viernes, 6 de noviembre de 2009

Una nueva estructura mundial

Por: George Soros

Veinte años después de la caída del Muro de Berlín y del desplome del comunismo, el mundo afronta otra difícil alternativa entre dos formas fundamentalmente diferentes de organización: el capitalismo internacional y el capitalismo de Estado. El primero, representado por los Estados Unidos, ha quedado decompuesto, y el segundo, representado por China, está en ascenso. Seguir la vía de la menor resistencia propiciará la desintegración gradual del sistema financiero internacional. Hay que inventar un nuevo sistema multilateral basado en principios más sólidos.

Si bien la cooperación internacional para la reforma de la reglamentación es difícil de alcanzar fragmentariamente, podría lograrse con un gran pacto que reorganizara todo el orden financiero. Es necesaria una nueva conferencia de Bretton Woods, como la que creó la estructura financiera internacional posterior a la segunda guerra mundial para establecer unas nuevas normas internacionales, incluidos el trato dispensado a las entidades financieras demasiado grandes para quebrar y el papel de los controles de capital. También debería reconstituir el Fondo Monetario Internacional para que reflejara mejor el orden jerárquico predominante entre los Estados y revisar su método de funcionamiento.

Además, un nuevo Bretton Woods debería reformar el sistema monetario. El orden de la posguerra, que hizo a los EE.UU. más iguales que los demás, produjo desequilibrios peligrosos. El dólar ya no disfruta de la confianza que merecía en otro tiempo y, sin embargo, ninguna divisa puede ocupar su lugar.

Los EE.UU. no deben dudar en recurrir más a los derechos especiales de giro del FMI. Como éstos están denominados en varias divisas nacionales, ninguna de ellas gozaría de una ventaja injusta.

Habría que aumentar el número de divisas incluidas en los derechos especiales de giro y algunas de las nuevas divisas añadidas, incluso el renmimbi, pueden no ser totalmente convertibles. Sin embargo, eso permitiría a la comunidad internacional apremiar a China para que abandone su paridad del tipo de cambio con el dólar y sería la forma mejor de reducir los desequilibrios internacionales. Así el dólar podría seguir siendo la divisa de reserva preferida, siempre que se gestionara prudentemente.

Una gran ventaja de los derechos especiales de giro es la de que permiten la creación internacional de dinero, que resulta particularmente útil en momentos como el actual. A diferencia de lo que ocurre actualmente, se podría dirigir el dinero hacia donde más falta hiciera. Existe un mecanismo que permite a los países ricos que no necesiten reservas suplementarias transferir sus asignaciones a quienes sí que las necesiten, recurriendo a las reservas de oro del FMI.

La reorganización del orden mundial no deberá limitarse al sistema financiero y deberá contar con la participación en ella de las Naciones Unidas, en particular los miembros del Consejo de Seguridad. Deben ser los EE.UU. los que inicien ese proceso, pero China y otros países en desarrollo deben participar en condiciones de igualdad. Son miembros renuentes de las instituciones de Bretton Woods, dominadas por países que ya no tienen una posición dominante. Las potencias en ascenso deben estar presentes en la creación de ese nuevo sistema para velar por que lo apoyen activamente.

El sistema, en su forma actual, no puede sobrevivir y los EE.UU. son los que más tienen que perder si no se colocan al frente de su reforma. Los EE.UU. están aún en condiciones de dirigir el mundo, pero, sin una capacidad de dirección de amplias miras, es probable que su posición relativa siga erosionándose. Ya no pueden imponer su voluntad a los demás, como el gobierno de George W. Bush intentó hacer, pero podría encabezar un empeño cooperativo para lograr la participación de los países en desarrollo y los desarrollados, con lo que se restablecería la dirección americana de forma aceptable.

De no ser así, la perspectiva es aterradora, porque una superpotencia en declive que pierda su dominio político y económico, pero conserve la supremacía militar, es una combinación peligrosa. Solía tranquilizarnos la generalización de que los países democráticos aspiran a la paz. Después de la presidencia de Bush, esa regla ha dejado de ser válida, si es que alguna vez lo fue.

En realidad, la democracia pasa por un momento muy difícil en los Estados Unidos. La crisis financiera ha infligido privaciones a una población que no gusta de afrontar la realidad dura. El Presidente Barack Obama ha desplegado el “multiplicador de la confianza” y afirma haber contenido la recesión, pero, en caso de que haya una recesión con “doble caída”, los americanos pasarán a ser víctimas de toda clase de traficantes del miedo y demagogos populistas. Si Obama fracasa, el próximo gobierno sentirá la poderosa tentación de crear alguna distracción respecto de los problemas internos: un gran peligro para el mundo.

Obama tiene la visión acertada. Cree en la cooperación internacional, en lugar de la concepción de Bush-Cheney, basada en la razón de la fuerza. El ascenso del G-20 como foro primordial de la cooperación internacional y el proceso de colaboración con los asociados acordado en Pittsburgh son pasos en la dirección correcta.

Sin embargo, lo que falta es un reconocimiento general de que el sistema está decrépito y se debe reinventarlo. Al fin y al cabo, el sistema financiero no se desplomó del todo y el gobierno de Obama adoptó la decisión consciente de resucitar los bancos con subvenciones ocultas, en lugar de recapitalizarlos por decreto. Las entidades que sobrevivieron disfrutarán de una posición en el mercado más potente que nunca y resistirán una revisión sistemática. Muchos problemas apremiantes preocupan a Obama y no es probable que preste toda la atención debida a la necesidad de reinventar el sistema financiero internacional.

Los dirigentes de China deben tener una amplitud de miras mayor aún que Obama. China está substituyendo a los consumidores americanos como motor de la economía mundial. Como es un motor menor, la economía mundial crecerá más despacio, pero la influencia de China aumentará muy rápidamente.

De momento, el público chino está dispuesto a subordinar su libertad individual a la estabilidad política y el adelanto económico, pero puede que no siga así indefinidamente y el resto del mundo nunca subordinará su libertad a la prosperidad del Estado chino.

Al convertirse China en una de las potencias rectoras del mundo, debe transformarse en una sociedad más abierta para que el resto del mundo esté dispuesto a aceptarla como tal. Como las relaciones de poder militar son las que son, China no tiene otra opción que la de un desarrollo pacífico y armonioso. De hecho, de ello depende el futuro del mundo.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

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