jueves, 26 de febrero de 2009

Los Estados Unidos que pueden decir no

Por: Ian Bremmer

A principios de este mes, el presidente de Kirguistán, Kurmanbek Bakiyev, fue gorra en mano a Moscú para pedir ayuda financiera. Para que este pedido resultara más digerible, Bakiyev anunció que estaba solicitando que Estados Unidos cerrara su base aérea en Kirguistán, que reabastece de tropas de la OTAN al vecino Afganistán. De la misma manera, a fines del año pasado, el gobierno de Islandia le pidió ayuda a Rusia para rescatar su sistema bancario, mientras que el presidente paquistaní, Asif Ali Zardari, visitó China con la esperanza de asegurar una infusión de efectivo de emergencia.

Algunos observadores mencionan estos episodios como evidencia de una merma en la influencia internacional de Estados Unidos. Pero existe un argumento más amplio: hasta ahora, con excepción de las sumas relativamente pequeñas ofrecidas a Kirguistán, Rusia y China no han brindado demasiada ayuda.

En medio de lo mucho que se habla de un "mundo post-norteamericano", muchos observadores ven un viraje de un orden internacional dominado por Estados Unidos a un sistema multipolar, en el que países como China, Rusia y otros compiten por el liderazgo global en una serie de desafíos y riesgos comunes.

Hace más de cinco años, el presidente de China, Hu Jintao, proclamó que "la tendencia hacia un mundo multipolar es irreversible y dominante". Cuando Vladimir Putin se quejó durante una conferencia en Munich el año pasado de que el unilateralismo estadounidense alimentaba conflictos en todo el mundo, un ofendido senador John McCain respondió que la confrontación era innecesaria en el "mundo multipolar de hoy".

Cuando Putin recibió al presidente venezolano, Hugo Chávez, en Rusia en septiembre pasado, observó que "América latina se está convirtiendo en un eslabón visible de la cadena del mundo multipolar que se está formando". Chávez coincidió: "Un mundo multipolar se está convirtiendo en una realidad".

Todos ellos se equivocan. El dominio estadounidense está claramente en decadencia, pero un orden multipolar implica que varias potencias emergentes tengan opiniones encontradas sobre cómo debería manejarse el mundo, y estén dispuestas a actuar para promover sus agendas globales. Este no es el caso.

Por el contrario, somos testigos del nacimiento de un orden no-polar, en el que los principales competidores de Estados Unidos siguen demasiado ocupados con problemas en sus países y con sus vecinos inmediatos como para echarse al hombro las cargas internacionales más pesadas. Ninguna de las potencias emergentes ni siquiera empezó a utilizar su creciente influencia política y económica para promover ambiciones verdaderamente globales -o asumir las responsabilidades que Washington ya no puede afrontar.

Empecemos por Rusia. A pesar de sus crecientes vínculos con Venezuela y sus esfuerzos por coordinar una política energética con países ricos en gas natural en el norte de Africa, el Kremlin no tiene aspiraciones de reconstruir la influencia a escala soviética en América Latina, Africa o el sudeste asiático. Tampoco tiene un atractivo ideológico al estilo soviético. Por el contrario, los líderes de Rusia están ocupados en proteger los mercados, las empresas y los bancos rusos de los peores efectos de la crisis financiera global, consolidando el control estatal sobre los sectores económicos domésticos y extendiendo su influencia en materia de política exterior en todo el ex territorio soviético.

La necesidad de China de satisfacer su sed de petróleo y otras materias primas importadas le otorgó una presencia internacional. Pero su influencia es más comercial que política. Los líderes de China deben dedicarle su atención a un conjunto sorprendente de problemas apremiantes a nivel interno: cómo evitar una desaceleración económica que podría dejar a millones de personas sin empleo y en la calle, la consecuencia de la reforma agraria rural y los esfuerzos por ocuparse de los tremendos problemas ambientales y de salud pública.

La India debe ser suficientemente competente a la sombra creciente de China. De cara a las elecciones del año próximo, el gobernante Partido del Congreso está invirtiendo tiempo y dinero del gobierno en subsidios para los consumidores, en aumentos salariales para los empleados públicos y en una condonación de la deuda para los agricultores.

Brasil también está preocupado y, al parecer, no tiene mayores aspiraciones en el corto plazo que promover la estabilidad en América Latina, pilotear los efectos de la crisis financiera global y servir de inspiración para otros.

En resumen, existe un vacío de liderazgo global justo en el momento en que se lo necesita enormemente. La atención del presidente Barack Obama hoy está concentrada en estimular a la anémica economía norteamericana, pergeñar recortes impositivos, reformar las políticas energética y de atención sanitaria y restablecer la confianza en las instituciones financieras de Estados Unidos. La Unión Europea sigue su debate interno sobre cuál es la mejor manera de rescatar a sus bancos e industrias en quiebra, manejar las consecuencias de la expansión de la UE y la eurozona y llevar adelante las relaciones cada vez más escabrosas con Rusia.

¿Quién, entonces, puede tomar la delantera en los esfuerzos por crear una nueva arquitectura financiera global que refleje las complejidades del comercio del siglo XXI? ¿Quién puede promover consenso sobre una respuesta multilateral al cambio climático? ¿Quién reemplazará un régimen de no proliferación obsoleto, ofrecerá seguridad colectiva en las zonas calientes internacionales y ganará ímpetu detrás de las conversaciones de paz de Oriente Medio?

La reunión cumbre internacional realizada en Washington en noviembre de 2008 subrayó el problema. Los países más ricos del mundo (el G-7) recurrieron a las potencias emergentes dentro del G-20 para que los ayudasen a coordinar una respuesta a la desaceleración financiera global. Si resulta difícil que siete países se pongan de acuerdo en algo, imaginen el desafío de generar consenso entre 20.

Consideremos las opiniones encontradas dentro de este grupo en materia de democracia, transparencia, el papel económico apropiado del gobierno, las nuevas regulaciones para los mercados financieros y el comercio y cuál es la mejor manera de asegurar que las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial reflejen con justicia el equilibrio de poder global de hoy.

En los próximos años, cuando quienes estén en crisis recurran a Estados Unidos en busca de ayuda, cada vez es más probable que escuchen la palabra no. Y no resulta del todo claro si alguien más querrá y podrá decir sí.

Fuente: project-syndicate.org

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