lunes, 11 de agosto de 2008

Querido mundo, por favor enfrenta a Estados Unidos

Por: Naomi Wolf
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¿Es posible desenamorarse del propio país? Durante dos años, como muchos norteamericanos, me dediqué intensamente a documentar, exponer y alertar al país sobre la criminalidad de la administración Bush y su ataque a la Constitución y el régimen de derecho —una historia muchas veces ignorada en casa—. Estaba segura de que cuando los norteamericanos supieran lo que se estaba haciendo en su nombre, reaccionarían con horror y furia.
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Hace tres meses, la administración Bush seguía aferrada al discurso de su demonio, “No torturamos”. Ahora, Médicos Sin Fronteras ha difundido su informe que documenta los traumas de los detenidos en manos norteamericanas, y hasta existen pruebas de detectores de mentiras que confirman que fueron torturados. Se filtró un informe de la Cruz Roja: tortura y crímenes de guerra. The Dark Side , la exposición basada en una investigación impecable de Jane Mayer, llegó a las tiendas: tortura, pergeñada y orquestada desde arriba. El diario The Washington Post les ofreció a sus lectores una cobertura de video real del interrogatorio abusivo de un menor canadiense, Omar Khadr, a quien se pudo ver mostrando sus heridas abdominales todavía sangrantes, llorando y suplicándoles a sus captores.
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De manera que la verdad salió a la luz y está a disposición de todos. Y Estados Unidos todavía duerme, preocupándose por su peso y paseándose por el centro comercial.
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Yo había pensado que después de tanta exposición, miles de norteamericanos estarían organizando vigilias en Capitol Hill, que los líderes religiosos estarían pidiendo el perdón de Dios y que surgiría un sentimiento popular de repulsión, similar al movimiento anti—esclavitud del siglo XIX. Para parafrasear a Abraham Lincoln, si la tortura no está mal, nada está mal.
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Y, sin embargo, nada de esto ocurrió. No hay ninguna crisis en las iglesias y sinagogas de Estados Unidos, no hay líderes cristianos y judíos reclamando justicia en nombre de Jesús, un prisionero político torturado o Jehová, que exige rectitud. Le pregunté a un contacto en el mundo religioso por qué. Me respondió: “A las iglesias tradicionales no les importa, porque son republicanas. Y a las sinagogas no les importa, porque los prisioneros son árabes”.
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Fue entonces que me di cuenta de que no podía estar enamorada de mi país en este momento. ¿Cómo me puede interesar el destino de gente así? Si esto es lo que los norteamericanos están sintiendo, si eso es lo que somos, no merecemos nuestra Constitución y el estatuto de derechos.
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Incluso el sistema judicial tan elogiado de Estados Unidos no logró refrenar los abusos obvios. Una corte federal dictaminó que el sistema de tribunales militares —Cámaras Judiciales injustas donde la evidencia obtenida a partir de la tortura se utiliza contra el acusado— puede proseguir. Otra corte recientemente dictaminó que el presidente puede llamar a cualquiera en cualquier lugar un “combatiente enemigo” y detenerlo indefinidamente.
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De modo que los norteamericanos están cooperando secretamente con un régimen criminal. Nos hemos convertido en una nación fuera de la ley —un peligro claro y presente para el derecho internacional y la estabilidad global— entre países civilizados que han sido nuestros aliados. Figuramos —con justa razón— en la lista de Canadá de países criminales que torturan.
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Europa sigue excitada con la reciente visita de Barack Obama. Muchos norteamericanos, también, esperan que una victoria de Obama en noviembre haga desaparecer esta pesadilla. Pero no es momento de ceder a las falsas ilusiones. Aún si gana Obama, bien puede ser un presidente radicalmente debilitado. La administración Bush ha creado un aparato transnacional de anarquía que él solo, sin una intervención global, no puede ni desmantelar ni controlar.
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Las empresas de seguridad privada —por ejemplo, Blackwater— seguirán operando, sin ser responsables ante él o ante el Congreso, y sin estar comprometidos, según dijeron, por tratados internacionales. Los fabricantes de armas y la industria de las telecomunicaciones, con miles de millones en juego para mantener una “guerra contra el terrorismo” exagerada y su nuevo mercado de vigilancia global, desplegarán un ejército profusamente financiado de lobistas para defender sus intereses.
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Es más, si resulta electo, Obama estará limitado por su propio Partido Demócrata. Los partidos políticos de Estados Unidos tienen escasa semejanza con las organizaciones disciplinadas familiares en las democracias parlamentarias de Europa y otras partes. Y los demócratas en el Congreso estarán aún más divididos después de noviembre si, como muchos esperan, los miembros conservadores derrotan a los incumbentes republicanos afectados por su asociación con Bush.
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Sin duda, algunos demócratas recientemente lanzaron audiencias parlamentarias sobre los abusos de poder de la administración Bush. Desafortunadamente, casi sin cobertura mediática, existe escasa presión para ampliar las investigaciones oficiales y asegurar una responsabilidad genuina.
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Sin embargo, mientras que la presión popular no funcionó, el dinero sigue mandando. Necesitamos sanciones lideradas por el gobierno, dirigidas contra Estados Unidos, de parte de países civilizados, incluyendo un despojo de capital internacional. Muchos estudios han demostrado que vincular la inversión a la democracia y a la reforma de los derechos humanos resulta efectivo en el mundo en desarrollo. No existe ninguna razón para que no pueda ser efectivo contra la superpotencia del mundo.
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También necesitamos una estrategia coordinada internacionalmente para procesar a los criminales de guerra en la cima y más abajo en la cadena de mando —países individuales que presenten cargos, como hicieron Italia y Francia—. Si bien Estados Unidos no firmó el estatuto que estableció la Corte Penal Internacional, las violaciones del Artículo 3 Común de las Convenciones de Ginebra son crímenes de guerra por los que cualquiera —potencialmente incluso el presidente norteamericano— puede ser juzgado en cualquiera de los otros 193 países que forman parte de las convenciones. Todo el mundo puede cazar a estos criminales.
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Un Estados Unidos al margen de la ley es un problema global que amenaza al resto de la comunidad internacional. Si este régimen sigue desobedeciendo el derecho internacional, ¿qué va a impedir que la próxima administración —o esta administración, bajo su plan secreto de sucesión en el caso de una emergencia— siga adelante y ponga en la mira a sus opositores políticos en casa y en el exterior?
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Los norteamericanos somos o demasiado incapaces o demasiado disfuncionales como para ayudarnos a nosotros mismos en este momento. Al igual que los drogadictos o los enfermos mentales que se niegan a recibir tratamiento, necesitamos que intervengan nuestros amigos. Así que recordémonos como éramos en nuestros mejores momentos y hagamos algo para salvarnos —y al mundo— de nosotros mismos.
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Talo vez entonces pueda enamorarme de mi país otra vez.
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