domingo, 4 de octubre de 2009

Los trapos al sol

Por: Carlos Peña

El caso de Chile Transparente muestra algunos rasgos de nuestra élite: pretenciosa, endogámica y desprolija.

Veamos.

Desde luego, pretenciosa.

Algunos integrantes del directorio y del consejo de Chile Transparente parecen creer -o hasta antes de este incidente creían- que ese tipo de nombramientos eran galardones o sucedáneos de títulos de nobleza, distinciones morales, reconocimientos honoríficos, adornos. Y no cargos que imponen deberes que hay que cumplir.

¿De qué otra forma se explica que confesaran, sin pudor alguno, que ejercían de directores y de consejeros de una institución cuyo principal, y casi único producto, sin embargo, ni siquiera leían? ¿Qué diríamos de los directores de una sociedad anónima o de una universidad que declararan no conocer los actos fundamentales de la institución que dirigen? Si no están alertas a aquello que compromete a la institución de que forman parte, ¿por qué ostentan entonces el cargo de director?

No se trata propiamente de irresponsabilidad, sino de algo peor. De un profundo malentendido que está muy arraigado en ciertos grupos: confundir los deberes con reconocimientos, los nombramientos con galardones, el protagonismo con aristocracia.

En una palabra, creer que tienen derecho a estar en ciertos lugares por lo que son, y no por lo que hacen.

Mal entonces.

Pero eso no es todo. El incidente muestra también el grado de endogamia y de promiscuidad de nuestra élite.

En vez de haber diferenciación de tareas y funciones (del lado de acá los que son objeto de control, del lado de allá los que controlan), el caso de Chile Transparente muestra que, entre nosotros, todos están mezclados, como si los conflictos de interés no existieran y como si trabajar a ambos lados del mesón (un día como empresario astuto, el otro como custodio de la moral corporativa; un día defendiendo intereses parciales ante un juez, el otro hablando en nombre del interés de todos; hoy de asesor de campaña, mañana de la transparencia) fuera lo más natural del mundo.

Una somera mirada a esta institución muestra -salvo dos o tres excepciones- que en ella están las mismas personas que aparecen en los litigios importantes, detrás de las candidaturas presidenciales, en los medios, los think tanks y los directorios.

Y es que Chile Transparente -no se necesita ser sociólogo para darse cuenta- también cumple tareas como la del Club de Golf o el Club de la Unión. Es una instancia para cultivar eso que Bourdieu llamaba distinción, tejer tupidas redes sociales y acumular capital social y simbólico.

Pero como si la pretensión y la endogamia no bastaran, en este caso nuestra élite además mostró ser desprolija.

El informe de Chile Transparente -si Frei lo hubiera leído, se habría dado cuenta- es de simples conjeturas. Como todos esos informes que tratan de parecer prudentes y equilibrados, la redacción del de Chile Transparente está llena de supuestos y contrafácticos del tipo si esto fuera así las cosas serían asá. Demasiado poco como para sustentar una imputación de envergadura como la que hizo Frei.

Pero Piñera y sus partidarios -incluidos los que hasta ahora disfrutaban del prestigio de Chile Transparente- tampoco han estado mejor. Han negado lo obvio -que Piñera ha tropezado con la ley dos o tres veces como si tal cosa- y han eludido la pregunta del millón: ¿cuál es el estándar de comportamiento para quienes aspiran a dirigir el Estado? Si nos parece reprochable que los diputados hagan trampas con las leyes del tránsito, ¿por qué no ocurre lo mismo cuando un candidato infringe la ley de valores?

Así, entonces, lo que ha aparecido en este incidente -organizaciones que emiten informes que, sin embargo, no avalan; directores que no los leen; candidatos presidenciales que no los entienden, acusando a los que les cuesta defenderse- muestra, sin que nadie se lo propusiera, los defectos de nuestra élite, esa que se encuentra cotidianamente en las misas, oenegés, directorios, litigios, clubes, partidos y candidaturas: desprolija, promiscua y pretenciosa.

Fuente: El Mercurio (Chile)

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