miércoles, 24 de febrero de 2010

Colombia y Chile. ¿El eje del bien en la región?


Como es ya sabido, el nuevo presidente de Chile y toda su coalición de gobierno, profesan desde hace tiempo una gran admiración por el mandatario colombiano Álvaro Uribe, quien como buen político de derecha, no se cansa de hacer publica su incomodidad ante temas como: la democracia, el pluralismo político, la institucionalidad (que sostiene la democracia) y los Derechos Humanos.

La pregunta que podemos hacernos es ¿Cómo se materializara esta afinidad político-ideológica después del 11 de marzo?

A nivel interno, ya Sebastian Piñera, anuncio que adoptara el modelo de los informantes colombianos, quienes en la práctica serán ojos y oídos (sapos) de las autoridades en zonas con altos niveles de criminalidad. Lo que al parecer no sabe el actual mandatario de Chile, es que el modelo de los informantes en las ciudades de Colombia ha sido un completo fracaso, ya que la delincuencia organizada, la criminalidad y el narcotráfico han aumentado sostenidamente durante los últimos 3 años. Llevando al gobierno colombiano a incluir como informantes a los vigilantes privados, taxistas y estudiantes universitarios. Este modelo solo funciono en zonas rurales, contra la guerrilla y por lo general los informantes son desertores de la guerrilla o delincuentes que ante la posibilidad de hacer dinero y blanquearse jurídicamente, optaron por prestar “servicios a la patria”.

Lo que preocupa es que no es claro y no creo que lo sea, cuales serán los criterios para la escogencia de los informantes ¿serán simpatizantes de la UDI o RN? ¿Un comunista puede ser informante?, ¿que beneficios recibirán y que tipo de delitos o delincuentes deben delatar? Estas preguntas debieran ser resueltas antes de implementar dicho programa, ya que se corre el riesgo de generar cacerías de brujas, aumentar desconfianzas y romper manifestaciones de cooperación y solidaridad entre vecinos, en poblaciones marginadas y con profundos problemas socio-económicos, ya que al igual que en Colombia, no se quiere entender que la delincuencia es un efecto directo y no causa, de la marginalidad y la desigualdad. Y nuevamente a un problema de tipo social se le dará una respuesta policial.

Por otro lado, Colombia dejara su ostracismo regional, ya que no volverá a estar solo en los espacios de integración regional y sub-regional. Al igual que Uribe, el nuevo mandatario chileno también es muy amigo de los Estados Unidos y piensa que Venezuela es una especie de basilisco que va contra los valores occidentales que ambos presidentes encarnan: el libre mercado, la democracia restringida, la familia, el catolicismo, la propiedad privada y la moral protestante. En este sentido debiera esperarse una pronta cooperación en términos de lucha contra el terrorismo, es decir, Chile declarara como organizaciones terroristas a las FARC y el ELN (cosa que ningún gobierno de la región ha hecho, salvo Perú) e iniciara una persecución inmediata contra aquellos que militen o simpaticen desde Chile con esas organizaciones (obviamente desde la oposición). Ojala dicha persecución no tenga como base los mágicos computadores de Raúl Reyes. Esta nueva alianza posibilitara la vieja aspiración colombiana de destacar agentes de inteligencia en sus sedes diplomáticas, con el fin de rastrear actividades “terroristas contra Colombia” (estigmatización preventiva), es decir, marchas, foros y cualquier evento académico o social que critique las políticas del actual gobierno.

En lo económico debe esperarse una profundización de esta relación, que en el año 2009 hizo que Chile fuera el primer socio comercial de Colombia en la región y que Colombia se convirtiera en el quinto destino a nivel mundial de capitales chilenos.

Ojala la opinión publica chilena se de a la tarea de conocer los altos costos que para la sociedad, la democracia y las instituciones han tenido en Colombia las “exitosas políticas” que en materia de seguridad ciudadana y Derechos Humanos ha aplicado la administración Uribe y que seguramente Sebastian Piñera, importara desde ese andino país.

Luis Fernando Trejos Rosero.

viernes, 5 de febrero de 2010

¿Alegría en el horizonte?

Por: Daniel Bello

Muchos estarán de acuerdo conmigo en que no habría frase más desafortunada para la actual coyuntura que aquella de antaño que anunciaba, con ton profético “¡la alegría ya viene!”.

Más allá del lógico descontento que sentimos hoy quienes no votamos por Piñera, la perspectiva a futuro se ve sombría, y no precisamente porque la derecha sea el feudo en la tierra del príncipe de las tinieblas (cosa que tampoco niego). Creo –me temo, al menos por como se proyectan las cosas- que las sombras serán más responsabilidad de quienes integramos aquel amplio y difuso espectro que va desde la izquierda a la “centro-izquierda”, y que profesamos el aún más difuso –y denostado (para usar la palabra preferida del díscolo)- “progresismo”, que de quienes asumirán el gobierno en marzo.

Hemos vivido un largo crepúsculo. Una larga etapa de letargo intelectual. La Concertación fue una coalición de gobierno exitosa, que, con todas las críticas que podamos hacer, generó profundas y positivas transformaciones en Chile. Pero a la larga fracasó. Erró al centrar la atención –únicamente- en gobernar y gestionar el poder, y se convirtió en aparato burocrático, y los partidos devinieron en reinos, y los reyes en déspotas. La crítica interna acabó, la reflexión incisiva cesó, el debate de ideas desapareció.

Los sueños, petrificados, se hundieron en el sopor del triunfo imperturbable y la rutina gubernativa.

No es de extrañar que hoy, analistas y líderes políticos repitan una y otra vez -cual rezo que busca expiar culpas- que la Concertación no supo leer la realidad; que no logró transformarse a la par de la sociedad que ella misma ayudó a transformar; que se distanció irreparablemente de la ciudadanía… la coalición perdió la voluntad y extravió las herramientas para hacer aquellas cosas, y quedó convertida en pesado y oxidado armatoste.

En tanto, fuera de los lindes del conglomerado (aún) de gobierno, en el campo de la centro-izquierda, poco y nada se hizo por aunar voces críticas, por entretejer ideas, por llenar los espacios vacíos de anhelos y proyectos comunes (a excepción quizá de uno que otro esfuerzo aislado y netamente electoral). Cada vez más concertacionistas, ex-concertacionistas y no-concertacionistas de izquierda, tomaron la palabra a título personal, o simplemente se replegaron al mundo académico y a la vida privada.

Este lento y silencioso proceso de erosión de la base pensante de la Concertación –en su momento compuesta por académicos, profesionales, sindicalistas, trabajadores críticos y distantes de las cúpulas partidarias-, y de atomización de la izquierda extra-concertacionista, hace hoy sinergia con las complejas consecuencias del proceso eleccionario que acaba de culminar. Entre las secuelas un cisma de enormes proporciones, puesto en evidencia por la presencia de tres candidatos de centro-izquierda –un concertacionista y dos ex-concertacionistas- en la elección, todos ellos finalmente derrotados.

Erosión, atomización, disensos y escisiones en la centro-izquierda, y un inédito contexto marcado por la llegada –tras 20 años- de la derecha al poder.

En estas condiciones ¿podremos desempeñar adecuadamente el rol que nos toca en la oposición?, ¿podremos dar las batallas para evitar –por ejemplo- que se dañe o desmantele la red de protección social? y talvez más importante que lo anterior, ¿podremos reconstruir un discurso, coherente y aglutinador, una utopía que nos permita volver a exclamar con el ímpetu de antaño “la alegría ya viene”?

Tales preguntas generan más sombras que luces, crean más dudas que certezas.

A mi juicio, si queremos dar una respuesta afirmativa a aquellas interrogantes -alumbrando las penumbras de nuestro propio desconcierto-, debemos construir (o reconstruir) e institucionalizar espacios que faciliten las convergencias, donde –militantes y no militantes, ciudadanos de izquierda y centro-izquierda- podamos obrar juntos, como opositores, criticando lo que haya de criticar, señalando errores y malas prácticas; desde donde podamos dar las batallas que de seguro tendremos que librar contra las fuerzas conservadoras y neo-liberalizadoras que próximamente se instalarán en el gobierno.

Espacios donde las voces dejen de ser de solistas voluntariosos, y pasen a conformar un cuerpo coral de sueños y anhelos entrelazados.

Esa es –creo- la tarea prioritaria que tenemos por delante.