sábado, 8 de agosto de 2009

Capitalismo bueno y malo

Por: Michel Rocard

La realidad del intercambio en el mercado -transacciones directas entre comerciantes y sus clientes- apareció gradualmente hace 3000 a 4000 años. En esta nueva relación social, el cliente era libre de comprar lo que deseara, en cualquier momento y a quien quisiera, a menudo negociando el precio con el vendedor.

Gracias a estas características, el libre mercado es una libertad básica que está arraigada en la vida cotidiana. Sigue predominando hoy, ya que han fracasado todos los intentos de crear una alternativa, incluso el totalitarismo. De hecho, han pasado 20 años desde que los países ex comunistas de Europa del Este se volvieran a unir al mundo de la economía de mercado, paso dado en 1946 por los socialdemócratas de todo del mundo.

A lo largo de varios miles de años, el libre mercado estuvo compuesto por personas: artesanos, comerciantes y consumidores. Cuando surgió hace tres siglos, el capitalismo era simplemente la misma actividad, a una escala mayor. Gracias a los motores a vapor y la electricidad, una gran cantidad de personas pudieron trabajar en conjunto, y las corporaciones pudieron atraer a una gran cantidad de pequeños ahorristas, que se convirtieron en capitalistas.

Este sistema es fantástico. Para la época de la Revolución Francesa, el estándar de vida casi se había duplicado desde los tiempos del Imperio Romano. Hoy es 150 veces mayor.

Sin embargo, el capitalismo es también cruel. En sus comienzos, las personas se veían obligadas a trabajar 17 horas al día, sin días libres ni jubilación. Gracias a la democracia, las luchas sociales y los sindicatos, junto con los esfuerzos políticos de la democracia social, la inhumanidad del sistema se ha suavizado en parte.

No obstante, si se lo deja funcionar por si mismo, el sistema es inestable. Sufre una crisis aproximadamente una vez por década. La peor crisis del siglo veinte, de entre 1929 y 1932, acabó con los empleos de 70 millones de trabajadores en Gran Bretaña, Estados Unidos y Alemania (sin beneficios de desempleo) en menos de seis meses. Llevó a Adolf Hitler al poder, causando una guerra que dejó 50 millones de muertos.

Después de la guerra, se generalizó la creencia de que era necesario estabilizar el sistema. Finalmente surgió un sistema más equilibrado, basado en tres instituciones principales: seguro de salud, política fiscal y monetaria keynesiana para suavizar el impacto del ciclo económico y, de la mayor importancia, una política de altos salarios y reducción de la desigualdad económica con el fin de impulsar el consumo de los hogares.

Lo que se logró fue notable: 30 años de crecimiento económico rápido y consistente, empleo completo y permanente en todas las naciones desarrolladas, y ninguna crisis financiera o económica. Durante este periodo, los estándares de vida se multiplicaron por diez. La prosperidad se convirtió en la principal arma que aseguró la victoria de Occidente sobre el comunismo soviético. Los pueblos de Europa del Este estaban ansiosos de abrazar este tipo de capitalismo.

Sin embargo, el éxito político del capitalismo ocurrió en el momento mismo en que el sistema se empezó a deteriorar. Los salarios altos impulsaron el crecimiento pero redujeron las ganancias. Los accionistas se organizaron en fondos de pensiones, fondos de inversión y fondos de cobertura. Debido a su presión, el empleo cayó, reduciendo la proporción de los salarios en el ingreso nacional total en un 10% a lo largo de los últimos 30 años.

En las naciones desarrolladas, la cantidad de trabajadores pobres llegó al 10-15% de la fuerza de trabajo, con otro 5-10% de trabajadores desempleados y un 5-10% de trabajadores que abandonaron del todo el mercado laboral. Más aún, a lo largo de los últimos 25 años ha surgido una grave crisis financiera -regional o global- cada cuatro o cinco años. El crecimiento anual cayó por debajo del 3% en promedio. La actual crisis tuvo su origen en el ocultamiento generalizado de préstamos incobrables dentro de conjuntos de valores que se vendieron en todo el mundo.

La seguidilla de bancarrotas generó una grave crisis del crédito, que a su vez provocó una profunda recesión y, con ella, un brutal aumento del desempleo. Los tres recursos de estabilización del capitalismo perdieron su eficacia. Si bien los países ricos reaccionaron más rápidamente y de manera más sensata para estimular sus economías que en 1929, y la hemorragia de los bancos se pudo contener, esto no ha sido suficiente para dar impulso al crecimiento.

Nos encontramos ahora en un extraño periodo en el que gobiernos, banqueros y periodistas anuncian el final de la crisis sólo porque ya no quiebran grandes bancos cada semana. Sin embargo, nada se ha resuelto y el desempleo sigue en alza.

Peor aún: el sector bancario está intentando aprovecharse de los paquetes de rescate con financiamiento público para proteger sus privilegios, entre ellos gratificaciones inmoralmente enormes y extravagantes libertades para crear activos financieros especulativos sin vínculos con la economía real. De hecho, el supuesto fin de la crisis parece más una reconstrucción de los mecanismos que la causaron.

En todos los países, la economía económica se está estabilizando penosamente a entre un 5% y un 10% por debajo de los niveles de 2007. La raíz de la crisis sigue siendo la caída del poder de compra de las clases media y baja, y el colapso de las burbujas especulativas creadas por la avaricia de las clases adineradas. Sin embargo, si hemos de tener un sistema en que casi todos puedan mejorar su nivel de vida, los ricos no pueden volverse más ricos al mismo tiempo. De lo contrario, podemos esperar un largo periodo de estancamiento, marcado por crisis financieras periódicas.

En estas circunstancias, una mayoría de los votantes europeos ha mostrado hace poco, una vez más, estar a favor de la derecha y su tendencia a apoyar a quienes buscan mejorar sus fortunas. Un sombrío futuro nos espera.

Fuente: project-syndicate

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