jueves, 22 de enero de 2009

Una crisis y un solo mundo

Por: Kemal Derviş y Juan Somavia

Cuando la recesión se extiende por todo el mundo, las redes de producción mundial que surgieron con la mundialización de la economía planetaria han pasado a ser fuentes de reducciones de personal y pérdidas de puestos de trabajo. El aplazamiento de las compras de nuevos abrigos para el invierno en los Estados Unidos provoca pérdidas de empleos en Polonia o China. Después esas pérdidas se plasman en una menor demanda para las máquinas-herramienta estadounidenses o alemanas.

Después el desempleo y la reducción de las ventas provocan, a su vez, nuevas pérdidas en las carteras de préstamos de los bancos, con lo que debilitan aún más el castigado sector financiero. A consecuencia de ello, la ansiedad, la desesperanza y la ira se están extendiendo, a medida que lo que era una crisis financiera pasa a ser una crisis económica y humana. Si se descontrolara, podría llegar a ser una crisis de seguridad.

Intentar rescatar el sector financiero sin apoyar una recuperación desde el punto de vista de las empresas, los puestos de trabajo y el poder adquisitivo de las familias no dará resultado. Lo que hace falta es un gran estímulo fiscal a escala mundial para contrarrestar el descenso de la demanda privada.

La capacidad para actuar de los diferentes países depende de su endeudamiento, sus reservas de divisas y sus déficits por cuenta corriente. Alemania y China pueden hacer algo más que los demás. Los EE.UU. pueden hacer mucho, en parte por la condición del dólar como principal divisa internacional de reserva. Unos tipos de interés bajos permiten que las cargas suplementarias de las deudas que creará el endeudamiento público sigan siendo soportables.

Además, si el estímulo da resultado y propicia una pronta recuperación, los ingresos suplementarios obtenidos pueden compensar de sobra el aumento de la deuda. En vista del desplome de los precios de las materias primas y de las capacidades de producción en exceso, no hay un peligro a corto plazo de inflación, aun cuando una parte de la financiación del estímulo corra directamente a cargo de los bancos centrales.

El argumento en pro de un fuerte estímulo fiscal es abrumador. Varios países ya han anunciado medidas, pero es necesario evaluar a cuánto ascienden en realidad. Por ejemplo, algunas constituyen dinero “nuevo”, mientras que otras representan compromisos existentes y pasados a cuenta nueva. También debemos evaluar la calidad de esos planes.

El argumento en pro del estímulo mediante mejores gastos estatales, en lugar de recurrir a –pongamos por caso– reducciones de impuestos, porque los consumidores presa del pánico podrían ahorrar el dinero, en lugar de gastarlo, es sólido. La deuda y la inflación reaparecerán como problemas a medio plazo, por lo que reviste importancia decisiva que los instrumentos fiscales utilizados contribuyan a largo plazo a la productividad, al crecimiento y a la sostenibilidad.

Naturalmente, estímulo fiscal no significa simplemente arrojar dinero al problema. Tiene que haber una estrategia, se deben sopesar las prioridades y analizar los datos empíricos. También debemos recordar que el crecimiento que haya en la economía mundial en el período 2009-2010 procederá en su gran mayoría de las economías en desarrollo. Unas políticas que apoyen su crecimiento revisten importancia decisiva también en las economías avanzadas.

Cada uno de los países puede abrigar la esperanza de que los otros estimulen su demanda, mientras preserva su libertad de acción fiscal, por lo que contará con las exportaciones como motor de la recuperación. Cada uno de los países puede también sentir la tentación de adoptar medidas proteccionistas, al intentar preservar los puestos de trabajo nacionales a expensas de las importaciones. En el decenio de 1930 esas políticas encaminadas a arruinar a los rivales agravaron e hicieron más profunda la Gran Depresión.

La industria automovilística es un gran ejemplo. Las medidas encaminadas a mantenerla a flote en un país parecen competencia desleal para los demás, pero la reacción adecuada no es la de permitir que un desplome de la industria automovilística mundial alimente una recesión más profunda. La reacción apropiada es la de coordinar un plan mundial de recuperación, que brinde la oportunidad de orientar la recuperación hacia la creación de una nueva generación de vehículos eficientes en materia de gasto de combustible, menores emisiones de dióxido de carbono y empleos ecológicos.

Los países soberanos tendrán la última palabra sobre los planes de recuperación, pero la coordinación mundial aumentará la eficacia de las medidas adoptadas por todos. Además, las consideraciones relativas a la justicia y la seguridad exigen que los más vulnerables, quienes nada tuvieron que ver con la aparición de esta crisis, reciban apoyo.

La ampliación de las redes de segundad social ayuda a los más vulnerables y es probable que tenga grandes efectos multiplicadores, pues la necesidad más urgente de gastar se da en el caso de las personas más pobres. Se deben aumentar en gran medida los programas de capacitación, incluidos los encaminados a crear empleos ecológicos. Se debe centrar el gasto público en programas con un importante componente de empleo –como, por ejemplo, en proyectos de infraestructuras en pequeña y mediana escala– y apoyar a las administraciones locales.

Se deben mantener abiertas las líneas de crédito para las empresas pequeñas, que son las que emplean a la mayoría de los trabajadores del mundo, pero tienen el menor acceso al crédito. Se debe recurrir más al diálogo social para afrontar la crisis, porque hay que volver a crear confianza. Los donantes deben mantener los niveles prometidos (y muy modestos) de ayuda para el desarrollo destinada a los países más pobres y se debe renovar el impulso con vistas a la consecución de los objetivos de desarrollo del Milenio. Se debe mejorar la disponibilidad y la asequibilidad de la financiación del comercio.

A las instituciones de Bretton Woods les corresponde un papel decisivo. El Fondo Monetario Internacional y los bancos centrales deben aumentar de modo coordinado la liquidez en forma de crédito a corto plazo para las economías con mercados en ascenso que padecen reducciones de sus entradas de capital e ingresos por exportación. El Banco Mundial debe aumentar los préstamos para contribuir a la financiación de gastos encaminados a fortalecer el crecimiento en los países en desarrollo. Se necesitan avances tangibles en las negociaciones comerciales mundiales para indicar que la economía mundial seguirá abierta.

Mientras se adoptan esas medidas de recuperación, el mundo debe crear también las instituciones para la economía del siglo XXI. El “programa de trabajo decente” de la Organización Internacional del Trabajo en materia de empleo y empresa, protección social, relaciones laborales correctas y derechos fundamentales en el trabajo crea una plataforma sólida para una mundialización justa.

Todas las crisis son también una oportunidad. Esta crisis ha demostrado que los destinos de los países de todo el mundo están unidos. La coordinación de las políticas y una estrategia mundial que dé confianza e infunda esperanza ofrecerá una recooperación más fuerte y rápida a todos nosotros.

Fuente: Project Syndicate

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