jueves, 24 de diciembre de 2009

Obama como el malo del cambio climático

Por: Jeffrey D. Sachs

Dos años de negociaciones sobre el cambio climático han acabado en una farsa en Copenhague. En lugar de abordar cuestiones complejas, el Presidente Barack Obama decidió cantar victoria con una vaga declaración de principios acordada con cuatro países. A los 187 restantes se les presentó un fait accompli , que algunos aceptaron y otros denunciaron. Después, las Naciones Unidas han sostenido que en general se aceptó el documento, pero con la condición de o lo tomas o lo dejas.

La responsabilidad por este desastre es muy amplia. Comencemos con George W. Bush, que pasó por alto el cambio climático durante los ocho años de su presidencia, con lo que hizo perder al mundo un tiempo precioso. Después las Naciones Unidas, por haber dirigido el proceso de negociación tan lamentablemente durante un período de dos años. Después la Unión Europea, por haberse empeñado incansablemente en imponer una concepción unilateral de un sistema mundial de comercio de emisiones, aun cuando no encajara en el resto del mundo.

Después el Senado de los Estados Unidos, que ha pasado por alto el cambio climático durante quince años consecutivos, desde la ratificación de la Convención Marco sobre el Cambio Climático. Por último, ahí tenemos a Obama, que abandonó, en realidad, una vía de acción sistemática en el marco de las NN.UU., porque estaba resultando molesta para el poder de los EE.UU. y la política interior.

La decisión de Obama de cantar una falsa victoria en la negociación socava el proceso de las NN.UU. al indicar que los países ricos harán lo que quieran y ya no tienen que escuchar las “latosas” preocupaciones de muchos países más pequeños y más pobres. Algunos lo considerarán una prueba de pragmatismo, que refleja la dificultad de conseguir un acuerdo con 192 Estados Miembros de las NN.UU, pero es peor que eso. El derecho internacional, con todo lo complicado que es, ha quedado substituido por la palabra insincera, inconsistente e inconvincente de unas pocas potencias, en particular los EE.UU. Este país ha insistido en que los demás acepten sus condiciones –dejando el proceso de las NN.UU. colgado de un hilo–, pero en ningún momento ha dado muestras de buena voluntad para con el resto del mundo sobre este asunto, como tampoco de la capacidad o el interés necesarios para encabezarlo.

Desde el punto de vista de la reducción real de las emisiones de gases que causan el efecto de invernadero, no es probable que este acuerdo obtenga resultado real alguno. No es vinculante y probablemente dará más ánimos a las fuerzas que se oponen a las reducciones de emisiones. ¿Quién va a tomarse en serio los costos suplementarios de la reducción de las emisiones, si ve lo laxas que son las promesas de los demás? La realidad es que ahora el mundo esperará a ver si los Estados Unidos aplican alguna reducción importante de las emisiones. A ese respecto las dudas están totalmente justificadas. Obama no cuenta con votos suficientes en el Senado, no ha dado la menor muestra de voluntad de gastar el capital político para lograr un acuerdo en el Senado y puede que ni siquiera haya una votación al respecto en 2010, a no ser que se empeñe mucho más que hasta ahora.

La cumbre de Copenhague se ha quedado corta también en cuanto a la ayuda financiera de los países ricos a los pobres. Se barajaron muchos números, pero la mayoría de ellos eran, como siempre, promesas vacías. Aparte de los anuncios de modestos desembolsos en los próximos años, que podrían –sólo podrían– ascender a unos pocos miles de millones reales de dólares, la gran noticia fue un compromiso de 100.000 millones de dólares al año para los países en desarrollo de aquí a 2020. Sin embargo, esa cifra no fue acompañada de detalle alguno sobre cómo se alcanzaría.

La experiencia en materia de ayuda financiera al desarrollo nos enseña que los anuncios sobre fondos dentro de un decenio son más que nada palabras vacías. En modo alguno vinculan a los países ricos. Tras ellos no hay una voluntad política. De hecho, Obama no ha debatido una sola vez con el pueblo americano su obligación conforme a la Convención Marco de las Naciones Unidas para ayudar a los países pobres a adaptarse a las consecuencias del cambio climático. En cuanto la Secretaria de Estado de los EE.UU., Hillary Clinton, mencionó el “objetivo” de los 100.000 millones de dólares, muchos congresistas y medios de comunicación conservadores lo denunciaron.

Uno de los rasgos más notables del documento encabezado por los EE.UU. es el de que no menciona intención alguna de continuar las negociaciones en 2010. Es algo, casi con toda seguridad, deliberado. Obama ha socavado la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, al declarar, en realidad, que en 2010 los EE.UU. harán lo que harán, pero no se enredarán más en los liosos procesos de las NN.UU. sobre el clima.

Esa posición podría muy bien reflejar las próximas elecciones al Congreso de mitad de período en los EE.UU. Obama no quiere quedar atrapado en plenas negociaciones internacionales impopulares cuando llegue el período de las elecciones. Puede también que piense que dichas negociaciones no lograrían gran cosa. Acierte o no al respecto, la intención parece ser la de acabar con las negociaciones. Si los EE.UU. no participan en más negociaciones, resultará que Obama habrá hecho más daño al sistema internacional de derecho medioambiental que George Bush.

Para mí, la imagen que permanece de Copenhague es la de Obama al aparecer en una conferencia de prensa para anunciar un acuerdo que solo cinco países habían visto aún y después correr al aeropuerto para regresar a Washington, DC, a fin de evitar una ventisca en casa. Ha contraído una grave responsabilidad con la Historia. Si su actuación resulta indigna, si los compromisos voluntarios de los EE.UU. y otros resultan insuficientes y si las futuras negociaciones resultan desbaratadas, habrá sido Obama quien habrá trocado unilateralmente el derecho internacional por la política de gran potencia en materia de cambio climático.

Tal vez las Naciones Unidas. se recuperen y se organicen mejor. Tal vez la jugada de Obama dé resultado, el Senado de los EE.UU. apruebe la legislación y otros países pongan su parte también. O tal vez hayamos presenciado simplemente un grave paso hacia la ruina mundial por nuestra incapacidad para cooperar en un imperativo complejo y difícil que requiere paciencia, pericia, buena voluntad y respeto del derecho internacional, ingredientes, todos ellos, escasos en Copenhague.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

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