viernes, 27 de noviembre de 2009

Una gran paradoja

Por: Paloma Román Marugán

Una vez despejado el nuevo escenario político tras las elecciones legislativas de septiembre de 2009, sabemos que Angela Merkel revalida su puesto de Canciller de Alemania. Recordemos en este momento, que ella ha sido la primera mujer que logró ese cargo. Pero lo llamativo de la noticia, no radica en que la coalición conservadora CDU-CSU en compañía de los liberales, se haya alzado con el triunfo electoral, ni que por segunda vez tras la reunificación, sea una persona del antiguo bloque comunista, quien acceda a presidir el ejecutivo alemán, sino que lo extraordinario, y por tanto noticia, es que es una mujer.

He aquí la paradoja. ¿Cómo es posible que ante un resultado electoral tan incierto, después de una campaña tan agitada por la crisis, lo relevante se reduzca a que la señora Merkel sigue perteneciendo al club exclusivo de las primeras ministras? Está clara la respuesta, es que...¡hay tan pocas mujeres en ese cargo!

Por supuesto, estamos ante la punta del iceberg de una cuestión grave que arrastran nuestras sociedades de siempre, y que podemos resumir brevemente con el enunciado de una paradoja: es evidente el escaso papel de la mujer en el ámbito de la toma de decisiones políticas, cuando ella supone el 51 % de la población del mundo, por tanto.... ¿cómo es posible arrinconar a un colectivo tan mayoritario –el más grande, si nos apuramos-, en un ámbito vital para la humanidad?

La política se ocupa de la regulación del conflicto entre los seres humanos; por tanto, se trata de una actividad de procedimiento socialmente valiosa, porque a través de su principal mecanismo: la toma de decisiones, arbitra ese conflicto; que a su vez, parte de otra paradoja: el ser humano no puede vivir alejado de la comunidad, pero las relaciones entre seres humanos no son naturalmente armónicas. La política se inventó para paliar esa circunstancia que nos acompaña desde la cuna a la tumba.

Bien, pues estando todos hechos de la misma materia, resulta que la actividad política queda circunscrita de forma escandalosamente mayoritaria a los hombres, cuando las mujeres, primero ahí están, y como seres iguales pueden aportar el mismo caudal de ideas, trabajo, esfuerzo y responsabilidad que se ha de exigir a la dirección de las sociedades.

Esta situación arrastrada a lo largo de la historia, va presentando algunos signos de cambio, pero no nos engañemos, falta muchísimo, queda casi todo por hacer. ¿Por qué? ¿Qué es lo que ocurre?

Que duda cabe que se va observando como gradualmente mas mujeres acceden a puestos relevantes, como el caso ya citado de Merkel, o el de la presidenta de Liberia -y única mujer en ese puesto en toda Africa-, Ellen Johnson-Sirleaf; o las presidentas de Chile y Argentina, Michelle Bachelet y Cristina Fernandez; o la excepción asiática de Gloria Macapagal Arroyo en Filipinas. O en España, en que por primera vez tenemos no solo una, sino dos vicepresidentas del gobierno, Mª Teresa Fernández de la Vega y Elena Salgado, además de un gabinete paritario. Y no quiero olvidar en este momento, a todas aquellas mujeres cuyos nombres no trascienden al gran público, pero que ocupando puestos políticos menores, que no menos importantes, hacen una labor encomiable, quizá en los ámbitos locales o/y en los cuadros intermedios de las organizaciones políticas y cívicas. Pero lo cierto es que destacando con su presencia en puestos tradicionalmente reservados a los hombres, son aún sólo adelantadas en unas estructuras totalmente masculinas, y cuyas claves internas están regidas por esos parámetros. Estas mujeres pioneras tienen la mayoría de las veces que sobrevivir a través de la difícil adaptación a un mundo masculino, donde a ellas se las exige el doble que a sus colegas; donde se convierten en símbolos de todas las demás mujeres –con la presión añadida, de que si fracasan o yerran, “demuestran” que las mujeres no valen, cuando el error es masculino es “un caso aislado”-; sin olvidar que están más expuestas que sus colegas a la crítica, y sobre todo, no lo olvidemos, han de sortear innumerables dificultades para conseguir conciliar la vida profesional y la familiar. Mientras que un político aparece satisfecho con el reclamo de su sonriente familia; en el caso de la mujer que trabaja en la política, no se sabe bien cuál es el puesto de su marido, se comenta que ve poco a sus hijos, o se recalca que no los tiene, apareciendo como responsable, o incluso autorresponsable, de las eventuales quiebras familiares.

En definitiva, y a pesar de los innegables logros de la esforzadas pioneras, el camino es largo. Lo que ayudaría a modificar esta situación, es la irrupción en términos realmente igualitarios a las mujeres en la escena política, ya que eso contribuiría a contar con su mentalidad, sus puntos de vista, su forma de enfocar y solucionar los problemas, en definitiva se aportaría su óptica frente a las dificultades de la vida, y no se tendría que estar a expensas, como ahora ocurre, del prisma de los hombres, por bienintencionado que pueda ser. Se calcula que simplemente con un 30 % de presencia femenina en el mundo político, se conseguiría un debilitamiento de los estereotipos sobre la mujer, y se podrían establecer modelos de identificación de los y las jóvenes. Claro está que queda mucho para esto, pero hay que comenzar ya a plantearlo en estos términos, y romper la barrera de cristal que existe.

Las iniciativas que se han puesto sobre la mesa en estos últimos tiempos para favorecer el acceso de las mujeres a la política, son dignas de aplauso: como por ejemplo, el establecimiento de cuotas tanto en el desempeño de cargos como igualmente en las candidaturas electorales, pero son, no lo olvidemos, medios correctivos; por eso, debemos ir más lejos, por ese cambio –revolucionario, pareciera- de mentalidad, que nos lleve a no tener que distinguir, o a comentar la condición masculina o femenina del político/a, sino ¿quién nos gobernará, con qué proyecto político, a través de que ideología, y con qué resultados?.

No sólo hay que defender para las mujeres una presencia política y social más acorde con su presencia real, en función de su número, sino también por la incorporación a la vida pública de su óptica, de su forma de entender los problemas de la vida. Eso incrementa la calidad de la democracia porque añade tolerancia y diversidad, y si así somos, habremos de reconocerlo a fin de gobernarnos de forma más atinada, que en definitiva, es lo que necesitamos. Se habla de democracia paritaria, yo diría democracia a secas.

La vida nos ha enseñado, que sólo con querer no sirve, hay que poder; hay que acometer esos objetivos con esfuerzo, y allanando caminos tortuosos; sin duda alguna el instrumento más eficaz, aunque a largo plazo, es la mejora en la educación de todos, por mor de ese preciso cambio de mentalidad, pero debemos comenzar ya sobre esos cimientos, más esa voluntad decidida de que lo que hemos conseguido son logros, pero hace falta más. La Declaración del Milenio de las Naciones Unidas recuerda que la igualdad de sexos y la autonomía de la mujer sigue siendo una asignatura pendiente. No seamos ni ciegos ni tacaños, y apostemos por las mujeres en la política, en definitiva es una apuesta por el futuro de todos y de todas.

Paloma Román Marugán - Revista Encrucijada Americana
Octubre de 2009

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