martes, 14 de octubre de 2008

La Strada en Wall Street

Por: Alfred Gusenbauer, canciller federal de Austria.

Los apologistas del neoliberalismo no sólo suponen que los estados deberían ser administrados como empresas, sino también que, en la medida de lo posible, no deberían intervenir en la economía. El mercado, insisten, se regula solo. Pero, hace más de 50 años, el premio Nobel Paul Samuelson contradijo esta idealización de los mercados en términos gráficos: la absoluta libertad para el mercado conducirá a que el perro de Rockefeller se tome la leche que un niño pobre necesita para un desarrollo saludable, no por un fracaso del mercado, sino porque “los bienes van a parar a manos de quienes pagan más por ellos”.

Este dilema distributivo reside en el corazón del sistema capitalista, que consiste en una competencia infinita alimentada por el deseo de maximizar las ganancias. En un mundo así, no hay espacio para una conciencia social.

Es el estado el que, en algunas sociedades más que en otras, debe llenar la brecha. Nada supera a la economía de mercado como sistema para crear riqueza, pero sólo la compensación social asegura que esta riqueza se distribuya de manera justa. Las economías de mercado social de Europa, mucho más que el modelo neoliberal anglosajón, consideran que mitigar las desigualdades creadas por los mercados es la obligación del estado.

De hecho, la economía de mercado puede funcionar sólo si el estado sí interviene. La crisis financiera norteamericana demuestra lo que sucede cuando a los mercados se les da rienda suelta. Más que regularse a sí mismos, los actores del mercado se destruyen, por más que los hayan admirado como becerros de oro.

Por cierto, los banqueros de inversión transformaron los mercados bursátiles en un circo surrealista. En su mayoría, se parecían a artistas en la cuerda floja haciendo malabares con dinero ajeno sin una red de seguridad. Amenazaron con caerse -hasta que intervino el estado-. En la película “La Strada” de Fellini, los artistas de circo vivían en los márgenes de la sociedad; en el “Circo de Wall Street”, vivían como dioses, y ganaban millones.

Eso se terminó por un tiempo. Wall Street colapsó. La crisis actual, la caída de Wall Street, es al neoliberalismo lo que la caída del Muro de Berlín en 1989 fue al comunismo.

La dimensión global de esta crisis sorprendentemente también tiene un costado positivo. Ahora se acusa a la comunidad internacional de pensar en cómo reorganizar el sector financiero y minimizar el riesgo de una catástrofe similar en el futuro. Hasta ahora, una parte importante del problema fue la falta de voluntad de los países para cooperar. Las demandas previas de regulaciones más estrictas quedaron en la nada debido a la oposición del sector financiero. ¿Cuándo ha de cambiar esta postura si no es ahora?

Es necesario dar un primer paso en la reunión de jefes de Estado y de Gobierno del Consejo Europeo en Bruselas a mediados de octubre. Es crucial que la Unión Europea acepte el desafío de la crisis financiera al más alto nivel, extraiga las conclusiones apropiadas y dé los próximos pasos lógicos.

Entonces, ¿qué lecciones han de aprenderse del fracaso del modelo económico neoliberal?

Primero, los mercados necesitan reglas claras. Una regulación más fuerte implica reglas y normas vinculantes legalmente y aplicables a nivel global. Si bien áreas importantes de la política económica son objeto de reglas que permiten sanciones penales, el sector financiero tiene un status especial que ya no es aceptable.

Aquellas áreas del sector financiero que sufrieron el mayor daño a la reputación son las que menos se ajustan a la regulación y la supervisión: el mercado de derivados, los fondos de cobertura y fondos de capital privado, y las agencias de calificación. Los códigos voluntarios de buena conducta han sido un fracaso tétrico. Necesitamos urgentemente estándares mínimos aplicables a nivel global similares a los que existen, digamos, dentro de la OMC.

Necesitamos una organización de finanzas mundial legitimada democráticamente, que esté equipada con los instrumentos regulatorios necesarios para supervisar a las instituciones financieras globales de relevancia. Esta organización también debería tener autoridad para crear condiciones para una mayor transparencia e implementar mejores sistemas de advertencia temprana e instrumentos para la gestión de crisis.

La regulación recientemente creada no tiene por qué aplicarse a todos. Pero sólo aquellas instituciones financieras que se sometan a estas reglas podrían contar con el respaldo de las autoridades públicas en caso de una crisis. Esto aseguraría tanto una estabilidad fiscal como una innovación fiscal -en contraste con la situación actual, en la que nadie obedecía ninguna regla y, cuando estalló la crisis, los contribuyentes tuvieron que salir al rescate.

Segundo, debería fortalecerse a las instituciones del estado benefactor. La crisis dejó en claro que satisfacer las necesidades elementales de la gente no debe depender de la especulación y las curvas del mercado bursátil. La expansión del financiamiento público para pensiones, atención médica y seguro de salud es, por lo tanto, crucial.

Finalmente, necesitamos un programa de estímulo económico europeo -una “Gran Negociación”- y lo necesitamos ahora. La crisis en los mercados financieros internacionales ha tenido un impacto notable en la economía real de Europa. Algunos países grandes de la UE están al borde de la recesión. Japón a principios de los años 1990 esperó demasiado tiempo para actuar y se perdió la oportunidad correcta de implementar contramedidas, razón por la cual Japón todavía no se ha recuperado de su largo estancamiento.

Será necesaria la inversión pública en infraestructura (como por ejemplo una expansión masiva de la red ferroviaria europea), así como en tecnología de protección climática y ambiental. Para fortalecer el poder adquisitivo y estimular el consumo, será esencial implementar recortes tributarios para los hogares de ingresos bajos y medios.

Por supuesto, los estados miembro de la UE deberían determinar la forma concreta que adopten este tipo de programas de estabilización económica. Pero eso no debería impedir que los gobiernos europeos trabajen en estrecha colaboración. Para ser efectivo, cualquier programa de estímulo necesitará que las naciones de Europa actúen en concierto.

Fuente: www.project-syndicate.org

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