viernes, 4 de diciembre de 2009

Montañas y minaretes

Por: Ian Buruma

Suiza tiene cuatro mezquitas con minaretes y una población de 350.000 musulmanes censados, principalmente europeos de Bosnia y Kosovo, de los cuales un 13% va regularmente a orar. Uno pensaría que no se trata de un gran problema. Sin embargo, un 57,5% de los votantes suizos optó en un referendo por una prohibición constitucional de los minaretes, supuestamente debido a la preocupación por el “fundamentalismo” y la “soterrada islamización” de Suiza.

¿Son los suizos más intolerantes que otros europeos? Probablemente no. Los referendos son una medida de los sentimientos viscerales del pueblo, en lugar de la opinión bien ponderada, y raramente esos tipos de sentimientos son liberales. Es muy probable que, si se hicieran en otros países europeos, los referendos sobre este tema darían resultados similares.

Atribuir al voto suizo sobre los minaretes –idea promovida por el derechista Partido del Pueblo Suizo, pero por ninguno de los demás partidos políticos- a la "islamofobia" es quizás equivocado. No hay duda de que un largo historial de hostilidad mutua entre cristianos y musulmanes y los casos recientes de violencia islamista radical han hecho que mucha gente sienta temor hacia el Islam, a diferencia del hinduismo o el budismo, por ejemplo. Y el minarete, que apunta al cielo como un misil, es fácil de caricaturizar como una imagen amenazante.

Si los suizos y otros europeos se sintieran seguros sobre sus identidades, sus conciudadanos musulmanes no gatillarían ese temor en sus corazones. Es posible que ése sea el problema. Hace no tanto tiempo, la mayoría de los ciudadanos del mundo occidental tenían sus propios símbolos indudables de fe e identidad colectivas. Las torres de las iglesias que embellecen muchas ciudades europeas todavía significaban algo para la mayor parte de la gente. Pocos se casaban fuera de su propia fe.

También hasta hace poco muchos europeos creían en sus reyes y reinas, hacían ondear sus himnos nacionales, aprendían versiones heroicas de las historias de sus patrias. los viajes al extranjero eran para los soldados, los diplomáticos y los ricos. Todavía no se veía la "identidad" como un problema.

Mucho ha cambiado, debido al capitalismo global, la integración europea, la estigmatización del sentimiento nacional por dos guerras mundiales catastróficas y, quizás lo que es más importante, la pérdida generalizada de la fe religiosa. La mayoría de nosotros vivimos en un mundo secular, liberal, desencantado. Las vidas de la mayor parte de los europeos son más disfrutan de mayores niveles de libertad que nunca. Los sacerdotes y superiores sociales ya no nos dicen qué hacer o pensar, y cuando lo intentan tendemos a no prestarles demasiada atención.

Sin embargo, ha habido un precio que pagar por nuestro mundo liberado. Liberarnos de la fe y la tradición no nos ha llevado a una mayor satisfacción sino, por el contrario, a un estado de aturdimiento, miedo y rencor. Si bien las manifestaciones de identidad colectiva no han desaparecido por completo, están confinadas en gran medida a estadios de fútbol, donde las celebraciones (y la desilusión) pueden convertirse rápidamente en violencia y resentimiento.

Los demagogos populistas culpan a las elites políticas, culturales y comerciales por las ansiedades del mundo moderno. Las acusan, no sin parte de razón, de imponer una inmigración masiva, crisis económicas y la pérdida de la identidad nacional a los ciudadanos de a pie. Sin embargo, si se odia a las elites por causar nuestros males modernos, se envidia a los musulmanes por seguir teniendo fe, saber quiénes son y tener algo por lo que valga la pena morir.

Es irrelevante el que muchos musulmanes europeos se sientan tan desencantados y seculares como sus conciudadanos no musulmanes. Lo que importa es la percepción. Esos minaretes que se alzan sobre el resto y esos velos negros son amenazantes porque echan limón en las heridas de quienes sienten la pérdida de su propia fe.

No es de sorprender el que el populismo antimusulmán haya encontrado entre ex gente de izquierdas a algunos de sus partidarios más encarnizados, porque ellos también han perdido su fe, en este caso en la revolución mundial. Muchos de estos izquierdistas, antes de dirigir sus esperanzas a la revolución, venían de círculos religiosos, por lo que sufrieron una doble pérdida. En su hostilidad hacia el Islam hablan de defender los "valores de la Ilustración", cuando de hecho lo que lamentan es el colapso de la fe, sea religiosa o secular.

Lamentablemente, no hay una cura inmediata para el tipo de males sociales expuesto por el referendo suizo. Por supuesto, el Papa tiene una respuesta. Le gustaría ver al pueblo de regreso al redil de Roma. Los predicadores evangélicos también tienen una receta para la salvación. Por su parte, los neoconservadores ven el mal europeo como una forma de típica decadencia del Viejo Mundo, un estado colectivo de nihilismo alimentado por los estados de bienestar y la blanda dependencia del poder militar estadounidense. Su respuesta es un mundo occidental con nuevos bríos, liderado por los Estados Unidos y dedicado a una cruzada armada por la democracia.

Sin embargo, a menos que uno sea católico, evangélico o neocon, ninguna de estas visiones resulta prometedora. Lo mejor que podemos esperar es que las democracias liberales puedan abrirse paso por este periodo de dificultades, resistiéndose a las tentaciones demagógicas y conteniendo los impulsos violentos. Después de todo, han resistido crisis peores en el pasado.

Habiendo dicho eso, sin duda sería de ayuda el tener menos referendos. Al contrario de lo que creen algunos, no fortalecen la democracia sino que debilitan a nuestros representantes electos, cuya tarea es ejercer el buen juicio en lugar de servir de voceros de los instintos viscerales de un pueblo ansioso y enfadado.

Fuente: Project Syndicate, 2009.

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