viernes, 3 de julio de 2009

¿Se acerca el fin de la relación especial?

Por: Shlomo Ben-Ami

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, destacó durante su reciente visita a Washington los desacuerdos fundamentales entre el actual gobierno israelí y la administración del presidente Barack Obama. Netanyahu se empeña en cuestionar el capricho de Obama de crear dos Estados como solución al conflicto palestino-israelí, y se niega a entender que Obama piensa que hay un vínculo entre su capacidad para frenar las ambiciones nucleares de Irán y la paz entre palestinos e israelíes.

Netanyahu tampoco está particularmente contento de que Obama se muestre reticente a establecer un plazo firme para las negociaciones con Irán. Los israelíes piensan que Irán hace avances vertiginosos para formar parte del club nuclear y aprovechará con sagacidad las perspectivas de negociación con Estados Unidos para evitar sanciones más severas o un ataque militar.

Las crisis y los desacuerdos profundos no son cosa nueva en la relaciones entre estos dos aliados desiguales. Sin embargo, por profundas que sean las diferencias actuales entre ellos, en el fondo existe la sospecha de que Obama quiere alejarse de la relación sui generis entre su país y el Estado judío, y esto es lo que más preocupa a los israelíes.

Una convergencia de intereses y una actitud profundamente emotiva hacia la historia de Israel y la narrativa judía desde el Holocausto han sido los motores de la que quizá sea una de las alianzas más intrigantes en las relaciones internacionales. De hecho, no existe una razón única que explique la persistente defensa que hace Estados Unidos de su compromiso con Israel, y la aceptación tan firme de que goza la causa israelí en ese país.

Los presidentes estadounidenses, desde Harry Truman, quien fue el primer líder mundial que reconoció a Israel en 1948 (en contra de los consejos del secretario de Estado, el General George C. Marshall), han representado en diferentes grados el aspecto emotivo o el de la realpolitik –algunos de ellos, una combinación de los dos–de esta relación. La sospecha actual es que Barack Obama no está comprometido con ninguno.

Obama es un fenómeno revolucionario en la historia de Estados Unidos y ciertamente no corresponde al patrón tradicional de los presidentes estadounidenses después de la Segunda Guerra Mundial. A diferencia de todos los demás presidentes de su país, en la formación de Obama hubo muchos menos elementos religiosos o bíblicos, y ni la narrativa de la historia judía ni el heroico renacer de las cenizas del Holocausto de Israel son parte primordial de su sentir hacia el conflicto árabe-israelí. La narrativa de la tragedia palestina sin duda tiene un papel igual de importante en la definición de su postura sobre el Medio Oriente.

Pero aun cuando otras administraciones estadounidenses no han adoptado una postura emotiva hacia Israel, de todos modos han apoyado su causa, siempre que el hacerlo se pudiera justificar con base en la realpolitik . Ese fue claramente el caso de Richard Nixon, que nunca sintió demasiado afecto por los judíos, pero, que sin embargo, fue uno de los aliados más firmes que Israel haya tenido en la Casa Blanca.

Obama, que no siente ningún apego por la causa de Israel y está profundamente preocupado por las políticas del gobierno israelí en los territorios ocupados, representa el espectro de una Casa Blanca en la que no se comparten aprecio ni intereses con el Estado judío.

El impulso de la política de Obama hacia Medio Oriente –la reconciliación de Estados Unidos con el mundo árabe y el musulmán- choca con la estrategia de Netanyahu. Esto se debe a que en la política emergente de Obama se asume que la mejor manera de afrontar el desafío del terrorismo islámico y evitar que la situación en la región degenere en una proliferación nuclear sin control es forzar a Israel a que suspenda la construcción de nuevos asentamientos, a que se retire de los territorios ocupados para dar lugar a la creación de un Estado palestino con Jerusalén oriental como capital, y a hacer las paces con Siria mediante la devolución de las Alturas del Golán.

Pero esto no significa necesariamente que estemos presenciando el fin de la "relación especial” entre Israel y Estados Unidos. Incluso un presidente revolucionario no se alejará de los compromisos fundamentales de ese país con un Israel que lucha por posiciones razonables y moralmente defendibles.

Hasta ahora, Obama ha tenido la precaución de no apartarse de ninguna de las posturas tradicionales de Estados Unidos relativas a la seguridad de Israel. Ya aceptó la lógica de su estatus nuclear especial y su posición como receptor importante de ayuda militar estadounidense. Además, el guardián de los intereses de Israel, el Congreso estadounidense, se mantiene alerta.

Netanyahu sabe que la gigantesca tarea de mantener la relación de Israel con Estados Unidos es tanto una necesidad estratégica vital como un requisito interno indispensable. Con seguridad habrá más convergencia cuando Netanyahu se decida a definir los límites reales, y no ideológicos, de Israel.

El hecho de que Netanyahu esté inspirado por una determinación casi mesiánica para evitar que Irán adquiera los medios para destruir Israel, podría hacer que su postura hacia Palestina cambie fundamentalmente, siempre y cuando Obama haga avances visibles en sus esfuerzos para detener el programa nuclear de Irán. Para Netanyahu, una solución al problema de Palestina no acabaría con el desafío que representa Irán; más bien la neutralización de esa amenaza existencial prepararía el terreno para la creación de un Estado palestino.

Netanyahu también sabe que los fracasos de la parte árabe han contribuido a fomentar el sionismo radical. Como señala John Kerry, presidente del comité de relaciones exteriores del Senado estadounidense, “este proceso de paz no concierne solamente a una parte" ni toda la responsabilidad recae exclusivamente en Israel. Falta por ver si el mundo árabe, con sus grandes disfuncionalidades, y los poderosos actores no estatales en su seno, como Hamas y Hezbolá, responden a las expectativas de Obama.

Y lo que es más importante, el liderazgo palestino debe redefinir y reunificar a su gobierno para afrontar el desafío que representa convertirse en un Estado. Hasta ahora, la tarea de reconciliación entre Hamas y Fatah parece ser igual de gigantesca que la de lograr un acuerdo de paz con Israel.

Fuente: Project Syndicate

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