jueves, 28 de agosto de 2008

El momento Sputnik de Estados Unidos en Beijing

Por: Jamie F. Metzl

Tal vez algún día se recuerde al 8 de agosto de 2008 como el primer día de la era post-norteamericana. O se lo podría recordar como otro "momento Sputnik" cuando, como sucediera con la incursión soviética en el espacio exterior en 1957, el pueblo norteamericano tomó conciencia de que el país había perdido pisada y decidió que era hora de que Estados Unidos recuperara su dirección.

No hubo ningún error de comprensión en el poder y simbolismo de las ceremonias de inauguración de los Juegos Olímpicos de Beijing el 8 de agosto. Ese espectáculo multimediático hizo mucho más que reconstruir la historia de 5.000 años de China; fue una manifestación de que China es una civilización importante que exige y merece el lugar que le corresponde en la jerarquía global.

Tampoco hubo un error de comprensión en el simbolismo de ver al presidente Bush, saludando alegremente con la mano desde su lugar en las gradas mientras el presidente chino, Hu Jintao, estaba sentado detrás de lo que se asemejaba a un trono. Cuesta imaginar que el gobierno de China, obsesionado con cada detalle del protocolo diplomático, no haya orquestado esta imagen sombría de la decadencia de Estados Unidos en relación al país al que le debe 1,4 billones de dólares. Sería difícil imaginar a Franklin Roosevelt o a Ronald Reagan aceptando una posición relativa similar.

Al mismo momento en que Bush agitaba la mano desde la tribuna, Rusia invadía Georgia, el socio más cercano de Estados Unidos en el Cáucaso. El mensaje de Rusia a otros países amigos de Occidente en el ex mundo soviético fue claro: Estados Unidos no los puede proteger.

Inquietantemente, los rusos tal vez tuvieran razón. Mientras que el fangal iraquí hizo que a Estados Unidos le resultara difícil proyectar fuerza en todo el mundo, la creciente deuda de Estados Unidos, sus conflictos con amigos y enemigos por igual, la falta de alguna estrategia perceptible para los tiempos cambiantes y la aparente incapacidad de su sistema político para tomar medidas destinadas a abordar esos desafíos se combinaron para convertir a Estados Unidos en un gigante en problemas.

Hoy, desde Irán hasta Darfur y desde Zimbabwe hasta Georgia, el mundo es testigo de los efectos de un mundo post-norteamericano en ciernes, y el panorama no parece agradable. A pesar de todo lo que valoremos el ascenso de nuevas potencias como China e India, todavía está por verse si estos países serán tan benevolentes como potencias como lo ha sido Estados Unidos, a pesar de sus defectos, en el último medio siglo.

El neo-colonialismo está regresando al Africa, el proyecto global de derechos humanos está en retirada y el sistema de comercio mundial se está volviendo menos abierto. Dictadores brutales no reciben castigo porque sus intereses son protegidos por grandes potencias con participaciones en sus recursos naturales. Revertir esta tendencia no es sólo el interés de Estados Unidos, sino también del mundo.

Para hacerlo, los norteamericanos deben identificar y encarar los grandes desafíos que enfrenta Estados Unidos, empezando de abajo hacia arriba. Reparar la estructura financiera de campaña de Estados Unidos, que lleva a masivas adjudicaciones erróneas de los fondos gubernamentales, resucitar el sistema educativo salvajemente desigual y muchas veces moribundo de Estados Unidos, crear un sistema inmigratorio que reclute activamente a la gente más talentosa de todo el mundo a través de una vía rápida a la ciudadanía estadounidense y desarrollar una política energética nacional que haga avanzar a Estados Unidos mucho más rápidamente hacia una independencia energética serían, todos, pasos importantes en esta dirección.

Trabajar para reconstruir el tradicional consenso de política exterior bipartidario también convertiría a Estados Unidos en un socio mucho más predecible para los amigos y aliados en todo el mundo. Y Estados Unidos debe ser un socio respetuoso si quiere alentar a potencias en ascenso como India y China a desempeñar papeles más constructivos en los asuntos internacionales.

El mundo no está preparado para una era post-norteamericana, y países como China e India deben desempeñar un papel mucho más importante en el fortalecimiento de las instituciones existentes de la paz mundial y, donde corresponda, crear otras nuevas que puedan promover una agenda positiva de seguridad, dignidad, derechos y prosperidad en todo el mundo.

La comunidad mundial todavía no ha llegado a esa instancia y, hasta que lo haga, el mundo necesita un nuevo tipo de líder norteamericano -un líder capaz de inspirar a los norteamericanos a reparar sus problemas en casa y trabajar con sus socios en todo el mundo para promover una agenda común tan audaz y progresista como el orden construido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial hace 60 años.

Las Olimpíadas de Beijing podrían recordarse como un nuevo "momento Sputnik" para Estados Unidos, que inspire al país a enfrentar, de forma significativa, la música de un mundo cambiante. Pero Estados Unidos puede lograrlo sólo si reconoce los grandes desafíos que enfrenta y toma medidas audaces para encararlos, en casa y con sus aliados en el exterior.

Fuente: Project Syndicate

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