viernes, 6 de febrero de 2009

Cuatro salidas

Por: J. Bradford DeLong

Cuando una economía cae en una depresión, el gobierno puede intentar hacer cuatro cosas para devolver el empleo a su nivel normal y la producción a su nivel “potencial”. Llamémoslas política fiscal, política crediticia, política monetaria e inflación.

La inflación es lo más sencillo de explicar: el gobierno imprime montones de billetes de banco y los gasta. El dinero circulante de más aumenta los precios. Al aumentar los precios, el público no quiere tener efectivo en sus bolsillos o en sus cuentas bancarias –su valor disminuye todos los días–, por lo que aumenta su ritmo de gasto para intentar preservar su riqueza fuera del efectivo que se deprecia y convertirla en activos reales que valgan algo. Ese gasto saca a los parados del desempleo, porque crea empleo, y aumenta la utilización de la capacidad al nivel normal y la producción a niveles “potenciales”.

Pero las personas sensatas prefieren eludir la inflación. Es un expediente muy peligroso, que socava los niveles de valor, vuelve virtualmente imposibles los cálculos económicos y redistribuye la riqueza al azar. Como dijo John Maynard Keynes, “no hay un medio más sutil ni más seguro de trastocar la base existente de la sociedad que el de corromper la moneda. Ese proceso lanza todas las fuerzas ocultas de la ley económica hacia la destrucción y lo hace de un modo que ni un hombre de entre un millón puede diagnosticar...” Pero los gobiernos prefieren recurrir a la inflación antes que permitir otra Gran Depresión; ahora bien, si hay una forma substitutiva de restablecer el empleo y la producción, preferiríamos con mucho no hacerlo.

La forma habitual de luchar contra las depresiones incipientes es la de recurrir a la política monetaria. Cuando el empleo y la producción amenazan con deteriorarse, el banco central compra bonos estatales para disponer de efectivo inmediato, con lo que acorta la duración de los activos seguros con los que cuentan los inversores. Con menos activos seguros y que rindan en el mercado financiero, el precio del dinero seguro aumenta. Con ello a las empresas les resulta más ventajoso invertir para aumentar su capacidad, con lo que truecan el efectivo que podrían repartir a sus accionistas en el presente por una mejor posición en el mercado que les permita remunerarlos en el futuro. Ese aumento en el presente del gasto orientado al futuro saca a los parados del desempleo e incrementa la utilización de la capacidad.

El problema que plantea la política monetaria es el de que, al reaccionar ante la crisis actual, los bancos centrales del mundo han comprado tantos bonos estatales seguros y con tanto efectivo, que el precio de la riqueza segura en el futuro inmediato es absolutamente mínimo: el tipo de interés nominal de los títulos del Estado es cero. La política monetaria no puede hacer que la riqueza segura resulte más valiosa en el futuro y es una lástima, porque, si pudiéramos prevenir una depresión tan sólo con la política monetaria, lo haríamos, pues es el instrumento idóneo de política para la estabilización macroeconómica que mejor conocemos y que entraña menos riesgo de efectos secundarios desbaratadores.

El tercer instrumento es la política crediticia. Nos gustaría aumentar el gasto inmediatamente logrando que las empresas invirtieran no sólo en proyectos que truecan el efectivo seguro de ahora por beneficios seguros en el futuro, sino también en los que entrañan riesgo o incertidumbre, pero pocas empresas pueden actualmente reunir dinero para hacerlo.

Los proyectos que entrañan riesgo están profundamente depreciados en la actualidad, porque la tolerancia del riesgo en el sector financiero del sector privado se ha desplomado. Nadie está dispuesto a comprar activos y cargar con una incertidumbre añadida, porque todo el mundo teme que otros sepan más que ellos: en una palabra, que sería cosa de idiotas comprar. Aunque los bancos centrales y los ministros de Hacienda del mundo han estado ideando muchas políticas ingeniosas e innovadoras para estimular el crédito, hasta ahora no han tenido demasiado éxito.

Con eso pasamos al cuarto instrumento: la política fiscal, consistente en que el gobierno tome prestado y gaste, con lo que sacará a los parados del desempleo y aumentará la utilización de la capacidad hasta niveles normales. Hay inconvenientes: el peso muerto posterior de la pérdida que entraña la financiación de toda la deuda estatal suplementaria que se ha creado y el miedo a que una acumulación demasiado rápida de deuda disuada a los inversores privados de crear activos físicos, que constituyen la base impositiva para los gobiernos futuros encargados de amortizar la deuda suplementaria.

Pero, cuando sólo quedan dos instrumentos, ninguno de los cuales es perfecto para la tarea requerida, lo racional es probarlos los dos –la política crediticia y la política fiscal– al mismo tiempo. Eso es lo que el gobierno de Obama está intentando hacer ahora mismo.

Fuente: Project Syndicate, 2009

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