lunes, 6 de abril de 2009

La deriva de las relaciones trasatlánticas

Por: Joschka Fischer

En las riberas del Rin y en Praga, la OTAN y la Unión Europea rendirán homenaje al nuevo Presidente estadounidense a principios de abril. Habrá hermosas fotografías y pomposos discursos acerca del futuro de la relación trasatlántica; en otras palabras, lo de siempre.

Sin embargo, antes de las cumbres de Estrasburgo y Praga, las relaciones trasatlánticas se verán sometidas a prueba en la cumbre del G-20 en Londres. La elección de Barack Obama iba a mejorarlo todo, o al menos eso es lo que se esperaba. Se suponía que la deriva en las relaciones trasatlánticas ocurrida durante los ocho años de la presidencia de George Bush se iba a detener, y hasta revertir. Esas esperanzas se están diluyendo a medida que la crisis económica global pone de relieve las diferencias entre Estados Unidos y Europa.

Por supuesto, al término de la cumbre de Londres los líderes reunidos acordarán una declaración conjunta, porque nadie puede darse el lujo de que fracase. Pero persistirán las diferencias. Estados Unidos desea solucionar la crisis global proporcionando una cantidad de ayuda financiera sustancialmente mayor. Europa se niega a comprometerse a eso, prefiriendo hacer hincapié en la reforma financiera. Al final, se llegará a una fórmula protocolar intermedia para incluir ambas posturas en la declaración.

Entonces los medios de comunicación elogiarán la “valentía” y la “asertividad” de sus respectivos gobiernos, y calificará el resultado como una “estrecha victoria”. No obstante, lo que quedará de lado es una respuesta global y contundente a la crisis más grave desde 1929. Para esa batalla no hay liderazgo a la vista.

La principal razón de que prosiga la deriva trasatlántica es que la crisis se está viviendo de manera diferente. Estados Unidos teme a la deflación; Europa –impulsada por su mayor economía, Alemania- teme a la inflación y al endeudamiento nacional.

Estados Unidos ha hecho un completo viraje en U en términos prácticos e ideológicos, confiando en Keynes y en una enorme demanda pública financiada por deuda para poner freno al declive económico. Sin embargo, los europeos, si bien han puesto en marcha planes nacionales de recuperación, siguen poco dispuestos a asumir el riesgo de un endeudamiento similar. Más aún, el estado de bienestar europeo servirá de amortiguador del golpe económico, al menos durante cierto tiempo.

Sin embargo, la táctica política también juega un papel. Obama acaba de ser electo por cuatro años, y su destino político depende de si es capaz de lograr la recuperación económica. La menor actitud dubitativa puede significarle consecuencias profundas e irreparables. No obstante, en Europa los líderes enfrentan imperativos muy diferentes.

El Primer Ministro británico Gordon Brown está en problemas. La crisis económica en el Reino Unido es al menos tan grave como en Estados Unidos, y ha obligado al gobierno a recurrir casi enteramente al gasto deficitario para evitar una completa catástrofe del sistema financiero. A Brown le quedan pocas opciones, y el Reino Unido está lejos de haber llegado a lo peor de la crisis. Sólo un milagro podría salvarlo.

El destino de Brown tendrá efectos de gran alcance tanto para Alemania como para Francia, porque se ve como un ejemplo de lo que les puede pasar. La Canciller alemana Angela Merkel y el Presidente francés Nicolas Sarkozy no quieren apostar a pérdida sus propios futuros políticos. Merkel jugará el papel central en la decisión de qué postura adopta Europa, no sólo porque es líder de la mayor economía de la UE, sino también porque desea ser reelecta en septiembre.

El resultado de esas elecciones es cada vez más incierto, y Merkel está ahora en una posición muy incómoda que se podría terminar convirtiendo en un gran dilema. Si opta ahora por un gasto deficitario sustancial, perderá apoyo, que ya está debilitándose debido a la mayor deuda estatal, las nacionalizaciones, los programas de estímulo, etc. Pero si el desempleo aumenta mucho a principios del verano y algunas compañías conocidas quiebran, hay quienes podrían decir que no ha hecho lo suficiente, lo que podría llevar a que los socialdemócratas triunfaran en las elecciones.

Está por verse si lo que decidirá el resultado es el desempleo o la deuda estatal, pero Merkel hará todo lo posible por evitar comprometerse de manera prematura, y la cumbre de Londres es demasiado temprana.

Este tipo de razonamiento legítimo y, no obstante, centrado en detalles egoístas tiene serias consecuencias internacionales. El desacuerdo entre Europa y Estados Unidos está bloqueando una acción concertada de las dos principales economías occidentales, con lo que se debilita a Occidente como un todo. Esto socavará todavía más la relación trasatlántica, dará un mayor peso a China en el manejo global de la crisis y, con toda probabilidad, hará posible que los chinos emerjan como los grandes ganadores.

El mundo habrá cambiado una vez que la crisis económica global haya pasado, y entonces los europeos ya no podrán quejarse de ella. El mundo será más Pacífico y menos trasatlántico, y el nuevo eje de la política mundial estará formado por la dupla sino-estadounidense.

Secretamente, la esperanza en Berlín, París y otras capitales europeas parece ser que Obama logre arreglar las cosas. Si tiene éxito como un súper Keynes, nadie va a haber tenido que arriesgar en ello su propio futuro político. Si fracasa, bueno, gracias a Dios que uno no estaba metido en eso.

Ambas posturas son igual de peligrosas para los intereses vitales de Europa. Si Europa ve su papel en esta crisis –que todavía podría convertirse en una recesión con todas sus letras- como el de un polizón, en el futuro se la tratará de manera acorde.

Fuente: www.project-syndicate.org

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