jueves, 24 de diciembre de 2009

La pesadilla del sobreequipamiento de China

Por: Mark DeWeaver

En 1958, el año del fracasado "Gran Salto hacia Adelante" de China, el Camarada Mao tenía grandes planes para la industria del acero. Si bien la producción había sido de apenas un poco más de cinco millones de toneladas en 1957, esperaba que el país alcanzara o incluso superara a los Estados Unidos para 1962, produciendo entre 80 y 100 millones de toneladas por año, y llegara a los 700 millones de toneladas por año a mediados de los años 70, convirtiendo así al país en el líder mundial indiscutido. Todo esto se debía lograr utilizando "hornos de patio trasero", manejados por gente común y corriente sin especialización técnica.

Hoy se ha logrado el sueño de Mao de alcanzar al resto del mundo (si bien un poco tarde), no sólo en cuanto a producción de acero, en que la capacidad anual ha llegado a los 660 millones de toneladas, sino también en muchos otros sectores. China ocupó el primer lugar en la producción de acero (cerca de la mitad de la producción mundial), cemento (también alrededor de la mitad), aluminio (cerca de un 40%) y vidrio (31%), para dar sólo algunos ejemplos. El país superó a EE.UU. en producción de automóviles en 2009 y va a la zaga sólo de Corea del Sur en construcción de barcos, con un 36% de la capacidad global.

Para los encargados de la planificación central en Beijing, sin embargo, el tamaño de la base industrial de China se ha convertido en razón de alarma más que de celebración. En un documento aprobado por el Consejo de Estado el 26 de septiembre, la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (NDRC) advirtió de un serio sobreequipamiento en una amplia variedad de sectores. (El Consejo de Estado, que incluye al primer ministro, los vice-primeros ministros y los jefes de ministerios y comisiones, es la más alta autoridad ejecutiva de China.)

Según las cifras del NDRC, los índices de utilización de capacidad de 2008 fueron de sólo un 76% para el acero, un 75% para el cemento, 73% para el aluminio, 88% para vidrio plano, 40% para el metanol, y 20% para la silicona policristalina (materia prima fundamental para las placas solares). El actual cronograma de proyectos también implica menos de un 50% de utilización de los fabricantes de equipos eólicos en 2010.

El sobreequipamiento ha sido una prioridad para el Consejo de Estado desde 2005, cuando estableció restricciones a los nuevos proyectos de cada sector industrial y objetivos de cierre de fábricas ineficaces. Sin embargo, desde entonces en muchos casos la situación no ha hecho más que empeorar. El problema es que gran parte de la llamada inversión "ciega" o "redundante" que Beijing quisiera eliminar tiene un fuerte apoyo de los gobiernos locales, cuya preocupación principal es generar crecimiento del PGB en sus jurisdicciones, independientemente de que el modo de lograrlo tenga sentido económico.

Considérese la producción de cemento, en que, según la Asociación China del Cemento, un 38% de la capacidad consiste en hornos verticales, que desde hace más de un siglo han quedado obsoletos en la mayor parte del resto del mundo y representaban menos del 3% de la producción incluso en 1957, cuando la mayoría de las plantas de cemento de China se importaban de Europa del Este. Sin embargo, en la actualidad los hornos verticales son una de las instalaciones preferidas de los gobiernos locales, ya que se pueden construir rápidamente y a bajo coste, y generan crecimiento y empleo. Sencillamente, no están en la lista de prioridades el lograr economías de escala y reducir los efectos sobre el medio ambiente.

En la industria siderúrgica ocurre una situación similar: el gobierno central ha intentado en numerosas ocasiones, sin éxito, cerrar los hornos más pequeños. Por ejemplo, en 2006 la NDRC dio a conocer un listado de plantas que debían cerrar para fines del año siguiente. A medida que se acercaba el plazo de diciembre de 2007, un corresponsal de Mysteel , una fuente líder de información sobre el sector, visitó varias de estas usinas para ver de primera mano cómo iba el desmantelamiento de sus equipos ordenado por el gobierno.

Se encontró con un buen ejemplo de cómo es probable que funcione en la práctica un programa de ese tipo. Una usina todavía funcionaba día y noche; en otras la producción se había detenido temporalmente hasta que pasara el plazo. En muy pocos caso se había retirado la maquinaria.

Los gerentes y las autoridades locales tenían una variedad de razones para no cumplir la orden del NDRC. Algunos esperaban ampliar sus plantas, de manera que no se las siguiera viendo como ineficientes, una estratagema prohibida explícitamente por la normativa. En los casos en que las instalaciones eran propiedad privada, se sentía, tal vez no sin razón, que retirar los equipos violaría la ley de derechos de propiedad de China. Una empresa que antes había sido estatal funcionaba bajo un acuerdo de arrendamiento de 2001 que especificaba que no se podría despedir trabajadores por los siguientes diez años. Y también había jurisdicciones que habían cancelado las licencias de los operadores en cuestión, por lo que, en palabras de un encargado de aplicar las normativas, sencillamente “ellos no existían”.

El sobreequipamiento de China revela un serio defecto de su “economía socialista de mercado”. En muchos sectores de la industria, ni las fuerzas del mercado ni la planificación central son lo suficientemente fuertes como para llevar a cabo la “destrucción creativa” de los productores ineficientes. Como resultado, el sueño de alcanzar a los países desarrollados se ha logrado de manera muy similar a como Mao lo había imaginado: con equipos de operaciones de bajo nivel que utilizan tecnologías de pequeña escala.

Si la meta no es más que ser líderes mundiales de la producción, la visión de Mao ha tenido un éxito resonante. Pero si también son importantes la calidad del producto, la protección ambiental y la eficiencia económica, la situación es poco menos que una pesadilla.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

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