miércoles, 18 de noviembre de 2009

El síndrome de Vietnam de Obama

Por: Jonathan Schell

No puede haber una solución militar a la guerra en Afganistán, sólo una política. Casi muero de aburrimiento sólo de escribir esta oración. Como presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, pondera qué hacer con esta guerra, ¿hay alguien que quiera repetir un punto que se ha demostrado miles de veces? ¿Existe alguien que no sepa que una guerra de guerrillas no puede ganarse sin granjearse “los corazones y las mentes” de las personas? El público estadounidense lo ha sabido desde su derrota en Vietnam.

Los estadounidenses están acostumbrados a pensar que su amarga experiencia en Vietnam les enseño ciertas lecciones que se convirtieron en principios precautorios. No obstante, hay documentos históricos recientemente disponibles que revelan algo mucho más extraño. Gran parte de esas lecciones de hecho se sabían –aunque no se admitiera públicamente- antes de que los Estados Unidos intensificaran la guerra en Vietnam.

Esta diferencia es importante. Si el desastre de Vietnam se emprendió con plena conciencia de las “lecciones”, ¿por qué serían más efectivas esas lecciones ahora? Parecería que son necesarias otras lecciones.

¿Por qué la administración del presidente Lyndon Johnson condujo a los Estados Unidos a una guerra que parecía una causa perdida incluso para sus propios funcionarios? Una posible explicación es que Johnson estaba completamente aterrado por la derecha estadounidense. Alentado por el senador Mike Mansfield a salirse de Vietnam, respondió que no quería otra “China en Vietnam.”

Su asesor de seguridad nacional, McGeorge Bundy, alimentó los temores de Johnson. En un memorándum de 1964, Bundy escribió que “el daño político a Truman y Acheson por la caída de China se dio porque gran parte de los estadounidenses empezaron a pensar que podíamos y debíamos haber hecho más de lo que hicimos para impedirlo. Esto es exactamente lo que pasaría ahora si se nos viera como los primeros en salir de Saigón." En otro memorándum, Bundy argumentaba que la neutralidad sería considerada por "todos los vietnamitas anticomunistas" como una “traición", lo que provocaría que una parte del electorado suficientemente poderosa “como hacernos perder unas elecciones” se irritara.

¿Acaso los asesores de Johnson impulsaron al país a una guerra desastrosa con el fin de ganar unas elecciones –o, para ser más exactos, para no perderlas? Johnson, Bundy y los demás, por supuesto, creían en la teoría del "dominó", que dice que una vez que un país “cae” en el comunismo, ello hace que otros caigan. Sin embargo, esa teoría se mezcló con una facilidad sospechosa con la percepción de que había una necesidad política interna de que el presidente se mostrase “duro” –para evitar que pareciera “menos halcón que sus adversarios más respetables”, como posteriormente lo dijo Bundy.

Lo extraño del debate actual sobre Afganistán es el grado en que muestra continuidad con los debates sobre Vietnam, y la administración Obama lo sabe.

Para la mayoría de los estadounidenses Vietnam dejo una gran lección: "No hay que hacerlo de nuevo". Sin embargo, para los militares estadounidenses, Vietnam dejó muchas lecciones pequeñas, que sumadas resultan en “hay que hacerlo mejor.”

En efecto, los militares han militarizado en los hechos los argumentos del movimiento de paz de los años sesenta. Si los corazones y las mentes son la clave, hay que ser buenos con la gente local. Si las bajas civiles son un problema, hay que reducirlas al mínimo. Si la corrupción está haciendo que se pierda el apoyo al gobierno cliente, hay que “presionar” para que sea honesto, como hizo Obama con sus comentarios luego de la reelección completamente fraudulenta del presidente Hamid Karzai.

Las lecciones para la política interna de Vietnam también se han transmitido hasta el presente. George McGovern, el candidato presidencial demócrata de 1972, propuso poner fin a la guerra, que ya para entonces era impopular, y con todo perdió las elecciones por un amplio margen. Esa derrota electoral parecía confirmar los temores previos de Johnson: aquéllos que se salen de las guerras pierden las elecciones. Esa lección infundió en el Partido Demócrata un temor muy profundo al "McGovernismo” que perdura hasta la fecha.

Hay una inconfundible continuidad entre los ataques de Joseph McCarthy a la administración de Harry Truman por “perder” China, y por un supuesto “apaciguamiento” e incluso “traición” y los estribillos agresivos de Dick Cheney y Karl Rove a Obama por oponerse a la guerra en Irak, sin mencionar las acusaciones de Sarah Palin durante la campaña electoral de que Obama había estado “acercándose a los terroristas.”

No es un ningún secreto que el apoyo de Obama a la guerra en Afganistán, que él considera “necesaria para defender a nuestra gente”, sirvió de protección en contra de las acusaciones de debilidad por su política de retirarse de Irak. Así, pues, las políticas del dilema de Vietnam han llegado a Obama prácticamente intactas. Ahora, como entonces, la cuestión es si los Estados Unidos son capaces de perder una guerra sin desmoronarse.

¿Puede dar marcha atrás la estructura política de los Estados Unidos? ¿Sabe cómo reducir las pérdidas? ¿Podrá aprender de la experiencia? ¿O debe caerse de cada acantilado que encuentre?

En el centro de estas preguntas hay otra: ¿deben los liberales y moderados doblegarse siempre ante la derecha extrema en lo relativo a la seguridad nacional? ¿Cuál es el origen del veto que ejerce la derecha sobre los presidentes, los congresistas y la opinión pública? Quienquiera que pueda responder a estas preguntas habrá descubierto una de las claves de la historia estadounidense de los últimos cincuenta años –y las fuerzas que, incluso ahora, presionan a Obama en lo que se refiere a Afganistán.

Recientemente, Obama realizó una visita nocturna a la base Dover de la fuerza aérea para presenciar el retorno de los restos de 16 soldados que murieron en Afganistán. El evento se planeó al detalle. Obama saludó en cámara lenta, al unísono con cuatro soldados uniformados; después caminó al mismo paso que ellos frente a la camioneta en la que acababan de colocar los restos transportados en el avión de carga que los trajo a casa.

Nadie habló. ¿Había caído Obama en el embrujo sombrío de los militares? ¿O era su presencia un compromiso público, mientras toma sus decisiones, de mantener su mente fija en asuntos de vida y muerte, en lugar de concentrarse en las siguientes elecciones?

Las medidas de Obama en Afganistán darán la respuesta.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

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