domingo, 25 de octubre de 2009

Premiar la esperanza

Por: Michel Rocard

Al otorgarle su premio de la Paz 2009 a Barack Obama, el Comité Nobel asumió un gran riesgo. Aún si se puede definir obviamente a Obama como un pacifista, el presidente de Estados Unidos lidera el ejército más poderoso del mundo, un ejército que sigue librando una guerra en Afganistán e Irak. A simple vista, entonces, la elección no parece obvia.

Algunos observadores de todo el mundo criticaron al Comité Nobel por premiar sólo la retórica elevada cuando le otorgó a Obama el galardón de la paz este año. Creo que estas críticas son perversas e inapropiadas -y, por ende, peligrosas-. Ya que consisten en condenar la esperanza como nada más que palabras efímeras.

Sin embargo, en la política, las palabras pueden ser acciones. El discurso de Obama en El Cairo a principios de este año contribuyó, como mínimo, a un cambio en el clima de la relación entre el mundo musulmán y Estados Unidos. Las palabras que Obama le ha dicho a Irán tal vez todavía no hayan rendido sus frutos, pero las conversaciones con Irán se han reanudado y la Agencia Internacional de Energía Atómica enviará inspectores a las plantas nucleares cerca de Qom que habían sido secretas hasta el mes pasado.

También es gracias a las palabras -dos comunicados seguidos de una conversación- intercambiadas entre Obama y el presidente ruso, Dmitri Medvedev, que se inició un programa conjunto para el desarme nuclear bilateral. El resultado de este esfuerzo será presentado ante la Conferencia de Revisión del Tratado de No Proliferación Nuclear en la primavera de 2010.

Casi todos saben que los peligros de la proliferación nuclear se pueden reducir, y llegado el caso resolver, sólo a través de una acción concertada por parte de la comunidad internacional. Ningún país puede hacerse cargo por sí solo del proceso. De modo que las medidas tomadas por los presidentes Obama y Medvedev son esenciales, y el primer ministro británico, Gordon Brown, en su intención de aplicar grandes recortes al arsenal nuclear de Gran Bretaña, públicamente las ha respaldado.

A pesar de su silencio, existen indicios de que China ve este proceso con aprobación. Y, por supuesto, los franceses deben revelar su postura frente al desarme nuclear. Ya que, en este caso crucial, las palabras deben ser seguidas de acciones.

Sin embargo, si bien el futuro diplomático del desarme nuclear parece alentador, no sucede lo mismo con otras cuestiones. Por ejemplo, el diálogo con Irán, y con los musulmanes en general, sigue dependiendo de la resolución del conflicto palestino-israelí, cuya persistencia contamina el diálogo e impide el progreso.

Ambos protagonistas de ese conflicto siguen descarnadamente divididos. Tanto en Israel como en Palestina, el liderazgo político es muy débil. El hecho de que en Israel una mayoría parlamentaria todavía permita la expansión de asentamientos -la construcción de 200 nuevas viviendas fue recientemente autorizada, a pesar de una advertencia de Obama- implica que quienes socavarían la paz siguen en acción.

Al seguir expandiendo los asentamientos, Israel gradualmente le deja menos y menos espacio a la creación de un estado palestino viable, que requiere un territorio contiguo y unificado. Existe algo criminal en la determinación de algunas fuerzas israelíes de destruir esta oportunidad, y algo trágico en la impotencia del resto de la sociedad israelí para impedirlo.

Elie Barnavi, ex embajador israelí en Francia, acaba de publicar un libro destacado titulado Hoy o quizá nunca (Aujourd'hui ou peut-être jamais) y subtitulado Por una paz norteamericana en Oriente Medio (Pour une paix américaine au Proche Orient). Su estudio subraya el deterioro general de la situación y la creciente dificultad para alcanzar un acuerdo de paz. Barnavi se aferra a la esperanza evocada por Obama, y al hecho de que, a diferencia de sus dos antecesores, Obama no esperó hasta el último año de su mandato para abordar el problema.

Hoy en día, el problema es aún más serio, ya que la suspensión de la expansión de los asentamientos, que es clave para cualquier conversación de paz, no tiene respaldo en Israel. En consecuencia, estamos en un período difícil, porque materializar las esperanzas expresadas por Obama exigirá una mayor presión norteamericana sobre Israel, una postura que es impopular en casa. Pero si no pasa nada, inevitablemente nos enfrentaremos a otro fracaso.

Siguiendo este razonamiento, el premio Nobel de la Paz de Obama llegó demasiado pronto, porque, en realidad, todavía no ha pasado nada. Por otra parte, este galardón fortalece la visibilidad, autoridad y legitimidad internacional de la iniciativa norteamericana. Todavía no está todo dicho ni hecho, y el éxito sigue siendo posible.

El Comité Nobel ha asumido un riesgo importante al no premiar un aporte reconocido. Pero ese riesgo tal vez haya valido la pena, porque la paz, con lo difícil que es de alcanzar, debe alimentarse con esperanza.

Fuente: http://www.project-syndicate.org

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