viernes, 6 de noviembre de 2009

Israel después de Goldstone

Por: Shlomo Ben-Ami

La situación azarosa de Israel como consecuencia del informe del juez Richard Goldstone donde se lo acusa de crímenes de guerra en Gaza, y el subsiguiente respaldo del informe por parte del Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, trae a la mente la reacción del vicepresidente de Estados Unidos Spiro Agnew ante la acusación en su contra por cargos de corrupción en 1973: "Los bastardos cambiaron las reglas, pero nunca me avisaron".

De hecho, las reglas han cambiado, e Israel no puede decir que no fue advertido de que ésta es una era en la que el derecho internacional y la justicia universal se están promoviendo de manera convincente como los pilares de un orden mundial mejorado. Ese no era el caso cuando estalló el conflicto árabe-israelí hace más de 60 años. Ahora, en cambio, la comunidad internacional está comprometida a escudriñar cómo se llevan a cabo las guerras, y no se permitirá que los crímenes de guerra no reciban castigo.

O así deberían ser las cosas. Desafortunadamente, las nuevas reglas, en realidad, se aplican sólo a aquellos países que no son potencias mundiales. El Consejo de Derechos Humanos de la ONU no se habría atrevido a poner a Rusia en el banquillo de los acusados por devastar Grozny, la capital de Chechenia, o a China por reprimir brutalmente al pueblo del Tíbet y a la minoría musulmana uigur.

En su primera visita a Beijing, de hecho, la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, dejó en claro que cuando se trata de China, el orden y la estabilidad están encima de los derechos humanos. Después de todo, le explicó a un colega europeo, se supone que no hay que abusar del propio banquero. Y este banquero en particular financia todo el presupuesto del Pentágono.

Tampoco es concebible que Estados Unidos o Gran Bretaña hubieran sido convocados a dar explicaciones ante la Comisión de Ginebra, compuesta por algunos de los abusadores más brutales del mundo, por las bajas masivas que infligieron a civiles en Irak y Afganistán. De la misma manera, los cientos de víctimas civiles del bombardeo masivo de la OTAN en Serbia en 1999 permanecerán por siempre anónimos.

Es un defecto importante del sistema de derecho internacional que la aplicación de los principios sublimes de la justicia universal deba estar condicionada por el equilibrio global del poder político, y que a los abusadores más célebres del mundo, como Libia e Irán, se les permita posar como guardianes de los derechos humanos en agencias de las Naciones Unidas.

¿Alguien realmente puede esperar que a Israel lo impresione la crítica moral que hace Irán de su “desafío de la ley”? De hecho, tal como descubrió el propio juez Richard Goldstone con consternación, el Consejo de Derechos Humanos eligió censurar exclusivamente a Israel sin ni siquiera preocuparse por mencionar a Hamas, a quien Goldstone explícitamente acusó de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.

No es del todo descabellado suponer que un “efecto Obama” está teniendo impacto en el actual apremio internacional de Israel. La embestida contra Israel estuvo indirectamente alentada por la percepción hoy generalizada de que, con Obama en la Casa Blanca, el inquebrantable apoyo norteamericano a un estado judío ya no se puede dar por sentado. La indiferencia de algunos países europeos frente al pedido de ayuda de Israel durante el debate sobre el informe Goldstone no estuvo desvinculada de su frustración ante la negativa por parte del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, a congelar los asentamientos, algo en lo que Obama ha insistido.

Sin embargo, por más entendible que pueda ser la sensación que tiene Israel de que lo tratan erróneamente, debería ajustarse a estándares más elevados, y evitar atrincherarse detrás de los muros de sus propias convicciones. La gesta de Israel en Gaza fue una victoria pírrica, y el país hoy está comprometido a cambiar su doctrina de guerra de “defensa ofensiva”. Una muestra de fuerza devastadora, con víctimas israelíes limitadas a costa de una cantidad ilimitada de bajas civiles palestinas, ya no es internacionalmente sostenible. Si se la repite, esta estrategia irreparablemente socavará la posición de Israel en la familia de naciones.

Israel tendrá que adaptar su doctrina de guerra al campo de batalla moderno y a las sensibilidades de la comunidad internacional. Los ejércitos regulares ya no son la amenaza exclusiva a la seguridad de los países. Los actores no estatales –como Hamas y Hezbollah, o el talibán en Afganistán y Pakistán- que se escudan detrás de una población civil indefensa exponen la creciente brecha entre las reglas de guerra tradicionales y las realidades del campo de batalla de hoy. Es dudoso que Israel tenga la capacidad de forjar una alianza internacional que adapte las reglas de guerra a las condiciones de conflicto armado asimétrico.

El informe Goldstone no necesariamente es una mala noticia para las perspectivas de paz en Oriente Medio. Podría decirse que la guerra en Gaza creó una nueva clase de disuasión mutua en esta región devastada por la guerra. Hamas resultó definitivamente disuadido por la ofensiva implacable de Israel, e Israel, lo admita o no, se verá disuadido por el espectro de líderes israelíes y oficiales militares que se convierten en objeto de órdenes de detención judicial en Europa.

Todo el proceso legal bien puede interrumpirse por un veto norteamericano en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, e Israel podría seguir aferrándose a su reclamo tradicional sobre su derecho a la autodefensa. Pero la verdad es que Israel tiene las manos atadas. Sus líderes ahora tendrán que tomar medidas mucho más resueltas en el camino hacia la paz si el argumento que utilizaron para desbaratar el Informe Goldstone –que había que considerarlo “un obstáculo para el proceso de paz”- ha de tener alguna credibilidad.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

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