lunes, 30 de marzo de 2009

Las panteras de la política identitaria

Por: Chris Patten

Me encontraba en Jordania, ese hermoso oasis de calma y moderación en una zona difícil y peligrosa, cuando me enteré de la noticia sobre el asesinato de dos soldados británicos y un policía católico por terroristas republicanos disidentes en Irlanda del Norte.

Habíamos contemplado la que los cristianos llaman Tierra Santa desde las montañas jordanas. Lo que me asombró, al recordar la época que pasé en tiempos en Irlanda del Norte, fue que tanto allí como aquí el crisol de tantas luchas, resentimiento y derramamiento de sangre fuera tan pequeño. En la geografía de Irlanda del Norte, Gaza y la Ribera Occidental hay una intimidad en la que la violencia parece tanto más inexplicable y obscena.

¿Resulta dicha violencia inevitable por el choque de culturas, religiones y etnicidades? ¿Está programada en el ADN por la Historia, el lenguaje y nuestras formas diferentes de responder a nuestros anhelos espirituales?

Tuve la suerte de leer en Jordania un libro titulado En busca de identidad de Amin Maalouf. Es un ataque brillante a lo que el autor, que es libanés, francés, árabe y cristiano, llama “las panteras” de la política identitaria. Maalouf abriga la esperanza de que algún día pueda considerar todo el Oriente Medio su patria y de que su nieto considere ese libro un recuerdo extraño de una época en la que se debían exponer esos argumentos.

Lo que es cierto en el caso de la política identitaria en el Oriente Medio y de la moldeación de la relación de los Estados Unidos y Europa con el mundo islámico es igualmente aplicable a Irlanda del Norte o al menos lo era.

Yo pasé una parte de mi vida abordando los problemas del terrorismo en Irlanda del Norte, primero como ministro a comienzos del decenio de 1980 y después presidiendo la comisión que formuló la reforma para el mantenimiento del orden y la seguridad en esa provincia como parte del Acuerdo de Paz de Belfast. Durante siglos las tribus católica y protestante habían chocado intermitentemente y durante un período de tres decenios –época conocida con la eufemística definición de “el Conflicto”– el terrorismo se cobró más de 3.000 vidas y decenas de miles de heridos.

Fue un choque de identidades que nada tenía que ver con los mensajes esenciales del cristianismo, pero fue desolador y espantoso. Recuerdo que la primera vez que visité un hospital en Belfast las jóvenes enfermeras de la Unidad de Urgencias y Accidentes tuvieron que describirme pacientemente la diferencia entre las heridas causadas intencionadamente en las rodillas por los protestantes y las causadas por los católicos. No se trataba de un asunto teológico ni litúrgico siquiera, sino de que los católicos utilizaban una escopeta para ese brutal castigo y los protestantes una taladradora eléctrica.

“Todo eso ha quedado reservado a los libros de Historia”, pensábamos, hasta los recientes asesinatos. El acuerdo de paz de Belfast ha conseguido más de diez años de paz. Su núcleo fue una propuesta sencilla: los republicanos, que pedían –y bombardeaban por– una Irlanda Unida juntando a la fuerza el Norte predominantemente protestante y el Sur abrumadoramente católico, aceptaron que el cambio constitucional sólo podía llegar mediante las urnas.

Logramos que el terrorista IRA y su ala política participaran en el proceso político y en el reparto del poder. A cambio, la mayoría protestante del norte aceptó que los republicanos no debían aceptar los símbolos de un Estado por el que no sentían lealtad. Además, hubo que reorganizar las fuerzas de policía y seguridad para que se viera que representaban a toda la comunidad y no primordialmente a su mayoría protestante.

Resulta interesante que la cuestión de la reforma de la policía fuera la única que los partidos políticos no pudiesen resolver por sí mismos, por lo que se me llamó, junto con un grupo de expertos en mantenimiento del orden, para resolverla.

El resultado de aquel acuerdo han sido años de paz. No es perfecto. Algunas de las transacciones que los demócratas deben hacer a veces con los en tiempos terroristas son difíciles de tragar, pero el resultado ha sido la vuelta a la normalidad para el millón y medio de habitantes de Irlanda del Norte.

No adopto una opinión apocalíptica sobre lo que ha sucedido recientemente... pese a ser trágico para las familias de los difuntos. Es un anárquico espasmo de violencia de una minoría diminuta. En cierto modo, subraya la importancia de lo que se ha logrado en Irlanda del Norte.

En primer lugar, prácticamente toda Irlanda está unida contra lo sucedido. En segundo lugar, la violencia ha fortalecido el proceso politico, pues los en tiempos dirigentes del IRA han estado hombro con hombro con la policía a la hora de condenar los asesinatos. En tercer lugar, se ha visto de forma generalizada el propio servicio de policía reformado como el protector de toda la comunidad y los sacerdotes y obispos han animado a jóvenes católicos a unirse a él. Ahora es más capaz –y no menos– para afrontar el terrorismo.

Así, pues, ¿pensé en enseñanzas que se deban aprovechar en Oriente Medio mientras recorría en coche Jordania de un extremo a otro? Tal vez haya dos. Evidentemente, no habrá paz en Palestina, mientras no empecemos a hablar con Hamas, aspecto que el enviado especial del Presidente Barack Obama a la región, el senador George Mitchell, comprenderá, seguro, después de sus experiencias como mediador con éxito en Irlanda del Norte.

Y, en segundo lugar, debemos abandonar las ideas anticuadas y empecinadas de identidad. Tal vez se trate de una afirmación fácil de reconocer por el que subscribe, nieto católico de emigrantes irlandeses de la hambruna de la patata, que, aun así, llegó a ser ministro británico y el último gobernador colonial de Gran Bretaña.

Fuente: www.project-syndicate.org

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