento y desventaja para ocupar su papel de liderazgo regional frente a la iniciativa brasileña.

Si buscáramos en este contexto algún modelo, estaría encarnado en Chile y Costa Rica, países estables, políticamente maduros, económicamente sólidos y con procesos de gran crecimiento e integración internacional -particularmente Chile-. En algo más de una década, Chile está al borde de indicadores del primer mundo. La lección es clara, pero no la entienden todos. Moderación, equilibrios y sentido plural, sin olvidar el pago de la deuda social. La respuesta en el otro lado del espectro político continental es radicalismo, caudillismo populista, autoritarismo y sentido mesiánico traducido en la reelección indefinida del "líder". Son implacables proyectos de poder personal. El ex presidente uruguayo José María Sanguinetti afirma que los populismos de Chávez, Morales u Ortega son hijos de la abundancia (América Latina ha registrado la mayor bonanza económica del último siglo en el periodo 2004-2008). Habrá que ver si en circunstancias menos promisorias las propuestas del "socialismo del siglo XXI" pueden mantener la avalancha de votos a su favor que hasta ahora los han refrendado.

¿Y el futuro? Hay muchas variables a analizar, pero la consideración de dos de ellas puede ayudar a plantear algunas hipótesis. Primero, la política. La región vive una sucesión de procesos electorales cruciales en el periodo 2009-2011, de ellos hay tres particularmente significativos. El de Chile, que en enero de 2010 en segunda vuelta definirá si el nuevo Presidente es Sebastián Piñera de la derecha o Eduardo Frei de la Concertación. En octubre de 2010 Brasil irá a las urnas. Lula tratará de que su candidata Dilma Rousseff le suceda; el centro derecha, probablemente con José Serra, tratará de romper los ocho años del PT. En 2011, los esposos Kirchner buscarán continuar la alternancia familiar en el mando de Argentina; la oposición, aún fragmentada, pretende interrumpir la saga familiar ante la hoy debilitada popularidad de Cristina Fernández. Si Chile, Argentina y Brasil cambian de polo ideológico en el periodo 2010-2011, el panorama latinoamericano podría dar un vuelco que hace muy poco era impensable y que debilitaría la receta chavista. Segundo, la economía. La bonanza terminó, se trata ahora de saber si la crisis mundial será superada razonablemente o no, pero el tiempo de las vacas gordas es parte del pasado.

Último apunte. Honduras. Contra todo pronóstico, el golpe de Estado contra Manuel Zelaya en uno de los países más débiles y pobres del continente tuvo éxito. Ni Venezuela, ni Brasil, ni la OEA, ni nadie movieron de su sitio al presidente golpista Roberto Micheletti. Estados Unidos tuvo mucho que ver, terminó apoyando a Micheletti y las cuestionadas elecciones que ganó Porfirio Lobo. A pesar de la teoría de que Estados Unidos le ha dejado a Brasil la responsabilidad de la región, a la hora de la verdad sigue inclinando la balanza. El golpe hondureño se cierne como una sombra sobre América Latina en dos direcciones, la posibilidad de desestabilizar Gobiernos democráticos, pero también la evidencia de que ejecutivos autoritarios hace rato han sometido a través de formas disfrazadas de golpe de Estado a los poderes judiciales en varios países. La Carta Democrática de la OEA ya no es suficiente para resolver el nuevo escenario.

Dos conceptos pueden caracterizar el futuro de América Latina: La enfermedad del péndulo y la constante de la incertidumbre.

Fuente: El País

Lo que verdaderamente cambió

Por: Jorge Navarrete

El año del Bicentenario nos deja grandes contrastes. Barack Obama se convertía en el primer afroamericano que llegaba a la Presidencia de EEUU y el golpe de Estado en Honduras nos recordaba cuán frágil es todavía la democracia en la región. Algunos celebraban que la "U" se hiciera del campeonato de Apertura, o que lo mismo hiciera "el innombrable" en el de Clausura, pero un solo grito nos unía a todos para festejar nuestra clasificación al Mundial de Fútbol.

El temor que generaba la influenza humana contrastó con la esperanza que provoca la reciente aprobación de la ley de donaciones. Mientras presenciamos la milagrosa resurrección artística de Charly García, nos abandonaron Mario Benedetti, Lalo Parra, Mercedes Sosa y Michael Jackson. La política también fue escenario de tristes despedidas, como la de Ted Kennedy o Edgardo Boeninger, aunque la más significativa y dolorosa para mí fue la de Claudio Huepe.

De igual manera, nuestras elecciones presidenciales no han estado exentas de contradicciones. Marco Enríquez-Ominami fue la más viva y palpable demostración de cuán fatigado está nuestro sistema político. No sólo advirtió una tremenda oportunidad, sino que, más importante todavía, tuvo el coraje y la audacia para tomar una decisión que desafió a buena parte de la clase dirigente. Sin embargo, un resultado electoral extraordinario no fue suficiente para despejar las dudas de cuán consistente es el proyecto que representa, en especial de cara al fracaso parlamentario que sufrieron sus más cercanos colaboradores.

El triunfo de Sebastián Piñera en la primera vuelta de la elección presidencial es, sin duda, un hito histórico. Después de más de medio siglo, la derecha podría acceder a La Moneda por vías democráticas. Aunque arrecia el entusiasmo y la confianza, cuando no a ratos cierta prepotencia, pocos han advertido cuán cara ha resultado esta campaña para los idearios de su sector. ¿Cuál es el sello distintivo de una Alianza que ahora dice adherir a la mayor intervención estatal en educación y salud (incluso en el sector financiero), a la regulación laboral, la protección social, la distribución de la "píldora del día después", las uniones de hecho entre homosexuales y tantos otros tópicos cuyo patrimonio reconocíamos en el progresismo liberal y reformista?

Ese fue el ideario que a la fecha representaba exclusivamente la Concertación, una fuerza política que ha gobernado el país por 20 años y que, a ojos de cualquier observador imparcial, no sólo consolidó la paz, sino también generó mayor prosperidad y justicia social. ¿Por qué, entonces, contando la actual administración con grados históricos del favor ciudadano, en especial su Presidenta Michelle Bachelet, hemos escuchado tan pocas explicaciones por el paupérrimo desempeño en la primera vuelta electoral? Mucho se podría decir del deterioro político y moral de la clase dirigente, de la falta de ideas, las debilidades del candidato o la ausencia de un recambio generacional.

Sin embargo, la principal causa debe rastrearse en los profundos cambios sociales y culturales de estas dos décadas. En algún sentido somos víctimas de nuestro propio éxito, es decir, no hemos sabido leer las claves de una sociedad que nosotros mismos contribuimos a transformar.

Quizás, por lo mismo, cualquiera sea el próximo resultado electoral, la Concertación ya habrá anotado su mayor victoria: legar un país más justo, conformado por ciudadanos conscientes de sus derechos, más autónomos, libertarios y exigentes. ¡Bien por Chile!

Fuente: La Tercera

domingo, 27 de diciembre de 2009

Samuelson y la segunda vuelta

Por: Eduardo Engel

El 13 de diciembre murió Paul Samuelson, uno de los grandes economistas del siglo XX. Si se trata de enseñar economía, existe un antes y un después del texto clásico que publicó Samuelson en 1948. Y si se trata de hacer investigación económica, Samuelson no sólo tiene contribuciones seminales en los temas más variados, sino que influyó sobre el enfoque metodológico utilizado en economía a tal punto que hace tiempo ya perdimos conciencia de su influencia. Prácticamente todos los economistas somos herederos de Samuelson.

Una de las contribuciones más importantes de Samuelson fue la teoría de las preferencias reveladas. En esta teoría, Samuelson enfatizó la importancia de juzgar la validez de las teorías económicas por la medida en que son consistentes con el comportamiento observado de las personas y las empresas. Más que preocuparse de las razones y percepciones de los agentes económicos, la idea de Samuelson fue centrarse en las conductas observadas, e igualmente importante, en aquellas que no se observan.

En estas semanas entre la primera y segunda vuelta, no deja de ser interesante aplicar la idea anterior a lo que está sucediendo en la arena política. Tanto a los candidatos como a los partidos.

Los números de la primera vuelta son elocuentes. Si Frei quiere remontar la diferencia y ganar a Piñera en la segunda vuelta, debe atraer más del 70% de los votos de Enríquez-Ominami. Además de todos los votos de Arrate. Tarea no imposible, pero de seguro difícil. Como han dicho varios analistas, Frei requiere dar un vuelco a su campaña a la brevedad si quiere tener una chance de revertir su desventaja.

La opción más evidente es que la dirigencia de los partidos de la Concertación dé un paso al lado, permitiendo el tan ansiado recambio generacional. Esta opción daría credibilidad a la promesa de Frei de renovar la política. También se haría cargo de las pifias que (casi) todos escucharon en el Estadio Nacional esta semana. Y, lo más importante, sería un reconocimiento del enorme error cometido por estos dirigentes al no haber permitido una primaria abierta para elegir al candidato presidencial de la coalición gobernante.

Las preferencias reveladas de la mayoría de los presidentes de los partidos de la Concertación están claras. No tienen la menor intención de dar un paso al lado. Lo cual significa que prefieren seguir con el poder que les da la presidencia del partido y que Frei pierda, a hacerse a un lado y mejorar considerablemente las opciones de Frei.

Analizar la conducta de Piñera bajo el prisma de las preferencias reveladas también entrega elementos interesantes. En su última edición, el semanario británico The Economist identifica el principal problema del candidato de la Alianza como "su ética empresarial y potenciales conflictos de interés". Llama la atención, a la luz de lo anterior, que Piñera haya anunciado que venderá su participación en Lan sólo si es elegido presidente. ¿Por qué no anunció dicha venta inmediatamente después de conocidos los escrutinios del 13 de diciembre? Si confiaba plenamente en un triunfo el 17 de enero, no había por dónde perderse, ya que comenzar la venta de acciones de inmediato se hacía cargo de la principal crítica que ha enfrentado durante la campaña. Aun si no confía del todo en una victoria en la segunda vuelta, vender sus acciones daría una señal inequívoca de que ha dejado de lado sus negocios y optado por el servicio público.

La pista está difícil para Frei, de eso no cabe duda. No deja de ser irónico, entonces, que la mejor indicación de que el candidato de la Concertación tiene una posibilidad de ganar el 17 de enero se infiere de la conducta de Piñera. Las preferencias reveladas del candidato de la Alianza sugieren que Frei puede ganar la segunda vuelta.

Fuente: La Tercera

viernes, 25 de diciembre de 2009

Teorías elegantes que jamás funcionaron: el problema de Paul Samuelson

Por: Michael Hudson

Paul Samuelson, el más conocido de los economistas norteamericanos, falleció este pasado domingo. Fue el primer galardonado con el Premio Nobel de Economía (establecido en 1970, el año anterior, por el Banco de Suecia “en honor de Alfred Nobel”). Dicho galardón provocó esta mordaz crítica publicada por Michael Hudson el 18 de diciembre de 1970 en Commonweal. El artículo se titulaba “¿Merece la economía el Premio Nobel? (Y a propósito, ¿se lo merece Samuelson?)”.

Ya resulta bastante lamentable que el campo de la psicología haya constituido durante tanto tiempo una ciencia no social, al observar las fuerzas motivadoras de la personalidad como algo que se deriva de la experiencia psíquica interna y no, en cambio, de la interacción personal con el entorno social. Algo parecido sucede en el campo de la economía: desde su revolución "utilitarista" hará cosa de un siglo, esta disciplina ha abandonado también su análisis del mundo objetivo y sus relaciones políticas, económico-productivas, en favor de normas más introvertidas, utilitarias y orientadas hacia el bienestar social. Las especulaciones morales relativas a lo psíquico matemático han venido a desplazar a la ciencia otrora social de la economía política.

En buena medida, la revuelta de esta disciplina contra la economía política clásica británica era una reacción contra el marxismo, que representaba la culminación lógica de la economía clásica ricardiana y su énfasis primordial en las condiciones de producción. Tras la contrarrevolución, la fuerza motivadora del comportamiento económico vino a considerarse como algo que proviene de las necesidades humanas antes que de sus capacidades productivas, la organización de la producción y las relaciones sociales que se siguen de ello. Para el periodo de postguerra, la revolución anticlásica (curiosamente denominada neoclásica por sus participantes) había ganado la batalla. Su más importante libro de texto para el adoctrinamiento fue Economics de Paul Samuelson.

Hoy en día prácticamente todos los economistas reconocidos son producto de esta revolución anticlásica, que yo mismo me siento tentado a llamar revolución contra el análisis económico per se. Los profesionales reconocidos de la economía descuidan de modo uniforme las condiciones sociales previas y las consecuencias de la actividad económica humana. En esto reside su deficiencia, así como la del Premio de Economía recientemente instituido y otorgado por la Academia Sueca: durante la próxima década por lo menos debe seguir siendo por fuerza un premio para lo que no es economía o para la economía superficial en el mejor de los casos. ¿Debería por tanto concederse en algún caso?

Este es sólo el segundo año en que se concede el Premio de Economía y la primera vez que se otorga a una sola persona -- Paul Samuelson --, descrito en palabras de un jubiloso editorial del New York Times como “el mayor teórico económico puro del mundo". Y sin embargo el cuerpo de doctrina al que se adhiere Samuelson constituye una de las razones por las que ha ido descendiendo el número de estudiantes matriculados en las facultades de Economía del país. Pues se sienten consternados, me alegra decirlo, por la irrelevante naturaleza de esta disciplina tal como hoy se enseña, se impacientan ante su incapacidad para describir los problemas que acosan al mundo en que viven, y se sienten ofendidos por cómo se aparta en sus explicaciones de los problemas más evidentes que hacían en un principio tan atractiva a sus ojos esta materia.

El problema de la concesión del Nobel no reside tanto en la persona escogida (aunque me extenderé después sobre las implicaciones de la elección de Samuelson), sino en su designación de la economía como campo científico digno en algún caso de recibir un Premio Nobel. En palabras del comité del Premio, el señor Samuelson ha sido galardonado "por el trabajo científico mediante el cual ha desarrollado la teoría económica estática y dinámica y ha contribuido activamente a elevar el nivel del análisis en la ciencia económica..."

¿Cuál es la naturaleza de esta ciencia? ¿Puede ser "científico" promulgar teorías que no describen la realidad económica tal como se desenvuelve en su contexto económico, y que, cuando se aplican, conducen al desequilibrio económico? ¿Es la economía verdaderamente una ciencia? Por supuesto, se lleva a la práctica, pero con una notable falta de éxito en años recientes por parte de todas las principales escuelas económicas, de los postkeynesianos a los monetaristas.

En el caso de Samuelson, por ejemplo, la política comercial que se deduce de sus doctrinas teóricas es el laissez faire. Que esta doctrina ha sido adoptada por la mayoría del mundo occidental resulta evidente. Que ha beneficiado a las naciones desarrolladas, está claro también. Sin embargo, es dudosa su utilidad en el caso de los países menos desarrollados, pues por debajo se encuentra una permanente justificación del statu quo: dejemos que las cosas marchen por si solas y todo llegará (tenderá) a alcanzar un “equilibrio.” Por desgracia, este concepto de equilibrio es la idea más perversa de todas las que asolan la economía de hoy en día, y es justamente este concepto el que Samuelson ha hecho tanto por popularizar. Pues se pasa demasiado a menudo por alto que cuando alguien cae de bruces queda "en equilibrio", lo mismo que cuando está erguido. La pobreza, igual que la riqueza, presenta un estado de equilibrio. Todo lo que existe representa, ya sea sólo brevemente, alguna clase de equilibrio -- es decir, algún balance o resultado-- de fuerzas.

En ningún lado es tan evidente la esterilidad de esta concepción previa del equilibrio como en el famoso teorema del principio de igualación del precio de los factores, que establece que la tendencia natural de la economía internacional es que salarios y beneficios entre las naciones acaben convergiendo con el tiempo. Como generalidad empírica esto evidentemente no resulta válido. Los niveles de los salarios internacionales y los niveles de vida están divergiendo, no convergiendo, de modo que los países acreedores ricos se están volviendo más ricos mientras los países pobres endeudados se están volviendo más pobres, y a un ritmo que se acelera, para acabar de rematarlo. Las transferencias de capital (inversión y “ayuda” internacionales) si han hecho algo es agravar el problema, en buena medida porque han tenido tendencia a apuntalar los defectos estructurales que obstaculizan el progreso de los países pobres: sistemas obsoletos de tenencia de tierra, inadecuadas instituciones educativas y de formación laboral, estructuras sociales aristocráticas precapitalistas y así sucesivamente. Por desgracia, son justamente esos factores político-económicos los que ha pasado por alto la teorización de Samuelson (como los pasan por alto la generalidad establecida de los economistas académicos desde que la economía política dejó paso a la “economía” hace un siglo).

A este respecto, las teorías de Samuelson se pueden describir como hermosas piezas de reloj que, una vez montadas, componen un reloj que no da la hora con precisión. Las piezas individuales son perfectas, pero su interacción en cierto modo no lo es. Las piezas de este reloj son los elementos constitutivos de la teoría neoclásica que se añaden a un conjunto inaplicable. Forman un estuche de instrumentos conceptuales diseñados idealmente para corregir un mundo que no existe.

Es un problema de alcance. Los tres volúmenes de ensayos sobre economía de Samuelson representan multitud de aplicaciones de teorías dotadas de coherencia interna (o lo que los economistas llaman "elegantes"), pero ¿con qué fin? Las teorías son estáticas, el mundo dinámico.

En última instancia, el problema se reduce a una diferencia básica entre la economía y las ciencias naturales. En estas últimas, la concepción previa de una simetría última ha llevado a muchos avances revolucionarios, de la revolución copernicana en astronomía a la teoría del átomo y sus subpartículas, sin olvidar las leyes de la termodinámica, la tabla periódica de los elementos y la teoría de campos unificados. La actividad económica no se caracteriza por una simetría similar subyacente. Es más desequilibrada. Las variables independientes o las conmociones exógenas no ponen en movimiento otros movimientos a la contra en compensación, tal como deberían, a fin de aportar un nuevo equilibrio significativo. Si lo hicieran, no habría en absoluto crecimiento económico en la economía mundial, ni diferencia alguna entre la potencia productiva per cápita y los niveles de vida de los Estados Unidos y de Paraguay.

Samuelson, sin embargo, es representativo de la corriente académica central hoy al imaginar que las fuerzas de la economía tienden a igualar el poder productivo y la renta personal en todo el mundo, salvo cuando se impide mediante las “impurezas” de la política gubernamental que rompen el equilibrio. La observación empírica lleva mucho tiempo indicando que la evolución histórica de las fuerzas del “libre” mercado ha favorecido cada vez más a las naciones más ricas (aquellas lo bastante afortunadas como para haberse beneficiado de una ventaja económica de partida) retardando de forma correspondiente el desarrollo de los países rezagados. Precisamente la existencia de “impurezas” políticas e institucionales, tales como programas de ayuda exterior, políticas gubernamentales de empleo ex profeso, y actuaciones políticas afines que han tendido a contrarrestar el “curso” natural de la historia económica, al tratar de mantener cierta equitatividad internacional del desarrollo económico y ayudar a compensar la dispersión económica causada por la economía “natural” que rompe el equilibrio.

Esta década será testigo de una revolución que derribará estas insostenibles teorías. No son infrecuentes tales revoluciones en el pensamiento económico. Es más, prácticamente todos los postulados económicos destacados y las “herramientas del oficio” se han desarrollado en el contexto de de debates político-económicos que acompañaban a momentos decisivos de la historia económica. Así pues, cada teoría propuesta ha tenido su contrateoría.

En una importante medida estos debates se han referido al comercio y los pagos internacionales. David Hume, por ejemplo, con su teoría cuantitativa del dinero, junto a Adam Smith y su “mano invisible” del interés propio, se oponían a las teorías monetarias mercantilistas y a las teorías financieras internacionales que se habían utilizado para defender las restricciones comerciales de Inglaterra en el sigloXVIII. Durante los debates en Inglaterra sobre las Corn Laws (Leyes del Grano) unos años más tarde, Malthus se opuso a Ricardo en relación con la teoría del valor y la renta y sus implicaciones para la teoría de la ventaja comparativa en el comercio internacional. Posteriormente, los proteccionistas norteamericanos del siglo XIX se opusieron a los ricardianos, apremiando a que los coeficientes de ingeniería y la teoría de la productividad se convirtieran en nexo del pensamiento económico, más que la teoría del intercambio, el valor y la distribución. Aún más tarde, surgieron la escuela austriaca y Alfred Marshall para oponerse a la economía política clásica (sobre todo a Marx) desde otra posición de ventaja más, haciendo del consumo y la utilidad el nexo de su teorización.

En la década de 1920, Keynes se opuso a Bertil Ohlin y Jacques Rueff (entre otros) en lo que toca a la existencia de límites estructurales a la capacidad de los mecanismos tradicionales de ajuste de precio y renta para mantener el “equilibrio”, o incluso la estabilidad económica y social. El escenario de este debate fue el problema de las reparaciones germanas. Hoy en día se libra un debate paralelo entre la Escuela Estructuralista, que florece principalmente en América Latina y se opone a los programas de austeridad como plan viable de mejora económica de sus respectivos países, y las escuelas monetarista y postkeynesiana que defienden los programas de austeridad del FMI de ajuste de la balanza de pagos. Por último, en otro debate, Milton Friedman y su escuela monetarista se oponen a lo que queda de los keynesianos (incluyendo a Paul Samuelson) respecto a si son los agregados monetarios o las tasas de interés y la política fiscal los factores decisivos en la actividad económica.

En ninguno de estos debates admiten (o admitían) los miembros de esta escuela las teorías, ni siquiera los supuestos y postulados subyacentes, de la otra. A este respecto, la historia del pensamiento económico no se ha asemejado a la de la física, la medicina u otras ciencias naturales, en las que un descubrimiento se reconoce con bastante rapidez y el interés nacional propio vinculado al mismo está casi completamente ausente. Sólo en economía se plantea la ironía de que dos teorías contradictorias puedan ambas tener derecho a una superioridad digna de premio, y que el premio pueda agradar a un grupo de naciones y contrariar a otro en el terreno teórico.

Así pues, si el Premio Nobel pudiera concederse a título póstumo, tanto Ricardo como Malthus, Marx y Marshall, tendrían derecho a recibirlo, lo mismo que tanto Paul Samuelson como Milton Friedman fueron contendientes destacados en el Premio de 1970 [Friedman consiguió su Nobel en 1976]. ¿Quién, por otro lado, podría imaginar al destinatario del Premio de Física o Química manteniendo un punto de vista que no fuera universalmente compartido por sus colegas? (Dentro de la profesión pueden, por supuesto, existir diferentes escuelas de pensamiento. Pero no suelen discutir la aportación positiva reconocida del ganador del Nobel en su profesión). ¿Quién podría examinar la historia de estos premios y entresacar a buen número de sus receptores cuyas aportaciones demostraran ser vías falsas o escollos al progreso teórico en lugar de avances (en su día) revolucionarios?

La Academia Real Sueca se ha dejado aprehender por tanto en una serie de incoherencias al escoger a Samuelson para que reciba el Premio de Economía correspondiente a 1970. Para empezar, el premio del año pasado se otorgó a dos economistas matemáticos (Jan Tinbergen, de Holanda y Ragnar Frisch, de Noruega) por su traducción a lenguaje matemático de las teorías económicas de otras personas, y por poner a prueba estadísticamente la teoría económica existente. Por contraposición, el premio de este año se le otorgó a un hombre cuya aportación teórica es en lo esencial de imposible comprobación por la propia naturaleza de sus “puros” supuestos, que son siempre excesivamente estáticos como para hacer que el mundo se detenga en su dinámica evolución con el fin de que puedan “someterse a prueba” (lo que impulsó a una de mis colegas a comentar que el siguiente Premio de Economía debía otorgarse a todo aquel que fuera capaz de probar empíricamente cualquiera de los teoremas de Samuelson).

Y precisamente debido a que la “ciencia” económica parece más semejante a la “ciencia política” que a la ciencia natural, el Premio de Economía aparenta estar más próximo al Premio Nobel de la Paz que al de Química. Deliberadamente o no, representa el respaldo o reconocimiento de la Academia Sueca a la influencia política de algún economista al ayudar a defender alguna medida política gubernamental (presuntamente) loable. ¿Podría por consiguiente galardonarse tan de buena gana con el premio a un presidente norteamericano, a un miembro de un banco central o a alguna otra figura no académica como a un teórico “puro” (si es que tal cosa existe)? ¿Podría concederse igualmente a David Rockefeller por tomar la iniciativa a la hora de rebajar los tipos de interés preferente, o al presidente Nixon por su acreditado papel como guía de la mayor economía del mundo, o bien a Arthur Burns como presidente de la Junta de la Reserva Federal? Si la cuestión es en última instancia la de la política gubernamental, la respuesta habría de ser afirmativa.

¿O ha de convertirse la popularidad en el criterio principal para ganar el premio? El premio de este año debe de haberse concedido al menos en parte como reconocimiento al libro de texto de Samuelson, Economics, que ha vendido más de dos millones de ejemplares desde 1947, influyendo de este modo en la mentalidad de toda una generación –digámoslo, pues ciertamente no es todo culpa de Samuelson— de anticuados carrozas. La orientación misma del libro ha movido a los estudiantes a apartarse de un mayor estudio de la materia en lugar de atraerlos a ella. Y sin embargo, si la popularidad y el éxito en el mercado de las modas económicas pasajeras (entre quienes han preferido permanecer en la disciplina, en lugar de buscar más jugosos pastos intelectuales en otros pagos) han de tomarse en consideración, entonces el Comité del Premio ha cometido una injusticia al no otorgar el premio literario de este año Jacqueline Susann [mediocre novelista norteamericana de gran éxito popular en los años 70].

Para resumir, la realidad y la pertinencia, más que la “pureza” y la elegancia, son las cuestiones candentes de la economía de hoy, y las implicaciones políticas, más que las geometrías de anticuario. El error no es por tanto de Samuelson, sino de su disciplina. Hasta que haya acuerdo sobre lo qué es o debería ser economía, resulta tan estéril conceder un premio a la “buena economía” como otorgárselo a un ingeniero que diseñara una maravillosa máquina que no pudiera construirse o cuya finalidad quedara sin explicación. El premio debe así recaer en aquellos aún perdidos en los pasillos de marfil del pasado, reforzando la economía del equilibrio general del mismo modo que no gozará del favor de quienes se esfuerzan por devolver la materia a ese pedestal suyo de la política económica por largo tiempo perdido.

PS.- Diciembre de 2009. En la época en que escribí esta crítica enseñaba teoría del comercio internacional en la Facultad de Postgrado de la New School for Social Research. Posteriormente critiqué la metodología de Samuelson en “The Use and Abuse of Mathematical Economics,” Journal of Economic Studies, 27 (2000):292-315. Lo más importante de todo es el teorema de igualación del precio de los factores. Finalmente ha vuelto a editarse mi libro Trade, Development and Foreign Debt: A History of Theories of Polarization v. Convergence in the World Economy.

Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.

Fuente: www.sinpermiso.info

jueves, 24 de diciembre de 2009

Obama como el malo del cambio climático

Por: Jeffrey D. Sachs

Dos años de negociaciones sobre el cambio climático han acabado en una farsa en Copenhague. En lugar de abordar cuestiones complejas, el Presidente Barack Obama decidió cantar victoria con una vaga declaración de principios acordada con cuatro países. A los 187 restantes se les presentó un fait accompli , que algunos aceptaron y otros denunciaron. Después, las Naciones Unidas han sostenido que en general se aceptó el documento, pero con la condición de o lo tomas o lo dejas.

La responsabilidad por este desastre es muy amplia. Comencemos con George W. Bush, que pasó por alto el cambio climático durante los ocho años de su presidencia, con lo que hizo perder al mundo un tiempo precioso. Después las Naciones Unidas, por haber dirigido el proceso de negociación tan lamentablemente durante un período de dos años. Después la Unión Europea, por haberse empeñado incansablemente en imponer una concepción unilateral de un sistema mundial de comercio de emisiones, aun cuando no encajara en el resto del mundo.

Después el Senado de los Estados Unidos, que ha pasado por alto el cambio climático durante quince años consecutivos, desde la ratificación de la Convención Marco sobre el Cambio Climático. Por último, ahí tenemos a Obama, que abandonó, en realidad, una vía de acción sistemática en el marco de las NN.UU., porque estaba resultando molesta para el poder de los EE.UU. y la política interior.

La decisión de Obama de cantar una falsa victoria en la negociación socava el proceso de las NN.UU. al indicar que los países ricos harán lo que quieran y ya no tienen que escuchar las “latosas” preocupaciones de muchos países más pequeños y más pobres. Algunos lo considerarán una prueba de pragmatismo, que refleja la dificultad de conseguir un acuerdo con 192 Estados Miembros de las NN.UU, pero es peor que eso. El derecho internacional, con todo lo complicado que es, ha quedado substituido por la palabra insincera, inconsistente e inconvincente de unas pocas potencias, en particular los EE.UU. Este país ha insistido en que los demás acepten sus condiciones –dejando el proceso de las NN.UU. colgado de un hilo–, pero en ningún momento ha dado muestras de buena voluntad para con el resto del mundo sobre este asunto, como tampoco de la capacidad o el interés necesarios para encabezarlo.

Desde el punto de vista de la reducción real de las emisiones de gases que causan el efecto de invernadero, no es probable que este acuerdo obtenga resultado real alguno. No es vinculante y probablemente dará más ánimos a las fuerzas que se oponen a las reducciones de emisiones. ¿Quién va a tomarse en serio los costos suplementarios de la reducción de las emisiones, si ve lo laxas que son las promesas de los demás? La realidad es que ahora el mundo esperará a ver si los Estados Unidos aplican alguna reducción importante de las emisiones. A ese respecto las dudas están totalmente justificadas. Obama no cuenta con votos suficientes en el Senado, no ha dado la menor muestra de voluntad de gastar el capital político para lograr un acuerdo en el Senado y puede que ni siquiera haya una votación al respecto en 2010, a no ser que se empeñe mucho más que hasta ahora.

La cumbre de Copenhague se ha quedado corta también en cuanto a la ayuda financiera de los países ricos a los pobres. Se barajaron muchos números, pero la mayoría de ellos eran, como siempre, promesas vacías. Aparte de los anuncios de modestos desembolsos en los próximos años, que podrían –sólo podrían– ascender a unos pocos miles de millones reales de dólares, la gran noticia fue un compromiso de 100.000 millones de dólares al año para los países en desarrollo de aquí a 2020. Sin embargo, esa cifra no fue acompañada de detalle alguno sobre cómo se alcanzaría.

La experiencia en materia de ayuda financiera al desarrollo nos enseña que los anuncios sobre fondos dentro de un decenio son más que nada palabras vacías. En modo alguno vinculan a los países ricos. Tras ellos no hay una voluntad política. De hecho, Obama no ha debatido una sola vez con el pueblo americano su obligación conforme a la Convención Marco de las Naciones Unidas para ayudar a los países pobres a adaptarse a las consecuencias del cambio climático. En cuanto la Secretaria de Estado de los EE.UU., Hillary Clinton, mencionó el “objetivo” de los 100.000 millones de dólares, muchos congresistas y medios de comunicación conservadores lo denunciaron.

Uno de los rasgos más notables del documento encabezado por los EE.UU. es el de que no menciona intención alguna de continuar las negociaciones en 2010. Es algo, casi con toda seguridad, deliberado. Obama ha socavado la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, al declarar, en realidad, que en 2010 los EE.UU. harán lo que harán, pero no se enredarán más en los liosos procesos de las NN.UU. sobre el clima.

Esa posición podría muy bien reflejar las próximas elecciones al Congreso de mitad de período en los EE.UU. Obama no quiere quedar atrapado en plenas negociaciones internacionales impopulares cuando llegue el período de las elecciones. Puede también que piense que dichas negociaciones no lograrían gran cosa. Acierte o no al respecto, la intención parece ser la de acabar con las negociaciones. Si los EE.UU. no participan en más negociaciones, resultará que Obama habrá hecho más daño al sistema internacional de derecho medioambiental que George Bush.

Para mí, la imagen que permanece de Copenhague es la de Obama al aparecer en una conferencia de prensa para anunciar un acuerdo que solo cinco países habían visto aún y después correr al aeropuerto para regresar a Washington, DC, a fin de evitar una ventisca en casa. Ha contraído una grave responsabilidad con la Historia. Si su actuación resulta indigna, si los compromisos voluntarios de los EE.UU. y otros resultan insuficientes y si las futuras negociaciones resultan desbaratadas, habrá sido Obama quien habrá trocado unilateralmente el derecho internacional por la política de gran potencia en materia de cambio climático.

Tal vez las Naciones Unidas. se recuperen y se organicen mejor. Tal vez la jugada de Obama dé resultado, el Senado de los EE.UU. apruebe la legislación y otros países pongan su parte también. O tal vez hayamos presenciado simplemente un grave paso hacia la ruina mundial por nuestra incapacidad para cooperar en un imperativo complejo y difícil que requiere paciencia, pericia, buena voluntad y respeto del derecho internacional, ingredientes, todos ellos, escasos en Copenhague.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

La pesadilla del sobreequipamiento de China

Por: Mark DeWeaver

En 1958, el año del fracasado "Gran Salto hacia Adelante" de China, el Camarada Mao tenía grandes planes para la industria del acero. Si bien la producción había sido de apenas un poco más de cinco millones de toneladas en 1957, esperaba que el país alcanzara o incluso superara a los Estados Unidos para 1962, produciendo entre 80 y 100 millones de toneladas por año, y llegara a los 700 millones de toneladas por año a mediados de los años 70, convirtiendo así al país en el líder mundial indiscutido. Todo esto se debía lograr utilizando "hornos de patio trasero", manejados por gente común y corriente sin especialización técnica.

Hoy se ha logrado el sueño de Mao de alcanzar al resto del mundo (si bien un poco tarde), no sólo en cuanto a producción de acero, en que la capacidad anual ha llegado a los 660 millones de toneladas, sino también en muchos otros sectores. China ocupó el primer lugar en la producción de acero (cerca de la mitad de la producción mundial), cemento (también alrededor de la mitad), aluminio (cerca de un 40%) y vidrio (31%), para dar sólo algunos ejemplos. El país superó a EE.UU. en producción de automóviles en 2009 y va a la zaga sólo de Corea del Sur en construcción de barcos, con un 36% de la capacidad global.

Para los encargados de la planificación central en Beijing, sin embargo, el tamaño de la base industrial de China se ha convertido en razón de alarma más que de celebración. En un documento aprobado por el Consejo de Estado el 26 de septiembre, la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (NDRC) advirtió de un serio sobreequipamiento en una amplia variedad de sectores. (El Consejo de Estado, que incluye al primer ministro, los vice-primeros ministros y los jefes de ministerios y comisiones, es la más alta autoridad ejecutiva de China.)

Según las cifras del NDRC, los índices de utilización de capacidad de 2008 fueron de sólo un 76% para el acero, un 75% para el cemento, 73% para el aluminio, 88% para vidrio plano, 40% para el metanol, y 20% para la silicona policristalina (materia prima fundamental para las placas solares). El actual cronograma de proyectos también implica menos de un 50% de utilización de los fabricantes de equipos eólicos en 2010.

El sobreequipamiento ha sido una prioridad para el Consejo de Estado desde 2005, cuando estableció restricciones a los nuevos proyectos de cada sector industrial y objetivos de cierre de fábricas ineficaces. Sin embargo, desde entonces en muchos casos la situación no ha hecho más que empeorar. El problema es que gran parte de la llamada inversión "ciega" o "redundante" que Beijing quisiera eliminar tiene un fuerte apoyo de los gobiernos locales, cuya preocupación principal es generar crecimiento del PGB en sus jurisdicciones, independientemente de que el modo de lograrlo tenga sentido económico.

Considérese la producción de cemento, en que, según la Asociación China del Cemento, un 38% de la capacidad consiste en hornos verticales, que desde hace más de un siglo han quedado obsoletos en la mayor parte del resto del mundo y representaban menos del 3% de la producción incluso en 1957, cuando la mayoría de las plantas de cemento de China se importaban de Europa del Este. Sin embargo, en la actualidad los hornos verticales son una de las instalaciones preferidas de los gobiernos locales, ya que se pueden construir rápidamente y a bajo coste, y generan crecimiento y empleo. Sencillamente, no están en la lista de prioridades el lograr economías de escala y reducir los efectos sobre el medio ambiente.

En la industria siderúrgica ocurre una situación similar: el gobierno central ha intentado en numerosas ocasiones, sin éxito, cerrar los hornos más pequeños. Por ejemplo, en 2006 la NDRC dio a conocer un listado de plantas que debían cerrar para fines del año siguiente. A medida que se acercaba el plazo de diciembre de 2007, un corresponsal de Mysteel , una fuente líder de información sobre el sector, visitó varias de estas usinas para ver de primera mano cómo iba el desmantelamiento de sus equipos ordenado por el gobierno.

Se encontró con un buen ejemplo de cómo es probable que funcione en la práctica un programa de ese tipo. Una usina todavía funcionaba día y noche; en otras la producción se había detenido temporalmente hasta que pasara el plazo. En muy pocos caso se había retirado la maquinaria.

Los gerentes y las autoridades locales tenían una variedad de razones para no cumplir la orden del NDRC. Algunos esperaban ampliar sus plantas, de manera que no se las siguiera viendo como ineficientes, una estratagema prohibida explícitamente por la normativa. En los casos en que las instalaciones eran propiedad privada, se sentía, tal vez no sin razón, que retirar los equipos violaría la ley de derechos de propiedad de China. Una empresa que antes había sido estatal funcionaba bajo un acuerdo de arrendamiento de 2001 que especificaba que no se podría despedir trabajadores por los siguientes diez años. Y también había jurisdicciones que habían cancelado las licencias de los operadores en cuestión, por lo que, en palabras de un encargado de aplicar las normativas, sencillamente “ellos no existían”.

El sobreequipamiento de China revela un serio defecto de su “economía socialista de mercado”. En muchos sectores de la industria, ni las fuerzas del mercado ni la planificación central son lo suficientemente fuertes como para llevar a cabo la “destrucción creativa” de los productores ineficientes. Como resultado, el sueño de alcanzar a los países desarrollados se ha logrado de manera muy similar a como Mao lo había imaginado: con equipos de operaciones de bajo nivel que utilizan tecnologías de pequeña escala.

Si la meta no es más que ser líderes mundiales de la producción, la visión de Mao ha tenido un éxito resonante. Pero si también son importantes la calidad del producto, la protección ambiental y la eficiencia económica, la situación es poco menos que una pesadilla.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

martes, 22 de diciembre de 2009

Lo que une y lo que separa a Serra y Rousseff

Por: Juan Arias

Los dos grandes contendientes al trono presidencial brasileño el año próximo -fuera sorpresas de última hora-, el gobernador de São Paulo, José Serra, y la ministra Dilma Rousseff, son dos políticos de izquierdas, aunque diferentes. ¿Qué les une y qué les separa?

Serra es un socialdemócrata, considerado de la izquierda social, más a la derecha de Lula. Rousseff proviene de la izquierda radical revolucionaria, ya fue guerrillera en su juventud, y está más a la izquierda de Lula.

Ambos poseen un pasado de lucha contra la dictadura militar, aunque el grupo de Rousseff luchaba para imponer la dictadura del proletariado. Serra, tras haber luchado en el movimiento estudiantil de cuño cristiano, prefirió el exilio, donde permaneció 15 años. Rousseff luchó en los grupos de la clandestinidad y fue encarcelada y torturada.

Éticamente, ambos son ajenos a escándalos graves de corrupción y nunca fueron procesados. Están considerados dos políticos íntegros. Humanamente, ninguno de los dos posee, ni de lejos, el carisma de Lula. Serra es más duro externa que internamente, en la calle que con sus íntimos, que lo consideran hasta simpático. Rousseff es más sonriente ante el público que en privado. Tiene fama de dura y exigente y suele decir que a los políticos varones les falta eso: pulso.

Serra tiene mayor experiencia de gobierno. Fue dos veces ministro con gran índice de aceptación. También fue alcalde de São Paulo y es actualmente gobernador de dicho Estado, el mayor del país, que aporta el 25% del producto interior bruto (PIB) nacional.

Rousseff nunca ha disputado unas elecciones ni ha tenido cargos fuera del Gobierno de Lula. Tiene como ventaja el ser considerada por el presidente la madre del PAC, el millonario Plan de Aceleración Económica, cuya gestión está en sus manos.

Serra es más cercano en materia de defensa del medioambiente a la ecologista Marina Silva del Partido Verde (PV), que dejó ministerio de Medio Ambiente por incompatibilidad con Rousseff. Por su parte, la candidata de Lula suele afirmar que a veces un afán excesivo por defender la ecología acaba paralizando importantes obras de infraestructuras. Ella es más bien favorable al desarrollo económico.

El Partido de la Social Democracia de Brasil (PSDB) tenía dos candidatos: Serra y Aecio Neves, gobernador de Minas Gerais, un Estado clave con 14 millones de electores. Neves acaba de tirar la toalla ante los sondeos, que siguen dando a Serra un 40% de los votos y a él apenas un 20%. De esta forma, Serra se ha convertido así en el único candidato creíble de la oposición.

Lula escogió a su ministra de la Casa Civil como candidata porque considera que ha llegado la hora de que por primera vez una mujer gobierne el país. El mandatario tenía, antes de Rousseff, dos candidatos para su sucesión: José Dirceu, ex ministro de la Casa Civil, que fue quién preparó con gran habilidad la transformación de Lula de sindicalista duro a candidato amable de todos los brasileños, aceptado por empresarios y banqueros. Dirceu acabó fuera del Parlamento y del Gobierno arrastrado por un escándalo de corrupción. El otro candidato, que también tuvo que abandonar el Gobierno acusado de presunta corrupción y que acaba de ser inocentada por el Supremo, era Antonio Palocci, el poderoso ministro de Economía, artífice de la estabilidad económica del Gobierno Lula.

Lula escogió también a la candidata menos petista: Rousseff llego tarde al Partido de los Trabajadores (PT) y nunca tuvo cargos ni influencia en la formación. Por su parte, Lula se apartó bastante de su partido tras adquirir luz propia y poder suficiente para caminar por sus propios pasos. Lula es, por ejemplo, más liberal en materia económica que la mayoría de los suyos, aunque socialmente continuó en la línea abierta de su partido.

Los analistas políticos prevén un duelo interesante y duro entre Serra -que ya había disputado las presidenciales con Lula en 2002 y llevó al sindicalista al segundo turno- y Rousseff, la estrella de Lula.

Serra cuenta con un consenso nacional muy fuerte. Los sondeos de ayer de Datafolha lo presentaban como ganador en un segundo turno con Rousseff. Ella, sin embargo, va a tener la ayuda incomparable del apoyo total de Lula, que le hará la campaña electoral. Rousseff ha reconocido que, si gana, el suyo sería el tercer mandato de Lula, mandato que él no pudo disputar por ser inconstitucional.

Serra es el candidato de los que, después de ocho años de Gobierno de Lula y del PT, creen que ha llegado la hora de un recambio en el poder, aunque sea dentro del campo de la izquierda. No es un anti-Lula. Ambos son amigos personales. Por su parte, Rousseff es la candidata ideal de los que hubiesen preferido que Lula continuara en el mando.

Fuente: El País

Diarios que son instituciones

Por: Julio María Sanguinetti

El espacio público, desde el siglo XX, no es patrimonio exclusivo del Estado. Instituciones de la sociedad civil asumieron ese rol, en un tejido de relaciones que pasó a ser parte esencial de la arquitectura democrática. Es el caso de los sindicatos obreros o las corporaciones profesionales, que también vivieron su patología y -con los regímenes fascistas- no sólo ocuparon el espacio público sino que lo usurparon de quienes son sus más auténticos representantes, los electos por el pueblo.

El diálogo político no transcurre sólo en el Parlamento. Suele nacer en los diarios, aunque luego se traslade al ámbito político, o -por medio de la televisión- alcance difusiones masivas. Esos diarios de opinión resuenan más que los debates parlamentarios y orientan a una televisión que, por sus propias características, es más efímera. Sus imágenes se desvanecen rápidamente y desde que existe el zaping tampoco hay un público leal, como el que poseen los periódicos. No hay expansión sin la televisión, pero tampoco hay un planteamiento sólido de nada sin la letra escrita, que permanece, como ya lo decían los romanos: "verba volant scripta manent". Esos periódicos suelen alcanzar, con el correr de los años, el carácter de verdaderas instituciones, instancias fundamentales de la vida cultural, social y política, sin las cuales es difícil entender lo que ocurre en un país.

En Argentina, cuna de un gran periodismo, en su tiempo La Prensa y La Nación fueron esas columnas, y cuando aquélla fue derrumbada por el peronismo, apareció Clarín (en 1945), que se transformó, en poco tiempo, en un gran diario de noticias, popular, atractivo y a la vez de peso en la opinión. Con La Nación -fundada por Bartolomé Mitre en 1870- se han repartido desde hace más de medio siglo el favor de la ciudadanía y marcan el pulso de la vida argentina, en toda su diversidad y riqueza. En sus páginas no sólo se viven las permanentes tormentas de su vida política, sino los avances de su ciencia, la riqueza de sus artistas, el empuje de sus productores, hasta la creatividad de su moda y diseño.

En lo político, cada uno ha seguido su derrotero. Sólidamente liberal La Nación, zizagueantemente desarrollista Clarín, entre ambos está el debate. Razón por la cual ha sido motivo de real preocupación el increíble episodio, hace pocas semanas, de una invasión de 200 funcionarios impositivos que irrumpieron abruptamente en la administración de Clarín. Se sabe que sostiene un pulso con el Gobierno y que vivieron en paz durante el Gobierno Kirchner hasta que el conflicto del campo los enfrentó. El matrimonio gobernante aspiraba a que la televisión de Clarín silenciara una verdadera revolución cívica que vivía el país. Algo periodísticamente impensable, claro, pero que le ha costado una actitud de asedio gubernamental. La invasión de los inspectores terminó en tragicomedia, porque nadie se hizo responsable, pero la amenaza flota en el aire. El tema es grave. Clarín no es sólo de sus dueños, también es de los cientos de miles de lectores que disfrutamos de las caricaturas de Sábat, de las columnas de Van der Koy o de su magnífico suplemento cultural.

Ese episodio ha sido continuado con agresiones de otra naturaleza. Una ley deja a los medios de radioteledifusión en manos del Gobierno, al punto de establecer que todos los permisos de canales de televisión son por dos años, lo que hace imposible invertir en tiempos como los que vivimos. A ello se sumó un ataque a un periodista de La Nación, Carlos Pagni, a quien se le acusó de "conspirar" contra el Gobierno, en un montaje de televisión difundido por el canal oficial. Se adelantó una fuerte operación de presión sobre Papelprensa, la empresa que fabrica la materia prima de los diarios, mientras que, en una arbitrariedad populista, por decreto se anuló el contrato que otorgaba a Clarín la trasmisión del fútbol, para asumirla el Estado que hoy ofrece gratuitamente el espectáculo en canales abiertos. Para completar el panorama, el sindicalismo afín al Gobierno ha estado impidiendo la circulación de Clarín y La Nación, en una medida gremial que se levanta y se reactiva, manteniendo un clima de acoso. Esto ocurría mientras estaba reunida la Sociedad Interamericana de Prensa, con 500 directores y empresarios periodísticos, que no podían creer lo que veían.

Infelizmente no se trata tampoco de un hecho aislado en nuestra América. El cierre de Radio Caracas Televisión, en Venezuela, fue algo tremendo, porque también era un gran espacio de libertad. Por cierto, todos los medios tienen igual derecho a la libertad. Pero sólo algunos alcanzan ese carácter del que hablamos y merecen especial consideración. ¿Quién discutiría que La Vanguardia, desde 1881, además de un diario, es una institución en Cataluña? ¿Quién duda que el propio Abc, por más conservador y monárquico que se le quiera, es el representante, desde 1905, de un sector de España? Por cierto, nadie de buena fe podría cuestionar que, a partir de aquel 4 de mayo de 1976, en que EL PAÍS dijo "no es eso" a las propuestas del régimen franquista, este diario se erigió en una referencia ineludible de la vida nacional.

Verdad es que los diarios ya no son lo que en sus orígenes. Integran, normalmente, organizaciones más vastas, que deben cuidar intereses a veces cuantiosos. Eso no les aleja -sin embargo- de su valor referencial en una vida democrática que, sin esos celosos guardianes, pierde lo mejor de sí.

Fuente: El País

viernes, 18 de diciembre de 2009

Obama: cómo derrochar capital político

Por: Mario Bunge

El capital político de un individuo o grupo es el conjunto de sus conciudadanos que están dispuestos a ayudarlo con su voz, voto, tiempo o dinero. Quien posea algún capital político querrá acrecentarlo o al menos conservarlo. Pero es claro que el destino de semejante caudal depende tanto de la conducta de su propietario como de las circunstancias. El Sr. Barack Obama podría escribir el manual definitivo sobre cómo ganar y cómo despilfarrar el mayor capital político acumulado en su país en el curso de un mero par de años. Le regalo un título vendedor: From political riches to rags, o Del manto purpúreo al andrajo.

¿Cómo ganó Obama el capital político fabuloso de que disponía hace un año? Lo ganó prometiendo efectuar los grandes cambios que deseaban decenas de millones de gringos de todos los colores y muchas creencias, y encendidendo el entusiasmo de centenares de miles de voluntarios. Contrariamente al entusiasmo que despertaron en su tiempo Franklin Roosevelt, Jack Kennedy, Lyndon Johnson y Jimmy Carter, el que provocó Obama fue organizado por esos voluntarios, casi todos sin filiación partidaria, cuyo trabajo fue costeado por millones de donaciones de unos pocos dólares cada una. El intendente de New York acaba de ser reelecto al costo de 100 millones de dólares, o sea, a razón de 180 dólares por voto. Los obamistas gastaron diez veces más, pero para una población 30 veces mayor y usando más la Internet que las cadenas de TV.

El señor Obama creyó ser electo presidente de una gran democracia, pero de hecho fue coronado emperador, aunque cubierto con un manto que inmoviliza nada menos que al apóstol del cambio. Y creyó poder hacer cuenta nueva después del gran borrón que había perpetrado su antecesor. Pero heredó un partido y un aparato estatal hostiles a todo cambio radical, ya que habían sido deformados por las dos presidencias de Reagan, y otras tantas de Clinton, las cuatro “liberales”, o sea, conservadoras.

El Presidente Carter había sido demasiado moderado, blando y derecho para hacer frente a tanta corrupción. Su mayor reforma en la Casa Blanca fue hacer instalar paneles solares en la azotea. Reagan mandó desmantelarlos en cuanto ocupó la mansión, ya que constituían un mudo pero elocuente desafío al monopolio energético que detentan las grandes empresas petroleras.

El Presidente Obama empezó muy bien. Hizo gestos de buena voluntad a la comunidad internacional, la que había sido manoseada e intimidada por el Presidente Bush. En particular, declaró terminada la “guerra del terror” y dijo palabras conciliatorias al mundo islámico. El nuevo gobierno también inyectó una enorme suma de dinero en la comunidad científica, la que había sido hambreada por el “gobierno basado en la fe” de su predecesor.

Pero Obama fracasó en todo lo demás. En particular, usó plata del contribuyente para salvar a los grandes banqueros en lugar de invertirla en obras públicas, salud y educación, como lo había prometido. Y declaró que la guerra de Afganistán es una guerra buena, aunque después de ocho años sólo ha afectado a la población civil y la ha exportado a Pakistán. (Además, las agresiones militares son inmorales y son buenas solamente para los mercaderes de guerra.)

No culpemos exclusivamente a la persona, porque su alto cargo viene junto con el Estado que encabeza. El Estado que heredó Obama incluye no sólo una burocracia enorme, sino también tres aparatos inamovibles: la CIA, la red de unas 1.000 bases militares ubicadas en el exterior, y unas fuerzas armadas íntimamente entrelazadas con ejércitos privados cuyos mercenarios no están sujetos a tribunal militar alguno. ¿Qué ha hecho el Comandante en Jefe de los EE.UU. para controlar tanta fuerza? Nada, sino reforzarla aun más. En efecto, ha declarado que la guerra en Afganistán es “una guerra buena”, y el nuevo jefe de la CIA ha prohibido que sean enjuiciados los torturadores. Y, debido a la oposición del Congreso, el Presidente no ha logrado desmantelar ni siquiera la más siniestra de las bases militares en el exterior, la de Guantánamo. Se lo han impedido los legisladores de su propio partido, aliados con sus adversarios.

El Presidente Obama también heredó un sistema financiero desquiciado por banqueros codiciosos y deshonestos, amparados por el Fed, o Banco Central. Este fue presidido durante demasiados años por Alan Greenspan, el discípulo dilecto de Ayn Rand. Esta lumpenfilósofa se había constituído en la profetisa del “egoísmo racional”. Esta es una generalización de la llamada racionalidad económica, la que manda maximizar las utilidades esperadas, sin escrúpulos por lo que pueda pasarles al prójimo o al descendiente.

La crisis desatada en octubre del 2008, y de la que aun no hemos salido, tomó a Geenspan de sorpresa, como lo confesó en su momento. También dijo que, confiado en la doctrina del egoismo racional, había esperado que los banqueros no fueran tan estúpidos como probaron serlo. El zar de las finanzas había ignorado el apotegma de David Hume: “la razón es esclava de las pasiones.” Este principio no vale en las ciencias ni en las técnicas, pero vale en el mundo de las finanzas, a juzgar por las “burbujas” especulativas que se vienen formando desde la Burbuja de los Tulipanes, ocurrida en Ámsterdam en el siglo XVII.

Además de heredar un Estado enormemente inflado y endeudado por su predecesor, el Presidente Obama heredó un Partido Demócrata desvirtuado desde los tiempos de Reagan: un partido tan conservador, y tan comprometido con las grandes corporaciones, que no sería reconocido por ninguno de los dos presidentes Roosevelt. ¿Cómo podría semejante dinosaurio hacer suya la consigna “¡Cambiemos!” que le ganó a Obama el extraordinario capital político que ganó durante su campaña electoral?

A juzgar por la magnitud de sus promesas pre-electorales, el Sr. Obama pensó que presidir su enorme país consistiría en compartir sus lindos planes con su partido y con la burocracia estatal. Supongo que nunca imaginó que sería como sacar a pasear a la vez a un dinosaurio y un paquidermo.

En resumen, el manual sobre capital político que podrá escribir el Presidente Obama cuando se jubile necesitará tener solamente dos capítulos: 1.- Cómo ganar capital político, o lo que hay que aprender y prometer para triunfar. 2.- Cómo derrochar capital político, o lo que hay que olvidar y traicionar para fracasar.

Fuente: www.sinpermiso.info

jueves, 17 de diciembre de 2009

MEO y su futuro

Por: Ricardo Israel

Nunca se me ha olvidado lo que escribió en la primera clase el Director de un Diploma en Encuestas que hiciera hace muchos años en Inglaterra: “Las encuestas sirven para todo menos para predecir resultados electorales”.

Por ello, acudo en cada elección a una notaría y dejo un sobre con mis predicciones, en las que no solo se utilizan los datos de las encuestas sino también y mucho más de insumos interpretativos y cualitativos (por eso es bueno lo que está haciendo Huneeus y el Cerc). En la última le apunté con el 44% de Piñera y el 6% de Arrate, pero en los otros dos no, al darle a Frei tres puntos que en verdad eran de Marcos Enríquez Ominami. En otras palabras obtuvo más votos de los que esperaba.

Lo anterior es tan solo una introducción para lo que quiero resaltar: su resultado electoral fue simplemente espectacular, en un sistema tan petrificado como el chileno. El mejor que se ha conocido para un independiente desde el triunfo del General Carlos Ibáñez en 1952, pero con una trayectoria de décadas.

Dicho lo anterior, la pregunta es ¿y ahora qué?, y al intentar responderla, el 20% se pone difuso y pierde resplandor.

En primer lugar, a la enorme cantidad de votos hay que oponerle el hecho que no obtuviera ni siquiera un parlamentario entre quienes lo apoyaban, con derrotas tan sonadas como las de su padre y las de ex diputados ( independientes, y el PRI demostraron que era posible hacerlo desde fuera de las alianzas principales).

En segundo lugar, lo anterior lleva al problema de si el apoyo recibido en las urnas fue tan solo la expresión de una gran protesta o estamos ante el amanecer de un nuevo proyecto. La duda es legítima, toda vez que sin presencia parlamentaria se va a hacer difícil marcar presencia y sobrevivir hasta la próxima elección. De hecho, lo entendió el Partido Comunista que a pesar de su fortaleza en educación y en los sindicatos, debió llegar a un acuerdo con la concertación para regresar al parlamento. Le pasó a Fra- Fra, que no pudo mantener su 15% y su movimiento solo llegó al Congreso a través de una circunscripción cerrada para él y un distrito para su señora, para desaparecer después.

En tercer lugar, el anuncio de un movimiento llámese o no en definitiva “Copihue” tampoco clarifica las respuestas, toda vez que parte del éxito de MEO radicó en la amplitud de un movimiento que incluyó desencantados de la concertación, pero también desde liberales hasta ex miristas. El problema es que cuando un movimiento de protesta se transforma en una propuesta política, se adoptan posiciones y ello aleja la ambigüedad, y por lo tanto, se resta gente cuando existen propuestas concretas en una variedad de temas.

Lo anterior se ejemplifica en el hecho que ahora fue consecuente al decir que no respaldaba a ninguno de los dos candidatos que pasaron al 17 de enero, pero si existiera un partido detrás, inevitablemente debería optar, ya que ello está en la naturaleza de las agrupaciones políticas: tomar opciones y construir alianzas, para que a su vez los electores puedan optar entre las alternativas.

En resumen, espectacular resultado presidencial pero muy mal desempeño a nivel parlamentario, lo que lo deja con pronóstico reservado, ya que enfrenta el problema de un recorrido por el desierto hasta la próxima presidencial, y como lo saben todos, cuatro años en política es una eternidad.

Fuente: La Tercera

miércoles, 16 de diciembre de 2009

La predicción electoral del CERC

Por: Carlos Huneeus

Nuevamente el CERC predijo exitosamente el resultado de la elección presidencial, al igual que en la de 2005 (cuadro 1). Quiero explicar a los lectores de El Mostrador cómo lo logramos.

Ello no fue el fruto de la improvisación o de un ejercicio especulativo, sino del trabajo cuidadoso profesional de más de dos décadas, habiendo participado en la predicción de todas las elecciones presidenciales, desde la no competitiva de Octubre de 1988, en que fue derrotado el general Pinochet. Ha sido posible por el esfuerzo de muchas personas, de técnicos y encuestadores, que agradezco. Yo soy sólo la cara visible de este amplio equipo de personas.

El CERC fue la única institución que hizo una predicción en estos comicios –al igual que en los de 2005-, lo que constituye una anomalía en América Latina, pues en casi todos los países los encuestadores predicen las elecciones. Acabamos de verlo en Uruguay, con gran éxito. Chile es subdesarrollado en términos de encuestas electorales.

Las elecciones son para los encuestólogos como las Olimpiadas para los deportistas: la ocasión en que debemos mostrar nuestra capacidad profesional y ella se expresa en predecir el resultado. No hacerlo es admitir no tener los recursos profesionales para hacerlo.

A diferencia de 2005, esta vez no entregamos el resultado de la pregunta directa “por quién votará en la elección presidencial…”, sino que sólo la predicción. Tomamos esta decisión porque éste es el principal desafío de los encuestadores. Además, en la anterior elección la prensa y los colegas no consideraron la predicción que dimos hace cuatro años (por ejemplo, hasta hoy Wikipedia no reproduce la predicción del CERC del 2005), faltando a la verdad. Buscamos evitar eso de la manera indicada, que fue cuestionada por algunos colegas que exigen “transparencia”, aunque en verdad lo que buscan es que se les regale la fórmula del éxito. Ni lo piensen.

En estos comicios, hubo más encuestas que en las anteriores elecciones presidenciales y fueron hechas por empresas, centros de estudios y diarios. Estos últimos buscaron influir en la agenda y algunas quisieron hasta influir en el proceso electoral, apoyando la candidatura presidencial de Marco Enríquez-Ominami, el joven diputado elegido el 2005 en un distrito de su padre, el senador Carlos Ominami, habiendo renunciado ambos al PS.

Sin embargo, desde dos semanas antes del 13 de diciembre las empresas y diarios dejaron de hacer o de dar a conocer sus encuestas, con la excepción de El Mercurio, que la publicó el miércoles 9 de Diciembre, dando un 38,2% a Piñera y un 22.6% a Frei, muy lejos del resultado (cuadro 2).

La negativa a hacer predicciones puede deberse al temor ante las dificultades para lograrlo, comenzando por asignar a los “indecisos”, es decir, aquellos que no responden la pregunta de intención de voto. Esto ocurre en muchos países y desde el clásico estudio de Elizabeth Noelle-Neumann se conoce como “la espiral del silencio”. El porcentaje a que ascendía este grupo variaba entre las distintas encuestas, aunque para la mayoría fue de dos dígitos.

Disponemos de información para estimar adónde irán esos electores. Desde el plebiscito de 1988 sabemos que los “indecisos” no son tales, pues, teniendo una inclinación de voto, no quieren decir por quién lo harán, lo cual se puede saber a través de la información entregada por otras preguntas, electorales y políticas, y por la experiencia de anteriores elecciones.

También sabemos que los votantes de derecha esconden más el voto que los de centro e izquierda. Lo vimos en el plebiscito de 1988, cuando predijimos exactamente el voto “No”, pero fallamos en el voto “Si” porque más de un 20% no dijo cómo votaría, sufragando luego por la reelección del general Pinochet. El voto conservador se escondió menos en las elecciones presidenciales de 1989 y 1993, que el CERC predijo bien, pero volvió a hacerse muy evidente en las de 1999, oportunidad en que subestimamos el voto de Joaquín Lavín (UDI), que estuvo a escasos 30 mil votos de derrotar en primera vuelta a Ricardo Lagos (PS/PPD), candidato de la Concertación. Hicimos las correcciones técnicas para evitar la subestimación del voto de derecha, pudiendo predecir acertadamente la votación de Sebastián Piñera (RN) y Joaquín Lavín (UDI) en la primera vuelta del 2005 y la de Piñera el 2009 (cuadro 1).

En tercer lugar, hay una norma elemental para predecir el resultado electoral: es necesario hacer el trabajo de campo de la encuesta lo más cerca posible a la fecha de la elección. Ello debe ser así porque durante la campaña se producen cambios en la intención de voto de los electores en todas direcciones, especialmente cuando comienza la fase final, con la franja televisiva, un mes antes de los comicios. Puede haber resultados similares de un candidato en dos encuestas sucesivas, pero la estructura del electorado es distinta. Por ejemplo, en la de Diciembre del CERC Enríquez-Ominami tenía similar votación que en Octubre, pero había perdido los votantes de la UDI. Este dinamismo explica que si una encuesta hecha en Octubre entrega resultados similares a los alcanzados en las urnas por los candidatos dos meses después, ello no demuestra una buena predicción, como dicen algunos medios de prensa y ciertos politólogos, sino, por el contrario, constituye una simple coincidencia. Nada más y nada menos.

Esta exigencia deja fuera de la predicción a los encuestadores que usan muestras probabilísticas, como el CEP (Centro de Estudios Públicos) y la Universidad Diego Portales (UDP), porque ellas requieren varias semanas de trabajo de campo. Por ese motivo, el CERC en 1988 adoptó las muestras por cuota, con una tecnología proporcionada por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de España, cuyos expertos la habían diseñado y aplicado con un excelente desempeño durante las elecciones de la transición a la democracia y las emplean hasta hoy. Desde entonces las hemos utilizado con el resultado indicado, un logro no reconocido por algunos profesores de estadísticas que se empecinan en valorar sólo las encuestas que usan muestras probabilísticas, porque permiten “calcular el margen de error”, un tecnicismo que les obsesiona, como también a ciertos politólogos formados con libros de texto en universidades de EE.UU.

Es bien sabido que sólo en EE.UU. se usan muestras probabilísticas en las encuestas, mientras que en el resto del mundo se usan por cuotas, comenzando por Europa.

Los ayatolas del cálculo del margen de error olvidan que las encuestas pueden tener graves errores no muestrales, cometidos por los encuestados, que no siguen las instrucciones, rompiendo la aleatoriedad de la muestra o falsean la información reunida, dañando así los resultados. Es por eso que una de las claves para tener encuestas de calidad es realizar un muy buen trabajo de campo, que en las encuestas del CERC es realizado por MORI.

La elección del 2009 era más difícil de predecir que la del 2005 por el nuevo escenario constituido por el grave debilitamiento de los partidos de la Concertación a consecuencia de la ruptura del PS, con dos postulantes que renunciaron a la colectividad para competir por el sillón de O´Higgins: Jorge Arrate, ex presidente del partido, y Enríquez-Ominami. También había abandonado el PS el senador Alejandro Navarro para iniciar una candidatura presidencial que no despegó, sumándose a la de Enríquez-Ominami. El electorado de la izquierda se dividió antes de las elecciones entre Frei, Enríquez-Ominami y Arrate y los votantes del PS se volcaron mayoritariamente por el joven diputado, otra parte apoyó a Arrate y una minoría, estuvo con el senador Eduardo Frei Ruiz-Tagle (PDC), lo cual debe considerarse al momento de analizar su debilidad electoral. También los votantes del PPD se volcaron mayoritariamente a los dos candidatos socialistas. La espiral del silencio en esta elección actuó contra Eduardo Frei, quien recibió sólo un 16% en la encuesta electoral, pero, revisando las respuestas de otras preguntas, identificamos un numeroso voto escondido, que nos llevó a predecir que alcanzaría un 31%.

Por otro lado, la experiencia electoral muestra que la derecha ha sido minoría, por lo cual había que evaluar cuidadosamente el clima de opinión favorable a Piñera, pues un descuido en ello podía conducir a darlo por ganador en primera vuelta o bordeando el 50%.

Había una segunda dificultad, que planteaba enormes complejidades técnicas: Enríquez-Ominami mostraba un gran apoyo en los jóvenes, pero sólo una minoría de ellos está inscrito en los registros electorales. Si hubiera habido inscripción automática, éste habría podido derrotar a Frei y pasar a la segunda vuelta. Aquí surge un problema técnico, referido a la información usada para construir la muestra. Las encuestas electorales se apoyan en muestras representativas de la población y se construyen con la información del censo del 2002, actualizado al 2009. Sin embargo, el universo electoral es distinto, porque está constituido por quienes se han inscrito en el Registro Electoral. Es bien sabido que éste ha permanecido con escasas variaciones desde el comienzo de la transición a la democracia en 1988, por lo cual el padrón electoral se caracteriza por tener un perfil etario envejecido, diferente al perfil etario de la población en general.

De ahí que las encuestas sobrestimaron a Enríquez-Ominami (me incluyo en la de Octubre, cuando se le dio empatado con Frei). Hubo quienes fueron más lejos, que predijeron que vencería a Frei en primera vuelta. Otra explicación a partir de la experiencia: cuando se pregunta al entrevistado si está inscrito, un porcentaje que no lo está responde afirmativamente. Por eso que no basta hacer el cruce entre inscritos y no inscritos, porque los primeros están sobre representados en las encuestas y de ahí “la victoria” de Enríquez-Ominami en las encuestas y el convencimiento de sus asesores que vencería a Frei, porque vieron encuestas de población en general, sin tomar en cuenta que los jóvenes son una minoría en el padrón electoral.

Esta discrepancia debe corregirse a través de ponderar los resultados de la encuesta con los datos por edad de los inscritos en los registros electorales, tarea que fue realizada exitosamente en el CERC por un ingeniero de la Universidad de Chile y con un doctorado en economía de una universidad de los EE.UU.

En tercer lugar, es necesario conocer las tendencias en que se mueve el electorado durante el año de los comicios, que es muy cambiante, para lo cual es indispensable tener encuestas en distintos momentos. El CERC hizo cuatro el 2009, tres con muestras a la población en general y la de Diciembre, fue sólo de inscritos, con la cual hicimos la predicción.

Aquí surgen dificultades a quienes hacen sólo una encuesta en el año de las elecciones, como la Universidad Diego Portales (UDP), que tiene una encuesta anual desde 2006. Ella entrega una información que puede ser valiosa para sus académicos, pero es de un momento, sin saber qué significa ella en el proceso electoral. El CERC hace cuatro encuestas cada año desde 1990, entregando una información de enorme valor para conocer las tendencias de continuidad y cambio en los electores. Las encuestas del CERC comenzaron en 1986 en la Academia de Humanismo Cristiano bajo la dirección técnica de Eduardo Hamuy, el padre de las encuestas en Chile. Bajo su dirección realizamos las encuestas del plebiscito de 1988 y su sensible fallecimiento a comienzos de 1989 nos privó de su sabiduría para hacer las que hicimos desde ese año.

Hemos reunido un total de 134 estudios, con mediciones hechas antes y después de cada elección presidencial, con cuestionarios que abarcan numerosos temas, más que cualquier otro centro de estudios. Con todo respeto y mucha modestia, debo señalar que la UDP ha realizado apenas cinco encuestas en sus cinco años del programa de opinión pública, que tiene un difundido “magister en opinión pública”.

Algunos académicos pertenecientes a universidades pretenden arrogarse el monopolio de la competencia para “estudiar” la opinión pública. El hábito no hace al monje. Los estudios de opinión en el mundo –y Chile no es la excepción- no están dominados por las universidades, sino que por los centros de estudios privados y por empresas de estudios de mercado. En los países avanzados las universidades trabajan junto a estas instituciones para estudiar el comportamiento electoral, pero ello no se ha dado en Chile, lo cual da cuenta del débil estado de la ciencia política en uno de los ámbitos más desarrollados de la disciplina.

Saber hacer encuestas no consiste en aplicar conocimiento aprendido en textos de estudio, especialmente si son escritos a partir de la política de los países desarrollados. No basta leer textos de cocina escritos por franceses y españoles para ser un buen cocinero. La experiencia práctica es de vital importancia, especialmente en Chile, en que el régimen militar interrumpió la labor de los cientistas sociales y debimos comenzar de cero.

Por último, nuestro conocimiento sobre la opinión pública proviene de nuestra relación de amistad y trabajo profesional, desde fines de los años 80, con colegas de otros países, comenzando por los de América Latina, de España, Alemania, Francia y Gran Bretaña. Todos ellos son destacados académicos en las universidades de sus respectivos países y hemos aprendido mucho de ellos. La mayoría de ellos colabora con el Latinobarómetro, institución creada a partir de la cooperación entre centros privados de investigación que hacía encuestas desde los años 80’ en el cono sur por iniciativa del CERC, entonces bajo la dirección de Marta Lagos. Nadie nos ha contado su fórmula de predicción, ni se la hemos preguntado, pero han compartido con nosotros las estrategias que utilizan para hacer predicciones electorales. Les agradecemos su ayuda.

En un país que busca la modernidad, sus líderes e intelectuales deben se consecuentes con ello y reconocer los méritos de las instituciones y actores, sin excepciones con consideraciones del origen social, la riqueza o posición política, propios de una sociedad con rasgos tradicionales. Eso no se aplica en la industria de las encuestas, en que hay instituciones valoradas sin responder a criterios de calidad, porque no han predicho elecciones. ¿Qué criterios de mérito se usan para ello? Porque usan muestras probabilísticas. Un chiste.

No sólo se desconoce por algunos el trabajo del CERC de casi un cuarto de siglo sino que, además, soy el único encuestador en Chile a quien se le indica la afiliación partidista (PDC), como si mi trabajo profesional estuviera sesgado. ¿Por qué no se aplica la misma medida a los demás? No tengo conflictos de interés económico, ni con grupos políticos –los lectores de El Mostrador pueden comprobarlo con mis columnas sobre el PDC, el PS y la gestión de la presidenta Bachelet. Critiqué en una columna de junio de este año Alta popularidad presidencial, ¿para qué?, la estrategia de La Moneda de resaltar su protagonismo porque ello terminaría dañando la candidatura presidencial, tesis confirmada por las elecciones. No he ayudado a ningún candidato parlamentario desde hace más de una década y la única vez que lo hice fue en las de 1989 y 1997 (los dos fueron elegidos). Ni siquiera he mostrado los resultados de encuestas a los equipos de campaña de candidatos presidenciales desde hace mucho tiempo.

No se puede detener el avance a la modernidad, aunque sabemos que las sociedades modernas tienen partes tradicionales (los escoceses usan faldas). Los encuestadores, más tarde que nunca, deberán entrar al campo minado de la predicción electoral. Esta columna les ha proporcionado bastantes pistas para ayudarles en ello y se puedan preparar con tiempo.
Fuente: El Mostrador