viernes, 20 de noviembre de 2009

¿Cuánto es suficiente?

Por: Robert Skidelsky

La recesión económica ha producido una explosión de irritación popular contra la “avaricia” de los banqueros y sus primas “obscenas”, que ha ido acompañada de la crítica más amplia al “desarrollismo”: la persecución del desarrollo económico o la acumulación de riqueza a toda costa, independientemente del daño que pueda causar al medio ambiente de la Tierra o a valores compartidos.

John Maynard Keynes abordó esa cuestión en 1930 en su breve ensayo “Posibilidades económicas para nuestros nietos”. Keynes predijo que al cabo de 100 años –es decir, en 2030–, el crecimiento en el mundo desarrollado se habría detenido de hecho, porque la gente tendría “suficiente” para llevar una “buena vida”. Las horas de trabajo remunerado se reducirían a tres al día: una semana de quince horas. Los seres humanos serían más como los “lirios del valle que ni trabajan ni hilan”.

La predicción de Keynes se basaba en la suposición de que, con un dos por ciento de aumento anual del capital, un uno por ciento de aumento de la productividad y una población estable, el nivel de vida medio se multiplicaría por ocho por término medio, lo que nos permite calcular cuánto pensaba Keynes que era “suficiente”. El PIB por habitante en el Reino Unido al final del decenio de 1920 (antes del desplome de 1929) era 5.200 libras (8.700 dólares), aproximadamente, en valor actual. De modo que calculó que un PIB por habitante de 40.000 libras (66.000 dólares), aproximadamente, sería “suficiente” para que los seres humanos centraran su atención en cosas más agradables.

No está claro por qué pensaba Keynes que la renta nacional británica media multiplicada por ocho sería “suficiente”. Lo más probable es que adoptara como criterio de suficiencia los ingresos del burgués rentista de su época, que eran unas diez veces mayores que los del trabajador medio.

Ochenta años después, el mundo desarrollado se ha acercado al objetivo de Keynes. En 2007 (es decir, antes del desplome), el FMI informó de que el PIB medio por habitante en los Estados Unidos ascendía a 47.000 dólares y en el Reino Unido a 46.000. Dicho de otro modo, el nivel de vida del Reino Unido se ha multiplicado por cinco desde 1930, pese a la refutación de dos de las hipótesis de Keynes: las de que no habría “guerras importantes” ni “crecimiento de la población” (en el Reino Unido la población es el 33 por ciento mayor que en 1930).

La razón de que hayamos prosperado tanto es la de que el aumento anual de la productividad ha sido mayor que el proyectado por Keynes: un 1,6 por ciento, aproximadamente, en el Reino Unido y un poco mayor en los Estados Unidos. Países como Alemania y el Japón han prosperado más aún, pese a los efectos enormemente perturbadores de la guerra. Es probable que la mayor parte de los países occidentales alcancen el “objetivo” de 66.000 dólares de Keynes en 2030.

Pero es igualmente improbable que ese logro ponga fin a la insaciable aspiración de obtener más dinero. Supongamos, cautelarmente, que hayamos recorrido las tres cuartas partes del camino hacia el objetivo de Keynes. Habría sido de esperar, por tanto, que la jornada laboral hubiera disminuido en dos terceras partes. En realidad, ha disminuido sólo una tercera parte... y ha dejado de reducirse desde el decenio de 1980.

Así resulta muy improbable que alcancemos la jornada de tres horas en 2030. También es improbable que el crecimiento se detenga, a no ser que la propia naturaleza imponga un alto. La gente seguirá cambiando ocio por ingresos mayores.

Keynes minimizó los obstáculos para la consecución de su objetivo. Reconoció que hay dos clases de necesidades, absolutas y relativas, y que las segundas pueden ser insaciables, pero subestimó su importancia, sobre todo al enriquecerse las sociedades, y, naturalmente, la capacidad de la publicidad para crear nuevas necesidades y con ello inducir a la gente a trabajar para ganar el dinero con el que satisfacerlas. Mientras el consumo sea ostentoso y competitivo, seguirá habiendo nuevas razones para trabajar.

Keynes no desconoció enteramente el carácter social del trabajo. “Seguirá siendo lógico”, escribió, “ser económicamente útil para otros después de que haya dejado de serlo para uno mismo”. Los ricos tenían el deber de ayudar a los pobres. Probablemente Keynes no pensara en el tercer mundo (la mayor parte del cual apenas había empezado a desarrollarse en 1930), pero el objetivo de reducción de la pobreza mundial ha impuesto una carga de trabajo suplementario a los habitantes de los países ricos, mediante el compromiso con la ayuda exterior y –lo que es más importante– la mundialización, que aumenta la inseguridad del trabajo y, en particular para los que tengan menos aptitudes, mantiene bajos los salarios.

Además, Keynes no abordó en realidad el problema de lo que haría la mayoría de la gente cuando ya no necesitara trabajar. Escribe: “El de que en qué ocuparse es un problema terrible para las personas comunes, sin talentos especiales, sobre todo si ya no tienen sus raíces en la tierra ni en la costumbre ni en las apreciadas convenciones de una economía tradicional”. Pero, como la mayoría de los ricos –“quienes tienen ingresos independientes, pero no asociaciones ni deberes ni vínculos” – han “fallado desastrosamente” a la hora de llevar una “buena vida”, ¿por qué habrían de hacerlo mejor los que ahora son pobres?

A ese respecto, Keynes se acerca más a la respuesta de por qué lo que consideraba “suficiente” no lo será, en realidad. La acumulación de riqueza, que debería ser un medio para conseguir la “buena vida”, se vuelve un fin en sí misma, porque destruye muchas de las cosas que hacen la vida digna de ser vivida. Más allá de cierto punto, que la mayoría del mundo dista mucho de haber alcanzado, la acumulación de riqueza sólo ofrece placeres substitutivos de las pérdidas reales en las relaciones humanas que impone.

Encontrar los medios para impulsar las mortecinas “asociaciones o deberes o vínculos” que tan esenciales son para que las personas se realicen es el problema irresuelto del mundo desarrollado y está empezando a plantearse a los miles de millones de personas que acaban de empezar a subir la escalera del crecimiento. George Orwell lo expresó muy bien: “Se ve todo progreso como una lucha frenética con miras a la consecución de un objetivo que esperamos –y rezamos por– que nunca se alcance”.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

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