domingo, 6 de septiembre de 2009

¿Las colas que sacuden al perro del Kremlin?

Por: Alexander Golts

Imaginen un loco que intenta hacerse pasar por un barón ruso del siglo XIX. Se deja crecer patillas, usa una levita larga y lleva un bastón. Cualquiera que se tope con una figura así se burlaría y la imitaría. Ahora, supongamos que el mismo loco intentara tratar a los transeúntes como si fueran sus siervos. En ese caso, correría el riesgo de recibir una golpiza, aunque tal vez unos pocos mendigos complacerían sus fantasías con la esperanza de engañarlo y sacarle su dinero.

Algo parecido es lo que hoy caracteriza las relaciones entre Rusia y varias ex repúblicas soviéticas, ya que la doctrina de política exterior que guía al Kremlin de hoy es una mezcla descabellada de Realpolitik del siglo XIX y geopolítica de principios del siglo XX. Según esta visión, toda gran potencia necesita países satélites obedientes. Bajo una estrategia semejante, la expansión de la OTAN está representada como una extensión de la esfera de influencia de Estados Unidos, en detrimento de Rusia, por supuesto.

Para compensar su creciente complejo de inferioridad, Rusia improvisó a toda prisa la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (CSTO por su sigla en inglés) que, por su título y principios constitucionales, es una parodia de la OTAN. Por todo esto, el Kremlin no se siente incómodo en lo más mínimo por el hecho de que la CSTO sea esencialmente una conexión mecánica de acuerdos militares bilaterales entre Belarús, Armenia, Kazajstán, Kirguistán, Tajikistan, Uzbekistán y Rusia.

Nadie sabe qué visión de defensa colectiva ha de implementarse: una visión que requiere una imaginación fértil para imaginar a paracaidistas bielorrusos defendiendo la frontera tayik. Es más, las constituciones de una cantidad de países de la CSTO expresamente prohíben enviar tropas fuera del territorio nacional. Pero la concentración miope del Kremlin en cuestiones militares, y sus intentos inútiles de jugar un juego de suma cero con Occidente, ha convertido a Rusia en objeto de manipulación por parte de sus socios más pequeños.

El virtuoso de este tipo de manipulación es el presidente bielorruso, Alexander Lukashenko. La economía de Belarús puede funcionar sólo si Rusia subsidia los precios energéticos y asigna créditos no reembolsables. Sin embargo, a pesar de esto, Lukashenko se las ingenia para no implementar proyectos económicos rentables para Rusia (por ejemplo, una moneda única). Cada vez que Rusia ejerce presión, él inmediatamente empieza a vociferar contra la "ingratitud" de Moscú -proclamando que "10.000.000 de bielorrusos protegen a Rusia de los tanques de la OTAN".

Peor aún, cada vez que Moscú insiste en sus reclamos, Lukashenko anula acuerdos sin una pizca de conciencia. En consecuencia, cuando Rusia prohibió las importaciones de productos lácteos bielorrusos (en un intento por castigar a Lukashenko por aceptar un crédito de 2.000 millones de dólares sin cumplir con su promesa de reconocer a Osetia del Sur y Abjazia), Lukashenko se negó a asistir a una cumbre de la CSTO o sumarse a su acuerdo colectivo para el establecimiento de una fuerza de respuesta operativa.

Lukashenko evita cualquier proyecto de integración importante, incluso aquellos en la esfera militar. El ejemplo más revelador es la creación de un sistema de defensa aérea conjunta. Tanto Rusia como Belarús han intentado concretar este proyecto durante diez años; y se han alcanzado infinidad de acuerdos -en papel-. Sin embargo, no se emprendió ninguna acción concreta. Lukashenko, simplemente no tiene la intención de permitir que ni siquiera una pequeña parte de su ejército quede subordinado a Moscú.

Si bien la amenaza militar en Occidente parece tan ilusoria como lo es, en Asia central esa amenaza es concreta. En el caso de que sea derrotada la coalición de fuerzas de la OTAN en Afganistán, una ola de extremismo islámico inundará los estados del Asia central, incitando a guerras civiles locales. Para Rusia, esto podría significar (en el mejor de los casos) decenas de miles de refugiados o (en el peor de los casos) el desembarco de milicias armadas en su territorio.

En consecuencia, el Kremlin tiene un interés vital en el éxito de la OTAN en Afganistán. Sin embargo, en los últimos cuatro años, Rusia ha intentado estorbar a la OTAN de todas las maneras posibles. En 2005, en la cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghai, Vladimir Putin presionó para que la declaración final incluyera un pedido de retiro de las bases norteamericanas de Asia central. Los estrategas del Kremlin expusieron su temor de que Estados Unidos expulsara a Rusia de Asia central. Pero, ahora que un acuerdo ruso-norteamericano permite que vuelos de suministro a Afganistán pasen por espacio aéreo ruso, es evidente que Rusia sólo intentaba monopolizar las rutas de transporte de carga militar para ganar influencia sobre Estados Unidos.

En febrero, el Kremlin le dio al presidente de Kirguistán, Kurmanbek Bakiyev, 500 millones de dólares a cambio de la promesa de cerrar la base de Estados Unidos en su país. Luego los norteamericanos le ofrecieron a Bakiyev 160 millones de dólares por año, y ahora tal vez no haya ninguna base oficial, sino un "centro de tránsito" que cumple las mismas funciones. De manera que el Kremlin pagó varios cientos de millones de dólares sólo para reemplazar algunos carteles.

Al poco tiempo, el viceprimer ministro ruso, Igor Sechin, y el ministro de Defensa, Anatoly Serdyukov, fueron enviados a Bishkek en un esfuerzo por obtener algo a cambio del dinero de Rusia. Bakiyev parece haber dicho: a ver, ustedes están preocupados por la presencia militar norteamericana en Asia central y quieren confrontarla. Muy bien, los norteamericanos pueden tener una base en Kirguistán, y Rusia puede tener dos.

Sin embargo, el "activo militar" resultante es un galimatías estratégico, que fue construido en la región casi anárquica de Osh en Kirguistán, con su apabullante pobreza, narcotráfico y tensiones étnicas. Por cierto, la captura de una base militar rusa para apropiarse de armamentos probablemente se convierta en un objetivo vital de los "extremistas". Pero, en un sentido, los soldados rusos allí ya son rehenes -al menos de la política exterior en bancarrota del Kremlin.

Fuente: Project Syndicate, 2009

No hay comentarios: