domingo, 8 de marzo de 2009

Europa en reversa

Por: Joschka Fischer

El legendario inversionista estadounidense Warren Buffet dijo alguna vez: “Cuando baja la marea es cuando uno ve quién estaba nadando desnudo”. Ese comentario en particular se refería a la situación de las empresas en una crisis económica. Pero también se puede aplicar a los países y las economías.

En Europa, la situación es causa de una preocupación creciente, porque la crisis económica global está dejando al descubierto de manera implacable los defectos y limitaciones de la Unión Europea. En efecto, ahora resulta evidente qué fue lo primero y más importante que perdió Europa con el rechazo del tratado constitucional: su fe en sí misma y en su futuro común.

En medio de la peor crisis desde 1929, Estados Unidos ha optado por un nuevo comienzo verdadero con la elección de Barack Obama y está ahora en el proceso de reinventarse. En contraste, con cada día que pasa parece que los miembros de la UE se alejan más. En lugar de reinventarse, Europa, bajo la presión de la crisis y sus propias contradicciones internas, amenaza con volver al egoísmo nacional y al proteccionismo del pasado.

Actualmente, Europa tiene una moneda común y el Banco Central Europeo (BCE), que han resultado ser baluartes de la defensa de la estabilidad monetaria durante la crisis financiera. Cualquier debilitamiento de estas dos instituciones causaría daños graves a los intereses comunes europeos. Pero la conducta de los gobiernos europeos en estos últimos meses plantea serias dudas de que ésta sea la forma en que ven las cosas.

Mientras más dura la crisis, más claro resulta que la moneda común y el BCE no bastan por sí solos para defender al mercado común y la integración europea. Sin políticas económicas y financieras comunes, coordinadas al menos entre los miembros de la zona del euro, la cohesión de la moneda común y de la UE –en efecto, su existencia misma– corren un riesgo sin precedentes. Es cierto que la crisis está asfixiando a muchos países en el mundo. Pero hay diferencias significativas y desequilibrios económicos dentro de la UE y de la zona del euro que se reflejan, por ejemplo, en tasas de interés cada vez más divergentes.

En Italia, España, Irlanda, Portugal y Grecia la confianza se está evaporando rápidamente, mientras que a las economías más fuertes del norte de Europa, aunque también tienen problemas, les ha ido mejor. Si esto continúa y se terminan de facto los criterios de Maastricht y aumenta el proteccionismo nacional en forma de subsidios industriales, el euro estaría en serio peligro. Es fácil imaginar lo que el fracaso del euro significaría para la UE en su conjunto: un desastre de proporciones históricas.

Además, los nuevos Estados miembros de la UE de Europa del Este, que no tienen ni la fortaleza económica ni la estabilidad política de los miembros más antiguos, están empezando a caer en picada. Dada la exposición a riesgos de algunos Estados de la zona del euro como Austria, la crisis también la afectará directamente. Por lo tanto, esperar a ver qué sucede es la estrategia equivocada.

No hay razón para creer que la actual crisis económica global ya tocó fondo. Así pues, suponiendo que se intensifique más aún, Europa se enfrentará pronto a alternativas difíciles: o bien las economías más ricas y estables del Norte – principalmente la economía más grande de Europa, Alemania– utilizarán sus recursos financieros, más cuantiosos, para ayudar a las economías más débiles de la zona del euro, o bien el euro estará en peligro y, con él, todo el proyecto de integración europea.

Entonces, ¿por qué no introducir rápidamente instrumentos nuevos como los eurobonos o crear un mecanismo de la UE comparable al FMI? Ambos serían costosos –sobre todo para Alemania– y por lo tanto no serían populares, pero las alternativas son mucho más costosas; de hecho, no son opciones políticas serias.

Institucionalmente, no hay manera de evitar un “gobierno económico europeo” o una “coordinación económica mejorada” (o como se le quiera llamar), que de hecho sería posible de modo informal y, por lo tanto, sin necesidad de hacer cambios al tratado.

Desafortunadamente, resulta claro que el motor franco-alemán, que es esencial para que la UE actúe al unísono, está bloqueado por el momento. La retórica que utilizan Francia y Alemania indica que tienen mucho en común, pero los hechos dicen otra cosa totalmente distinta. En casi todos los aspectos estratégicos del manejo de la crisis, Alemania y Francia se están bloqueando mutuamente –aunque ambos están haciendo casi lo mismo, lo que no deja de ser irónico. Están pensando en primer lugar en ellos mismos, no en Europa, que por lo tanto está efectivamente sin liderazgo.

La UE fue y es la concesión institucionalizada y debe seguir siéndolo ahora en medio de una crisis económica global. Si Alemania y Francia no resuelven sus diferencias y encuentran una respuesta estratégica común a la crisis pronto, se dañarán a sí mismos y a Europa en su conjunto.

Nunca debe olvidarse que la UE es un proyecto diseñado para el progreso económico mutuo. Si este vínculo económico desaparece, los intereses nacionales volverán a imponerse y harán trizas el proyecto. Hoy Europa no carece de fuerza económica, sino de voluntad política para actuar de consuno. Aquí es donde Alemania y Francia deben tomar la iniciativa.

Fuente: www.project-syndicate.org

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