viernes, 19 de diciembre de 2008

Dejemos que gobiernen los países en desarrollo

Por: Dani Rodrik

No hay mal que por bien no venga en el caso de los países en desarrollo en la crisis actual, ya que tras ella contarán con una participación mucho mayor en las instituciones que gobiernan la globalización económica. Una vez que se asiente el polvo, China, India, Brasil, Corea del Sur y un puñado de otras naciones "emergentes" podrán ejercer una mayor influencia en la manera en que se dirigen las instituciones económicas multilaterales, y estarán en una mejor posición para impulsar reformas que reflejen sus intereses.

Para esto, existen dos razones vinculadas. Primero, la crisis financiera debilitó a Estados Unidos y a Europa, que no querrán o no podrán ofrecer el tipo de liderazgo que sustentó el multilateralismo en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial. Los países en desarrollo tendrán que dar un paso adelante para llenar esta brecha.

Segundo, el peso y la importancia relativos de los países en desarrollo en la economía global aumentaron incluso más. Muchas de las principales instituciones financieras de Occidente -las que no han sido nacionalizadas-, así como algunas empresas industriales importantes, seguirán a merced del capital proveniente de China o los estados del Golfo. En materia de comercio, la actual ronda de negociaciones globales demostró que si los países ricos quieren que las naciones en desarrollo cooperen, tendrán que permitirles formular las reglas del juego.

Para obtener los mejores resultados de este escenario, los países en desarrollo necesitarán tener bien en claro sus intereses y prioridades. Así las cosas, ¿qué deberían buscar?

Primero, deberían presionar para que se implementen nuevas reglas que tornen menos probables las crisis financieras y menos severas sus consecuencias. Librados a sus propios mecanismos, los mercados financieros globales ofrecen demasiado crédito a un precio excesivamente bajo en los buenos tiempos, y muy poco crédito en tiempos malos. La única respuesta efectiva es un manejo contracíclico de la cuenta de capitales: desalentar los préstamos extranjeros durante las fases de expansión económica e impedir la fuga de capitales durante las depresiones económicas.

De manera que, en lugar de fruncir el ceño frente a los controles de capital e impulsar una apertura financiera, el Fondo Monetario Internacional debería dedicarse a propiciar activamente que los países implementen este tipo de políticas. También debería ampliar sus líneas de crédito de emergencia para actuar más bien como un prestador de último recurso para los países en desarrollo afectados por el latigazo financiero.

La crisis es una oportunidad para lograr una mayor transparencia en todos los frentes, inclusive en las prácticas bancarias en los países ricos que facilitan la evasión impositiva en los países en desarrollo. Los ciudadanos adinerados en el mundo en desarrollo evaden más de 100.000 millones de dólares anuales en impuestos en sus propios países, gracias a cuentas bancarias en Zurich, Miami, Londres y otras partes. Los gobiernos de los países en desarrollo deberían solicitar y recibir información sobre las cuentas de sus ciudadanos.

Los países en desarrollo también deberían impulsar un impuesto Tobin -un impuesto a las transacciones globales en moneda extranjera-. Fijado en un nivel lo suficientemente bajo -digamos, el 0,25%-, un impuesto de estas características tendría un efecto adverso ínfimo en la economía global, al mismo tiempo que recaudaría un ingreso considerable. En el peor de los casos, los costos de eficiencia serían menores; en el mejor escenario, el impuesto desalentaría la especulación excesiva a corto plazo.

Los ingresos recaudados -fácilmente cientos de miles de millones de dólares anualmente- podrían invertirse en bienes públicos globales como asistencia para el desarrollo, vacunas para enfermedades tropicales y el uso de tecnologías más ecológicas en el mundo en desarrollo. Las dificultades administrativas que implica implementar un impuesto Tobin no son irremontables, siempre que todos los países avanzados importantes acompañen. Luego sería posible lograr que los centros financieros fuera del país cooperen con la amenaza de aislarlos.

Los países en desarrollo también necesitan venerar la noción de "espacio para planear políticas" en la Organización Mundial de Comercio. El objetivo sería asegurar que los países en desarrollo puedan emplear el tipo de políticas comerciales e industriales necesarias para reestructurar y diversificar sus economías y sentar el marco para el crecimiento económico. Todos los países que se globalizaron exitosamente utilizaron este tipo de políticas, muchas de las cuales (por ejemplo, subsidios, reglas de contenido en productos de origen nacional, ingeniería inversa de productos patentados) actualmente no son permitidas bajo las reglas de la OMC.

El espacio para planear políticas también es necesario para asegurar que los objetivos sociales y políticos importantes -como la seguridad alimenticia- sean compatibles con las reglas comerciales internacionales. El argumento de los países en desarrollo debería ser que el reconocimiento de estas realidades económicas y políticas no debilita el régimen comercial global ni lo hace más susceptible al proteccionismo, sino que lo vuelve más sano y más sustentable.

Pero de la mano de una mayor cuota de poder viene una mayor responsabilidad. Los países en desarrollo tendrán que ser más comprensivos y sensibles ante las preocupaciones legítimas que existen en los países ricos, y estar más dispuestos a pagar por algunos bienes públicos globales. Los países en desarrollo que exportan capital deberían estar dispuestos a aceptar una mayor transparencia en la operación de los fondos de riqueza soberanos y comprometerse a no utilizarlos para fines políticos. Los países en desarrollo más grandes -China, India y Rusia- necesitarán cargar sobre sus hombros con parte de la carga de tener que reducir las emisiones de gases de tipo invernadero.

De la misma manera, los países en desarrollo deben entender que el espacio para implementar políticas es una calle de doble mano. En países como Estados Unidos, donde fueron pocos los beneficios de la globalización que cosechó la clase media en los últimos 25 años, la política comercial estará sometida a una fuerte presión para que esto se revierta de alguna manera. El presidente electo Barack Obama hizo de la lucha de la clase media un eje central de su exitosa campaña. Su principal asesor económico, Larry Summers, también ha hablado últimamente sobre el impacto adverso de la globalización en los trabajadores.

A los países en desarrollo no los favorecerá demasiado plantear el espectro del proteccionismo cada vez que se expresan este tipo de preocupaciones. La realidad política y económica exige una estrategia más matizada y cooperativa. Los países en desarrollo deberían decirle no a un proteccionismo comercial obvio, pero deberían estar dispuestos a negociar para evitar carreras regulatorias hacia el fondo en áreas como estándares laborales o tributación corporativa. Esto es en su propio interés a largo plazo. Sin respaldo de las clases medias de los países ricos, será difícil mantener un régimen comercial global como el que hemos tenido en los últimos años.

Fuente: project-syndicate.org

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