miércoles, 3 de diciembre de 2008

La ausente crisis del euro

Por: Barry Eichengreen

La crisis financiera global ha dado nuevos bríos a los argumentos alarmistas acerca de la inminente caída del euro. En ellos a menudo se invoca a Milton Friedman, que advirtió en 1998 que el compromiso de Europa con el euro se vería a prueba en la primera recesión seria. Ese momento ya está llegando, pero los resultados han sido precisamente lo opuesto a la predicción de Friedman.

El desempleo está en aumento y, con él, el populismo. En países como Italia, que ya sufren con la competencia china, y España, donde ha reventado una enorme burbuja inmobiliaria, las dificultades serán casi insoportables. Sin embargo, ninguno de estos países muestra inclinación alguna por abandonar el euro.

Comprenden que incluso susurrar esa posibilidad generaría pánico entre los inversionistas. Ven cómo países como Dinamarca, que mantuvieron sus propias monedas, se han visto obligadas a elevar las tasas de interés para defender sus tipos de cambio en momentos que la Reserva federal de Estados Unidos y el Banco Central Europeo las reducen. Ven cómo, si existiera aún la peseta o la lira, serían presa fácil de la fuga de capitales. Comprenden que tendrían que protegerse de una crisis monetaria a la vieja usanza en el peor momento posible. Valoran el que haya estabilidad y seguridad en sus cifras.

De manera similar, el escenario del colapso del euro, en el que estos países tienen éxito en presionar al BCE para ser más permisivo con la inflación, dando motivos a que Alemania abandone el euro, no ha ocurrido tampoco. El BCE, protegido por la independencia que le garantizan sus estatutos y por el mandato de estabilidad de los precios, no ha mostrado inclinaciones a ceder a las presiones del Presidente francés Nicolas Sarkozy ni de otros actores.

Uno puede argumentar que lo peor está por venir -que nos espera más inflación y desempleo en el futuro- y que, cuando eso ocurra, colapsará la eurozona. Los euroescépticos siempre plantean ese argumento. Sin embargo, considerando los acontecimientos recientes, es hoy cuando deben demostrar lo que dicen.

Lo que ni Friedman no nadie más previó en 1998 es que la primera recesión seria tras la creación del euro coincidiría con la madre de todas las crisis financieras. Las corridas bancarias de los inversionistas en pánico han hecho que los bancos centrales adopten una función de prestamista de último recurso que no tiene precedente en la historia. Las grandes pérdidas de los préstamos han exigido costosas operaciones de recapitalización bancaria.

Ha habido predicciones de que los gobiernos, presionados al límite por la crisis financiera, responderían abandonando el euro. Recurrirían al impuesto que significa la inflación e inyectarían la moneda nacional para restituir la liquidez de sus sistemas bancarios y sistemas financieros.

En la práctica, ha ocurrido lo contrario. El BCE ha proporcionado niveles esencialmente ilimitados de liquidez a los sistemas financieros de la eurozona. El Pacto de Estabilidad y Crecimiento se ha flexibilizado para aumentar la capacidad de los gobiernos de tomar préstamos y recapitalizar sus bancos.

Loa países europeos que se encuentran fuera de la eurozona y que aún conservan sus propias monedas son los que han sufrido las consecuencias más serias. Debido a que sus monedas no se utilizan ampliamente a nivel internacional, muchas de sus obligaciones bancarias están denominadas en euros, lo que los hace dependientes del aumento de las tasas de interés para atraer, a través del mercado y por medio de acuerdos temporales recíprocos de divisas (“swap lines”) del BCE, la liquidez en euros que sus bancos necesitan con urgencia. Hasta ahora, estos acuerdos han estado disponibles, pero con retrasos y con exigencias de tipo político.

La implicancia es clara. Los sistemas bancarios nacionales necesitan quien les dé préstamos de último recurso. En los países pequeños, donde una parte significativa de los pasivos bancarios se encuentra en divisas extrajeras, el banco central carece de esta capacidad. Las únicas opciones son entonces aplicar controles draconianos al sistema bancario o unirse a la eurozona.

Dadas las dificultades de hacer retroceder el reloj financiero y las limitaciones del Mercado Único, está claro en qué dirección avanzarán los países europeos. Ya se ve un cambio en la opinión pública hacia la adopción del euro en Dinamarca y Suecia. Polonia ha reiterado su compromiso de adoptarlo. Hungría, considerando el trauma de un programa del FMI, ciertamente hará lo mismo.

Obviamente, la crisis significará un gran reto económico y financiero para Europa del Este. Realzará la dificultad de cumplir los criterios de convergencia para la adopción del euro, pero también pondrá de relieve la voluntad de lograrlo.

Lo que todo esto implica es, entonces, una eurozona de mayor tamaño, no una más pequeña, a medida que cada vez más países vayan aprendiendo la lección. De hecho, ya hay señales de países que ni siquiera están en la Unión Europea, particularmente Islandia y Suiza, que consideran pasar a formar parte de la Unión como un paso hacia la adopción del euro y dar solución a su dilema financiero.

La gran excepción es probablemente Gran Bretaña, cuya moneda se usa internacionalmente, debido al legado histórico de esta nación en el mundo. En todo caso, siempre ha tenido un pie en Europa y otro fuera de ella. Es concebible que Europa tenga en el futuro dos monedas, el euro y la libra esterlina, en el largo plazo. Sin embargo, está fuera de duda que no habrá tres monedas, ni mucho menos tres decenas.

Fuente: www.project-syndicate.org

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