domingo, 21 de septiembre de 2008

¿Quedó en el pasado el crecimiento impulsado por las exportaciones?

Por: Dani Rodrik

Durante cinco décadas, los países en desarrollo que han podido formar industrias exportadoras competitivas se han visto recompensados con asombrosas tasas de crecimiento: Taiwán y Corea del Sur en los años sesenta; los países del sureste asiático como Malasia, Tailandia y Singapur en los años setenta; China en los años ochenta y, en última instancia, India en los años noventa.

En todos estos casos, y en algunos otros, -otra vez, principalmente en Asia-, las reformas internas seguramente habrían producido crecimiento independientemente del comercio internacional. Sin embargo, es difícil que ese crecimiento hubiera sido igual de elevado –de un histórico 10% per capita al año o más- sin una economía global capaz de absorber las exportaciones de estos países.

Muchos países están tratando de imitar este modelo de crecimiento, pero rara vez han tenido éxito porque no existen las condiciones internas previas. Si entramos a los mercados mundiales sin contar con políticas dinámicas que aseguren la competitividad de algunas industrias modernas de manufacturas o de servicios, probablemente seguiremos siendo exportadores empobrecidos de recursos naturales y productos de uso intensivo de mano de obra como las prendas de vestir.

Sin embargo, los países en desarrollo compiten para establecer zonas de exportación y subsidiar operaciones de montaje para las compañías multinacionales. La lección es clara: el crecimiento generado por las exportaciones es el camino a seguir.

Pero, ¿cuánto durará? Si bien es riesgoso tratar de hacer pronósticos económicos, hay señales que indican que estamos en la cúspide de una transición hacia un nuevo régimen en el que las reglas del juego no serán ni de lejos tan favorables para las estrategias centradas en la exportación.

La desaceleración de las economías avanzadas es la amenaza más inmediata. Tanto Europa como los Estados Unidos están entrando en una recesión, y crece el temor de que el colapso financiero resultante de la debacle de las hipotecas de alto riesgo no se ha resuelto. Todo esto sucede en un momento en que las presiones inflacionarias entorpecen los remedios monetarios y fiscales de costumbre. El Banco Central Europeo, muy enfocado en la estabilidad de los precios, ha estado aumentando las tasas de interés y puede ser que la Reserva Federal de los Estados Unidos pronto haga lo mismo. Así pues, las economías desarrolladas sufrirán durante un tiempo, lo que tendrá implicaciones evidentes para la demanda de exportaciones procedentes de los mercados emergentes.

Encima de todo, es casi seguro que estalle el problema de los desequilibrios globales de cuenta corriente. Los mercados emergentes y los países en desarrollo tuvieron en 2007 un superávit de 631 mil millones de dólares, dividido casi en partes iguales entre los países asiáticos y los Estados exportadores de petróleo. Esto representa el 4.2% del PIB conjunto de esos países. Los Estados Unidos por sí solos tuvieron un déficit en cuenta corriente de 739 mil millones de dólares (el 5.3% de su PIB). En este patrón de balanzas de cuenta corriente, ni los factores económicos ni los políticos son sostenibles, especialmente en un ambiente de recesión.

La parte política es clara. No hay nada que alimente más los sentimientos proteccionistas que un déficit comercial abultado. Según una encuesta levantada por el diario Wall Street Journal y la NBC que se publicó en diciembre de 2007, casi el 60% de los estadounidenses piensan que la globalización es mala porque ha hecho que las compañías y los trabajadores estadounidenses compitan en un ambiente injusto.

Si la globalización ha adquirido una mala reputación en los Estados Unidos, gran parte de la culpa es del déficit externo. La política comercial estadounidense ha sido extraordinariamente resistente a las presiones proteccionistas de los años recientes. Sin embargo, independientemente de quién gane la presidencia de los Estados Unidos, el mundo deberá esperar una mayor vigilancia de las importaciones procedentes de China y otros países de mano de obra barata así como de la contratación externa de servicios en lugares como la India.

A medida que en los Estados Unidos y otras economías avanzadas las condiciones para las exportaciones de los países en desarrollo se tornen menos favorables, es poco probable que los mercados emergentes, por mucho que puedan ayudar, sean capaces de absorberlas y proporcionar de esa manera combustible suficiente para el crecimiento impulsado por ellas. Los aranceles de importación suelen ser más elevados en los países en desarrollo, lo que dificulta tener acceso a ellos. Además, los países en desarrollo compiten en productos similares –bienes de consumo de distintos niveles de sofisticación–, por lo que el aspecto político del comercio Sur-Sur ampliado tiene peores perspectivas que el del comercio Norte-Sur. En los países en desarrollo ya son comunes las medidas antidumping contra las importaciones procedentes de China, Vietnam y otros exportadores asiáticos.

Exportar, por lo tanto, será una actividad aún más difícil. Los países como China, que tienen superávit amplios, tendrán que recurrir mucho más a la demanda interna para alimentar su economía. Esto no es del todo malo, porque China ciertamente necesita más inversiones públicas en sectores sociales como la salud y la educación.

Pero el impacto se sentirá más allá de los países con superávit. Si los exportadores de Brasil, Turquía, Sudáfrica y México –todos ellos economías en déficit—ya tenían dificultades para competir con China en otros mercados cuando esos mercados estaban totalmente abiertos y ampliándose rápidamente, imaginemos qué suerte correrán en condiciones menos favorables.

Las repercusiones en el crecimiento casi seguramente serán negativas, incluso si la demanda interna compensa totalmente la disminución de la demanda externa. El motivo es microeconómico, no macroeconómico: hay un límite al acero o las partes automotrices que se pueden vender en el mercado nacional, y la productividad en las industrias de servicios no es igual a la de las actividades orientadas a la exportación. Por lo tanto, la contracción de los mercados de exportación frenará el cambio estructural para promover el crecimiento en casa.

Nada de esto implica un desastre para los países en desarrollo. El éxito a largo plazo depende todavía de lo que suceda en cada país y no en el exterior. Lo que actualmente son noticias moderadamente malas sólo se convertirán en terribles si se permite que los problemas económicos en los países avanzados –especialmente en los Estados Unidos– se transformen en xenofobia y proteccionismo abierto; si los grandes mercados emergentes como China, la India y Brasil no se dan cuenta de que ya son demasiado importantes para aprovecharse libremente de la gobernanza económica global; y si, como consecuencia, otros reaccionan de manera exagerada y le dan la espalda a la economía mundial para adoptar políticas autárquicas. Si no se cometen esos errores, es de esperar que el entorno económico sea más duro, pero no que haya una calamidad.

Fuente: Project Syndicate

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