sábado, 21 de noviembre de 2009

Obama encadenado

Por: Jeffrey D. Sachs

Resulta difícil para los observadores internacionales de Estados Unidos entender la parálisis política que aqueja al país, y que amenaza seriamente la capacidad de Estados Unidos de resolver sus problemas internos y contribuir a la solución de los problemas internacionales. La crisis de gobernancia de Estados Unidos es la peor de la historia moderna. Es más, probablemente empeore en los próximos años.

Las dificultades que está teniendo el presidente Barack Obama a la hora de sancionar su programa básico, ya sea en atención sanitaria, cambio climático o reforma financiera, son difíciles de entender a primera vista. Después de todo, personalmente es popular, y su Partido Demócrata cuenta con mayorías abrumadoras en ambas cámaras del Congreso. Sin embargo, su agenda está estancada y las divisiones ideológicas del país se están volviendo cada más profundas.

Entre los demócratas, la tasa de aprobación de Obama a principios de noviembre era del 84%, comparado con apenas el 18% entre los republicanos. El 58% de los demócratas creía que el país estaba encaminado en la dirección correcta, comparado con el 9% de los republicanos. Sólo el 18% de los demócratas respaldaban el envío de 40.000 tropas adicionales a Afganistán, mientras que el 57% de los republicanos respaldaba un mayor envío de tropas. De hecho, una mayoría importante de los demócratas, el 60%, estaba a favor de una reducción de las tropas en Afganistán, comparado con apenas el 26% de los republicanos. En todas estas cuestiones, un grupo intermedio de independientes (ni demócratas ni republicanos) estaba dividido de manera más pareja.

Parte de la causa de estas enormes divergencias de opinión es que Estados Unidos es una sociedad cada vez más polarizada. Las divisiones políticas se han ampliado entre los ricos y los pobres, entre los grupos étnicos (blancos no hispanos versus norteamericanos negros e hispanos), en todas las afiliaciones religiosas, entre nativos e inmigrantes y a lo largo de otras líneas divisorias sociales. La política norteamericana se ha vuelto venenosa a medida que empezó a cundir la idea, especialmente en la elocuente extrema derecha, de que la política gubernamental es una lucha de "suma cero" entre los diferentes grupos sociales y la política.

Es más, el propio proceso político está quebrado. El Senado hoy opera en base a una regla informal de que los opositores intentarán matar una propuesta legislativa apelando al "filibusterismo" -una táctica procesal para impedir que la propuesta se someta a votación-. Para superar el filibusterismo, quienes respaldan la propuesta deben reunir 60 de 100 votos, en lugar de una simple mayoría. Esto ha resultado imposible en políticas controversiales -como las reducciones vinculantes de emisiones de carbono- aún cuando una mayoría simple respalda la legislación.

Una crisis igualmente profunda surge del papel que juega el dinero en la política. El lobby puertas adentro de las corporaciones poderosas hoy domina las negociaciones sobre determinación de políticas, de las cuales el público queda excluido. Los principales actores, entre ellos Wall Street, las compañías automovilísticas, la industria de la atención médica, la industria de armamentos y el sector inmobiliario, le han hecho un gran daño a Estados Unidos y a la economía mundial en la última década. Muchos observadores consideran el proceso de lobby como una suerte de corrupción legalizada, en la que enormes cantidades de dinero cambian de manos, muchas veces en la forma de financiación de campaña, a cambio de políticas específicas y votos.

Finalmente, la parálisis política en torno al presupuesto federal de Estados Unidos puede estar desempeñando el mayor papel de todos en la incipiente crisis de gobernancia de Estados Unidos. La población norteamericana se opone rabiosamente a pagar mayores impuestos; sin embargo, el nivel tributario (aproximadamente el 18% del ingreso nacional) no es suficiente para pagar las funciones medulares del gobierno. En consecuencia, el gobierno norteamericano hoy no puede ofrecer de manera adecuada servicios públicos básicos, como una infraestructura moderna (trenes rápidos, mejor tratamiento de los residuos, banda ancha), energía renovable para combatir el cambio climático, escuelas decentes y financiación de la atención sanitaria para quienes no pueden pagarla.

La poderosa resistencia a mayores impuestos, conjugada con una creciente lista de necesidades urgentes incumplidas, ha llevado a un mal desempeño crónico del gobierno de Estados Unidos y a un nivel cada vez más peligroso de déficits presupuestarios y deuda gubernamental. Este año, el déficit presupuestario se ubica en un récord de tiempos de paz de aproximadamente el 10% del PBI, muy superior al de otros países de altos ingresos.

Obama hasta el momento parece incapaz de quebrar este callejón sin salida fiscal. Para ganar la elección de 2008, prometió que no aumentaría los impuestos a ningún hogar con ingresos inferiores a 250.000 dólares anuales. Esa promesa de no aumentar los impuestos, y las actitudes públicas que llevaron a Obama a formularla, obstaculizan toda política razonable.

Existe escaso "despilfarro" que se pueda recortar del gasto doméstico y, en cambio, muchas áreas en las que se necesita aumentar el gasto público. Un mayor gravamen a los ricos, si bien justificado, no está ni cerca de solucionar la crisis de déficit. Estados Unidos, por cierto, necesita un impuesto al valor agregado, que se aplica ampliamente en Europa, pero el propio Obama descartó por completo ese tipo de aumento impositivo durante la campaña electoral.

Estos factores paralizantes podrían intensificarse en los próximos años. Los déficits presupuestarios podrían seguir impidiendo toda acción positiva en áreas de necesidad crítica. Las divisiones respecto de las guerras en Irak y Afganistán podrían seguir obstaculizando un cambio de política decisivo, como un retiro de fuerzas. El deseo de los republicanos de derrotar a los demócratas podría llevarlos a utilizar toda maniobra a su alcance para bloquear votos y demorar las reformas legislativas.

Para quebrar esta dinámica hará falta un cambio importante de rumbo. Estados Unidos debe marcharse de Irak y Afganistán, lo que permitiría ahorrar 150.000 millones de dólares por año para otros propósitos y reducir las tensiones causadas por la ocupación militar. Estados Unidos tendrá que aumentar los impuestos para solventar nuevas iniciativas de gasto, especialmente en las áreas de la energía sustentable, el cambio climático, la educación y la asistencia a los pobres.

Para evitar una mayor polarización y parálisis de la política norteamericana, Obama debe hacer algo más para asegurar que todos los norteamericanos entiendan mejor la urgencia de los cambios que prometió. Sólo esos cambios -inclusive las reformas de las prácticas de lobby- pueden restablecer una gobernancia efectiva.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

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