viernes, 23 de octubre de 2009

El mito del aumento del proteccionismo

Por: Dani Rodrik

Hubo un perro que no ladró durante la crisis financiera: el proteccionismo. Pese al mucho griterío habido al respecto, los gobiernos han impuesto, en realidad, extraordinariamente pocos obstáculos comerciales a las importaciones. De hecho, la economía mundial sigue tan abierta como antes de la crisis.

Normalmente, el proteccionismo prospera en tiempos de peligro económico. Al tener que afrontar el declive económico y un aumento del desempleo, los gobiernos tienen una tendencia mucho mayor a prestar atención a los grupos de presión internos que a cumplir con sus obligaciones internacionales.

Como reconoció John Maynard Keynes, las restricciones comerciales pueden proteger el empleo o contribuir a su creación durante las recesiones económicas, pero lo que puede ser conveniente en condiciones extremas para un país determinado puede ser enormemente perjudicial para la economía mundial. Cuando todo el mundo pone obstáculos al comercio, el volumen de éste se desploma. Nadie gana. Ésa es la razón por la que el desastroso altercado en materia de política comercial durante el decenio de 1930 agravó en gran medida la Gran Depresión.

Muchos se quejan de que algo similar, si bien de alcance menor, está produciéndose en la actualidad. Una organización llamada Global Trade Alert (GTA) ha estado en primera línea tocando a arrebato sobre lo que llama “un gigantesco y destructivo proteccionismo”. El último informe de GTA expone nada menos que 192 medidas proteccionistas diferentes desde noviembre de 2008, la mayoría de ellas dirigidas contra China. La prensa financiera ha citado ampliamente ese número. A simple vista, parece indicar que los gobiernos han abandonado prácticamente sus compromisos con la Organización Mundial del Comercio y el régimen comercial multilateral.

Pero, si examinamos más detenidamente ese número, vemos mucho menos motivo de alarma. Pocas de esas 192 medidas son, en realidad, algo más que una molestia. Las más comunes de ellas son consecuencias indirectas (y con frecuencia involuntarias) de los rescates que los gobiernos organizaron a consecuencia de la crisis. El sector más frecuentemente afectado es el financiero.

Además, ni siquiera sabemos si ese número es inhabitualmente alto en comparación con las tendencias anteriores a la crisis. El informe de GTA nos dice cuántas medidas se han impuesto desde noviembre de 2008, pero nada dice sobre el número análogo anterior a esa fecha. A falta de un término de referencia con el que hacer una evaluación comparativa, no sabemos de verdad si el de 192 medidas “proteccionistas” es un número elevado o bajo.

¿Qué decir de los recientes aranceles impuestos por los Estados Unidos a los neumáticos chinos? La decisión del Presidente Barack Obama de introducir unos derechos de aduanas elevados (fijados en el 35 por ciento el primer año) como respuesta a una resolución de la Comisión de Comercio Internacional de los Estados Unidos (solicitada por los sindicatos de este país) ha recibido criticas generalizadas por considerársela una forma de avivar los fuegos proteccionistas.

Pero también resulta fácil exagerar la importancia de ese caso. El arancel es totalmente compatible con un acuerdo especial negociado en el momento de la adhesión de China a la OMC, que permite a los EE.UU. imponer una protección temporal cuando sus mercados resulten “alterados” por las exportaciones chinas. Los aranceles que Obama impuso fueron mucho más bajos que los recomendados por la Comisión de Comercio Internacional de los EE.UU. y, en cualquier caso, esa medida afecta a menos del 0,3 por ciento de las exportaciones de China a los EE.UU.

La realidad es que el régimen comercial internacional ha aprobado su último examen desde la Gran Depresión con muy buena nota. Los economistas especializados en el comercio que se quejan de casos poco importantes de proteccionismo recuerdan a un niño que gime por un juguete roto a raíz de un terremoto que ha matado a miles de personas.

Tres cosas explican esa notable resistencia: ideas, política e instituciones.

Aunque las personas comunes y corrientes sigan mirando las importaciones con considerable recelo, los economistas han tenido un extraordinario éxito al transmitir su mensaje a las autoridades. Nada lo refleja mejor que la conversión de “protección” y “proteccionistas” en términos de burla. Al fin y al cabo, de los gobiernos se espera en general que protejan a sus ciudadanos, pero, si alguien dice que es partidario de la protección contra las importaciones , se lo representa en un rincón junto a Reed Smoot y Willis C. Hawley, autores del tristemente famoso proyecto de ley sobre los aranceles de los EE.UU. de 1930.

Pero, sin los importantes cambios habidos en la configuración subyacente de los intereses políticos a favor de la apertura del comercio, las ideas de los economistas no habrían llegado demasiado lejos. Por cada trabajador y empresa afectados negativamente por la competencia de las importaciones, hay uno o más trabajadores y empresas que esperan cosechar los beneficios del acceso a los mercados extranjeros.

Estos últimos, con frecuencia representados por grandes empresas multinacionales, han ido dando a conocer cada vez más sus posiciones y adquiriendo cada vez más influencia. En su último libro, Paul Blustein cuenta que un ex ministro de Comercio indio pidió en cierta ocasión a su homólogo americano que le llevara una fotografía de un agricultor americano: “La verdad es que nunca he visto a ninguno”, contestó en broma el ministro. “Sólo he visto conglomerados de empresas americanas disfrazados de agricultores”.

Pero la relativa docilidad de las bases trabajadoras en relación con las cuestiones comerciales debe atribuirse en última instancia a algo totalmente distinto: las redes de seguridad erigidas por el Estado del bienestar. Ahora las sociedades industriales modernas tienen una gran panoplia de protecciones sociales –subsidio de paro, asistencia para la adaptación y otros instrumentos del mercado laboral, además de seguro de enfermedad y apoyo a la familia– que moderan la demanda de formas más toscas de protección.

El Estado del bienestar es la cara B de la economía abierta. Si el mundo no se ha caído por el precipicio proteccionista durante la crisis, como ocurrió durante el decenio de 1930, se debe en gran medida a los programas sociales que a los conservadores y los fundamentalistas del mercado gustaría ver desmantelados.

Se ha ganado la batalla contra el proteccionismo... hasta ahora, pero, antes de que nos relajemos, debemos recordar que aún no hemos abordado la amenaza fundamental que la economía mundial afrontará cuando ceda la crisis: el inevitable choque entre la necesidad por parte de China de producir una cantidad cada vez mayor de bienes manufacturados y la necesidad por parte de los Estados Unidos de mantener un déficit menor por cuenta corriente. Lamentablemente, hay pocos indicios de que las autoridades estén ya dispuestas a afrontar esa amenaza auténtica.

Fuente: www.project-syndicate.org

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