viernes, 27 de febrero de 2009

Contratos sociales tambaleantes

Por: Robert Skidelsky

"Enriquézcanse", les dijo Deng Xiaoping de China a sus compatriotas cuando empezó a desmantelar el fallido modelo socialista de Mao Zetung. En rigor de verdad, las elites en todas partes siempre han vivido según este mandato, y al pueblo nunca le importó demasiado, siempre que las elites cumplieran con su parte del trato: proteger al país de sus enemigos y mejorar las condiciones de vida. Es este contrato social implícito lo que hoy se ve amenazado por el colapso económico.

Por supuesto, los términos del contrato varían según el lugar y el momento. En la Europa del siglo XIX, se esperaba que los ricos fueran frugales. Se evitaba el consumo conspicuo. Se suponía que los ricos debían ahorrar gran parte de sus ingresos, ya que el ahorro era tanto un fondo para la inversión como una virtud moral. Y, en los días previos al estado benefactor, también se esperaba que los ricos fueran filántropos.

En la cultura de la oportunidad de Estados Unidos, en cambio, se toleraba más el consumo conspicuo. El alto nivel de gasto era una marca de éxito: lo que los norteamericanos exigían de sus ricos era que fueran emprendedores conspicuos.

Las sociedades también han diferido en cuánta riqueza permiten que acumulen sus elites, y en su tolerancia de los medios por los cuales se adquiere y se usa la riqueza. Una línea divisoria es entre aquellas sociedades que toleran el enriquecimiento personal a través de la política y aquellas que exigen que las dos esferas se mantengan separadas.

En los países occidentales, se espera que los políticos y los funcionarios sean relativamente pobres. En el resto del mundo, en general, se considera una carrera política como un camino cuasi legítimo hacia la riqueza. Pero la conclusión general sigue siendo la misma: la riqueza es condicional a los servicios. Cuando los servicios fallan, la posición de la riqueza se ve amenazada.

En la crisis actual, el enojo popular -para sorpresa de nadie- está dirigido contra los banqueros. Sus devaneos especulativos arruinaron a los accionistas, a los clientes y a la economía. La furia llegó a concentrarse en los elevados paquetes de compensación de los ejecutivos bancarios, compuestos principalmente por bonos. Recompensar el éxito es aceptable; recompensar el fracaso no lo es.

Los gobiernos se enfrentan a un dilema. No se puede permitir que los grandes bancos quiebren; pero el público espera que los banqueros sean castigados. Pocos terminarán arruinados o en la cárcel. Pero con certeza el sistema bancario será re-regulado, como sucedió después del Gran Crack de 1929-1932, cuando el presidente Franklin Roosevelt prometió expulsar a los cambistas del templo.

La depresión de la economía global aumenta el riesgo político de los países en diferentes grados, según la gravedad del shock y la naturaleza del contrato social implícito. Los sistemas políticos en los que el poder está menos controlado, y el abuso de la riqueza es mayor, son los que corren más riesgos. Cuanto más corrupto el sistema de capitalismo, más vulnerable a los ataques. El problema general es que todas las versiones de capitalismo de hoy son más o menos corruptas. "Enriquézcanse" es la llamada de clarín de nuestra era; y en ese punto ciego moral reside un gran peligro.

A pesar de los esfuerzos por lograr precisión, calcular el riesgo político no es una ciencia exacta. Requiere teoría política, no econometría. Los modelos de predicción, basados en "distribuciones normales" de riesgo en períodos breves recientes, son notablemente incapaces de capturar el momento real de riesgo en un sistema político.

Uno de los sistemas políticos "más seguros" de los últimos tiempos fue el régimen del presidente Suharto en Indonesia. Suharto llegó al poder en 1966, estableciendo una dictadura cuasi militar y alentando a los indonesios a "enriquecerse". A pesar de las depredaciones de su familia, suficientes indonesios efectivamente se enriquecieron en los 30 años siguientes como para que su régimen pareciera excepcionalmente estable -hasta que la crisis financiera del este de Asia de 1997-1998 hundió a la economía indonesia, generando disturbios violentos que forzaron el derrocamiento de Suharto.

De la misma manera, pocos regímenes parecían más estables que el del Sha de Irán, otro gobernante de largo aliento que, después de haber llevado a su país a la bancarrota, se vio obligado a huir de la furia de una turba en 1979.

La lección es clara. Las autocracias, muy elogiadas por su carácter decisivo, y por garantizar "la ley y el orden", son tigres de papel. Parecen inmóviles hasta el momento en que son expulsadas por la furia popular. Frente al fracaso económico o la derrota militar, sus emperadores demuestran estar desnudos.

En este tipo de instituciones, la gran ventaja de las democracias es que permiten un cambio de gobernantes sin un cambio de régimen. El fracaso es un descrédito sólo para el partido o la coalición en el poder, no para todo el sistema político. La furia popular se canaliza a través de las urnas. En estos países, puede haber "Nuevos Tratos", pero no revoluciones.

Al estimar el riesgo político hoy, los analistas pueden prestar particular atención al carácter del sistema político. ¿Permite una transición ordenada? ¿Es lo suficientemente competitivo como para impedir que líderes desacreditados se aferren al poder? Los analistas también deben prestar atención a la naturaleza del contrato social implícito. En términos generales, los contratos más débiles son aquellos que permiten que la riqueza y el poder se concentren en las pocas manos de siempre, mientras que los más fuertes se construyen en base a una dispersión significativa de ambos.

La recesión económica cada vez más profunda está destinada a catalizar el cambio político. Las democracias occidentales sobrevivirán con cambios modestos. Pero las figuras políticas fuertes que dependen de la policía secreta y un control de los medios para mantener su régimen sentirán mucho miedo. Hasta Hugo Chávez de Venezuela, que forjó su poder en base a un antinorteamericanismo populista, debe estar rezando para que el éxito del paquete de estímulo del presidente norteamericano, Barack Obama, aumente sus ingresos petroleros en caída.

Los países grandes con el mayor riesgo político son Rusia y China. La legitimidad de sus sistemas autocráticos depende casi por completo de su éxito a la hora de ofrecer crecimiento económico rápido. Cuando el crecimiento se tambalea, o da marcha atrás, no se puede culpar a nadie excepto al "sistema".

Igor Yurgens, uno de los analistas políticos más creativos de Rusia, fue rápido a la hora de sacar la moraleja: "el contrato social consistía en limitar los derechos civiles a cambio del bienestar económico. En este momento, el bienestar económico se está achicando. En consecuencia, los derechos civiles deberían expandirse. Es pura lógica simple". Los gobernantes en Moscú y Beijing harían bien en prestar oído a esta advertencia.

Fuente: www.project-syndicate.org

No hay comentarios: