domingo, 30 de noviembre de 2008

Unidos por el dolor

Por: Mohsin Hamid

En la prisa por culpar a Pakistán de la atrocidad terrorista en Bombay se está cometiendo un peligroso error. El impulso por implicar a Pakistán es, por supuesto, comprensible: el pasado está repleto de ejemplos de cómo los servicios de inteligencia pakistaníes e indios han trabajado para desestabilizar al enemigo histórico del otro lado de la frontera. Pero es demasiado pronto para saber quiénes están detrás de este ataque. Algunos o todos de los atacantes podrían efectivamente venir de Pakistán o contar allí con respaldo. Igualmente, algunos o todos podrían ser indios. El deseo de algunos en India de adjudicar la culpa a Pakistán antes de que haya evidencias es, por lo tanto, un intento por evitar una introspección.

India y Pakistán son más parecidos entre sí de lo que los políticos de ambos países tienden a reconocer. La narrativa triunfalista sobre la India como un éxito increíble, y la narrativa derrotista sobre Pakistán como un desastre inminente son, las dos, sólo verdades a medias. Durante gran parte de este nuevo siglo, Pakistán ha disfrutado de tasas de crecimiento económico que no van muy por detrás de las de India, y este año Pakistán ha emulado a su vecino al regresar a la democracia. India, mientras tanto, como Pakistán, es cuna de muchas insurgencias. Si las recientes protestas en la Cachemira india se hubiesen producido en una ex república soviética, habrían sido ensalzadas por el mundo como una nueva Revolución Naranja (y si hubiesen ocurrido en Tíbet, habrían resultado en llamados a ejercer presión internacional sobre Beijing). A su vez, las tensiones en el noreste de India, el movimiento armado Naxalita y la matanza de musulmanes en Gujarat, contradicen la semiverdad del "esplendor de la India". Tanto Pakistán como India están asolados por violencia extremista. Ambos les han fallado dramáticamente a sus pobres durante seis décadas de independencia. A comienzos de este año, el Banco Mundial informó que la mitad de los niños indios están tan desnutridos que sus cuerpos no logran alcanzar una estatura normal. Eso significa una tasa dos veces más alta de desnutrición infantil que la del África subsahariana.

La razón para mirar las similitudes entre India y Pakistán no es para degradar a China o negar los magníficos logros de los que los indios deberían estar orgullosos. Más bien es para señalar que los países están juntos en esto. Sus luchas contra el extremismo no pueden ser separadas por fronteras nacionales en convenientes compartimentos, uno marcado como "doméstico" y el otro "extranjero". Así como Pakistán y Afganistán deben cooperar para resolver los problemas del extremismo violento, también deben hacerlo Pakistán e India. Nunca ha habido un mejor momento para esa cooperación. Las personas que mejor pueden entender por lo que están pasando los residentes de Bombay son los residentes de Islamabad. La destrucción del Hotel Islamabad Marriott hace sólo unas semanas preanunció los ataques contra los hoteles Oberoi y Taj y la batalla armada entre extremistas y fuerzas gubernamentales en el sur de Bombay trae ecos sobrecogedores del sangriento y prolongado enfrentamiento del año pasado en la Mezquita Roja de Islamabad. Tal como Nueva Delhi vio atentados explosivos este año, así lo ha hecho Lahore. Tal como elementos descarriados de las fuerzas armadas pakistaníes han sido acusados de apoyar a los terroristas, así también lo ha sido un teniente coronel del ejército indio. Por supuesto, India y Pakistán no son lo mismo, pero los paralelos son notables. Seguir ignorando esto sólo sirve para dividir a dos países que podrían beneficiarse considerablemente de una mayor unidad.

Afortunadamente, un acercamiento es posible. Pakistán está emergiendo de un largo período de negación de su problema de terrorismo. El ejército pakistaní desarrolla una masiva ofensiva contra extremistas en las áreas tribales, dispuesto a sufrir cientos de bajas y a desplazar a cientos de miles de ciudadanos pakistaníes en el proceso. El Presidente Zardari está tendiendo ramas de olivo a la India, bajo la forma de llamados a una mayor cooperación contra el terrorismo, más integración económica y compromisos respecto de Cachemira. El gobierno indio ha sido lento en aprovechar esta oportunidad. Los ataques de Bombay brindan ahora un pretexto perfecto para rechazar las aperturas de Pakistán y poner en movimiento un conjunto de eventos que recuerdan a 2001, cuando el ataque terrorista contra el Parlamento de la India puso a los países al borde de la guerra. Una reacción como esa sólo podría beneficiar a los terroristas. Lo haría directamente al distraer al ejército pakistaní de su ofensiva en las áreas tribales, y lo haría indirectamente al volver a la opinión pública de Pakistán, que está lentamente endureciéndose en contra del extremismo, contra India.

La alternativa es reconocer que (como los ríos, los idiomas y la historia) el terrorismo liga a India y Pakistán. India no puede prosperar mientras Pakistán se encona. Pakistán no puede progresar si se interpone en el camino del auge de India. Sólo mediante la cooperación pueden esperar ambos países lograr seguridad y tener sueños de prosperidad hechos realidad para más que una pequeña minoría. Cuando el terrorismo golpea, la ira divisiva es una respuesta natural. La sabiduría radica, sin embargo, en comprender que nosotros, los de la India y Pakistán, estamos unidos por nuestro dolor compartido.

Fuente: La Nación (The Guardian)

viernes, 28 de noviembre de 2008

Una recuperación sustentable

Por: Jeffrey D. Sachs

La recesión global que hoy está en marcha es el resultado no sólo de un pánico financiero, sino también de una incertidumbre más elemental sobre la futura dirección de la economía mundial. Los consumidores están cancelando compras de casas y automóviles no sólo porque sufrieron un golpe a su riqueza tras la caída de los precios de las acciones y el valor de sus viviendas, sino también porque no saben adónde recurrir. ¿Deberían arriesgarse a comprar un auto nuevo cuando los precios del combustible podrían volver a subir? ¿Podrán poner comida en la mesa después de la aterradora subida de los precios de los alimentos de este año?

Las decisiones sobre las inversiones comerciales son aún más sombrías. Las empresas se rehúsan a invertir en un momento en que la demanda de los consumidores se está desplomando y enfrentan sanciones por riesgo sin precedentes por sus costos de préstamo. También enfrentan enormes incertidumbres. ¿Qué tipo de centrales eléctricas serán aceptables en el futuro? ¿Se les permitirá emitir dióxido de carbono como en el pasado? ¿Estados Unidos puede todavía permitirse un estilo de vida suburbano, con casas expandidas en amplias comunidades que exigen realizar largos trayectos en automóvil?

En gran medida, la recuperación económica dependerá de una sensación mucho más clara sobre la dirección del futuro cambio económico. Esa es básicamente tarea del gobierno. Después del liderazgo confuso y equivocado de la administración Bush, que no marcó un sendero claro para las políticas de energía, salud, climáticas y financieras, el presidente electo Barack Obama tendrá que empezar a trazar un curso que defina la futura dirección de la economía norteamericana.

Estados Unidos no es la única economía en esta ecuación. Necesitamos una visión global de recuperación sustentable que incluya el liderazgo de China, India, Europa, América latina y sí, incluso de África, durante mucho tiempo marginada de la economía mundial, pero una parte importante de ella hoy.

Hay unos pocos puntos claros en medio de las grandes incertidumbres y confusiones. Primero, Estados Unidos no puede seguir pidiéndole dinero prestado al resto del mundo como lo ha estado haciendo en los últimos ocho años. Las exportaciones netas de Estados Unidos tendrán que aumentar, lo que implica que las exportaciones netas de China, Japón y otros países con excedentes comerciales, en consecuencia, disminuirán. Los ajustes necesarios representan una oscilación de déficit a equilibrio de un volumen considerable de alrededor de 700.000 millones de dólares en la cuenta corriente estadounidense, o cerca del 5% del PBI de Estados Unidos.

El excedente comercial de China podría reducirse en la mitad de esa cantidad (con recortes en los excedentes comerciales que también afectarían a otras regiones globales), lo que representa un viraje en el PBI chino de las exportaciones netas a la demanda interna equivalente a entre el 5% y el 10% del PBI de China. Afortunadamente, China está promoviendo una importante expansión doméstica.

Segundo, la caída en el consumo norteamericano también debería ser compensada en parte por un incremento en la inversión estadounidense. Sin embargo, las empresas privadas no aumentarán la inversión a menos que exista una dirección clara para la economía. Obama hizo hincapié en la necesidad de una "recuperación verde", es decir, una recuperación basada en tecnologías sustentables, no simplemente en gasto de consumo.

Se debería reequipar a la industria automotriz norteamericana para que fabrique automóviles con bajas emisiones de carbono, ya sea híbridos eléctricos o vehículos simplemente operados a batería. Cualquiera de las dos tecnologías dependerá de una grilla eléctrica nacional que utilice formas de generación eléctrica con bajas emisiones, como plantas eólicas, solares, nucleares o alimentadas a carbón que capturan y almacenan las emisiones de dióxido de carbono. Todas estas tecnologías exigirán una financiación pública junto con inversión privada.

Tercero, la recuperación estadounidense no será creíble a menos que también exista una estrategia para volver a poner en orden las propias finanzas del gobierno. La idea de política económica de George W. Bush fue recortar tres veces los impuestos al mismo tiempo que alentó el gasto en la guerra. El resultado es un gigantesco déficit presupuestario, que se expandirá hasta alcanzar proporciones gigantescas en el próximo año (quizás 1 billón de dólares) bajo el peso adicional de la recesión, los rescates bancarios y las medidas de estímulo fiscal de corto plazo.

Obama necesitará poner en marcha un plan fiscal a mediano plazo que restablezca las finanzas gubernamentales. Esto incluirá poner fin a la guerra en Irak, aumentarles los impuestos a los ricos y también implementar en fases y de manera gradual nuevos impuestos al consumo. Estados Unidos actualmente recauda la proporción más baja de impuestos a los ingresos nacionales entre los países ricos. Esto tendrá que cambiar.

Cuarto, las regiones pobres del mundo tendrán que ser vistas como oportunidades de inversión, no como amenazas o lugares que deban ser ignorados. En un momento en que las principales compañías de infraestructura de Estados Unidos, Europa y Japón tendrán una capacidad ociosa considerable, el Banco Mundial, el Banco Europeo de Inversiones, el Banco de Exportaciones e Importaciones de Estados Unidos, el Banco Africano de Desarrollo y otros fondos de inversión pública deberían financiar un gasto en infraestructura a gran escala en África, para construir caminos, centrales eléctricas, puertos y sistemas de telecomunicaciones.

Siempre que los préstamos sean a largo plazo y conlleven una tasa de interés modesta (digamos, préstamos en dólares a 25 años a un 5% anual), los países receptores podrían saldar los préstamos gracias al importante estímulo en los ingresos que resultaría en el transcurso de una generación. Los beneficios serían extraordinarios, tanto para África como para los países ricos, que volverían a poner a trabajar a sus empresas y trabajadores calificados. Este tipo de créditos, por supuesto, exigiría una iniciativa global importante, en un momento en que ni siquiera las empresas de primera línea pueden pedir prestado por una noche, muchos menos por 25 años.

En los ciclos comerciales característicos, por lo general se deja que los países gestionen la recuperación, esencialmente, por cuenta propia. Esta vez necesitaremos de la cooperación global. La recuperación demandará importantes cambios en los equilibrios comerciales, las tecnologías y los presupuestos públicos.

Estos cambios a gran escala tendrán que ser coordinados, al menos de manera informal si no ajustadamente, entre las economías principales. Cada una debería entender las direcciones básicas del cambio que serán necesarias a nivel nacional y global, y todas las naciones deben intervenir en la utilización de nuevas tecnologías sustentables y la cofinanciación de responsabilidades globales, como mayores inversiones en infraestructura africana.

Hemos llegado a un momento en la historia en que el liderazgo político global cooperativo es más importante que nunca. Afortunadamente, Estados Unidos ha dado un paso gigantesco hacia adelante con la elección de Obama. Ahora es momento de entrar en acción.

Fuente: Project Syndicate

La moral y la debacle

Por: Robert Skidelsky

Después de la Primera Guerra Mundial, H.G. Wells escribió que había una carrera entre la moral y la destrucción. Decía que la humanidad debía abandonar sus actitudes guerreras o la tecnología la destruiría.

El pensamiento económico, sin embargo, transmitía una idea muy distinta del mundo. Aquí la tecnología reinaba merecidamente. Prometeo era un monarca benévolo que repartía los frutos del progreso entre su pueblo. En el mundo de los economistas, la moral no debía tratar de controlar la tecnología sino adaptarse a sus demandas. Sólo haciéndolo podría asegurarse el crecimiento y la eliminación de la pobreza. La moral tradicional se diluyó a medida que la tecnología multiplicó el poder productivo.

Nos hemos aferrado a esta fe en la salvación tecnológica mientras las viejas creencias decaen y la tecnología se vuelve cada vez más inventiva. Nuestra fe en el mercado – porque el mercado es la partera de la invención tecnológica—fue el resultado de esto. En nombre de esta fe hemos adoptado la globalización, la más amplia extensión posible de la economía de mercado.

En aras de la globalización, las comunidades de desvirtúan, los empleos se deslocalizan y las habilidades se reconfiguran continuamente. Sus apóstoles nos dicen que el deterioro indiscriminado de gran parte de las cosas que le dan sentido a la vida es necesario para lograr “la asignación eficiente del capital” y la “reducción de los costos de las transacciones”. La moral que se resiste a esa lógica es tachada de “obstáculo al progreso”. La protección –esa obligación que debe el fuerte al débil—se convierte en proteccionismo, un mal que engendra guerras y corrupción.

El hecho de que la debacle financiera global actual es consecuencia directa de la adoración de Occidente de dioses falsos es una idea que no se puede discutir, y mucho menos reconocer. Una de sus deidades principales es la “hipótesis del mercado eficiente” –la creencia de que el mercado fija con exactitud los precios de todas las transacciones en todo momento y evita manías y pánicos. El lenguaje teológico que podría haber denunciado la contracción del crédito como “la consecuencia del pecado”, el castigo por el enorme despilfarro, ya no se puede utilizar.

Pero consideremos la forma en que el término “deuda” (el pecado original contra Dios, con Satanás como el gran usurero) se ha convertido en “apalancamiento”, una metáfora de ingeniería que ha convertido la prohibición clásica de “endeudarse” en prácticamente la obligación de estar “altamente apalancado”. Estar endeudado alimenta la doble tentación de obtener lo que se quiere lo más rápido posible así como de obtener “algo a cambio de nada”.

La innovación financiera ha ampliado ambas tentaciones. Jóvenes genios de las matemáticas desarrollaron nuevos instrumentos financieros que, al ofrecer una reducción de los efectos negativos de la deuda, derribaron las barreras de la prudencia y el control. Los “mercaderes de la deuda” del gran economista Hyman Minsky vendieron sus productos tóxicos no sólo a los crédulos e ignorantes sino también a empresas codiciosas y a individuos supuestamente expertos.

El resultado fue una explosión mundial de las finanzas “Ponzi” –que toman su nombre del famoso estafador ítalo-estadounidense Charles Ponzi—que supuestamente hacían que el papel fuera tan seguro y valioso como las casas. En contraste, los virtuosos chinos, que ahorran una gran parte de sus ingresos, fueron criticados por los economistas occidentales por no entender que su deber hacia la humanidad era gastar.

El punto teórico crítico en la transición a una economía impulsada por la deuda fue la redefinición de la incertidumbre como riesgo. Este fue el logro principal de la economía matemática. Si bien cuidarse de la incertidumbre había sido tradicionalmente una cuestión moral, protegerse del riesgo es un asunto exclusivamente técnico.

La principal incertidumbre de la vida –el destino de nuestras almas inmortales—nos mueve hacia la moralidad. Incluso la existencia de una incertidumbre trivial da origen a convenciones y reglas generales que encarnan lo mejor de las experiencias humanas al tratar con lo desconocido. La abolición de la incertidumbre cancela la necesidad de tener normas morales.

Ahora, los acontecimientos futuros se podían descomponer en riesgos calculables, y se podían desarrollar estrategias e instrumentos para satisfacer toda la gama de “preferencias de riesgo”. Además, puesto que la competencia entre los intermediarios financieros presiona constantemente a la baja el “precio del riesgo”, el futuro quedó (en teoría) prácticamente libre de riesgos.

Esta monstruosa vanidad de la economía contemporánea ha llevado al mundo al borde del desastre. Obviamente, los tabús tradicionales relacionados con el dinero tuvieron que flexibilizarse hace siglos para que el capitalismo arrancara. Por ejemplo, la prohibición clásica contra la usura se suavizó de ser una prohibición de cobrar intereses en todos los préstamos para convertirse en una restricción del cobro de intereses sobre los préstamos de dinero al que el prestamista no podía dar otro uso, es decir, sobre sus “reservas” o saldos en efectivo.

Sin el desarrollo del financiamiento de la deuda, el mundo sería mucho más pobre. Sin embargo, pasar de un extremo (conservar el dinero excedente bajo el colchón) al otro (prestar el dinero que no se tiene) es eliminar el término medio sensato.

El régimen de supervisión prudencial que inició el Banco de España en respuesta a las crisis bancarias españolas de los años ochenta y noventa muestra cómo podría ser ese término medio sensato. Los bancos españoles tienen la obligación de aumentar sus depósitos en proporción a sus préstamos y a apartar capital frente a los activos que estén fuera del balance.

Con pocos incentivos para crear “vehículos de inversión estructurados”, pocos bancos españoles lo hicieron y así evitaron el apalancamiento excesivo. Como resultado, los bancos españoles en general tienen disposiciones para cubrir el 150% de las deudas incobrables mientras que los bancos británicos sólo cubren entre el 80 y el 100%, y los compradores de casas en España deben pagar un depósito de entre el 20 y el 30% del valor de la propiedad, mientras que en años recientes se han concedido rutinariamente hipotecas del 100% en los Estados Unidos y el Reino Unido.

H.G. Wells tenía razón sólo en parte: la carrera entre la moral y la destrucción abarco no sólo la guerra sino también la vida económica. Mientras sigamos recurriendo a soluciones técnicas para tapar las fallas morales y los gobiernos se sigan apresurando a otorgar paquetes de rescate que permiten que el carrusel comience de nuevo, estaremos condenados a ir dando tumbos de delirio en delirio con intervalos de colapso. Pero en algún momento nos enfrentaremos a algún límite al crecimiento.

Fuente: www.project-syndicate.org

martes, 25 de noviembre de 2008

El lobby feroz

Por: Alejandro Navarro

Muchas veces he sostenido que aparte de la monarquía presidencial tenemos sólo dos poderes y medio del Estado, esto porque el Parlamento no es un poder autónomo, ya que fundamentalmente depende de las urgencias que el Ejecutivo pone al trámite legislativo.

Esto lo reafirmo tras la sesión de ayer en que la Cámara de Diputados rechazó, sin discusión y por unanimidad, una serie de indicaciones que hicimos para considerar las opciones de sofware libre o no licenciado en las cotizaciones de los servicios del Estado, y que habían sido aprobadas por el Senado en el marco de la discusión del Presupuesto 2009, en gran parte debido al lobby desplegado por algunas empresas e incluso por ministros que no se resignaron, después de meses de debate a la decisión en conciencia de los senadores.

Al final, lo que queda es la sensación de una cada vez más disminuida defensa del legítimo derecho de los parlamentarios, elegidos por los ciudadanos, para votar libremente y tener iniciativa legislativa. Por el contrario, la fórmula del clientelismo con el gobierno y hacia los electores parece ser el eje en que se basa actualmente la aprobación de algunas leyes.

Por eso un correo electrónico de un ministro pidiendo rechazar estas indicaciones, a última hora, más que una opinión legítima se parece más a un acto de presión indebida, pues gatilla en los legisladores la incertidumbre sobre los proyectos que esa cartera puede desarrollar en su región si no se toman en cuenta sus “recomendaciones”.

Es además una doble mala señal si consideramos que para el lobby empresarial y de defensa de grandes intereses sobran puertas para abrirse y se ejercita recurrentemente en los pasillos del Congreso, mientras que para la legítima demanda ciudadana y de los trabajadores se priorizan las vallas policiales, las calles cerradas, las dificultades de acceso al Parlamento y los carros lanzaaguas. Con razón aún no tenemos ley de lobby.

No se puede legislar siendo vulnerable a las publicaciones en los medios y a las llamadas de último minuto. Necesitamos que se transparente el lobby que se hace a favor o en contra de las leyes, empezando por no disfrazar de interés común lo que en realidad es interés particular.

Las indicaciones sobre software libre en las cotizaciones fiscales apuntaban en la dirección de disminuir los 27 mil millones de pesos que el Estado contempla en el presupuesto 2009 y los 25 mil millones del 2008 en el ítem “programas informáticos”, eufemismo tras el cual se esconde un millonario y creciente pago de licencias, cuando para usos no especializados existen hoy en el mercado opciones muchas más baratas o gratuitas de igual calidad.

La Cámara se cerró a este debate desconociendo el interés de una importante cantidad de chilenos que entienden la importancia de desarrollar nuestra propia tecnología, como lo han hecho países que queremos imitar como Finlandia, y no ser colonizados mediante una dependencia tecnológica que se parece bastante a la del petróleo, con la diferencia que en la primera tenemos mucho que hacer.

Que después no nos extrañe que los profesionales y los jóvenes, quienes mejor entienden este tema no quieran inscribirse o voten blanco y nulo. A ellos, mis disculpas por este bochornoso episodio que revela nuestro analfabetismo digital y que, al contrario de los que algunos sostienen, nos aleja de lo que efectivamente es la neutralidad tecnológica.

Fuente: http://blog.latercera.com/blog/anavarro/entry/el_lobby_feroz

lunes, 24 de noviembre de 2008

Chávez contra CNN

¡Bienvenidos a la neomodernidad!

Por: Fernando Vallespín.

Toda crisis, y ésta parece ser de las más profundas, introduce una importante cesura en el tiempo histórico. Nunca es un corte drástico, desde luego, siempre hay elementos de lo viejo que siguen perviviendo en lo nuevo. Pero sí sirven al menos para hablar de un antes y un después. Y creo que esto es lo que va a ocurrir con esta nueva crisis. La gran cuestión es si somos capaces de anticipar los rasgos básicos de la sociedad que viene, si podemos saber en qué se diferenciará de lo ya conocido. Tengo para mí que la sociedad del futuro inmediato abandonará algunos de los rasgos más conspicuos de eso que hemos venido calificando como posmodernidad para volver a muchos de los de la anterior fase moderna sin que ello signifique un pleno retorno a ella. Será una novedosa y curiosa síntesis de presupuestos modernos bajo las condiciones objetivas de una sociedad global y mucho más compleja, una neomodernidad. Especulemos.

El rasgo más marcado del cambio, ya lo estamos viendo, es el renovado protagonismo de la economía. Frente a la prioridad que en la anterior fase posmoderna acabó teniendo lo cultural -en un sentido lato-, se alza ahora lo económico como el factor central de la actividad humana. Por el momento, habrá que arrinconar tesis como la de Huntington, que creía ver en lo identitario-cultural la esencia del conflicto contemporáneo. Tanto en la dimensión política global como en la interna, los conflictos en torno a la distribución de los recursos pasarán al centro del interés y se postergarán los identitarios. La redistribución, la lucha contra la desigualdad, volverá a dominar el debate político después de haber sido durante décadas la gran cuestión olvidada. Regresarán los clásicos conflictos sociales con raíz de clase y es previsible imaginar una reverdecida presión para alcanzar una mayor equidad fiscal. ¿Cómo justificar ahora, por ejemplo, ante la nueva menesterosidad, el escapismo fiscal de que han venido disfrutando los más privilegiados? No deja de ser irónico que la elección de Obama, que representa un hito en las "luchas por el reconocimiento" posmodernas -de minorías étnicas en este caso-, acabe por significar la afirmación de políticas de igualdad frente a las de la "diferencia".

Valores como solidaridad, igualdad, autoridad, esfuerzo, responsabilidad, cotizarán al alza. Los clásicos valores densos de nuestra herencia moderna postergarán a los más ligeros -líquidos, en la jerga de Bauman- del "todo vale", la gratificación inmediata, el hiperconsumo, la autorrealización individual. No saldremos de eso que los sociólogos califican como "individualización", pero habrá una tendencia a moderar el individualismo y el privatismo radicalizado en aras de un mayor compromiso con los objetivos sociales generales. Todo ello en nombre del gran valor de la modernidad: el orden. Lo ambivalente, ambiguo, relativo, esos rasgos esenciales del pluralismo posmoderno, serán mirados con sospecha. Orden y seguridad, asociados a bien común y solidaridad, tienen garantizada buena prensa en momentos en los que acucia la necesidad y el miedo. El gran gestor del orden, la seguridad y la estabilidad, pero también de la protección social más general, ha sido siempre el Estado, el héroe de la modernidad clásica. Parece obvio que volverá a gozar de una renovada legitimidad. Un Estado al que seguramente se le exigirá mucho más de lo que está en condiciones de dar. Pero será el gran protagonista de los tiempos venideros.

A la vista del actual agotamiento de los procesos de integración regional y de la afirmación de los nuevos Estados emergentes, la política de la nueva sociedad global se sujetará más a la clásica pauta de la colaboración "inter-nacional" que a la gobernanza "transnacional" propiamente dicha. "Gobernanza entre Estados" y geopolítica clásica. Es un craso error en momentos en los que mandan las interdependencias y la solución de problemas pasa por poner en común importantes dimensiones de la soberanía (sovereignty pooling).

Ad intra el Estado garantizará también medidas que calmen la ansiedad ante la inmigración, más fronteras, mayores garantías de los intereses nacionales, menor predisposición a tolerar los mecanismos de autoorganización social. Vuelta al big government y a las certidumbres locales, a la tentación de reafirmar el egoísmo de país, la razón de Estado, el paternalismo burocratizado. Parece una demanda difícil de resistir si es reclamada por los ciudadanos y dentro de una competencia entre Estados por ver quién es capaz de resolver mejor sus problemas por sí mismo. Aunque, no nos equivoquemos, si emprendemos esta senda entraremos en una importante crisis de gobernabilidad. Necesitamos nuevos instrumentos políticos para resolver los acuciantes problemas sociales heredados.

Tanto la vuelta a los nuevos / antiguos valores densos como el protagonismo estatal ofrecerán una nueva oportunidad a las políticas de izquierdas. Habrán recuperado, por decirlo así, las palancas sobre las que se apoyaban para emprender reformas. Es hasta posible que los sindicatos recuperen una parte de su poder y prestigio perdido. Pero huérfanas de un claro sentido de la idea de progreso y en su énfasis por gestionar una política dirigida a evitar los grandes males -desempleo, pensiones, pérdida de competitividad- abandonarán gran parte de su dimensión utópica. Se tratará de izquierdas administradoras de la nueva escasez, un papel que ya hubieron de asumir en otros tiempos históricos. Sus programas los dictará más la conservación de lo ya alcanzado que lo que queda por conseguir; administrar las pérdidas más que anticipar las ganancias derivadas de emprender un nuevo camino.

Un liderazgo acertado podrá, en todo caso, aprovechar la ocasión para desprenderse de los modelos fracasados y reconducir el orden social hacia un nuevo contrato social, un pacto social-democrático de nuevo cuño que sea capaz de trasladar la parroquial política estatal hacia una más decidida política de colaboración sintonizada a las dos dimensiones ya imprescindibles: la esfera transnacional y la cooperación con la sociedad civil. La política del futuro deberá estar menos pendiente de la gestión directa que de la impulsión y galvanización de acuerdos, iniciativas, persuasión, movilización ciudadana. Y esto último parece absolutamente decisivo en unos momentos en los que el imprescindible retorno de la política sigue encontrando un inmenso escollo en la desconfianza que amplios sectores de la ciudadanía siguen sintiendo hacia lo político.

No es de excluir, sin embargo, una alternativa que recupere la esencia del ya conocido populismo de derechas, la tozuda vuelta al Estado de ley y orden alimentado por un nacionalismo revivido. Fronteras, xenofobia, reafirmación de las identidades nacionales. Sería la otra dimensión, mucho más siniestra, del conservacionismo rampante. Es un discurso que encuentra el terreno abonado en situaciones de crisis, sobre todo si es capaz de engarzarse con éxito a los nuevos temores y consigue dar con una fórmula retórica capaz de catalizar el descontento general.

Con todo, el triunfo de Obama nos ha ubicado ante una ruta más positiva. Y nos ha dado las claves para recordar que, a pesar de todo, hay una inmensa fuente de poder social creativo que puede ser movilizado políticamente si encontramos las claves necesarias para hacerlo realidad. En democracia no hay poderes que estén cristalizados de una vez por todas. El poder es energía social que fluye y que siempre podemos ser capaces de canalizar hacia aquellos fines que merezcan ser emprendidos. Hoy no podemos eludir una orientación realista que, pragmáticamente, tome en consideración lo dado. Pero el nuevo pensamiento único de la rígida defensa de lo que existe no será capaz siquiera de satisfacer este objetivo si se aferra a las viejas certidumbres y a los antiguos instrumentos de acción política. Se echa en falta imaginación, liderazgo y un claro proyecto de futuro. Menos "conservacionismo" y más sentido del progreso.

Lo decisivo de esta vuelta a la modernidad que se atisba en el horizonte es el contenido de que vayamos a dotar a lo nuevo de la neomodernidad, la forma en la que seamos capaces de extraer las consecuencias oportunas de la experiencia histórica y la aprovechemos para innovar social y políticamente. Si se recupera la política el futuro estará siempre abierto.

Fuente: El País (España).

América Latina y sus nuevas amistades

Por: Moisés Naím

Mientras Hu Jintao, el presidente chino, visitaba Costa Rica, Perú y Cuba su colega ruso, Dmitri Medvédev, embarcaba hacia Brasil, Perú, Cuba y Venezuela donde coincidirá con la llegada del crucero nuclear ruso Pedro el Grande para participar en maniobras conjuntas con la Marina venezolana. Hace un mes dos avanzados cazabombarderos nucleares rusos volaron a Venezuela para hacer ejercicios con la Fuerza Aérea de ese país. El 1 de noviembre Celso Amorim, ministro de Relaciones Exteriores de Brasil, se reunió en Teherán con el presidente Mahmud Ahmadineyad a quien le llevó una invitación del presidente Luiz Inácio Lula Da Silva para visitar Brasil. El año pasado Ahmadineyad fue el primer mandatario iraní en viajar a América Latina, donde se reunió con los presidentes Hugo Chávez, Daniel Ortega, Evo Morales y Rafael Correa. Hace poco y después de expulsar al embajador estadounidense, Evo Morales anunció que los ciudadanos iraníes podrían entrar libremente en Bolivia sin necesidad de visado y que mudaría a Teherán la Embajada que Bolivia mantiene en El Cairo.

Los viajes entre América Latina e Irán se han facilitado gracias a la nueva ruta aérea Caracas-Damasco-Teherán. La prensa oficial iraní también recibió con beneplácito el nombramiento del nuevo presidente de Paraguay, Fernando Lugo, a quien describió como "enemigo del gran Satanás" y cuyo ministro de Relaciones Exteriores, Alejandro Hamed Franco, tiene prohibida la entrada en Estados Unidos y volar en aerolíneas de ese país ya que se le acusa de ser un importante líder de Hezbolá en la región. También por estos días, Venezuela ha inaugurado, en Minsk, el Centro Bielorruso-Venezolano de Cooperación Técnica y Científica con el fin de estrechar los lazos académicos entre las dos naciones. Estos lazos, si bien recientes, ya son bastante estrechos. El Gobierno venezolano es buen cliente de las industrias de armas de ese país y cuando Rusia amenazó con cortarle el gas a Bielorrusia si no le pagaba lo que le debía una llamada del presidente Lukashenko a su nuevo amigo venezolano resolvió el problema. Hugo Chávez le dio en el acto los 478 millones de euros que necesitaba para pagar a los rusos. Sucede además que a Lukashenko -también llamado el último dictador europeo- no le sobran amigos. Según Reporteros sin Fronteras, la respetada organización que monitoriza la libertad de prensa en el mundo, "la omnipresencia del retrato del jefe del Estado en las calles y en las portadas de los periódicos en países como el Túnez de Zin el Abidín Ben Alí, la Libia de Muammar el Gadafi, la Bielorrusia de Alexándr Lukashenko debería convencer a los escépticos de la ausencia de libertad de prensa". Esto quizás lo pudo comprobar personalmente la presidenta argentina, Cristina Kirchner, quién hace poco visitó Argelia, Túnez, Egipto y Libia. Según fuentes diplomáticas, uno de los propósitos de la visita de la presidenta a Argelia fue la potenciación de la cooperación entre los dos países en materia espacial. (Sí; yo también lo tuve que leer dos veces. La cooperación es espacial).

Esta visión panorámica de las nuevas amistades de América Latina debe ser puesta en perspectiva. Es importante enfatizar, por ejemplo que las razones que motivan el aumento de los lazos de China con América Latina son distintas de las que impulsan a Moscú o Teherán. Detrás de los discursos, las expresiones de amistad, los aburridos banquetes oficiales aderezados con danzas folklóricas y encuentros académicos aún más aburridos hay realidades simples y brutales: China está en América Latina para comprar materias primas, Rusia para vender armas e Irán para luchar contra las sanciones que lo asfixian. Lo demás es adorno.

Como se sabe, China necesita asegurarse tantos suministros de energía, minerales y alimentos como pueda. Su crecimiento y su estabilidad política dependen de ello. En el caso de Rusia, por supuesto que el apoyo estadounidense a Georgia en la reciente guerra fue un irritante que ahora motiva al Kremlin a mostrar que también ellos pueden meterse a fastidiar a los yanquis en su vecindario. Pero para los familiares, socios y amigos del Kremlin las cuentas que verdaderamente importan no son las geopolíticas: son las bancarias. Las ventas de armas de Rusia a América Latina pasaron de 300 millones de dólares en 2001 a 3.000 millones en 2006 y la región es hoy uno de los más importantes clientes de armas rusas en el mundo. Y para Irán, América Latina es uno de los pocos respiraderos que le deja una maraña de sanciones que crecientemente restringe y asfixia su actividad internacional.

Las nuevas amistades de América Latina serán puestas a prueba por la crisis económica. La región pronto se enterará si sus nuevos amigos la buscan por su belleza, su cultura y su ideología o por sus riquezas.

Fuente: El País (España).

miércoles, 19 de noviembre de 2008

¡Vuelta a Keynes! Regresa la economía política

Por: Justo Zambrana

En los días que corren es difícil pensar en algo que no sea cómo salir del agujero en el que nuestra economía y la de otros muchos países comienza a entrar. El caos financiero, controlado por la masiva intervención de los Gobiernos, era la avanzadilla de un cambio de ciclo que se está materializando después. Las Bolsas de valores se desploman. El paro sube vertiginosamente, los consumos caen, y la actividad económica decrece. La crisis muerde en la economía real. Entramos en recesión. Una crisis que no es asimilable a las de los últimos 30 años y sí a las del siglo XIX y principios del XX, incluida la del 29.

No alcanzo a leer ninguna propuesta neoliberal o neocon pidiendo la inhibición de los poderes públicos y el restablecimiento del laissez faire. ¿Alguna voz pide que dejemos al mercado arreglar por sí solo lo que ha desarreglado? Muy pocos son los que proponen contracción de lo público, al tiempo que se contrae lo privado (Aznar entre ellos). Las diferencias de mensaje que se perciben son entre quienes quieren un mínimo de intervención con marcha atrás -que algo cambie para que todo siga igual- y quienes piensan que es necesario recuperar el equilibrio entre lo político y lo económico roto en las últimas décadas. Cambio de modelo. Derecha e izquierda nuevamente.

Desde la izquierda, explícitamente, y desde la derecha, tácitamente, el grito es "vuelta a Keynes". No es una situación nueva. El Partido Republicano gobernó EE UU (Eisenhower, Nixon) durante años aplicando un keynesianismo implícito. Enterrado en los años setenta, Keynes resucita, y neokeynesianos son varios recientes premios Nobel de Economía. Sin embargo, no en vano han transcurrido más de 70 años desde que Keynes publicara la Teoría General. Muchas cosas han cambiado desde entonces. Tres me parecen especialmente relevantes: una, el grado de globalización de la economía; dos, el stock de materias primas, y tres, los cambios en la morfología social.

Cuando el 14 y 15 de noviembre se reunieron en EE UU los jefes de Estado y de Gobierno del G-20, tenían ante sí un mundo disléxico: globalizado por las tecnologías y los mercados, pero con las instituciones amarradas al Estado-nación. El mercado y las tecnologías han corrido mucho más que la política. Una política a la que se le han venido escapando crecientes trozos de realidad. Frente a la globalización, en el mundo no hay menos países, sino más. Son las resistencias identitarias frente a los flujos de la globalización. A la vista de lo que ocurre en la Europa de los Veintisiete, más complejidad política.

El referente reiteradamente citado estos días es la conferencia de Breton Woods. Es comprensible el atractivo del símbolo, pero esperemos que la realidad sea otra. En Breton Woods las propuestas de Keynes salieron derrotadas y prosperaron las de White, mucho más conservadoras. La utilidad de los organismos creados fue importante pero limitada, y por no mucho tiempo. Desde finales de los sesenta, tanto el Fondo Monetario Internacional como el Banco Mundial sólo han sido relevantes, lo que no quiere decir beneficiosos, para los países en vías de desarrollo.

Ahora en la mesa no están sólo Estados Unidos y parte de Europa como actores decisivos, sino otros muchos, y lo que se necesita son instrumentos bastante más poderosos de lo que fueron y son el FMI y el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD). Instrumentos con capacidad de intervención y control, que de llevarse a cabo suponen cesiones de soberanía. ¿Podrá hacerse lo que no se ha hecho en la ONU y que tanto trabajo cuesta en Europa, donde Reino Unido aún no ha ingresado en el euro?

El problema central para dar respuesta a la recesión económica que se entrevé en el horizonte surge de la fragmentación de los marcos políticos frente a la globalización económica. La solución keynesiana exige actuar sobre la demanda acentuando la propensión al consumo y el incentivo a la inversión. En crisis esto sólo lo puede hacer el Estado, y los Estados son muchos, dirigidos por políticos con ideologías muy diferentes y en situaciones socioeconómicas muy variadas. Pero no caben soluciones individuales. Ningún país puede alimentar su consumo y su inversión elevando su deuda pública si los demás, estando en la misma situación, no lo hacen a su vez. Estaría cavando su fosa. ¿Es posible una coordinación de medidas económicas entre los diferentes países similar a la que se ha producido en el ámbito financiero? Ése es el reto. Se necesita un cambio de modelo.

El segundo asunto, excesivamente obviado en los análisis circulantes, es el precio de las materias primas. Entre las teorías que pretendieron explicar los misteriosos ciclos económicos del capitalismo antes del año 29, una, la de Jevons, situaba el origen de las fases bajistas en las cosechas agrícolas. Una idea nada desdeñable en el siglo XVIII y parte del XIX. Keynes, con acierto, cambia en el Libro VI de su Teoría General cosechas por materias primas. La subida de precios de las materias primas hace bajar la tasa marginal de ganancia del capital y ello desencadenaría la fase descendente. Así comenzó la crisis de 1973. En la actual, el factor desencadenante ha sido, según la mayoría, el mercado hipotecario estadounidense y la burbuja inmobiliaria que le acompañaba. Creo que se olvida la galopada al alza de todas las materias primas, con el petróleo a la cabeza. El tema no es baladí. La incorporación de China, India, Brasil, etcétera, a las pautas de consumo de los países ricos, significa multiplicar por tres, como mínimo, el potencial de consumo. Iniciada la recuperación, las materias primas volverán a la escalada de precios, y dificultarán la misma. La rigidez de la oferta irá contra el resurgir de la demanda.

Queramos o no, esta crisis nos va a poner sobre el escenario varios de los problemas estructurales que marcarán el siglo XXI. Cambio climático, agotamiento a la vista de la energía de los hidrocarburos fósiles, límites ecológicos del planeta, etcétera. O sea, la sostenibilidad de nuestros modelos de crecimiento. Serán necesarios cambios tan profundos como difíciles. También en esto se necesita cambio de modelo.

Y finalmente la política. El keynesianismo acompañó durante los "treinta gloriosos" años de posguerra un predominio político de las ideas socialdemócratas. La Teoría General suponía conceder la primacía a la "economía política" sobre la "teoría económica" de la doctrina clásica. Esa primacía de la política encontraba eco en las texturas de la sociedad industrial. Hoy las pautas sociales en la sociedad informacional son muy otras. De las clases estructuradas para la producción hemos pasado al individuo ligado a los consumos, de apostar por el gran día futuro de los relatos ideológicos, a las exigencias del aquí-ahora. Las sociedades postmodernas son "sociedades del acontecimiento" donde sólo el Estado parece poder ser "el guardián de los relojes".

La postmodernidad nació acompañada de un liberalismo tanto social como económico en el que se mezclaban Adam Smith con Mayo del 68. Pero a los neoliberales pronto le sucedieron los neocon y el liberalismo económico extremo ha ido de la mano de fundamentalismos religiosos y el conservadurismo más rancio. A los 30 "gloriosos" y keynesianos años de posguerra le han sucedido otros 30 de hegemonía liberal-conservadora. Keynes y Kant bajaron a las catacumbas mientras Friedman y Nietzsche campaban por sus respetos. Muchos pensaron que las sociedades dispersas, ligadas al consumo y la información, serían ya siempre juguetes en manos de los mercados sin capacidad de reacción política. Las elecciones americanas acaban de demostrar que las miríadas de individuos-consumidores también son capaces de imponer los valores de la racionalidad política. Una vez más, donde surge el peligro allí está la salvación.

El mundo inercial que nos proponían los augures del fin de la historia ha tenido un recorrido corto. Lejos de toda grandilocuencia refundacional hay mimbres para recuperar el equilibrio entre la política y la economía, que siempre fue la mejor característica de las democracias liberales. Cambio de modelo. Que algo cambie para que todo cambie.

Fuente: El País (España).

Regresa el 'poder blando'

Por: Paul Kennedy

Hay mucho que decir -y se está diciendo- sobre la histórica victoria de Barack Obama en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, y los analistas de las fascinantes transformaciones de la sociedad estadounidense actual pueden explicar el resultado mucho mejor que yo. Pero, cuando observaba la extraordinaria reacción de otros países al triunfo de Obama, a la mañana siguiente de que el mundo conociera su victoria, sentí la tentación de ir un poco más allá.

¿Contribuirá el atractivo de este hombre en todo el mundo a la capacidad de Estados Unidos de persuadir a otros países para que acepten su liderazgo y aprueben medidas que Washington desee pero sobre las que los demás miembros del sistema internacional puedan no sentir tanto entusiasmo? ¿Convencerá a los Gobiernos y los pueblos de otras naciones de que las políticas made in USA son buenas para la humanidad en su conjunto?

Porque ésa es, al fin y al cabo, la definición del término poder blando defendida por el profesor de Harvard Joseph Nye en unos libros publicados en los años noventa. Durante demasiado tiempo, alegaba Nye, los estudiosos habían prestado una atención excesiva a los aspectos más duros del poder militar, económico y financiero, y habían ignorado la importancia de las características nacionales que permitían que determinados países "hicieran amigos e influyeran en la gente" mejor que otros.

Nye consideraba que un estilo de vida atractivo, una cultura interesante, la capacidad de ir de la mano de la opinión mundial en vez de ir en su contra, podían ser unas herramientas tan útiles para un país como la habilidad de los diplomáticos, la solidez financiera e incluso los grandes portaaviones. Es evidente que cuando Nye elaboró estas ideas, creía que Estados Unidos contaba con la mayoría de los atributos del poder blando; pensaba, con razón, que Hollywood, MTV y la cultura juvenil norteamericana tenían mucho más atractivo para el mundo que la desintegrada Unión Soviética y la falta de libertades en China.

Además, amplias zonas del mundo avanzaban en la dirección señalada por los fundadores de la nación norteamericana: democracia, imperio de la ley, libertad económica, etcétera. La posición de EE UU en el mundo estaba reforzándose, para confusión de los que escribían sobre el declive norteamericano. Las tres patas sobre las que se apoyaba su preeminencia -el poder militar, el poder económico y el poder blando- iban a mantener a la república en la cima durante generaciones.

Pero entonces llegaron George W. Bush, Dick Cheney, Donald Rumsfeld y las políticas neocon de activismo militar, agresividad ideológica, anulación de derechos humanos esenciales, excesiva importancia de "la guerra contra el terror" y una repugnancia patológica, ejemplificada en John Bolton, hacia el multilateralismo. De acuerdo con todas las formas de medir la opinión mundial -por ejemplo, los sondeos de la Fundación Pew-, el Gobierno de Bush se convirtió en la más impopular de la historia reciente de Estados Unidos. No es extraño, por tanto, que el poder blando estadounidense se viniera abajo. La capacidad de la Casa Blanca de convencer a otros países desapareció; la simpatía mundial tras los atentados del 11-S se evaporó poco a poco, incluso en países tradicionalmente amigos de Estados Unidos.

La alegría colectiva que experimentó hace dos semanas todo el mundo ante el final de la era de Bush fue prueba de hasta qué punto el país de Lincoln, Wilson, Franklin Delano Roosevelt y Kennedy se había ganado la antipatía internacional durante los últimos ocho años.

Sin embargo, el poder blando, quizá por su propia naturaleza, es muy volátil. Y seguramente es más ajustable y moldeable que, por ejemplo, un declive relativo y prolongado del poder militar y estratégico. Así que la pregunta que debe interesarnos es ésta: ¿servirá la victoria electoral de Barack Hussein Obama para devolver a Estados Unidos la tercera pata del taburete que sostiene su posición mundial: la ventaja del atractivo político e ideológico?

A juzgar por las noticias aparecidas en la prensa de todo el mundo, la respuesta es un sí sin reservas. Como era de prever, el presidente francés Nicolas Sarkozy, siempre dispuesto a ser el primero, envió a Obama este mensaje: "Su elección suscita en Francia, en Europa y en todo el mundo una inmensa esperanza". Y ofreció un abrazo francés que el próximo inquilino de la Casa Blanca haría bien en aceptar con cautela, aunque los sentimientos sean sinceros. Por lo demás, el júbilo en África e Indonesia, que sacan a relucir su relación con Obama, es general. Y según The New York Times, un librero de 24 años de Caracas, Venezuela, dijo: "Es agradable poder volver a sentirnos satisfechos de EE UU".

Los regímenes que no permiten elecciones libres están claramente inquietos por la onda expansiva de Obama, del mismo modo que sus adversarios políticos se sienten animados por este ejemplo asombroso de transparencia democrática. E incluso al fundamentalista más ciego de Hezbolá o Irán le será difícil acusar a alguien llamado Barack Hussein (descendiente del profeta) de tener un prejuicio antimusulmán intrínseco.

Desde luego, si Obama intenta apoyarse exclusivamente en los buenos deseos internacionales para impulsar políticas que beneficien a Estados Unidos, será como un automóvil que tratase de funcionar con aire caliente en vez de gasolina; y la luna de miel se acabará de inmediato.

Lo que debe hacer el próximo presidente es reconocer con claridad cuáles son las esperanzas que le han dado tanta popularidad en tantas partes distintas del mundo: las esperanzas africanas de que preste verdadera atención y ayude de verdad al atribulado continente; los deseos latinoamericanos de que mantenga las políticas liberales en comercio e inmigración, haga algo para superar el punto muerto en las relaciones con Cuba y muestre verdadero respeto por Latinoamérica; las aspiraciones en Europa, Canadá y Australia de que se tome en serio las obligaciones de Estados Unidos con las instituciones y los tratados internacionales, incluidos los compromisos ambientales y antiproteccionistas; y las esperanzas de los árabes moderados de que ofrezca algo más que buenas palabras a los palestinos.

Todas estas aspiraciones son mucho más fáciles de proclamar que de hacer realidad, como sin duda sabe Obama, y todas necesitarán compromisos entre algunas de sus promesas de campaña a los votantes estadounidenses y los simpatizantes con los que cuenta en el extranjero. Pero, si verdaderamente quiere restaurar el poder blando de su país, tendrá que empezar por ofrecer al mundo algunas de las cosas con las que sueñan los extranjeros; no todo el paquete, por supuesto, pero sí algunos elementos que den buena imagen y ayuden a aplacar los numerosos temores y preocupaciones mundiales.

Para eso, le será muy útil estudiar con detalle la retórica y las políticas de sus antecesores Wilson, FDR y JFK. Porque, como saben los historiadores de esas presidencias, ninguno de estos estadistas hizo nada más que defender los intereses "nacionales" de Estados Unidos. Lo que tuvieron en común fue el ingenio y la inteligencia para saber combinar lo que convenía a su país con lo que convenía al mundo o, al menos, a grandes partes de él. Convencieron a millones de personas en todo el planeta de que debían tener fe en el compromiso, el juicio y el liderazgo de EE UU y, por consiguiente, tomarse en serio las propuestas reformistas nacidas de la Casa Blanca. Y eso es la esencia del poder blando.

Ahora bien, este poder, como es blando, puede disolverse con rapidez. Una buena parte de un mundo ansioso espera anhelante la llegada de la presidencia de Obama y, en su mayoría, tiene la sensatez suficiente para no contar con una especie de milagro en los 100 primeros días. La gente va a juzgar lo que vea, como los votantes de Ohio y Florida, y está dispuesta a conceder al nuevo hombre el beneficio de la duda, pero no siempre, quizá no durante mucho tiempo. Como tantas otras cosas en la vida y la política, el intento de Obama de restaurar el poder blando estadounidense tiene un plazo.

Fuente: El País (España).

Salvar los mercados emergentes

Por: Dani Rodrik, profesor de Economía Política en la Escuela John F. Kennedy de Ciencias Políticas.

Si el mundo fuera justo, la mayoría de los mercados emergentes estarían contemplando desde la barrera cómo se hunden las economías avanzadas en la crisis financiera: si no totalmente libres de sus consecuencias, tampoco excesivamente preocupados. Por una vez, lo que ha prendido fuego a los mercados financieros no han sido los excesos de esos países, sino los de Wall Street.

Las posiciones fiscal y exterior de los mercados emergentes han estado más fuertes que nunca, gracias a las duras lecciones aprendidas de su propia historia, propensa a las crisis. Puede incluso que hayamos permitido a esos países cierta medida de schadenfreude respecto de los problemas de los Estados Unidos y otros países ricos, del mismo modo que podemos esperar que los chicos sientan un disfrute perverso al ver a sus padres meterse en los problemas contra los que éstos avisan tan insistentemente a sus hijos.

En cambio, los mercados emergentes están sufriendo convulsiones financieras de unas proporciones posiblemente sin precedentes. Lo que se teme no es ya que no puedan aislarse, sino que sus economías podrían verse arrastradas a crisis mucho más profundas que las que se vivirán en el epicentro del desastre de las hipotecas de gran riesgo.

Algunos de esos países deberían haber tenido más discernimiento y haberse protegido antes. Islandia, que se volvió esencialmente un fondo especulativo muy apalancado, tiene poca excusa. Otros países de la Europa central y oriental, como, por ejemplo, Hungría, Ucrania y los Estados bálticos, estaban viviendo también peligrosamente, con grandes déficits por cuenta corriente y empresas y familias que contraían enormes deudas en divisas. De la Argentina, el enfant terrible del sistema financiero internacional, siempre se podía esperar que buscara alguna artimaña para aterrar a sus inversores: en este caso, una nacionalización de sus fondos privados de pensiones.

Pero los mercados financieros han hecho pocas distinciones entre esos países y otros como México, Brasil, Corea del Sur o Indonesia, que hasta hace unas semanas parecían modelos de salud financiera.

Piénsese en lo que ha sucedido a Corea del Sur y Brasil. Ambas economías han experimentado crisis cambiarias en épocas relativamente recientes –Corea del Sur en el período 1997-1998 y el Brasil en 1999– y los dos países adoptaron medidas a continuación para aumentar su resistencia financiera. Redujeron la inflación, hicieron flotar sus divisas, obtuvieron superávits exteriores o tuvieron déficits pequeños y –lo que es más importante– acumularon montañas de divisas (que ahora exceden oportunamente sus deudas exteriores a corto plazo). El buen comportamiento financiero del Brasil fue recompensado en época tan próxima como el mes de abril de este año cuando Estándar & Poor’s aumentó su calificación de solvencia al grado de apto para la inversión. (Corea del Sur hace varios años que la obtuvo.)

Pero, aun así, esos dos países están recibiendo golpes en los mercados financieros. En los dos últimos meses, sus divisas han perdido una cuarta parte, aproximadamente, de su valor frente al dólar de los EE.UU. Sus mercados de valores han perdido más incluso (el 40 por ciento en el Brasil y una tercera parte en Corea del Sur). Nada de eso se puede explicar mediante sus variables económicas fundamentales. Los dos países han experimentado un fuerte crecimiento últimamente. El Brasil es un exportador de materias primas, mientras que Corea del Sur no lo es. Este último país depende en gran medida de las exportaciones a los países avanzados, pero el Brasil mucho menos.

Ellos y otros países con mercados emergentes son víctimas de una huida racional hacia la seguridad, exacerbada por un pánico irracional. Las garantías públicas que los gobiernos de los países ricos han brindado a sus sectores financieros han revelado con mayor claridad la línea decisiva de demarcación entre los activos “seguros” y los “de riesgo” y los mercados emergentes han quedado claramente incluidos en esta última categoría. Las variables económicas fundamentales han dejado de valer.

Para colmo de males, los mercados emergentes están privados del único instrumento que los países avanzados han empleado para contener sus pánicos financieros: los recursos fiscales o la liquidez nacionales. Los mercados emergentes necesitan divisas y, por tanto, apoyo exterior.

Lo que se debe hacer está claro. El Fondo Monetario Internacional y los bancos centrales de los países del G7 deben hacer las veces de prestadores mundiales en última instancia y facilitar amplia liquidez –rápidamente y con pocas ataduras- para apoyar las divisas de los mercados emergentes. La escala de los préstamos necesarios ascenderá probablemente a centenares de miles de millones de dólares de los EE.UU. y excederá los límites de todo lo que el FMI ha hecho hasta la fecha, pero no hay escasez de recursos. En caso necesario, el FMI puede emitir derechos especiales de giro para producir la liquidez mundial necesaria.

Además, China, que cuenta con casi dos billones de dólares en divisas, debe participar en esa misión de rescate. El dinamismo de la economía china depende en gran medida de las exportaciones, que sufrirían graves consecuencias de un desplome de los mercados emergentes. De hecho, China, con su necesidad de un crecimiento elevado para sufragar su paz social, puede ser el país con mayor riesgo en caso de grave recesión mundial.

El puro y simple interés propio debería persuadir también a los países avanzados. Con un desplome de las divisas de los mercados emergentes y las presiones comerciales resultantes, les resultaría mucho más difícil impedir que sus niveles de desempleo aumentaran en gran medida. A falta de una red de protección de las finanzas de los países emergentes, la apocalíptica hipótesis de un círculo vicioso de proteccionismo que recordara al del decenio de 1930 dejaría de poder descartarse.

Tanto la Reserva Federal de los Estados Unidos como el Fondo Monetario Internacional han adoptado algunas medidas positivas. La Reserva Federal ha creado un servicio de permutas financieras para cuatro países (Corea del Sur, Brasil, México y Singapur) de 30.000 millones de dólares para cada uno de ellos. El FMI ha anunciado un nuevo servicio rápido a corto plazo para un número limitado de países con políticas acertadas. La cuestión es si serán suficientes y qué sucederá a los países que no puedan beneficiarse de esos programas.

Así, pues, cuando los países del G-20 se reúnan en Washington el 15 de noviembre para celebrar su cumbre sobre la crisis, éste es el tema del programa que debería predominar en sus debates. Habrá mucho tiempo para debatir un nuevo Bretton Woods y la creación de instrumentos reguladores mundiales. De momento, la prioridad es la de salvar los mercados emergentes de las consecuencias de las locuras financieras de Wall Street.

Fuente: project-syndicate

martes, 18 de noviembre de 2008

Crisis y catarsis

Por: Michael R. Krätke, profesor de política económica y derecho fiscal en la Universidad de Ámsterdam.

Nueva York dispone de una nueva atracción para turistas: se puede contratar un paseo organizado por los "pánicos y desplomes de Wall Street" que te lleva a visitar los lugares en donde acontecieron las megaquiebras y en los que buenos conocedores de los que se urdía entre bastidores te cuentan historias que ponen los pelos de punta sobre las maniobras financieras más aventureras y desapoderadas. Todo, organizado por una astuta damita que hasta hace cuatro días aún tenía un puesto de trabajo muy bien remunerado en Morgan Stanley. Los chicos y las chicas de Wall Street siguen sabiendo cómo hacer negocios con las crisis.

En cambio, a los grandes del mundo financiero, que no saben de preocupaciones por el propio puesto de trabajo, poco menos que se les ha cortado el habla. Alan Greenspan proclama en el Congreso su sensación de "estupefacción e incredulidad" ante la dimensión de un desastre que él y los suyos contribuyeron a organizar. El tono menor impera en los círculos internos de célebres think tanks que ahora dicen no tener desgraciadamente la menor idea de lo que está por venir y de lo que nos espera. Incluso el gran estadista Joschka Fischer, mascarón de proa de la exizquierda que se arrodilló rastreramente ante la pretendida omnipotencia de los mercados financieros, parece haber hecho una tregua en su habitual emisión ininterrumpida de disparates. "¿Estaba Karl Marx en lo cierto?", pregunta el Times a sus lectores. Claro que sí, contesta el 48%.

Lo peor está por llegar

El desastre dista mucho de haber sido superado; lo peor está por llegar. A lo que estamos asistiendo es a la primera crisis financiera mundial de verdad, a una crisis que abarca simultáneamente a todos los países y a todos los mercados financieros del mundo, a una crisis en la que desplomes bursátiles y bancarios en una región del planeta traen casi inmediatamente consigo desplomes bursátiles y bancarios en otras regiones.

La dinámica interna de este crac es inauditamente furiosa, y se puede describir del modo que sigue: las burbujas especulativas han estallado, la riqueza ficticia se evapora, merced a la caída de los precios inmobiliarios y de los cursos de las acciones; sólo quedan las deudas. En los EEUU, como en la Gran Bretaña y en muchos otros países, los presupuestos de las familias están sobreendeudados más allá de toda esperanza, y no en pequeña parte por causa de unos salarios reales o estancados o en retroceso. Cuando los deudores van cayendo uno tras otro en mora, flaquean los bancos. Por consiguiente, flaquean también las transnacionales que, como General Motors, Ford o Enron, son ellas mismas, de facto y desde hace mucho, bancos, es decir casas tenedoras y comerciantes de títulos de valores que, entre varias otras cosas, venden también automóviles o electricidad.

Sólo en la "industria financiera" norteamericana se han perdido en un año al menos 150.000 puestos de trabajo, y seguirán unas cuantas decenas de miles más. Esas pérdidas permiten ya hacerse una idea de lo que nos aguarda cuando la crisis llegue a abarcar al conjunto de la economía "real", cuando las industrias de alta tecnología presentes en el mercado mundial comiencen a cargar con las consecuencias del desplome de la construcción y del sector automovilístico.

Claro es que se contramaniobra: los bancos centrales y los gobiernos de todo el mundo ya han gastado más de siete billones de dólares en acciones de rescate. Y aquí también, no es sino el principio. Hasta ahora, apenas si han aflorado la mitad de las pérdidas reales; una buena parte de la crisis sigue agazapada en los libros de los bancos, de las aseguradoras y de los fondos. Ya se advierte la túrgida hinchazón de las siguientes burbujas financieras. La crisis de las tarjetas de crédito, la crisis de las financieras automovilísticas y de las aseguradoras de crédito apenas puede seguir conteniéndose, lo que prepara el siguiente resultado: la concentración del capital financiero avanza con botas de siete leguas. De los más de 8.500 bancos oficialmente registrados hoy en los EEUU y de los cerca de 8.000 que hay en Europa, muchos no pasarán del año 2009. La nacionalización, la fusión, la toma ajena de control con ayuda estatal se mantendrán como ancla última de salvación. Una parte de la economía en la sombra y del sistema bancario en la sombra –muchísimo mayores y más peligrosos que la economía informal en negro— caerá también, víctima de la crisis. Las bolsas mundiales mutan a la velocidad del rayo en corporaciones transnacionales.

Los lobbies redoblan atronadoramente sus tambores

El mundo entero se apresta ahora a la regulación y a ver al Estado como salvador de emergencia. A toda prisa, se movilizan centenares de miles de millones de dólares, a fin de salvar de la catástrofe al desplomado Wall Street y al sistema bancario europeo. La deuda pública y el crédito de los bancos centrales son las últimas anclas de salvación de la economía capitalista mundial. Países como Islandia o Hungría, bancos como Bear Sterns o Northern Rock, aseguradoras como AIG pueden mantenerse así a flote; pero no el conjunto de la economía mundial. Ni el G-20 ni el FMI están en condiciones de sostener una crisis económica mundial. Ni siquiera cuando, como en la actual situación de extrema emergencia, se echan por la borda dogmas creídos hasta ahora a cierraojos. Ha podido verse cuando el FMI se ha servido de sus enormes fondos para dar por vez primera créditos sin exigir a sus clientes el cumplimiento de las habituales recetas neoliberales. O cuando el Banco Central europeo deja atrás ahora de un salto, por vez primera, la larga sombra de su dogma monetarista, y baja los tipos de interés.

Ello es que no tenemos una, sino varias crisis cerniéndose sobre nosotros: una crisis financiera, una crisis de la economía real –es decir, una clásica crisis de sobreproducción y sobreacumulación—, una crisis del comercio mundial, una crisis mundial agrícola y alimentaria, y además, una crisis ecológica que restringe decisivamente el margen de maniobra de cualquier posible política de crisis. Una crisis sistémica del capitalismo tal como lo conocíamos, y simultáneamente, una crisis de legitimación del mejor de los mundos posibles. En tales circunstancias, los mensajes salvíficos centralmente emitidos por la religión neoliberal cotidiana no suenan ya tan briosos como antes. El neoliberalismo "fue", ha dejado dicho Joseph Stiglitz, enfant terrible del establishment.

Así pues, los aparatos de propaganda vuelan ahora por las alturas, como si la revolución socialista mundial estuviera dando aldabonazos en la puerta. Los lobbies de la economía financiera baten tambores a favor del mantenimiento de mercados financieros "libres", dan loas a la especulación y a los derivados, predican la "autorregulación" organizada pero voluntaria y lanzan negros augurios sobre los inminentes peligros de una "sobrerregulación": y eso, los mismos lobbies que hasta hace cuatro días sufragaban campañas de comunicación milmillonarias a favor de liberar de todo control y regulación el comercio de derivados crediticios en los EEUU.

Creer que la hegemonía neoliberal es cosa del pasado, que el capitalismo desaparecerá de escena sin decir ni pío por culpa de unos gachós especialmente obtusos, es cuando menos precipitado. Durante y después del estallido de la burbuja punto.com fueron los contables y los ejecutivos, hoy son las agencias evaluadoras de riesgo y los ejecutivos los chivos expiatorios. En caso de necesidad, la sangre de las ovejas negras ha de manar a borbotones para purificación del pueblo bobo. Se suprimen bonificaciones, se limitan remuneraciones, se despide a ejecutivos: se precisan sacrificios para que un sistema económico disparatado sobreviva y siga generando perdedores.

Crecerá el sector público

La socialdemocracia se tranquiliza por ahora con la idea de que los culpables del gran desaguisado son la poca "regulación" y el "desenbridamiento" de los mercados. Para gentes de flojo caletre y nervios todavía más flojos no es mal consuelo, porque la salida de la crisis parece entonces de fácil prescripción: con una nueva regulación y nuevas instancias de control en un renovado "encauzamiento" de los mercados, salimos del valle de lágrimas. En el peor de los casos, deberíamos atravesar una década de estancamiento o resistir todavía más: es decir, la solución "japonesa" de la crisis inmobiliaria y bancaria, esta vez a escala planetaria. Esa solución no puede funcionar, porque no podemos esperar diez años hasta que los bancos se recobren de las pérdidas y hasta que los demencialmente sobredimensionados títulos de obligaciones en manos de los propietarios de capitales y de patrimonios –que representan ahora una cuarta parte del producto social mundial— queden rebajados a un "nivel normal" (de todas maneras, irreal). Lo que se precisa es una reedición del New Deal, un nuevo Bretton Woods, un nuevo orden económico y financiero mundial. Pero no se pueden conseguir tan fácilmente todas esas cosas, porque no se pueden realizar ni sin, ni contra los EEUU. Es verdad que Wall Street está gravemente tocado, pero su poder político está tan poco quebrantado como el de la City de Londres.

¿Qué aspecto tendrá el sistema capitalista mundial tras esta Gran Crisis? Los EEUU, la nación más endeudada del planeta, no sobrevivirán como superpotencia financiera. El régimen del dólar, que depende completamente del crédito público estadounidense, se acabó; el euro heredará su lugar como moneda mundial en muchos mercados mundiales (como la City de Londres, el de Wall Street). El capitalismo financiero de estilo norteamericano será substituido por otra variante, ya de impronta europea, ya de impronta asiática. Los países emergentes se librarán definitivamente de su dependencia respecto de los EEUU. Mercados financieros y especulación internacionales, seguirá habiéndolos, pero la indiscutida dominación de los mercados financieros se acabará.

Que el capitalismo pueda aún remozarse a tiempo en un sentido verde, es cuestión completamente abierta.

Lo que será de todo punto decisivo es la capacidad para utilizar políticamente el momentáneo final del neoliberalismo. Puesto que para millones de seres humanos la supervivencia cotidiana bajo el capitalismo resultará todavía más difícil que hasta ahora, podría crecer el sector de las economías alternativas, solidarias, autogestionadas. Puesto que el Estado queda ahora muy en evidencia con su labor rescatadora de bancos, se frenará presumiblemente la puesta en almoneda de bienes públicos al mejor postor privado. El sector público volverá a crecer, y eso apunta a algo que va más allá del capitalismo.

Fuente: www.sinpermiso.info

El huracán financiero azota a América latina

Por: Sebastián Edwards

Hace unas semanas, el mundo estaba al borde del desastre. Afortunadamente, las acciones decisivas tomadas por las autoridades monetarias de los países avanzados –entre ellas, la provisión de cantidades de liquidez sin precedentes- impidieron una crisis financiera total. El mundo evitó la “argentinización” del sistema financiero internacional.

Lo que no se evitó es una recesión que será profunda, prolongada y global. En los meses venideros, prácticamente toda región en el mundo experimentará una desaceleración económica, con una merma de las exportaciones y un incremento del desempleo.

Los acontecimientos recientes echaron por tierra el concepto de que los países emergentes se habían “desacoplado” de las economías avanzadas. Los hechos demostraron todo lo contrario. La mayoría de las economías emergentes siguen siendo frágiles y están afectadas por lo que sucede en los países avanzados. Los efectos de esta recesión serán particularmente severos en América latina.

Brasil y México fueron los más afectados hasta el momento, al punto de que el valor de sus empresas cayó aproximadamente el 50%. La situación en estos países es tan seria que hace unos días Estados Unidos les otorgó un crédito de hasta 60.000 millones de dólares.

Sin embargo, Brasil y México no son los únicos afectados por la volatilidad financiera: la moneda de Chile perdió una tercera parte de su valor, en Perú el costo de la financiación externa se disparó y en Argentina el gobierno tuvo que recurrir a medidas extremas –como la nacionalización del sistema de pensión- para poder evitar una calamidad fiscal inminente.

De hecho, si la recesión se prolonga 18 meses o más como se estima –lo que la convertiría en la más prolongada desde la Segunda Guerra Mundial-, la Argentina será uno de los países más afectados. Sus necesidades de financiación externa son inmensas y sus exportaciones caerán marcadamente. Pero la política también desempeñará un papel importante en el apremio económico de Argentina.

La administración de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner genera una gran dosis de desconfianza entre los inversores locales y extranjeros, que temen que se adopten medidas arbitrarias. La decisión reciente de Standard and Poor’s de bajarle la calificación a la Argentina está plenamente justificada y refleja el temor de muchos analistas de que la Argentina nuevamente entre en cesación de pagos de su deuda pública.

México y América central también sufrirán una recesión prolongada. Durante muchos años, su destino económico estuvo íntimamente relacionado con el de Estados Unidos. Estos vínculos aumentaron con la firma de tratados bilaterales de libre comercio con Estados Unidos, de manera que existe una buena posibilidad de que puedan experimentar un crecimiento negativo en 2009 y, tal vez, en la primera mitad de 2010, cuando Estados Unidos entre en recesión.

Menos afectados por la crisis financiera y la recesión en Estados Unidos serán aquellos países que se desarrollaron con un ojo puesto en las naciones de Asia –particularmente Chile, Colombia y Perú- y que acumularon recursos para hacer frente a tormentas financieras inesperadas. Ellos podrán recuperar más rápido sus niveles de empleo.

Pero el interrogante más importante es qué sucederá en Brasil, el gigante de América latina. En los últimos años, analistas e inversores en todo el mundo empezaron a ver a Brasil como una potencia económica en ciernes. Se hablaba de milagro y muchos sostenían que Brasil crecería de manera espectacular, al igual que China e India, y que ya no sería el país eterno del “futuro”. Desafortunadamente, todo indica que esta fue una ilusión basada en una esperanza deseosa.

El auge de Brasil de los últimos años se basó en un cimiento increíblemente débil. El presidente Luiz Inácio Lula da Silva efectivamente decidió evitar el populismo rampante de Hugo Chávez de Venezuela, y le hizo frente a la inflación exitosamente. Pero se necesita algo más para convertirse en una gran potencia económica.

Lo que hizo Lula fue simplemente decidir que Brasil sería un país “normal”. Pero hace falta algo más que una inflación controlada para crear una economía robusta con un índice de crecimiento alto y sustentable. Se requiere agilidad, dinamismo, productividad y políticas económicas que promuevan la eficiencia y la iniciativa empresaria.

Como demostraron muchos estudios, Brasil no ha podido –o no ha querido- adoptar las reformas modernizadoras necesarias para promover un boom productivo. Brasil sigue siendo un país inmensamente burocrático, con un sistema educativo en crisis, impuestos muy altos, una infraestructura mediocre, impedimentos para la creación de empresas y un alto nivel de corrupción.

Es triste pero es verdad: en los últimos años, Brasil no optó por la modernización y la eficiencia y tendrá que pagar las consecuencias durante los difíciles años por delante.

Fuente: www.project-syndicate.org

Lo que va de 1929 a 2008: registro de despropósitos de los “expertos” para merecido descrédito de la teoría económica ortodoxa

Por: Sasan Fayazmanesh

Una reciente invitación a hablar sobre "la causa o las causas de la actual crisis financiera", me llevó a meditar sobre otro asunto: la causa o las causas de la Gran Depresión. Hasta el día de hoy, no hay ningún consenso entre los economistas en lo tocante a las causas de la grave depresión que duró desde 1920 hasta 1939. ¿Fue el desplome del mercado de valores en 1929 lo que trajo consigo la Gran Depresión? ¿Fueron el consiguiente pánico bancario y la contracción monetaria? ¿Fue acaso la reducción del crédito internacional y las políticas proteccionistas practicadas por los EEUU –como la Ley Smooth-Hawley— lo que causó la Gran Depresión? ¿O acaso fue causada la "gran contracción", como solía llamarla Milton Friedman (1), por las medidas de la Reserva Federal, que permitieron un descenso de la oferta de dinero, en parte para preservar el patrón oro? Todas esas explicaciones son, ni que decir tiene, ad hoc.

Lo cierto es que los "cerebros" económicos de los años 20, los pretendidos "expertos", ni lograron pronosticar el desastre venidero, ni, una vez desatado, consiguieron predecir correctamente su magnitud y su duración. En su libro de 1984, Hablan los expertos: el compendio definitivo de la ignorancia con sello de autoridad [The Experts Speak: The Definitive Compendium of Authoritative Misinformation], Christopher Cerf yVictor Navasky mencionan muchas predicciones y comentarios de "expertos" económicos durante la Gran Depresión. (2) Entre ellos, los que siguen. El 17 de Octubre de 1929, siete días antes del crac bursátil del Martes Negro, Irving Fisher, el gurú de la teoría económica ortodoxa, profesor de economía en la Universidad de Yale, escribía: "Las acciones han alcanzado lo que se diría es un nivel de cotización permanentemente alto". Fisher, el "experto económico", no se detuvo aquí. Luego del crac, el 14 de Noviembre de 1929, escribía: "El final del bajón del mercado de valores … no se hará probablemente esperar, a lo sumo, unos pocos días más". Un año después del crac, y nueve años antes del fin de la depresión, Fisher todavía se avilantaba a predecir: "Al menos de cara al futuro, las perspectivas son brillantes". En 1933, la inversión neta ya era negativa, la producción de bienes y servicios había caído un tercio, la tasa de desempleo había subido un 24%, los salarios y los precios monetarios habían caído un tercio, cerca del 40% de todos los bancos habían colapsado y las acciones habían perdido el 90% de su valor. Tal era el "brillante" futuro augurado por el eminente profesor de teoría económica.

Fisher, sin embargo, no fue el único "experto" suministrador de ignorancia con sello de autoridad. El consejero presidencial y "experto" en mercados de valores Bernard Baruch hizo la siguiente predicción el 15 de Noviembre de 1929: "La tormenta financiera amainó definitivamente". Análogamente, el presidente del Banco Continental de llinois en Chicago, Arthur Reynolds, predijo el 24 de Octubre de 1929 que "el crac no tendrá mucho efecto en el mundo de los negocios". Y para no quedarse corto ante esos "expertos", Thomas C. Shotwell escribió un "Análisis de Wall Street" para el World Almanac de 1929 en el que se podia leer: "El mercado está siguiendo leyes económicas naturals y no hay razón para que la propsperidad y el Mercado no continúen durante años a este mismo nivel, o incluso a un nivel todavía más elevado". Los expertos del gobierno no se quedaron muy a la zaga. El Departamento estadounidense de Trabajo predijo en Diciembre de 1929 que el siguiente año sería "un año espléndido para el empleo".

Es verdad que siempre hay quien predice "siete de las dos pasadas recesiones", como reza el chiste. La Gran Depresión no fue una excepción. El New York Times del pasado 12 de Octubre de 2008, que reproducía varias de las citas antes mencionadas, añadía: "Evidentemente, no todo el mundo era tan optimista". De acuerdo con el NYT, "Roger Babson, un conocido hombre de negocios y editor de estadísticas económicas y financieras", dio una voz de alerta en un discurso pronunciado el 5 de Septiembre de 1929 ante una conferencia empresarial: "Hay más prestatarios y especuladores hoy que nunca en nuestra historia. Tarde o temprano vendrá un crac, y puede ser terrorífico. Sabiamente proceden los inversores que salen ahora de deudas y venden". Pero como el propio NYT señala, un año antes, el mismo Babson había dicho que "la elección de Hoover y un Congreso con mayoría republicana tendrían que resultar en la continuación de la prosperidad en 1929".

¿Por qué se equivocaron tanto los expertos? En general, se equivocaron porque la teoría económica es una disciplina científicamente subdesarrollada, desvergonzadamente dominada por la pura ideología. La escuela imperante de pensamiento económico durante la Gran Depresión era, y sigue siéndolo a día de hoy, la escuela "neoclásica" o marginalista. Pero en el mundo "neoclásico" no existen cosas parecidas a las crisis. No habita en el mundo real en que vivimos, sino en un mundo sin clases sociales, compuesto de "consumidores" y "productores"; un mundo armonioso, modelado por lo general con instrumentos procedentes de la física matemática. En ese mundo no hay historia; no hay pasado, no hay presente, no hay futuro. En ese mundo nunca sucede nada importante, y desde luego ningún acontecimiento catastrófico. Ese mundo marginalista irreal, insípido y a-histórico debería haber sido abandonado hace mucho tiempo, particularmente después de la Gran Depresión. Sin embargo, su apariencia de elegancia matemática, ligada a su integrista y descarada defensa del capitalismo, o del "libre mercado", según prefieren sus partidarios, lo ha mantenido con vida. Huelga decir que desde los días de la Gran Depresión la teoría neoclásica ha sido enmendada aquí y allí con algunas ideas tomadas del aristócrata británico John Maynard Keynes, ideas que trataban de enriquecer con ciertas dosis de realidad a una teoría de todo punto irreal. Pero el resultado de la llamada "síntesis neoclásica" o "neokeynesianismo" no es más que una amalgama de ideas dispersas, confusas e incoherentes que sirven como pasto a los estudiantes de teoría económica bajo la rúbrica de "micro" y "macroeconomía".

Esa triste situación no fomenta precisamente el análisis inteligente del pasado o del presente. Tampoco permite pronosticar el futuro, señaladamente las crisis. Como observaba críticamente un artículo firmado en 1988 por varios economistas ortodoxos y publicado en el periódico económico ortodoxo por antonomasia: "Ni los actuales especialistas en pronósticos, ni los analistas contemporáneos de series temporales habrían podido predecir las imponentes caídas de producción que siguieron al crac [de 1929]". (3) En otras palabras, no había nada en la caja de herramientas de la teoría económica de la época de la Gran Depresión, ni hay nada en la versión moderna de la teoría económica ortodoxa, que nos permita entender la naturaleza de los desplomes económicos graves y predecirlos. Sin embargo, proliferan las explicaciones de las "causas" de las crisis.

Entre otras causas, las estropicios financieros de 2008 han sido atribuidos a las obligaciones hipotecariamente respaldadas, particularmente a las vinculadas con hipotecas sub prime; a la burbuja inmobiliaria, que fue a peor por culpa del préstamo predatorio, temerario en la estimación de riesgos y laxo en los criterios de concesión; a los instrumentos financieros exóticos o derivados, supuestamente diseñados por algún niño prodigio de las matemáticas o de la física en Wall Street, por ejemplo, los créditos de cobertura mutua; a los acontecimientos del 11 de Septiembre de 2001, la posterior invasión norteamericana de Irak y la consiguiente subida del precio del petróleo; a la exuberancia irracional en el mercado de valores, seguida de un mercado bajista; a la continuada reducción de las tasas de descuento por parte de la Reserva Federal y a sus tasas directrices en 2001-2003, yerros del presidente de la Fed, Alan Greenspan, que declaró recientemente sentirse en un "estado de estupefacción e incredulidad" al descubrir que "el interés propio de las instituciones de crédito" podía ser compatible con una "desprotección del valor patrimonial" (4); a la desregulación del sector bancario, particularmente a la Ley de Modernización de los Servicios Financieros de 1999 o Gramm-Leach-Biley Act; a los problemas de liquidez en general; a la falta de confianza en el sistema financiero y el mercado crediticio, etc.,

Aunque cualquiera de esas explicaciones "causales", o alguna combinación de varias de ellas, podría resultar plausible y merecer una exploración más fondo, hay que observar que son todas explicaciones dadas luego de los hechos. Ninguno de los economistas que proliferan hoy en los medios de comunicación explicando las causas de los estropicios de 2008 fue capaz de predecir la crisis un año o dos antes. Es verdad que siempre hay un Roger Babson o un Dr. Muerte que predice siete de las pasadas dos recesiones. Pero entre miles de economistas, las probabilidades son que uno o dos acierten a pronosticar algo de cuando en cuando. Sin olvidar, claro está, a quienes desvergonzadamente se avilantaron a predecir cosas tales como "La Gran Depresión de los años 90". Puede que ganaran fama y fortuna en 1990, pero ahora las copias usadas de sus libros se venden en amazon.com por un centavo.

Los pánicos financieros y los desplomes económicos graves no son nada nuevo en la economía capitalista. La historia del sistema económico, desde al menos la época de la economía política clásica, muestra que las crisis monetarias y los "atracones" se repiten con relativa frecuencia. Lo que resulta esperable. Una economía en la que los bienes se producen no para su uso, sino para sacar beneficios, está abocada a los excesos y los atracones, entonces y ahora. Además, en un sistema económico en el que la conducta consumista se considera una virtud y en el que se acepta como un bien la codicia, es de esperar la incesante creación de nuevos y exóticos instrumentos financieros que permitan estafarse unos a otros en Wall Street –como antes en Lombard Street— . También son de esperar los persistentes e ingeniosos intentos de los prestamistas y de los industriales para evitar nuevas regulaciones y eludir las existentes. Además, en una economía en la que el sustento de las masas depende de los caprichos y los deseos de los capitanes de la industria y de las finanzas, hay que esperar que se recurra a esas mismas masas para que acudan en "rescate" de los magnates cuando éstos se hallan en aprietos. Tales medidas, como dijo el presidente Bush en su discurso económico del 14 de Octubre de 2008, "no están concebidas para hacerse con el control del libre mercado, sino para preservarlo". Todo eso es de esperar. Lo que no es de esperar es la capacidad para predecir exactamente cuándo esta bestia dormida se despertará para dar sus característicos zarpazos y sacudidas. No disponemos de un edificio teórico que nos permita pronósticos de ese tipo. Quienes con la mayor confianza proceden a explicar las causas de las crisis, como quienes, post mortem, explicaban con certidumbre dignas de mejor causa las causas de la Gran Depresión, son probablemente quienes menos entienden la naturaleza de la bestia.

En lo que a mí hace, felizmente, la entrevista que tenían que hacerme sobre "la o las causas de la actual crisis financiera" tuvo que ser aplazada por "dificultades técnicas". Mis respuestas no habrían sido, con toda probabilidad, las que el entrevistador esperaba escuchar.

NOTAS: [1] "The Role of Monetary Policy," Milton Friedman, The American Economic Review, Vol. 58, No. 1 (Marzo, 1968), pp. 1-17. [2] Una version ampliada y actualizada del libro apareció en 1998. [3] "Forecasting the Depression: Harvard versus Yale," Kathryn M. Dominguez, Ray C. Fair and Matthew D. Shapiro, The American Economic Review, Vol. 78, No. 4 (Septiembre, 1988), pp. 595-612. [4] "Greenspan Concedes Flaws In Deregulatory Approach," The New York Times, 24 de Octubre, 2008.

Fuente: www.sinpermiso.info

sábado, 15 de noviembre de 2008

La cultura de la crisis

Por: Josep Ramoneda

1 Decía Fernand Braudel que el capitalismo, "privilegio de unos pocos", "es impensable sin la complicidad de la sociedad". Y añadía: "De algún modo la sociedad entera debe aceptar sus valores". Si la actual crisis tiene algo de quiebra moral de las élites capitalistas es porque han llevado los valores del capitalismo a unos límites en que es casi imposible que sean aceptados. La historia viene de lejos. Empieza en la transición liberal que abrieron las revoluciones del 68. Aquel momento fue el inicio del proceso de desmontaje de unos sistemas sociales muy comunitaristas, montados sobre un orden rígido y unas sociedades jerarquizadas, con fuerte carga ideológica, en que cada ciudadano tenía un puesto asignado casi de por vida. La crisis actual es, en cierto modo, el estallido final de un proceso de individualización que acabó por quebrar las bases del mínimo consenso social necesario. La revolución conservadora promovida desde la Administración Bush fue el último intento de controlar este proceso. La explosiva mezcla de simplismo liberal en lo económico y rigidez conservadora en lo moral y cultural sólo sirvió para acelerar el estallido.

En el mundo soviético, la transición liberal empezó a finales de los ochenta, con la caída del muro de Berlín. Una sociedad civil arrasada por el totalitarismo fue pasto de la delincuencia económica y de las ideologías de lo identitario, ya fuera religioso o étnico. La globalización juntó los dos procesos que ahora viven una crisis que debería cambiar profundamente las pautas socioculturales.

2. La actual crisis económica es la primera en el marco de la globalización. Nuevo marco, nueva cultura. El proyecto moderno se deshizo en la fragmentación posmoderna. Fue una reacción al agotamiento de los grandes relatos que habían armado la modernidad, que condujo inevitablemente al relativismo y a la pérdida de jerarquía. El horizonte emancipatorio desapareció paulatinamente de la cultura. El futuro se desdibujó y el pasado se puso al servicio de la diversidad cultural, como fundamento de las apuestas endogámicas de corte étnico que crecieron bajo el amparo del discurso multiculturalista. La cultura fue a menudo factor de segregación y de separación. Empujados por la globalización entramos en la era del presente continuo. Las nuevas tecnologías han provocado una contracción del espacio -el mundo es más pequeño- y una aceleración del tiempo. El dinero, las mercancías y las ideas van de una punta a otra del planeta con rapidez y a bajo coste. Probablemente sin Internet esta crisis no sería la misma. El dinero se ha convertido en un mensaje en e-mail.

3. Los discursos sobre la insostenibilidad del planeta y sobre el calentamiento global, con no poca parafernalia ideológica de acompañamiento, han contribuido a dibujar un horizonte sórdido y oscuro. En este mundo sin futuro impera el principio del rendimiento rápido. No hay proyecto, sólo resultado. Es el principio cultural de las empresas de capital riesgo, dispuestas a sacar todo el jugo posible de un negocio en el menor tiempo aun a riesgo de agotarlo para siempre. Pero también es el principio cultural del consumismo, en que la pulsión por comprar no se detiene nunca: el deseo de un nuevo producto impide el goce del producto recién conseguido, dentro de una serie interminable de frustraciones. Y es el principio cultural que rige las conductas de empresarios y gobernantes, bajo el signo de la competitividad. Siempre más: la insaciabilidad como modo de estar en el mundo.

4. En este contexto, el principio moral que rige es que "todo es posible". La idea de límite ha desaparecido del horizonte mental de los que hoy tienen más capacidad normativa: la gente del dinero, empresarios, ejecutivos y financieros. Pero todo sistema tiene un límite. El capitalismo financiero también. Y cuando se rebasa el límite, saltan los fusibles, y si se tarda en reponerlos empieza un proceso de autodestrucción. Todo sistema tiene su punto catastrófico. A este punto hemos llegado, por la incapacidad de entender que no todo es posible. Por supuesto hay cierto discurso naturalista que tratará de convencernos de que alcanzar la catástrofe es inevitable. Y que el mundo funciona por el sistema de ciclos de destrucción y construcción. Los que proclaman las virtudes de las sociedades meritocráticas, aunque a menudo confundan la habilidad para moverse en las fronteras de lo ilegal con el mérito; los que denuncian permanentemente la incompetencia de los que trabajan, bajo el eufemismo de la competitividad; los que ven por todas partes intromisiones de la política, hasta que la necesitan y apelan a su ayuda; éstos nunca se sienten concernidos por responsabilidad alguna. Cuando las cosas van mal, el problema es sistémico, como si de una catástrofe natural se tratara.

5. Lo diré con una expresión del filósofo francés Bernard Stiegler: estamos ante la prueba de "la modernización sin modernidad". Podría parecer que esta expresión está dedicada a China. También Occidente ha abandonado, a su manera, los presupuestos de la modernidad. La época del capitalismo financiero es una modernización sin los límites de la cultura moderna: la dignidad del ciudadano y la primacía de cierto interés general. Marx se quedó corto: la potencia revolucionaria de la burguesía está acabando con todo, incluso con la propia cultura burguesa. La mercantilización general de la sociedad -en que todo, desde los sentimientos y las pasiones hasta las mercancías es susceptible de ser producido y vendido- ha acabado con el proyecto moderno.

La revolución conservadora americana, en sus dos fases: la reaganiana y la bushiana han configurado una cultura en que las sociedades no existen, sólo existen los individuos (fase thatcheriana-reaganiana), y las libertades y los derechos son sustituidos por la creencia, por los mitos nacionales y por la seguridad convertida en supremo horizonte ideológico (fase bushiana). La lucha a muerte por el mercado de las almas, en un mundo globalizado en que las religiones clásicas han perdido los monopolios territoriales y el dinero es la medida de todas las cosas, es una de las grandes novedades de la globalización. La cultura de la crisis es la del individualismo salvaje, en que la competencia a muerte es la única regla, con la religión como consuelo y el miedo como instrumento paralizador. La política y la libertad han sido despedidas, camino del totalitarismo de la indiferencia.

6. La capacidad normativa que el poder económico ejerce se constata con la universalización del lenguaje del management. De un tiempo a esta parte, todo se gestiona: se gestionan las personas, se gestionan las parejas, se gestionan los hijos, se gestionan los conflictos personales, se gestionan los amores y los odios. Es decir, todo es simplificable y todo es manipulable. La negación de la complejidad de la economía del deseo conduce a convertir cada acción humana en algo cuantificable en términos monetarios. El hombre "como empresario de su propia vida", como dice Michela Marzano. Las librerías están llenas de manuales que a partir de los criterios de gestión económica pretenden enseñarnos a gobernar nuestras vidas.

El héroe de este momento es el líder. El discurso del liderazgo ocupa a las escuelas de negocios y a los ideólogos de la competitividad y del mercado. El líder es el que está más capacitado para sacar rendimiento de las personas en beneficio propio. Su riesgo casi siempre es limitado: no juega con recursos propios sino con recursos de los demás. Y acostumbra a estar protegido por la red de los bonos y las indemnizaciones. El discurso del liderazgo es la pseudoideología necesaria para justificar la disparatada cotización de los altos ejecutivos.

7. Pero, como he dicho antes, la esencia de la cultura de la crisis es la desaparición de la idea de límites. En agosto de 2002, el Gobierno de Estados Unidos dio el visto bueno a un memorándum que legitimaba determinadas formas de tortura. Es decir, rompía el tabú de la degradación del adversario. Bajo el mandato de George Bush la Administración norteamericana dio carta de naturaleza legal a la tortura. Es decir, transmitió al mundo la idea de que todo estaba permitido. Si un Gobierno puede someter a un enemigo a la más terrible de las pruebas físicas y morales, ¿cuáles son los límites de lo posible en la sociedad? Ninguno. Hay vía libre para saltarse todas las barreras éticas y culturales. ¿Qué tiene de extraño, en estas circunstancias, que los que viven la quimera insaciable del oro entiendan que todo está permitido y que no hay reglas ni principios ante la tentación del dinero?

Fuente: El País (España).

La cumbre de Washington se cierra con un compromiso para la reforma de los mercados

La esperada cumbre del G-20 celebrada este sábado en Washington para buscar soluciones a la crisis financiera internacional ha concluido con el compromiso de los participantes de reformar y fortalecer los mercados financieros, pero con la advertencia de que la responsabilidad es de cada país y que hay que evitar, por contraproducente, la regulación excesiva. Es decir, que Estados Unidos ha logrado imponer su tesis de que no conviene crear nuevos organismos y supervisores internacionales, al contrario de lo que defendía Europa, así como su oposición a caer en un control excesivo que atente contra el libre mercado.

Al término de la reunión, en la que además de los países que componen el G-20 han participado España y Holanda, los jefes de Estado y de Gobierno presentes en Washington dieron a conocer una declaración final de 10 páginas en las que se perfilan las futuras reformas que deberán acometer los países antes del 31 de marzo. En esencia, se trata de un plan de acción que incluye la adopción a escala nacional de medidas de estímulo fiscal para hacer frente a la recesión y la puesta en marcha de colegios de supervisores para controlar a los bancos más importantes del mundo.

Como puntos importantes, el documento muestra la determinación del grupo a dar un mayor peso a los países emergentes y en desarrollo en los organismos internacionales, lo que incluye la propuesta de reformar el Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial, y de dar continuidad al trabajo coordinado con la convocatoria de una nueva cumbre antes del 30 de abril, ya con la presencia del nuevo presidente estadouniense, Barack Obama.

El rechazo a la regulación excesiva y el proteccionismo queda expresado así en el texto: "Aunque reconocemos la necesidad de mejorar la regulación de los mercados financieros, debemos evitar la sobrerregulación, que pondría en peligro el crecimiento económico y aumentaría la contracción de los flujos de capital, incluidos los países en desarrollo", dice la declaración. "Subrayamos la importancia crítica que tiene el rechazo del proteccionismo, y el no encerrarnos en tiempos de incertidumbre financiera", añade. En esta línea, el texto anima a concluir antes de final de año la Ronda de Doha de liberalización comercial, y pide a los países que en los próximos 12 meses no adopten ninguna medida proteccionista.

No obstante, los líderes del G-20 reconocen que es necesario fortalecer la transparencia y la regulación de los mercados, aunque dejan claro que ello debe ser responsabilidad de cada país. Los Gobiernos nacionales constituyen "la primera línea de defensa contra la inestabilidad de los mercados", señalan. Cada país deberá, además, poner su grano de arena para reforzar la cooperación internacional en materia de regulación y de vigilancia.

Otro acuerdo suscrito es promover la integridad ética de los mercados financieros y proteger a los consumidores, evitando los conflictos de intereses y previniendo la manipulación ilegal, las actividades fraudulentas y los abusos.

Fuente: El País (España).