sábado, 12 de diciembre de 2009

Haciéndole lugar a China

Por: Dani Rodrik

La moneda subvalorada y el gigantesco excedente comercial de China plantean grandes riesgos para la economía mundial. Amenazan con una importante reacción proteccionista en Estados Unidos y Europa, al tiempo que socavan la recuperación en los mercados en desarrollo y emergentes. Si no se los controla, generarán una creciente acrimonia entre China y otros países. Pero la solución no es, ni por cerca, tan simple como quieren hacerla parecer algunos expertos.

Si escuchamos lo que se dice en Washington y Bruselas, o lo que se lee en la prensa financiera, pensaríamos que estamos presenciando una clara obra de moralidad. Al decir de estos funcionarios y comentaristas, está en el propio interés de China permitir que se aprecie el renminbi. Después de todo, la economía china ya no puede basarse en la demanda externa y en las exportaciones para sustentar su asombroso crecimiento, y los consumidores chinos, que en promedio todavía son pobres, merecen un respiro y ser estimulados para gastar más que para ahorrar.

Esta historia coloca a los estrategas políticos de China en el papel de manipuladores malvados y desorientados de la moneda que, inexplicablemente, optan por perjudicar no sólo al resto del mundo, sino también a su propia sociedad. De hecho, una apreciación del renminbi probablemente le asestaría un duro golpe al crecimiento de China, que esencialmente se basa en una receta simple y probada en el tiempo: fomentar la industrialización. La subvaloración de la moneda hoy es el principal instrumento del gobierno chino para subsidiar el sector industrial y otros sectores comerciales, y por lo tanto promover el crecimiento a través de un cambio estructural.

Antes de sumarse a la Organización Mundial de Comercio en 2001, China tenía una gama más amplia de instrumentos de política interna para alcanzar este objetivo. Podía promover sus industrias a través de aranceles elevados, subsidios explícitos, requisitos de contenido interno a firmas extranjeras, incentivos para la inversión y muchas otras formas de política industrial. Pero pertenecer a la OMC hizo difícil, si no imposible, recurrir a estas formas tradicionales de apoyo industrial. Los aranceles de China decayeron precipitosamente a fines de los años 1990, y muchos de los otros incentivos también fueron eliminados. La subvaloración de la moneda se convirtió en el sustituto.

No sólo China se beneficia con una moneda competitiva. Existe una fuerte relación positiva en todos los países en desarrollo entre la subvaloración monetaria y el crecimiento económico. Pero esta relación es mucho más fuerte en China, supuestamente porque la brecha de productividad entre los sectores rurales tradicionales de la economía y los sectores industriales modernos es muy grande.

El problema con la subvaloración monetaria es que, a diferencia de la política industrial convencional, incide en la balanza comercial. Funciona como un subsidio a la producción de bienes comercializables (lo cual es deseable), junto con un impuesto a su consumo interno (lo cual es incidental y no deseable). De hecho, el desequilibrio de cuenta corriente de China, que se había mantenido moderado hasta la década actual, comenzó su inexorable ascenso en 2001 -precisamente cuando el país se sumó a la OMC.

Dado que las reglas de la OMC atan las manos de China en materia de política industrial, ¿en cuánto se vería afectado el crecimiento de la economía china si se apreciara el renminbi? Mis estimaciones, crudas como son, sugieren una desventaja pronunciada. Una apreciación del 25% -aproximadamente la dimensión de la subvaloración actual del renminbi- reduciría el crecimiento de China en algo más que dos puntos porcentuales. Se trata de un efecto significativo, incluso según los parámetros de crecimiento superlativo de China.

Más importante aún, una desaceleración de esta magnitud colocaría a China por debajo del umbral de crecimiento del 8% que su liderazgo aparentemente cree necesario para evitar el antagonismo social. Nadie sabe de dónde surge realmente la cifra del 8%, y muchos expertos creen que la sociedad y el gobierno de China pueden manejar un crecimiento mucho más bajo. Pero, aún si se dejan de lado las implicancias políticas, sería una tragedia si el motor de reducción de pobreza más poderoso que el mundo haya conocido hasta la fecha experimentara una desaceleración importante.

Por cierto, otros países que se basaron en las exportaciones para crecer rápidamente –como Alemania, Japón y Corea del Sur- llegado el caso tuvieron que dejar que sus monedas se apreciaran. Pero China sigue siendo un país muy pobre, con un nivel de ingresos que es apenas una décima parte del de Estados Unidos. Tiene un enorme reservorio de mano de obra excedente en las zonas rurales. Además, China debe convivir con restricciones a sus políticas industriales que ninguno de estos otros países, en los días previos a la OMC, tuvieron que tolerar.

Entonces, al parecer, nos quedamos con dos opciones igualmente carentes de atractivo. China puede mantener sus prácticas monetarias, pero a riesgo de grandes desequilibrios macroeconómicos globales y una importante reacción política en Estados Unidos y otras partes. O puede dejar que su moneda se aprecie, a riesgo de inducir una desaceleración del crecimiento y un malestar político y social fronteras adentro. No resulta claro que los defensores de esta opción hayan comprendido plenamente sus consecuencias adversas potencialmente graves.

Existe, por supuesto, una tercera vía, pero ésta exigiría reescribir las reglas de la OMC. Si a China se le diera mano libre en materia de políticas industriales, podría promover manufacturas de manera directa permitiendo a la vez que se apreciara el renminbi. De esta manera, la mayor demanda de su producción industrial provendría de los consumidores domésticos y no de los consumidores extranjeros.

No es una solución bonita, pero es la única. La gran ventaja de las políticas industriales es que permiten un cambio estructural que promueve el crecimiento sin generar excedentes comerciales. Son la única manera de reconciliar la continua necesidad de industrialización de China con el requerimiento de la economía mundial de menores desequilibrios de cuenta corriente.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

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