miércoles, 1 de abril de 2009

Mañana en Israel

Por: José Rodríguez Elizondo

Eran otros tiempos cuando Henry Kissinger dijo que Israel no tenía política exterior, sino sólo política interna. Tiempos de guerra fría, los EE.UU como aliado suficiente y políticos con autoridad, como Menahem Begin, Itzhak Rabin y Shimon Peres. Entonces podían unirse los dos grandes partidos –Likud y Laborista-, para instalar gobiernos de coalición, capaces de acciones decisivas en coyunturas dramáticas.

Sin embargo, la frecuencia de esas coyunturas rigidizó las estructuras y empañó los teleobjetivos. La amenaza en el umbral, los enemigos al interior y los religiosos que convocaban a expandirse en nombre de Yahvé, bloquearon la advertencia del último visionario. Cuando Peres dijo que, por su propia seguridad, Israel debía colaborar a la instalación de un Estado Palestino, vino “Bibi” Netanyahu y le propinó su enésima derrota electoral.

Cuajó, así, la paradoja. En la cuna de los profetas no se previó que la guerra fría tendría fin, que el mundo árabe-islámico sería factor influyente en el escenario mundial, que el apoyo de los EE.UU. no siempre será incondicional, que los israelo-palestinos podrían convertirse en mayoría demográfica, que el desarrollo misilístico desvalorizaría la posesión de cabezas de playa y que la “guerra asimétrica” mostraría armas tan incontrolables como los “mártires suicidas”. Fue como si el establishment confiara en ese proverbio árabe rectificado, según el cual basta sentarse en el bunker para ver pasar el cadáver del enemigo.

Por eso, Israel hoy vive en la improvisación estratégica. La eventual unidad de los partidos históricos ya no es lo que era, pues no forman mayoría en la Knesset. Se han dividido y subdividido, mientras surgen y se potencian los partidos étnicos y religiosos, imponiendo mayorías débiles e inmanejables. Como resultado, las energías políticas se consumen en las negociaciones para formar gobiernos y éstos se agotan en la automantención.

En ese contexto de gobernabilidad precaria, el propio Netanyahu inauguró una seguidilla de gobernantes que debieron convocar a elecciones anticipadas. Ahora puede repetir esa historia y la mejor señal la dio la canciller saliente Tzipi Livni, cuando renunció a ejercer su primera mayoría electoral. Ella no quiso intentar un gobierno con partidos incompatibles y su gesto (sabio) evoca la urgencia de una mayoría cualitativa y cuantitativamente superior. Una capaz de enfrentar temas tan “duros” como la estadidad palestina, la capitalidad compartida de Jerusalem y la erradicación de asentamientos, porque la paz se negocia con los enemigos y no con los amigos.

Ese futuro ya fue asumido la semana pasada por Ehud Olmert, el gobernante saliente, cuando reconoció que el tiempo corre contra su país e Israel debe asumir “concesiones que muchos de nosotros rechaza siquiera pensar”. Sin duda, tras su reflexión está el fantasma de los EE.UU de Barack Obama, un líder ilustrado, que sabe de matices y cultiva el compromiso. El no apreciaría que el segundo gobierno de Netanyahu repitiera ese fatatalismo ensimismado, según el cual todos los palestinos son desconfiables y ahí están las acciones terroristas de Hamas y los fundamentalistas para comprobarlo.

Todo indica que, junto con otros actores importantes de la política mundial, Obama inducirá negociaciones significativas con garantías, garrotes y zanahorias incorporadas. Será un duro test para Netanyahu y Avigdor Lieberman -su ultranacionalista canciller nominado-, pues supone salir del bunker, para construir una genuina política exterior. Una cuyo soporte principal esté en el Ministerio de Asuntos Exteriores y no en el Ministerio de Defensa.

Fuente: La República (Perú)

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