jueves, 28 de mayo de 2009

Paz mediante desarrollo

Por: Jeffrey D. Sachs

La política exterior americana ha fracasado en los últimos años principalmente porque los Estados Unidos han recurrido a la fuerza para abordar problemas que requieren asistencia para el desarrollo y diplomacia. En lugares como el Sudán, Somalia, el Pakistán y el Afganistán hay jóvenes que se hacen guerreros porque carecen de un puesto de trabajo remunerado. Las ideologías extremas influyen en las personas cuando no pueden alimentar a sus familias y cuando la falta de acceso a la planificación familiar propicia una indeseada explosión demográfica. El Presidente Barack Obama ha infundido esperanzas sobre una nueva estrategia, pero hasta ahora las fuerzas de la continuidad en la política de los EE.UU. están prevaleciendo sobre las fuerzas del cambio.

La primera regla para evaluar la estrategia real de un gobierno es la de seguir el camino del dinero. Los Estados Unidos dedican un gasto más que excesivo al ejército en comparación con otros sectores del Estado. Los proyectados presupuestos de Obama no cambian al respecto. Para el próximo ejercicio económico de 2010, el presupuesto de Obama va a dedicar 755.000 millones de dólares a gasto militar, cantidad que excede el gasto presupuestado de los EE.UU. en todos los demás sectores, excepto el llamado gasto “obligatorio” en seguridad social, atención de salud, pago de intereses de la deuda nacional y otras pocas partidas.

De hecho, el gasto militar de los EE.UU. excede la suma de desembolsos presupuestarios federales destinados a educación, agricultura, cambio climático, protección medioambiental, protección de los oceános, sistemas energéticos, seguridad interna, vivienda de protección oficial, parques nacionales y ordenación del territorio nacional, sistema judicial, desarrollo internacional, operaciones diplomáticas, carreteras, transporte público, asuntos relativos a los veteranos, ciencia y exploración del espacio, investigación e innovación civiles, ingeniería civil para vías fluviales, embalses, puentes, alcantarillado y tratamiento de residuos, desarrollo comunitario y muchos otros sectores.

Esa preponderancia del gasto militar es aplicable a los diez años de proyecciones a mediano plazo de Obama. En 2019, se prevé que el gasto militar total ascienda a 8,2 billones de dólares, lo que excederá en 2 billones de dólares los desembolsos presupuestarios correspondientes a todo el gasto presupuestario no obligatorio.

El gasto militar de los EE.UU. es igualmente excepcional, si lo consideramos desde una perspectiva internacional. Según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz, el gasto militar total en dólares constantes de 2005 ascendió a 1,4 billones de dólares en 2007. Dicho de otro modo, los EE.UU. gastan aproximadamente la misma cantidad que el resto del mundo en conjunto, tónica a la que el gobierno de Obama no da señales de poner fin.

Las decisiones políticas adoptadas en los últimos meses ofrecen pocas esperanzas más de un cambio fundamental en la orientación de la política exterior de los EE.UU. Si bien los EE.UU. han firmado un acuerdo con el Iraq para abandonar el país al final de 2011, en el Pentágono se habla de que tropas “no combatientes” de los EE.UU. permanecerán en el país durante años o decenios por venir.

Resulta fácil ver que la persistencia de la inestabilidad en el Iraq, la influencia iraní y la presencia de Al Qaeda incitará a las autoridades americanas a seguir la vía “segura” de una participación militar continua. Algunos oponentes de la guerra del Iraq, entre los que me cuento, creen que un objetivo fundamental –y profundamente errado– de la guerra desde el principio ha sido el de crear una base militar (o varias) a largo plazo en el Iraq, aparentemente para proteger las rutas del petróleo y las concesiones petroleras. Sin embargo, como muestran los ejemplos del Irán y de Arabia Saudí, semejante presencia a largo plazo provoca tarde o temprano una reacción explosiva.

Los motivos de preocupación son aún mayores en el Afganistán y el Pakistán. La guerra de la OTAN contra los talibanes en el Afganistán no va bien, hasta el punto de que el general en jefe de las tropas de los EE.UU. ha sido destituido este mes. Los talibanes están ampliando también su influencia en el vecino Pakistán.

Tanto el Afganistán como las provincias vecinas del Pakistán son regiones empobrecidas, con un desempleo enorme, poblaciones juveniles enormes, sequías prolongadas, hambre generalizada y privación económica omnipresente. A los talibanes y a Al Qaeda les resulta fácil movilizar a guerreros en semejantes condiciones.

El problema radica en que en semejantes condiciones una reacción militar de los EE.UU. resulta esencialmente inútil y puede inflamar con facilidad la situación en lugar de resolverla. Entre otros problemas, los EE.UU. recurren en gran medida a aviones teledirigidos y a bombarderos, que provocan un gran número de víctimas civiles, lo que está inflamando las actitudes públicas contra los EE.UU. Después de un desastre reciente, en el que murieron más de cien civiles, el Pentágono insistió inmediatamente en que continuarían esas operaciones de bombardeo. Según una encuesta reciente, existe una abrumadora oposición pakistaní a las incursiones militares de los EE.UU. en su país.

Obama está doblando la apuesta en el Afganistán, al aumentar el número de soldados de los EE.UU. de 38.000 a 68.000 y más tal vez más adelante. También existen riesgos de que los EE.UU. acaben participando mucho más intensamente en los combates en el Pakistán. El nuevo general en jefe de los EE.UU. en el Afganistán es, según dicen, especialista en “contrainsurgencia”, lo que podría entrañar perfectamente una participación subrepticia de agentes secretos de los EE.UU. en el Pakistán. De ser así, los resultados podrían ser catastróficos y provocar la extensión de la guerra en un país inestable de 180 millones de habitantes.

Sin embargo, lo desconcertante es no sólo la implacable financiación y extensión de la guerra, sino también la falta de una estrategia substitutiva de los EE.UU. Obama y sus asesores principales han hablado periódicamente de la necesidad de abordar las causas subyacentes del conflicto, incluidos el desempleo y la pobreza. Se ha recomendado destinar unos miles de millones de dólares para financiar la ayuda al Afganistán y al Pakistán, pero sigue siendo una cantidad pequeña comparada con los desembolsos militares y falta un marco global para apoyar el desarrollo económico.

Antes de invertir centenares de miles de millones de dólares más en operaciones militares que fracasarán, el gobierno de Obama debe replantearse su política y proponer una estrategia viable a los ciudadanos de los EE.UU. y del mundo. Ya es hora de que se aplique una estrategia de paz mediante el desarrollo sostenible, incluidas inversiones en salud, educación, medios de sustento, agua y saneamiento y riego en los lugares conflictivos actuales, empezando por el Afganistán y el Pakistán.

Una estrategia semejante no puede surgir simplemente como un subproducto de las campañas militares de los EE.UU, sino que se deberá formular proactivamente, con carácter urgente y en estrecha asociación con los países afectados y sus comunidades. Un cambio de orientación centrado en el desarrollo económico salvará un número enorme de vidas y convertirá los inconcebiblemente onerosos costos económicos de la guerra en beneficios económicos mediante el desarrollo. Obama debe actuar antes de que la crisis actual estalle y llegue a ser un desastre aún mayor.

Fuente: www.project-syndicate.org

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