martes, 4 de agosto de 2009

Todos los caminos del estímulo conducen a China

Por: Barry Eichengreen

Ahora que los "retoños verdes" de la recuperación se marchitaron, el debate sobre el estímulo fiscal regresó para vengarse. En Estados Unidos, quienes argumentan a favor de otro paquete de estímulo observan que siempre fue un pensamiento ilusorio creer que un paquete de 787.000 millones de dólares podía compensar una caída de 3 billones de dólares en el gasto privado. Pero el desempleo aumentó incluso más rápido, y más, de lo esperado. Combinemos esto con la continua caída de los precios de la vivienda, y es entendible que el gasto de los consumidores se mantenga deprimido.

Los bancos, después de haber sido recapitalizados sólo lo necesario para mantenerlos a flote, todavía tienen balances débiles. Su consiguiente rechazo a prestar dinero restringe la inversión. Mientras tanto, los gobiernos estatales, al ver que los ingresos cayeron como resultado de menores ingresos tributarios el año pasado, están aplicando recortes como locos. Si había un argumento a favor de un estímulo adicional allá por febrero, ese argumento hoy es incluso más fuerte.

Pero el argumento en contra de un estímulo adicional también es fuerte. El déficit federal de Estados Unidos representa un alarmante 12% del PBI, y la deuda pública como un porcentaje del ingreso nacional ya se proyecta al doble, al 80% del PBI. La idea de que Estados Unidos puede salir de su carga de deuda, como lo hicieron Finlandia y Suecia después de sus crisis financieras en los años 1990, parece poco realista.

Frente a todo esto, un mayor gasto deficitario no hará más que avivar los temores de mayores impuestos y más inflación en el futuro. También alentará el resurgimiento de desequilibrios globales. Y no tranquilizará a los consumidores o inversores.

La economía puede tener dos argumentos posibles, pero la política apunta en una sola dirección. El Congreso de Estados Unidos no tiene el estómago para otro paquete de estímulo. Ya enfrentó una intensa crítica por no haber podido poner en orden la casa fiscal del país. La lentitud con la que se desarrolló el primer estímulo, y el hecho de que incluso pasará más tiempo antes de que se sientan sus plenos efectos, le da más de comer a las fieras.

La desilusión frente a los efectos del TARP ya destruyó el respaldo popular -y parlamentario- a que se invierta más dinero público en recapitalizar a los bancos. De modo que, incluso los que encuentran convincente la lógica económica de los argumentos a favor del activismo fiscal deben reconocer que los políticos no muestran su apoyo. Un segundo estímulo simplemente no está en las cartas.

Si va a haber una mayor demanda agregada, se puede generar en un solo lugar. Ese lugar no es ni Europa ni Japón, donde las deudas son aún mayores que en Estados Unidos -y las precondiciones demográficas para pagarlas, menos favorables-. Más bien, son los mercados emergentes como China.

El problema es que China ya hizo mucho para estimular la demanda interna, tanto a través del gasto gubernamental como obligando a sus bancos a prestar. En consecuencia, su mercado accionario perdió sustancia, y está experimentando un alarmante boom de la propiedad. En el transcurso de mayo, los precios de las propiedades subieron el 18% en un año. Es comprensible que las autoridades chinas teman un problema de burbuja.

La manera obvia de cuadrar este círculo es invertir más en importaciones. China puede comprar más maquinaria industrial, equipamientos de transporte y material para la fabricación de acero, que están entre sus principales importaciones de Estados Unidos. Direccionar el gasto hacia las importaciones de bienes de capital evitaría un recalentamiento de los propios mercados de China, alentaría la capacidad productiva de la economía (y, en consecuencia, su capacidad para crecer en el futuro) y sustentaría la demanda de productos norteamericanos, europeos y japoneses justo cuando ese sostén se necesita más.

Esta estrategia conlleva riesgos. Permitir que el renminbi se aprecie como una forma de fomentar las importaciones también puede desalentar las exportaciones, el motor tradicional del crecimiento chino. Y bajar las barreras administrativas a las importaciones puede redireccionar más gasto hacia bienes extranjeros de lo que las autoridades pretenden. Pero estos son riesgos que vale la pena correr si China habla en serio sobre asumir un papel de liderazgo global.

La pregunta es qué obtendrá China a cambio. Y la respuesta nos remonta al punto de partida; es decir, la política fiscal norteamericana. A China le preocupa que su inversión de más de 1 billón de dólares en títulos del Tesoro de Estados Unidos pierda su valor. Quiere un reaseguro de que Estados Unidos respaldará sus deudas. Por lo tanto quiere ver un programa creíble para equilibrar el presupuesto norteamericano una vez que termine la recesión.

Y, a pesar del tono amenazador, la administración Obama todavía tiene que ofrecer un mapa de ruta creíble para la consolidación fiscal. El hacerlo tranquilizaría a los contribuyentes norteamericanos preocupados por los déficits actuales. Igualmente importante, tranquilizaría a los estrategas políticos chinos.

Vivimos en un mundo multipolar donde ni Estados Unidos ni China son lo suficientemente grandes como para ejercer por sí solos un liderazgo económico global. Para China, liderazgo significa asumir riesgos adicionales. Pero para que esto sea tolerable, Estados Unidos necesita aliviar a China de los riesgos existentes. Sólo trabajando juntos los dos países pueden liderar la economía mundial y sacarla de su abatimiento actual.

Fuente: Project Syndicate

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