sábado, 3 de octubre de 2009

Cómo tratar a Al Qaeda

Por: Bernard Haykel

Si bien el liderazgo, las creencias y la ideología de Al Qaeda están arraigados en Arabia Saudita, la organización ha resultado aplastada en el reino por una política gubernamental que combina una zanahoria grande y un palo aún mayor. El intento de asesinato en Jeddah el mes pasado del príncipe Muhammad bin Nayef, el viceministro del Interior para Asuntos de Seguridad, demuestra ambos elementos de la estrategia saudita y cómo ha fallado un intento audaz de parte de Al Qaeda de revivir sus fortunas.

El atacante era Abdullah Asiri, un ciudadano saudita y miembro de Al Qaeda que había regresado de Yemen, diciendo que había renunciado al terrorismo y que quería entregarse directamente al príncipe Muhammad en su palacio. Más temprano ese día, el príncipe había hecho traer al atacante en su avión privado desde la frontera yemení-saudita y, según se dice, había ordenado que no lo requisaran meticulosamente. Pero Asiri había escondido una bomba dentro de su cuerpo, un explosivo de medio kilo que detonó cerca del príncipe. Sin embargo, la bomba no estaba recubierta en metal y el terrorista fue la única persona que murió.

Para un observador externo, el episodio parece un fracaso colosal de seguridad, como si el jefe del FBI personalmente le diera la bienvenida a uno de los lugartenientes de Bin Laden en una fiesta al aire libre. Pero esta forma altamente personalizada de hacer política es precisamente la que la realeza saudita ha adoptado para con los miembros que desertan de Al Qaeda. De hecho, esta política, incluso con sus riesgos, explica en parte la derrota de Al Qaeda en Arabia Saudita. La política altamente personalizada forma parte de lo que podría llamarse el teatro de estado de Arabia Saudita, que mantiene a la realeza bien asentada en el poder.

Desde 2003, el príncipe Muhammad ha estado a cargo de una exitosa campaña contra el islamismo violento en el reino. En términos de acción de seguridad armada, ha desarrollado una fuerte inteligencia doméstica y un servicio de policía que es eficiente y a la vez brutal en sus tácticas. Al mismo tiempo, el príncipe ha utilizado astutamente las normas culturales y religiosas profundamente arraigadas para presionar a los reclutas de Al Qaeda a abandonar la violencia.

Por ejemplo, ofrece importantes incentivos financieros a los jihadistas individuales, así como a sus familias, a cambio de obediencia política. En efecto, al no aceptar la generosidad saudita, el militante le estará sacando comida de la mesa a su propia familia -una limitación poderosa en una cultura y una religión en la que los padres son altamente considerados y respetados.

El príncipe Muhammad también ha establecido un programa de rehabilitación que intenta desprogramar a los jihadistas de sus creencias radicales a través de un curso de estudio que enseña que el Islam requiere obediencia a un gobernante musulmán. A los jihadistas arrepentidos se les enseña que la violencia perpetrada por los individuos -no por el gobernante legítimo- es pecaminosa y será castigada por Dios. Estas lecciones no descartan del todo la violencia; se concentran más bien en los justificativos de Al Qaeda para sus ataques y las formas que adopta la violencia. Así, pelear sin el permiso explícito del gobernante y los ataques suicidas están fuera de la ley.

El ingreso al programa suele implicar una audiencia personal con el príncipe saudita, en una ceremonia que destaca la naturaleza paternalista y personal de gobernancia en el reino, donde todos los súbditos son considerados como hijos bien cuidados por la realeza.

Finalmente, el príncipe Muhammad ha lanzado una campaña de monitoreo y desinformación por Internet que mantiene una vigilancia estrecha de los sitios web y los foros online de los jihadistas. Como resultado, los servicios de seguridad sauditas pueden rastrear el pulso de los debates jihadistas, así como las estrategias de reclutamiento de los radicales.

Al Qaeda también se ha perjudicado a sí misma frente al público saudita, que ha sido víctima repetidamente de los ataques terroristas. Los atentados suicidas contra edificios públicos y los ataques a las instalaciones petroleras y del gobierno han alienado a muchos sauditas. Con una población que, al menos en un 80%, depende de los salarios o los préstamos del gobierno, los ataques han resultado ser muy impopulares.

Por otra parte, los ciudadanos sauditas ven el caos en el vecino Irak y no quieren la misma confusión en casa. Para la mayoría de la gente, la estabilidad, aunque esté impuesta mediante medios autoritarios, triunfa sobre el desorden.

En los dos últimos años, los crecientes fracasos de Al Qaeda en el reino han obligado a los miembros sobrevivientes a reagruparse del otro lado de la frontera en Yemen. El terreno montañoso escarpado, una población religiosamente conservadora y un gobierno débil con una historia de colaboración con Al Qaeda han creado un refugio relativamente protegido. En consecuencia, Al Qaeda ha tenido un respiro que le permitió intentar reconstruirse y organizar ataques en Arabia Saudita y otras partes. Con dos rebeliones domésticas en curso, una población numerosa y la rápida desaparición de los recursos de petróleo y agua, Yemen se está proyectando vertiginosamente como una pesadilla para los estrategas políticos de Occidente.

No obstante, por ahora la realeza saudita tiene un príncipe que es considerado un héroe valiente por haber sobrevivido a un intento de asesinato al mismo tiempo que ofrece una mano generosa a un fanático impenitente. El rey saudita Abdullah reprendió al príncipe Muhammad por imprudencia, pero el rey también debe estar agradecido de que su familia haya creado un jefe de seguridad que ha logrado desestabilizar a Al Qaeda, al menos dentro del reino.

Fuente: www.project-syndicate.org

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