sábado, 5 de julio de 2008

Las claves ocultas de la prosperidad económica

Por: Paul Kennedy
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Leí que por segundo año consecutivo el Índice de Centros de Comercio Mundiales MasterCard puso en el pináculo a la vieja ciudad de Londres, por delante de Nueva York, Singapur, Chicago, y a continuación, Hong Kong, París, Francfort, Seúl y Amsterdam. Comparativamente, Shanghai se ubicó en el puesto Número 24 (sobre 75 ciudades relevadas) y Mumbai quedó en el Número 48. Moscú está en el puesto 51. A estos rankings hay que tratarlos con reservas en general se fundan en criterios bastante subjetivos ( cómo se calculan exactamente la "creación de conocimiento" o la calidad de vida , dos de los aspectos incluidos aquí ).
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Indiscutiblemente, muchas de las ponderaciones tienen cierta lógica, como por ejemplo, el caso del volumen de negocios y la presencia y la cantidad de instituciones financieras. Es obvio que Londres tiene muchos más bancos manejando mucho más capital que, por ejemplo, Estambul o Kuala Lumpur. Generaciones de experiencia en el manejo de bonos públicos, acciones privadas, inversiones y seguros otorgan a la City una gran penetración en los mercados financieros. De todas maneras, esto tampoco explica la posición destacada de Londres con respecto a ciudades como Viena, Milán, Tokio o San Paulo. La misma pregunta viene al caso respecto de la ventaja de Londres cuando analizamos un criterio muy apreciado en las evaluaciones: la fuerza relativa del marco legal y político . Hace mucho más de dos siglos, Adam Smith observó que para hacer pasar a un país de la barbarie a la prosperidad no hacía falta mucho más que paz, impuestos fáciles y una administración de justicia tolerable , considerando que esta última era el elemento más significativo de todos.
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A la mayoría de los empresarios no les importa pagar algunos impuestos, siempre y cuando sean razonables y previsibles. A la mayoría de los empresarios no les importa que los gobiernos —es más, necesitan que los gobiernos— provean un marco legal, siempre y cuando no sean arbitrarios y respeten las transacciones comerciales privadas. Los regímenes erráticos, tanto en Venezuela como en Rusia (para tomar dos ejemplos actuales) no entienden ese punto, que constituye en realidad una suerte de Juramento Hipocrático financiero: No hagas daño . Haz lo menos posible por alterar los mercados, que ya están suficientemente alterados por otros elementos imprevisibles.
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Londres entiende esta premisa. Pero también lo hacen Hong Kong y Singapur. Y Amsterdam y Seúl. Por lo tanto, pese a entender por qué Chávez y Putin no despiertan confianza internacional, apenas hemos avanzado un poco en nuestra búsqueda de las variables más fuertes. Hablar de Hong Kong (6) y Singapur (4), de más está decir Nueva York (2) y Chicago (5) nos hace constatar otro hecho llamativo: cinco de los seis principales centros financieros son países anglófonos, en los que ese único idioma es el idioma de negociación. La cultura y el idioma pesan aun en los mercados que tienen en cuenta la acción racional. Pero si el centro financiero global tiene que estar en el mundo anglófono, por qué no Chicago, por qué no Singapur antes que Londres.
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Será acaso que interviene el famoso mantra de los agentes inmobiliarios: situación geográfica, situación geográfica, situación geográfica. Es aquí donde debemos volver al Meridiano de Greenwich. Todo lo que el lector necesita es tomar un mapa del mundo. Luego tome un bolígrafo rojo, o tijeras, y corte todo lo que está al norte de los 60 grados Norte y al sur de los 40 grados Sur fuera de los patagónicos y los neocelandeses y los esquimales, casi nadie vive en esos lugares. Después tome sus tijeras y corte todo el Pacífico entre los 150 grados Este y los 130 grados Oeste, alrededor de los 80 grados de longitud prácticamente ahí tampoco vive nadie. En otras palabras, el grueso de la humanidad vive en las regiones de latitud media, y entre dos líneas longitudinales que van de Tokio a Sydney en el este, y sobre la longitud de San Francisco (alrededor de 120 grados Oeste) en el oeste. Por eso, es ahí donde están los mercados, el comercio, y prácticamente todo lo demás. Después, vuelva a mirar el mapa recortado y reducido. Debido a cómo transcurre el ciclo de luz diurna y noche en nuestro planeta, lo más probable es que los principales cruces y horarios de intercambio comercial de la humanidad se ubiquen en las longitudes centrales, sobre todo (en razón de otras restricciones geográficas obvias que afectan a África) en las latitudes hemisféricas boreales, en algún punto entre Lisboa y Estambul. Estos son los husos horarios que pueden coincidir con Asia al comienzo de un día de negociaciones, y con los mercados norteamericanos al final de la tarde. Luego, simplemente sume el idioma inglés, y ya tiene Londres.
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A esta mezcla no es fácil ganarle. Argel está en la misma latitud, Varsovia en la misma longitud, pero eso no significa nada. Podría Londres perder su dominio Por supuesto que sí. Políticas estúpidas susceptibles de socavar la capacidad que tiene la City de ofrecer buenas prácticas comerciales, previsibilidad en las transacciones comerciales, seguridad jurídica, impuestos razonables y una excelente reputación como centro comercial global podrían causar un daño incalculable. Todos los países que han intentado robar a sus propios centros de inversión (en vez de buscar un compromiso razonable entre ganancia y responsabilidad fiscal) pagaron un precio muy alto. Sin embargo, aun permitiendo futuras interferencias gubernamentales o parlamentarias que quizá por un tiempo pudieran perjudicar a la City, la combinación única de Londres debería mantenerla como principal centro financiero mundial por muchas razones históricas e institucionales, como hemos visto. Pero lo es principalmente porque no está ni en Kamchatka ni en Tierra del Fuego.
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