jueves, 24 de septiembre de 2009

El impuesto Tobin reaparece

Por: Dani Rodrik

A finales de agosto sucedió algo que nunca pensé que vería en mi vida. Uno de los principales responsables del diseño de políticas públicas del imperio financiero anglo-americano abogó en efecto por un impuesto Tobin -un impuesto global a las transacciones financieras.

Se trataba del funcionario Adair Turner, director de la Oficina de Servicios Financieros del Reino Unido, el principal regulador financiero del país. Al expresar su preocupación por el tamaño del sector financiero y sus niveles de compensación frecuentemente obscenos, Turner dijo que creía que un impuesto global a las transacciones financieras podría ayudar a ponerles un límite.

Una declaración como esa hubiera sido inimaginable en los años previos al colapso de las hipotecas de alto riesgo. Sin embargo, actualmente es una señal de lo mucho que han cambiado las cosas.

La idea de dicho impuesto la barajó por primera vez en los años setenta el economista galardonado con el premio Nobel James Tobin, que en una famosa frase pidió "lanzar un poco de arena al motor de las finanzas internacionales.” Tobin estaba preocupado por las fluctuaciones excesivas de los tipos de cambio. Decía que un impuesto a los movimientos de dinero de corto plazo en diferentes divisas restringiría la especulación y crearía un margen de maniobra para la gestión macroeconómica interna.

Desde entonces la idea se ha vuelto una causa favorita de un amplio número de ONG’s y grupos de presión que perciben en ella la doble ventaja de reducir el sector financiero e incrementar significativamente los recursos para los proyectos que apoyan –ayuda externa, vacunas, tecnologías respetuosas del medio ambiente, etc. La idea del impuesto también ha recibido el respaldo de líderes franceses (como era de esperarse) y de otros países europeos continentales. Sin embargo, antes de que Turner hablara del tema, no habría sido posible identificar a un solo responsable del diseño de políticas de los Estados Unidos o del Reino Unido, los dos principales centros de las finanzas globales, que se expresara favorablemente al respecto.

Lo ventaja del impuesto Tobin es que desalentaría la especulación de corto plazo sin tener demasiados efectos adversos en las decisiones internacionales de inversión de largo plazo. Consideremos, por ejemplo, un impuesto del 0.25% aplicado a todas las transacciones financieras transfronterizas. Un impuesto así acabaría instantáneamente tanto con las operaciones diarias que buscan obtener márgenes de beneficios muy inferiores a ese porcentaje, como con las operaciones de plazo más largo diseñadas para explotar los pequeños diferenciales que hay entre los mercados.

Las actividades económicas de este tipo tienen un valor social dudoso y sin embargo consumen recursos reales en términos de talento humano, recursos computacionales y deuda. Así pues, no deberíamos lamentar la desaparición de esas prácticas comerciales.

Mientras tanto, no se disuadiría con este impuesto a los inversionistas con perspectivas de largo plazo que busquen rendimientos significativos. De esta manera, los movimientos de capital seguirían en la dirección correcta en el largo plazo. El impuesto Tobin tampoco obstaculizaría los castigos de los mercados financieros a los gobiernos que manejan excesivamente mal sus economías.

Además, es innegable que con dicho impuesto se obtendría una gran cantidad de dinero. Las estimaciones relativas a la recaudación de un impuesto pequeño a las transacciones de divisas internacionales llegan a los cientos de miles de millones de dólares anuales. La recaudación sería incluso mayor si la base se extendiera, como Turner lo dijo implícitamente, a todas las transacciones financieras. Cualquiera que sea el monto exacto, es seguro que las cifras en cuestión son enormes –más que, digamos, los flujos de ayuda externa o cualquier cálculo razonable de las ganancias que se obtendrían si se completaran las negociaciones comerciales de la Ronda de Doha.

Como era de esperarse, Turner fue duramente criticado por los banqueros de Londres y del Tesoro británico. Muchas de esas críticas no son pertinentes. Un impuesto Tobin aumentaría el costo de las finanzas de corto plazo, dicen algunos, y de alguna manera no ven que ese es justo el propósito de un impuesto como ese.

Otros señalan que un impuesto así no podría tratar con los problemas subyacentes de los incentivos de los mercados financieros, como si tuviéramos una alternativa de efectividad comprobada para lograr ese fin. Amenazaría el papel de Londres como centro financiero, se quejan algunos, como si la propuesta tuviera la intención de aplicarse sólo en Londres y no globalmente. Se puede evadir fácilmente si se recurre a los centros bancarios extraterritoriales, es el comentario de otros, como si todas las regulaciones financieras no se enfrentaran al mismo desafío.

En cualquier caso, como señaló Dean Baker, del Centro de Políticas e Investigaciones Económicas de Washington, se pueden imaginar muchas cosas que harían difícil evitar el impuesto Tobin. Supongamos, dice, que se le diera a los empleados del sector financiero que denunciaran a los jefes deshonestos el 10% de lo que el gobierno percibiera. Ese sería un excelente incentivo para la autovigilancia.

Lo que el impuesto Tobin no hace es ayudar en el caso de desfases de plazo más largo en los mercados financieros. Un impuesto de ese tipo no habría evitado el desequilibrio comercial entre Estados Unidos y China. Tampoco habría impedido que el exceso de ahorro global se convirtiera en una bomba de tiempo para la economía mundial. No habría protegido a Europa y otras naciones de la inundación de activos hipotecarios tóxicos exportados de Estados Unidos. Y no habría disuadido a los gobiernos decididos a aplicar políticas monetarias y fiscales insostenibles financiadas con endeudamiento externo.

Para todos esos problemas necesitaremos otros remedios macroeconómicos y financieros. Pero un impuesto Tobin es un buen punto de partida si queremos enviar un mensaje claro sobre el valor social del casino conocido como las finanzas globales.

Fuente: Project Syndicate

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