martes, 17 de junio de 2008

Sanar a Bolivia

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Desde el siglo 19, América Latina ha sufrido menos guerras entre estados y en ella se han creado menos estados que en cualquier otra región del mundo. El continente ha sido una periferia relativamente tranquila, ya que sus países no tienden a luchar entre si ni a fragmentarse. Sin embargo, puede que Bolivia termine siendo la excepción a esta última tendencia.
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Un referendo sobre autonomía, que fue aprobado en la provincia oriental de Santa Cruz, ha generado temores acerca de una posible secesión de la región. Esta provincia, que es relativamente rica, está controlada por la oposición, posee diversidad étnica y es más conservadora, además de disfrutar de fértiles llanuras e hidrocarburos, votó por la autonomía por amplio margen. Las fuerzas antigubernamentales más entusiastas de Santa Cruz se ven impacientes por que se produzca la división. Y los referendos recientes en las provincias amazónicas de Beni y Pando parecen haber exacerbado esta sensación de potencial fractura de la nación.
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Un ingrediente clave de este bullente conflicto es el factor étnico, cuya prominencia se hizo evidente incluso antes de la elección del Presidente Evo Morales en 2005. La combinación de grupos indígenas vociferantes y altamente organizados (los amerindios, ubicados en gran parte en las planicies occidentales de Bolivia, representan un 55% de la población) y la decreciente influencia de las elites tradicionales en una época de deterioro socioeconómico, ha creado una sociedad en la que hay más perdedores que ganadores. El referendo marcó una confluencia crítica de las divisiones sociales, regionales y políticas de Bolivia.
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Sin embargo, a pesar de que Bolivia ha llegado a este sombrío punto de inflexión, paradójicamente los acontecimientos podrían llegar a un desenlace moderadamente benigno. El país se halla ante dos caminos distintos: una violencia civil prolongada y sin control, crisis política y un colapso de las instituciones, o tensión de corto plazo, un ajuste de mediano plazo y estabilidad de largo plazo.
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La pregunta es: ¿puede Bolivia evitar convertirse en un estado casi fallido?
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La asunción de Morales, un líder indígena, fue un terremoto político, pero también una señal de que la democracia se había profundizado. La reestructuración de las relaciones entre el estado y el sector privado en el sector de los hidrocarburos ha proporcionado al gobierno central los recursos y las capacidades que necesita para reconstruir un estado extremadamente débil.
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Las políticas sociales y culturales de Morales se han orientado no sólo al reconocimiento de los derechos de la mayoría indígena de Bolivia, sino también a una redistribución del poder entre los grupos raciales. Su radicalismo inicial fue más simbólico y retórico que real, y a fines de 2007 ya se había moderado; la mayoría de sus iniciativas de política exterior fueron más eclécticas que extremistas.
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Si Morales alguna vez había concebido un cambio revolucionario en Bolivia, para principios de 2008 ese proyecto se había disipado debido a la falta de un consenso nacional acerca de la factibilidad, intensidad y dirección de una transformación de ese tipo. El embrollo en que ha resultado la Asamblea Constituyente que Morales había convocado para enmendar la Constitución reflejó esta realidad. Mientras tanto, la oposición, aunque fuerte y poco moderada, no es todavía secesionista.
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Afortunadamente, la economía mundial no está exacerbando la polarización interna de Bolivia. Los altos precios globales de los productos básicos han ayudado a todos los principales sectores económicos del país: la minería en el occidente, la producción agroindustrial y los proyectos de hidrocarburos en el oriente y el avance del desarrollo de la extracción de petróleo y gas en el sur. Más aún, el auge del consumo global de cocaína –debido a una mayor demanda en Europa y América Latina, junto a una demanda estable en Estados Unidos- ha generado nuevos ingresos para algunos bolivianos.
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Sin embargo, si bien el poder relativo de las diversas regiones de Bolivia está aumentando, ninguna de ellas puede sobrevivir por si misma o vetar las acciones de zonas altamente movilizadas del país. Los grupos sociales y étnicos, activados por proyectos intensos y politizados, pueden pensar en términos de suma cero, pero no pueden avanzar en pos de sus intereses sin acuerdos de suma positiva.
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Más aún, países vecinos como Argentina y Brasil, han mostrado un notable nivel de comprensión de la difícil situación interna de Bolivia. Han intentado evitar, siempre que sea posible, disputas económicas o políticas con el gobierno de Morales, y se han vuelto más diligentes a la hora de ejercer una influencia positiva sobre los asuntos bolivianos. El “Grupo de Amigos” (Argentina, Brasil y Colombia), creado recientemente, intenta promover medidas de creación de confianza y prevención de conflictos.
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Además, EE.UU. parece estar queriendo evitar un antagonismo abierto con Morales. Con un régimen reformista en La Paz, es difícil no esperar tensiones con la administración Bush. Sin embargo, y esto ha sido crucial, Estados Unidos se ha abstenido de intervenir en la política boliviana, porque comprende que socavar el gobierno actual llevaría al caos.
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El futuro de Bolivia no es inexorablemente sombrío. Existe una ventana de oportunidad para reconstruir su estado y sus instituciones de maneras más viables. Probablemente más democracia y bienestar material pueden coexistir con una autonomía local realista, mientras que es necesario recordar que las secesiones no siempre generan pluralismo político, cohesión social y bienestar económico. Los bolivianos deben reconocer que hay una oportunidad real de evitar este riesgoso camino.
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