viernes, 3 de julio de 2009

El continente perdido

Por: Robert Skidelsky

Hogar de una sexta parte de la población mundial, aunque sólo aporta una cuadragésima parte del PBI mundial, África es la víctima más evidente de la recesión global. Después de media década de crecimiento del 5%, se espera que la tasa de crecimiento del continente se reduzca a la mitad en 2009. Algunos países, como Angola, se están contrayendo. En otras partes, la crisis barrió con los beneficios de varios años de reforma económica. Muchos africanos volverán a caer en una pobreza apremiante.

Los economistas del desarrollo se retuercen las manos de desesperación: África desafía sus mejores esfuerzos para crear un milagro. En la víspera de la descolonización en 1960, el PBI real per capita en el África subsahariana era casi tres veces superior al del sudeste asiático, y se esperaba que los africanos vivieran dos años más en promedio. En los 50 años que transcurrieron desde entonces, el PBI real de África per capita creció el 38% y la gente vivió nueve años más, mientras que el PBI del sudeste asiático per capita creció el 1.000% y la gente vivió 32 años más.

Al principio, la solución para el subdesarrollo del África parecía obvia. África necesitaba capital, pero carecía de ahorros. Por lo tanto, el dinero tenía que venir de afuera -de instituciones como el Banco Mundial-. Dado que cobrarle tasas de interés comerciales a gente hambrienta parecía una usura, los créditos debían ofrecerse con un carácter concesionario -de hecho, ayuda.

Arrojar dinero a la pobreza se convirtió en una panacea. Era fácil de vender y apelaba a los instintos humanitarios de la gente. También aliviaba la culpa del colonialismo, como con los padres que les hacen a sus hijos regalos costosos para compensar una falta de atención o un maltrato hacia ellos. Pero no hizo ningún bien. La mayor parte de la ayuda fue robada o derrochada. A pesar del incremento de ocho veces en la ayuda per capita a la República Democrática del Congo entre 1960 y 2007, el PBI real per capita disminuyó en dos terceras partes en el mismo período.

"Comercio, no ayuda" se convirtió en la nueva contraseña. Dirigida por el economista Peter Bauer en los años 1980, se convirtió en la panacea del Consenso de Washington. África, estaba de moda decir, se recuperaría sólo si desregulaba sus economías y abrazaba un crecimiento liderado por las exportaciones como las economías "milagrosas" del este de Asia. Asesores del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional les dijeron a los gobiernos africanos que dejaran de subsidiar a los "campeones nacionales" y derribaran sus barreras comerciales. La provisión de un volumen reducido de ayuda debía estar condicionada al desmantelamiento del sector público.

Para 1996, solo el 1% de la población del África subsahariana eran funcionarios públicos, comparado con el 3% en otras regiones en desarrollo y el 7% en la OCDE. Sin embargo, a pesar del achicamiento del estado, África no ha dado el salto a la prosperidad. En una afrenta total a la teoría económica, el escaso capital que existe en África está huyendo del continente para ser invertido en sociedades que ya son ricas en capital.

El problema con África, empezaron a decir entonces los economistas, era que no tenía estados efectivos. Muchos países tenían estados "fallidos" que no podían proporcionar ni siquiera las condiciones mínimas de seguridad y salud. Con el 15% de la población mundial, el África subsahariana representaba el 88% de las muertes vinculadas a conflictos en el mundo y el 65% de las víctimas de sida. Lo que los historiadores han sabido durante 2.000 años -y que también sabían los economistas clásicos del siglo XVIII- de repente iluminó a la nueva raza de economistas matemáticos de los años 1990 como un relámpago: la prosperidad depende del buen gobierno.

Ahora bien, ¿cómo conseguir un buen gobierno? Restablecerlo o asegurarlo evoca el espectro pavoroso del colonialismo. Después de todo, a pesar de todos sus defectos, el colonialismo ofreció la precondición esencial del desarrollo económico: paz y seguridad. La discusión sobre el desarrollo hoy tiene que ver esencialmente con cómo se pueden alcanzar estas precondiciones de reducción de la pobreza y de crecimiento económico sin colonialismo.

El aporte contemporáneo más interesante pertenece al economista de Oxford Paul Collier. El sostiene que muchos estados africanos han caído en una o varias trampas de desarrollo de las que resulta extremadamente difícil escapar. Es más, una vez que un país queda atrapado en una de ellas, es fácil caer en la próxima. Ser pobre lo hace a uno propenso al conflicto, y estar en conflicto lo hace a uno pobre. ¿Qué esperanza tiene entonces un país pobre desgarrado por la guerra civil?

Haciendo referencia a la misión británica a Sierra Leona, Collier se muestra a favor de la intervención militar, cuando es factible, para asegurar la paz. Respalda la participación internacional para imponer la paz post-conflicto. Pero la asistencia internacional en curso debería limitarse a ofrecer patrones de buena gobernancia voluntarios.

Los esquemas referentes a cómo los gobiernos deberían transparentar el gasto público o de qué manera las empresas extranjeras que extraen recursos deberían dar cuenta de sus ganancias harían que las comparaciones de criterios les resultaran más fáciles a los activistas políticos locales, al mismo tiempo que ofrecerían una fuente de legitimidad para el gobierno. El tan discutido Proceso Kimberly es un proyecto piloto. Las empresas de diamantes se ofrecen voluntariamente a no comprar en zonas de conflicto en un intento por impedir que los diamantes financien a los caudillos locales. Esto sería bueno para los negocios, ya que los clientes occidentales adinerados hoy se sienten disuadidos ante la idea de comprar joyas bañadas en sangre.

La integración regional se ha destacado de manera prominente recién en los últimos 50 años en Europa, pero ya resultó en una serie de beneficios políticos y económicos para los europeos. Una evidencia considerable indica que la integración también podría ser beneficial para África, en un marco apropiado para las condiciones africanas.

Este es un proyecto que vale la pena respaldar. Otros esfuerzos merecedores de atención incluyen la formalización de la gigantesca economía informal en estados como Ghana. Por lo general, estos son proyectos que requieren de una pericia internacional bajo mandatos emitidos internamente.

Es una señal de la pobreza de la economía del desarrollo que propuestas como éstas sean consideradas de avanzada. Sin embargo, mientras haya un puesto de control cada 14 kilómetros entre Lagos y Abidjan -dos de las principales ciudades de África occidental-, el progreso en el terreno será lento.

Con refugiados que desbordan fronteras, piratas que secuestran barcos y terroristas que encuentran refugio, es evidente que, si bien las soluciones de África le son propias, sus problemas no lo son. El resto del mundo ya no puede permitirse la pobreza de África. Pero la evidencia de 50 años de esfuerzos fallidos es que no tiene ni la menor idea de qué hacer al respecto.

Fuente: Project Syndicate

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