martes, 15 de diciembre de 2009

La India recordada

Por: Dominique Moisi

“No olvidar a la India”. Esa advertencia tenía sentido hace diez o quince años; ya, no. Ahora es imposible pasar por alto a la India y mucho más olvidarla, no sólo por su rápido crecimiento económico, sino también por su cada vez mayor dimensión geopolítica.

Los europeos hablan con frecuencia de un “G-3” en ascenso, con lo que se refieren a un sistema internacional dominado por los Estados Unidos, China y la Unión Europea, pero esa ambición, por legítima que sea, parece cada día más presuntuosa e irrealista, sobre todo dadas las opciones por las que Europa acaba de inclinarse al nombrar a su nuevo “Presidente” –el Primer Ministro de Bélgica, Herman van Rompuy– y su “ministra de Asuntos Exteriores”, la nunca elegida para nada lady Catherine Ashton, de Gran Bretaña. ¿Cómo puede pretender Europa enviar un mensaje ambicioso cuando elige a tan modestos mensajeros –de hecho, prácticamente anónimos– para entregarlo?

En vista de esa demostración de instintos liliputienses por parte de Europa, si un G-3 llega a hacerse realidad alguna vez, el único aspirante serio en la actualidad a unirse a los EE.UU. y China es la India. La calurosísima bienvenida y la cena de Estado dadas al Primer Ministro de la India, Manmohan Singh, por el Presidente Barack Obama en Washington hace dos semanas es un testimonio más que suficiente de la nueva categoría internacional de la India.

Naturalmente, su recepción iba encaminada a halagar el ego colectivo de la India, que había notado una inclinación chinocéntrica en la política americana desde el momento en que Obama llego a ser presidente, pero hay mucho más que eso. En 1991, la caída de la Unión Soviética representó para la India una difícil prueba estratégica, que el país ha aprobado con una nota excelente. En parte como reacción al hundimiento soviético, la India abrazó sin reservas el capitalismo, lo que ha producido un progreso espectacular y, como la economía, la confianza de la India en sí misma se ha disparado.

En la actualidad la India ve que el mundo en sentido amplio, en particular Occidente, la considera cada vez con mayor respeto, no sólo por sus resultados, sino también por su esencia: un país joven y que también es una civilización antigua. Hace poco más de sesenta años, la India seguía siendo la joya de la corona del imperio británico. Hace cincuenta años, lo que encontraba más que nada quien intentara leer algo sobre la India en Occidente eran libros sobre espiritualidad. Hoy, entre los temas que abordan los libros sobre la India figuran la administración de empresas y la estrategia nuclear.

Naturalmente, a la India, al contrario que a China, le sigue resultando difícil verse como una potencia mundial, aunque sabe perfectamente que ha llegado a ser un gigante regional. Sin embargo, al menos durante el futuro inmediato, dicha categoría depende en gran medida de la relación con los Estados Unidos. El gran éxito diplomático de George W. Bush (y puede que sea el único auténtico) fue el de formar una asociación estratégica con la India.

Sin embargo, una de las consecuencias indirectas de esa privilegiada relación ha sido la profundización de la crisis de identidad del Japón. Hace cuarenta años, el Japón representaba al “Asía occidental”. Hoy, el surgimiento de la modernidad de estilo chino y de estilo indio resulta mentalmente desestabilizadora para el Japón. Al fin y al cabo, si China es el principal socio económico de los Estados Unidos en Asia y si la India es su principal socio diplomático, ¿qué queda para el Japón? Su envejecida población contempla resignada cómo el Asia más joven pasa a ser tan importante para los EE.UU. como Europa durante la Guerra Fría.

El planteamiento de George W. Bush fue el de considerar a la India como la “anti-China” y con ello equilibrar la “mayor democracia del mundo” con la ”más antigua civilización del mundo”. A consecuencia, de ello, los dirigentes de la India no parecen haber entendido el cambio de la diplomacia de los EE.UU. para con China en los primeros meses de la presidencia de Obama. ¿Por qué –parecían preguntarse los funcionarios indios– cambiar lo que funciona y en un momento en que los EE.UU. necesitan a la India más que nunca?

Desde el punto de vista de la democracia, no hay competencia, desde luego, entre la India y China, pero la India es también cada vez más consciente de que nada se puede hacer sin su ayuda en las cuestiones que van del Pakistán al Afganistán, pasando por el Irán. Por ejemplo, si el Pakistán ha de dedicar todas sus fuerzas a la lucha contra Al Qaeda y los talibanes, la India debe convencer al ejército pakistaní de que no debe temer una puñalada por la espalda.

Ha llegado el momento de que la India reconozca que el poder va acompañado de la responsabilidad y actúe como la nación indispensable para la seguridad regional y mundial que ha llegado a ser. El período en que la India estaba olvidada o se tardaba en recordarla toca a su fin y con él el período en que la India podía olvidarse del mundo.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

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