martes, 2 de junio de 2009

La decisión de Sophie

Por: Jorge Navarrete P.

Un destacado columnista y dirigente del partido socialista, cuyo nombre mantendremos en reserva, sostuvo alguna vez que la expulsión de Adolfo Zaldívar de la DC y la renuncia de otros cinco diputados que lo acompañaron, tenía su principal causa en la impericia política de quienes en esa época encabezaban la falange. Con algo de arrogancia, incluso agregó: “a nosotros jamás nos habría pasado esto”. En algún sentido tenía razón, ya que les pasó algo mucho peor: a falta de uno, son ahora tres los candidatos presidenciales que, por fuera de la Concertación, provienen de las filas socialistas.

Aunque el más importante de ellos –en términos electorales me refiero— mantiene todavía su militancia política activa, muchos se preguntan hasta cuándo podrá prolongarse esta situación. En efecto, los plazos se acortan para resolver la relación de Marco Enríquez—Ominami con la que fuera su familia de origen. Y más allá de las formalidades, la manera en que se desencadenen los hechos podría no sólo determinar el resultado de la próxima elección presidencial, sino también el futuro de la coalición que ha gobernado Chile por las últimas dos décadas.

Frente a la evidente tensión que recorre las huestes progresistas, dos son la tesis que monopolizan el debate interno. La primera de ellas, indica que las coaliciones políticas y los partidos que las componen, son organizaciones que persiguen propósitos comunes, a los que se adhiere voluntariamente, razón por la cual –más allá del legítimo debate interno— la fidelidad a las decisiones que se adoptan resulta consustancial a la existencia de estas instituciones. Por lo mismo, todo el que no esté de acuerdo en una cuestión fundamental –por ejemplo, como apoyar al candidato oficial— tiene el derecho de dar un paso al costado y, de no hacerlo, puede ser separado de la colectividad.

La segunda, en cambio, apela a una mayor flexibilidad política. Según quienes defienden esta tesis la candidatura de Enríquez—Ominami, como quizás también la de Arrate y Navarro, abarcan un gran movimiento de centro izquierda, algo así como la Concertación “sociológica”, cuyos electores ya no se sienten representados por los actuales dirigentes del oficialismo. De esta forma, la tolerancia interna a una postulación paralela tiene sentido en la medida que contribuye a evitar la fuga de votos hacia la candidatura de la derecha.

Pero más allá de lo que indica la teoría, sospecho que la dificultad es más prosaica, aunque no por eso menos importante. Aunque varios dirigentes concertacionistas estarían deseosos de aplicar la tan vilipendiada disciplina política partidaria, el expulsar a Enríquez—Ominami y despojar del cupo senatorial a su padrastro, podría provocar una grave fractura en el PS y, por ende, también en la Concertación. De igual manera, es evidente que se radicalizaría la disputa por el sillón presidencial, lo que amén de una lista parlamentaria paralela, terminaría por diluir la posibilidad de un acuerdo de apoyo tácito de cara a la segunda vuelta electoral.

He ahí el dilema. Aunque para muchos el principal objetivo de la política es conquistar y mantener el poder, también hay quienes pensamos que adicionalmente debemos interrogarnos sobre para qué, y con quiénes queremos y podremos ejercerlo. Transitar por el primer camino sería duro y doloroso, más todavía cuando efectivamente se impidió al eterno díscolo diputado competir en las primarias concertacionistas. Sin embargo, tomar la segunda opción atenta contra nuestras intuiciones políticas más básicas, ya que en el fondo sabemos que eso sería pan para hoy y hambre para mañana.

Fuente: La Tercera

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