jueves, 22 de mayo de 2008

Alain Touraine: retrato de sociólogo en sujeto

Por: Alfredo Vanini
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"Casi nunca río", suele confesar Alain Touraine. Y es cierto. Tanto en los eventos oficiales a los asistí como funcionario de la Biblioteca Nacional, como en las reuniones más bien íntimas a las que fui invitado como periodista independiente, la imagen que proyecta este francés es idéntica: austero, enérgico en sus dichos -breves y precisos-, cortés sin ser cortesano. Amable pero no zalamero. Un germano, casi un luterano de los primeros días.
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En el discurso de orden pronunciado al investir a Touraine doctor Honoris Causa en la PUC, el profesor Denis Sulmont dijo “Es un poco difícil imaginarlo con un casco y overol”, en alusión a su experiencia juvenil junto a los mineros. Pero basta acercarse un poco a este hombre de 83 años para constatar más bien lo contrario. Tenía veinte años cuando acabó la guerra y no eran tiempos divertidos para una Francia desmembrada por la barbarie nazi. Ponerse del lado de los mineros del norte francés era lo más natural para quien quería conocer el mundo no desde arriba sino desde dentro.
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La vocación de Alain Touraine se definió en Valenciennes, gracias al choque que le produjo la lectura de Problemas humanos del maquinismo industrial, del sociólogo Georges Friedmann, teórico de la así llamada sociología del trabajo. La senda que recorrería Touraine estaba allí definida en una fórmula: Friedmann se preguntaba si la sociedad de masas no aplasta al individuo creador.
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Y fue Friedmann quien hizo ingresar al joven Touraine en el prestigioso CNRS (Centro Nacional de Investigación Científica), Olimpo del conocimiento. Fue un mentor decisivo. Pero hay dos. El otro fue Fernand Braudel, el historiador de la Escuela de los anales, quien lo nombró director de estudios en la Ecole pratique des haute études, cuando Touraine apenas tenía 35 años. “Aparte de ellos dos, no recibí nada de nadie. Eso me hizo gozar de entera libertad, sirviéndome de ella para decir lo que quería. Jamás me sentí parte del sistema universitario. Intelectualmente, nunca me adherí a ninguna corriente dominante”.
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Es en 1952 que su pensamiento empieza a estructurarse gracias a la confrontación con la corriente en boga en la sociología de ese momento: el funcionalismo, personificado en la figura del norteamericano Talcott Parsons y en la idea de sistema. A ello, Touraine, quien toma la inteligente decisión de ir a los EEUU y tomar clases con el mismo Parsons, opone la sociología de la acción.
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Profesor en Nanterre, maestro de Cohn-Bendit, con quien mantiene hasta hoy viejos lazos de amistad, las revueltas de Mayo del 68 significaron para Touraine una ruptura. Y se enorgullece de haber previsto el estallido universitario, escribiendo en Le Monde, en enero y febrero de ese mismo año.
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"Nadie me tomó en serio en ese momento- me dijo en el almuerzo que compartí con él- Pero luego tuvieron que aceptar que tenía razón".
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El análisis sociológico de Touraine siempre ha ido a contracorriente en el mundo académico francés. No se dejó seducir por el marxismo althusseriano (aunque fue amigo de Althusser) ni por el gauchisme. Resistió toda su vida a todas las modas intelectuales y a los ataques ideológicos. Su concepción del movimiento social afirmado en la figura del sujeto, tuvo más eco en el mundo universitario de América Latina. En Chile vivió y trabajó durante años. Fue testigo de la barbarie pinochetista el 11 de septiembre del 73, y cuyo testimonio está en Vida y muerte del Chile popular, publicado ese mismo año. Y allí encontró el más grande de sus afectos: Adriana, bella estudiante chilena, compañera y madre sus hijos, cuya muerte en 1990 significó para Touraine el
momento más duro de su vida.
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Ha sido profesor de tres presidentes latinoamericanos, Fernando Henrique Cardoso, de Brasil, Ricardo Lagos, de Chile y Alan García, del Perú. Pero además maestro de brillantes sociólogos e intelectuales sudamericanos: Tomás Moulian en Chile, el padre Gustavo Gutierrez y Hugo Neira en el Perú, entre muchos otros.
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Creador de una vasta obra que se inicia con Sociología de la acción (1965), sus últimos cuatro libros son fundamentales para comprender el complejo mundo de hoy: ¿Podremos vivir juntos?. Iguales y diferentes (1997), ¿Cómo salir del liberalismo? (1999), Un nuevo paradigma (2005) y El mundo de las mujeres (2006).
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Pero La palabra y la sangre (1988), su gran libro sobre América Latina, debería ser de lectura obligatoria en todas nuestras universidades. Y no solo en las facultades de sociología. Entre tantas frases, tomo solo una, tan justa como devastadora: “América Latina es un continente lleno de situaciones revolucionarias pero que ha conocido muy pocas revoluciones propiamente dichas: la revolución mexicana, la revolución boliviana de 1952, la revolución sandinista. El castrismo fue más bien una guerrilla victoriosa. Hay mucho desorden, demasiados golpes de Estado militares y corrupción. ¿Por qué tan pocos movimientos sociales?”
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Camino al aeropuerto, antes de partir, me diría: “Mis mejores amigos están en América Latina”. La lectura y aplicación de sus ideas a la vida social y cultural, sería sin duda lo mejor que el Perú pudiera brindarle, en retribución a esta sincera amistad.
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Fuente: La República (Perú).

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