sábado, 14 de junio de 2008

La condición de pobreza en América Latina: rasgos constitutivos y elementos psicológicos a considerar.

Por: Giuliana Espinosa
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Sin temor a exagerar se puede decir que en América Latina, desde su constitución hasta la actualidad, los más pobres siempre han sido los mismos. Pese a que las migraciones europeas y asiáticas traídas como mano de obra barata principalmente en los siglos XIX y XX lograron progresivamente insertarse con éxito en la sociedad, las poblaciones socialmente excluidas desde tiempos de la Colonia no han corrido igual suerte. Los indios y los negros de ancestros africanos han cargado y siguen cargando con el peso de la pobreza intergeneracional. No es tan cierto que la llegada de la modernidad les haya abierto de par en par la puerta a la pregunta: ¿qué quieres ser de grande?, porque si bien actualmente, al menos en sectores urbanos, la única respuesta dable no está limitada al oficio del padre, si lo está a los oficios propios de la clase socioeconómica a la que se pertenece, al menos en la gran mayoría de casos. De modo que el “querer ser de grande”, se encuentra limitado a un menú reducido por la condición de pobreza y por las pocas oportunidades que la sociedad ofrece al estamento más desfavorecido para movilizarse socialmente y “pedir a la carta”. Esta claro que la población mestiza ha corrido diferente suerte, y es tal vez la que ha logrado un mayor grado de movilidad social dentro de América Latina; constituyendo de algún modo el mestizaje un proceso de real ascenso social y poniendo en evidencia que el factor predominante de exclusión social en América Latina, según lo define Sen (2000)[1], sigue siendo el “color de la piel”.
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El presente ensayo busca reflexionar, a la luz de algunos conceptos psicológicos, sobre el posible efecto pernicioso que pueden tener, en la superación de la pobreza en América Latina, dos de sus características centrales: su traspaso intergeneracional a lo largo de siglos y su asociación a elementos constitutivos del ser (como son los rasgos físicos raciales o las culturas de origen).
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El concepto de desesperanza aprendida o indefensión, ampliamente empleado en psicología, refiere al estado de ausencia de expectativa que se genera en el individuo como producto de frustraciones reiteradas en sus acciones por la consecución de una meta u objetivo. Tras tantos intentos fallidos y, sin entender bien la razón de fondo tras los fracasos o atribuir dicha razón a elementos que escapan de su ámbito de acción, el individuo se siente incapaz de hacer algo que pueda modificar el estado de las cosas ya que “haga lo que haga todo será inútil”. El círculo vicioso se cierra cuando esta sensación de indefensión resta sentido a cualquier intento futuro de conseguir la meta, dejando al individuo en una situación indeseable que se perpetúa en el tiempo por inacción. Si transferimos este concepto al tema que nos convoca, podremos ensayar la hipótesis de que esta frustración de la que da cuenta el concepto, podría ser entendida también en el traspaso intergeneracional. Percibir que las generaciones que me precedieron intentaron fallidamente la movilidad social hacia otros estamentos más favorecidos – o simplemente, que nunca tuvieron oportunidad de intentarlo - puede generar de partida una sensación de desesperanza aprendida también inter-generacionalmente[2]. Es una percepción de la propia condición de pobreza distinta a la que puede experimentar alguien, en igual condición de pobreza, que proviene de una historia en la que generaciones pasadas alcanzaron mayores niveles de bienestar y por tanto se reconoce protagonista de una historia donde el cambio es posible.
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De manera análoga, psicológicamente inmovilizante puede llegar a ser atribuir la condición de pobreza a condiciones tan inherentes al yo como son la pertenencia étnica y los rasgos físicos raciales propios. Es esperable que la situación de desesperanza sea mayor en tanto las razones que producen la condición de pobreza tienen relación con aspectos constitutivos de uno. Es distinto, por ejemplo, que la condición de pobreza sea atribuida a la falta de empleo producida por una crisis macroeconómica. Aunque eso no quita que la desesperanza en este último caso pueda aparecer también en escena y que, en términos de Sen, el desempleo pueda llegar a ser una condición que genere exclusión social y, con ello, sufrimiento y daño psicológico (aunque vale la pena señalar que ella lo reconoce como un problema especialmente acuciante en sociedades desarrolladas).
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Otro concepto, de amplio uso en la psicología y en las ciencias sociales, es el de la “profecía autocumplida”. Este concepto refiere a la relación demostrada entre expectativas y resultados o valoraciones. La idea es que expectativas positivas incrementan la posibilidad de éxito o resultados positivos, y viceversa. En el caso que nos atañe, esta idea complementaría lo anteriormente expuesto en el sentido que las expectativas respecto a la superación de la condición de pobreza tienen en el caso de poblaciones tradicionalmente golpeadas por ella una carga pesimista y de escepticismo. El concepto, sin embargo, hace su principal aporte en ofrecer elementos para comprender la sociedad latinoamericana en su conjunto, los pobres y lo no-pobres, los excluidos y los integrados. Se podría hipotetizar que la sociedad latinoamericana no se ha deshecho completamente de los viejos lastres y prejuicios del periodo colonial, que subsisten en el imaginario colectivo y que tienen tinte marcadamente racista. Las expectativas de la sociedad respecto a la capacidad de los pobres de superar su condición de pobreza parecieran ser negativas (dada la naturalización de dicha condición por el hecho de ser principalmente indios o negros). Claro está que esto impacta en la reacción social frente a la pobreza: altos grados de aceptación de niveles de pobreza inaceptables, restricciones impuestas para la inserción económica y social (como por ejemplo, restricciones para invertir, para tomar créditos, para ingresar en locales determinados, etc.).
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En conclusión, los rasgos constitutivos de la pobreza en América Latina ameritan un análisis de sus raíces coloniales profundamente ligadas a la negación del derecho al bienestar a las poblaciones indígenas y afro-americanas que se han perpetuado en el tiempo trasmitiéndose entre-generaciones. Algunos conceptos psicológicos y sociológicos serán sin duda de utilidad para formular políticas públicas comprensivas que atiendan a estos elementos más profundos que están a la base de las desigualdades, de modo que las intervenciones sociales no se limiten a medidas instrumentales, que siendo necesarias, son claramente insuficientes para abordar el problema.
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[1] En su artículo Social Exclusion: Concept, Application and Scrutiny Amartya Sen enfatiza el carácter relacional del concepto, es decir, la exclusión alude a un proceso de naturaleza social donde hay un grupo humano integrado en sociedad y otros grupos sociales que no logran la inserción social plena ya sea por encontrarse en condición de deprivación económica o por formar parte de algún colectivo socialmente poco valorado.
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[2] Nos referimos aquí a un traspaso intergeneracional no a nivel de familias sino entre miembros identificados con una misma categoría social, por ejemplo: “los quechuas”, “los afro-americanos”, “los mayas”.

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