martes, 9 de diciembre de 2008

Europa y el nuevo orden mundial

Por: Joschka Fischer, miembro del Partido Verde de Alemania.

El 15 de noviembre de 2008 es una fecha para recordar, porque ese día se hizo historia. Por primera vez, el G-20, las veinte principales economías del mundo, se reunieron en Washington D.C. para encontrar una respuesta a la crisis financiera y económica global. Si bien este primer encuentro no resultó en otra cosa que en declaraciones de intención, aún así marca un punto de inflexión histórico.

Frente a la crisis financiera y económica más grave a nivel mundial desde los años 1930, las naciones industriales occidentales (incluida Rusia) que anteriormente dominaban la economía mundial ya no son capaces de ofrecer una respuesta efectiva. Es más, las esperanzas de mitigar o, de hecho, superar la crisis económica global dependen exclusivamente de las potencias económicas emergentes, siendo China la primera y principal.

En consecuencia, el G-8, que excluye a los países más importantes de los mercados emergentes, ha perdido su importancia para bien. La globalización resultó en un cambio perdurable en la distribución del poder y las oportunidades, sentando las bases para un nuevo orden mundial para el siglo XXI.

Una vez que se supere la actual crisis global, nunca nada será lo mismo. Occidente -Estados Unidos y Europa- está experimentando una relativa caída, mientras que las potencias emergentes de Asia y América latina estarán entre los ganadores.

Estados Unidos respondió al desmoronamiento de su fortaleza global de una manera impresionante, con la elección de su primer presidente afro-norteamericano, Barack Obama. En medio de una de las crisis más graves de su historia, Estados Unidos puso en evidencia, ante sí mismo y ante el mundo, su capacidad de reinventarse. Y aún hoy resulta evidente que esta decisión tendrá tres consecuencias a largo plazo.

Primero, la elección de un presidente negro pondrá fin al trágico legado de esclavitud y la Guerra Civil norteamericana. De ahora en adelante, las cuestiones del color de piel, la forma de los ojos o el género ya no jugarán un papel decisivo para que un candidato llegue a un cargo alto, o incluso al más alto. El sistema político estadounidense ahora refleja los cambios demográficos del país, en un momento en que las secciones no blancas de la población son las que crecen más rápido.

Segundo, la elección de Obama conducirá a una reorientación de la política exterior norteamericana en el mediano plazo. En particular, el foco transatlántico/europeo de la política exterior norteamericana, que anteriormente caía de su peso, cada vez más será algo del pasado.

Tercero, el realineamiento interno de la perspectiva político-cultural de Estados Unidos se verá reforzado por el traspaso global en curso de la riqueza y el poder de Occidente hacia Oriente.

Las potencias del noreste del Pacífico -China, Japón y Corea del Sur- ya son por lejos los principales acreedores de Estados Unidos, y su importancia aumentará aún más como resultado de la crisis financiera. En el futuro previsible, las mayores oportunidades de crecimiento residen en esta región, y tanto por razones económicas como geopolíticas Estados Unidos se inclinará cada vez más hacia la región del Pacífico, restándole importancia, en consecuencia, a su orientación transatlántica.

Todas estas son malas noticias para Europa, porque una vez que esta crisis global haya terminado, los europeos simplemente se habrán vuelto menos importantes. Y, desafortunadamente, Europa no sólo no está haciendo nada para tener a raya o revertir su caída -con su propio comportamiento no hace más que acelerar el proceso.

Con la elección de Obama, Estados Unidos viró hacia el futuro dentro de un mundo globalizado y multipolar; Europa, en cambio, está redescubriendo la acción nacional en este tiempo de crisis y, por ende, aferrándose al pasado. La constitución europea fracasó, el tratado de reforma de Lisboa está en el limbo después de que Irlanda lo rechazara y la gobernancia económica más fuerte de Europa está bloqueada por la desunión germano-francesa. La reacción de los estados miembro de la UE ante este actual callejón sin salida infligido es inequívoco: en lugar de intentar volver a energizar el proceso de una mayor integración política y económica, actúan básicamente de manera individual para intentar llenar el vacío que se produjo.

En rigor de verdad, existe una coordinación entre los estados miembro, y por momentos hasta resulta exitosa, pero sin instituciones europeas fuertes, estos éxitos singulares no perdurarán.

Existe el peligro muy real de que Europa simplemente deje pasar un giro estratégico histórico hacia un mundo multipolar -y a un costo alto-. Después de la cumbre en Washington, los europeos en todas partes –incluso los euroescépticos de las Islas Británicas- deberían haber entendido que este realineamiento estratégico se está produciendo en este preciso momento. Si los europeos no pueden comprender el hecho de que el siglo XIX terminó, la caravana global seguirá avanzando hacia el siglo XXI sin ellos.

Fuente: www.project-syndicate.org

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