lunes, 29 de septiembre de 2008

Nuevos desafíos geopolíticos

Por: Francis Fukuyama

Las democracias deberán convivir con otros sistemas

En 1989 escribí un ensayo titulado ¿El fin de la historia? Allí sostenía que las ideas liberales habían triunfado de manera concluyente al terminar la Guerra Fría. Pero hoy, el dominio estadounidense sobre el sistema mundial está perdiendo pie; Rusia y China se ofrecen como modelos haciendo gala de una combinación de autoritarismo y modernización que presenta un claro desafío a la democracia liberal. Pero, aunque los prepotentes siguen haciendo uso y abuso de su poder, la democracia y el capitalismo no tienen aún verdaderos competidores.

Las analogías históricas fáciles con épocas anteriores tienen dos problemas: presuponen una visión caricaturesca de la política internacional durante estos períodos previos y dan a entender que el "gobierno autoritario" constituye un tipo de régimen claramente definido: uno agresivo en el ámbito exterior, no respetuoso de las libertades en el interior e inevitablemente peligroso para el orden mundial. En realidad, los gobiernos autoritarios de hoy tienen poco en común salvo su falta de instituciones democráticas.

Pocos presentan la combinación de músculos, cohesión e ideas que hace falta para dominar realmente el sistema global, y ninguno de ellos sueña con echar abajo la economía globalizada. Si queremos entender el mundo que se está desplegando frente a nosotros, debemos trazar distinciones claras entre diferentes tipos de autócratas. Hay una gran diferencia entre los que dirigen estados fuertes y coherentes y los que presiden estados débiles, incompetentes o corruptos. Musharraf pudo gobernar Pakistán por casi una década únicamente porque el Ejército paquistaní, su base de apoyo, es la institución con mayor cohesión en un Estado que por lo demás es un caso perdido. Los autócratas de la actualidad también pueden ser sorprendentemente débiles en lo que hace a ideas e ideologías. Pese a recientes avances autoritarios, la democracia liberal sigue siendo la idea más fuerte y atractiva de hoy.

Si los autócratas de hoy están dispuestos a inclinarse ante la democracia, también están ansiosos por rebajarse ante el capitalismo. Es difícil pensar que estemos entrando en una nueva Guerra Fría cuando China y Rusia han aceptado alegremente la mitad capitalista de la sociedad entre capitalismo y democracia.

En lugar de las grandes ideas, a Rusia y China las impulsa el nacionalismo, que asume formas muy diferentes en cada una de ellas. Pero la Rusia de hoy de todos modos es muy diferente de la ex Unión Soviética. A Putin lo han calificado de zar de la época moderna, lo cual está más cerca de la verdad que las erradas comparaciones con Stalin o Hitler. El nacionalismo chino, orgullosamente exhibido en las Olimpíadas, es mucho más complejo. Los chinos quieren que se los respete por haber sacado a cientos de millones de ciudadanos de la pobreza en la anterior generación. Pero aún no sabemos de qué modo se traducirá a la política exterior este orgullo nacional.

Todo esto hace que nuestro mundo sea a la vez más seguro y más peligroso. Es más seguro porque los intereses de las grandes potencias en gran medida están ligados a la economía global, lo que limita su deseo de hacer olas. Pero es más peligroso porque los autócratas capitalistas pueden hacerse mucho más ricos y, por lo tanto, más poderosos que sus antecesores comunistas. Y si bien la racionalidad económica no es más fuerte que la pasión política (como a menudo ocurría en el pasado), la interdependencia del sistema implica que todos se verán afectados. Necesitamos, por eso, un marco conceptual con más matices para entender el mundo no democrático, si no queremos convertirnos en prisioneros de un pasado imaginado. Y tampoco debemos desalentarnos excesivamente con respecto a la fuerza de nuestras ideas, ni siquiera en un mundo "post estadounidense".

Fuente: www.washingtonpost.com

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