viernes, 27 de febrero de 2009

Voto voluntario: Contra la corriente

Por: Sergio Melnick

Confieso que a medida que ha evolucionado el debate sobre el proyecto de ley que introduce la inscripción automática y el voto voluntario -aprobado esta semana en el Congreso- he ido cambiando radicalmente de opinión. Finalmente, he llegado a una conclusión contra la corriente. Me inclino fuerte y taxativamente por la inscripción y el voto obligatorios. Y por curioso que les parezca a algunos, lo hago en nombre de la libertad, que es todo lo contrario de la irresponsabilidad.

La obligación de ir a inscribirse nos garantiza un patrón electoral impecable, como el que tenemos hoy. Las personas tienen que ir a registrarse sometiéndose a algún trámite público y necesario, como los requisitos para sacar el carné de identidad o la libreta de familia. Eso significa que los 3,9 millones de chilenos en condiciones de votar que hoy no están inscritos -de un universo total de 12 millones- tendrían que hacerlo.

El voto obligatorio sería, en teoría, como lo es hasta ahora. Pero con la gran diferencia de que las sanciones deben ser efectivas, algo que hoy no ocurre.

Siempre queda la alternativa de votar en blanco o nulo o sumarse a la mayoría, pero el sufragio de cada uno es información esencial para la calidad de la política.

Nos gusta mucho hablar de la sociedad de los derechos, pero no de las obligaciones. La vida en sociedad es necesaria y muy beneficiosa, pero no es fácil ni menos gratis, más allá de los impuestos. La pregunta entonces es cómo nos equivocamos menos. La respuesta está en el camino de los valores y la autorregulación en base a estos. En el estado de derecho, las leyes definen los valores, o el bien y el mal. Por ello es tan fundamental participar en la elección de quienes hacen las leyes.

La inscripción y el voto obligatorios son una señal particularmente importante para los jóvenes. Una juventud sin un mínimo de disciplina y responsabilidad hace prever un futuro muy oscuro. La gran mayoría de los potenciales electores entre 18 y 30 años no está inscrita. Sólo uno de cada cinco de ellos -de un total de 3,3 millones- se ha molestado en ir a firmar en los registros electorales.

La libertad, paradójicamente, impone muchas exigencias. No consiste simplemente en hacer lo que se quiera, sino en que los individuos logren desarrollar su sentido vital dentro de un sistema en que millones quieren lo mismo. Cuando no se cultiva desde el individuo, a la larga se pierde. No es un regalo, sino un logro. Tampoco es gratis; tiene costos.

El emitir la opinión sobre los líderes futuros -sobre todo en un día feriado- es una responsabilidad elemental, que implica la necesidad de informarse, de tener opinión. También obliga a los políticos a considerar a todo el electorado, en vez de basarse en un padrón electoral que en esencia no ha tenido grandes cambios desde el plebiscito de 1988. Eso influye en el discurso y en las propuestas de los candidatos. Insisto: no podemos ser condescendientes en exceso con la juventud. Requiere algunas reglas y ciertamente aprendizaje. Basta ya de trivialidades y populismo. La clase política debería dar el ejemplo: retroceder en lo que se votó esta semana en la Cámara y legislar por la inscripción y el voto obligatorios.

Fuente: blog.latercera.com

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