jueves, 24 de abril de 2008

La ciudadanía ante el ideario de integración

Por: Manuel Antonio Garretón

Los estudios de opinión pública, como se sabe, permiten conocer parcialmente las reacciones de la gente en un determinado momento frente a un determinado problema. Existe un gran riesgo de extrapolar estas opiniones al análisis de movimientos y procesos sociales.

Cabe recordar, por ejemplo, que hace cuarenta años los estudios de opinión pública daban a conocer un alto grado de satisfacción de los estudiantes universitarios en Francia semanas antes que estallara el más importante movimiento de protesta y cambio entre esos mismos estudiantes.

En la época de la dictadura en Chile, el tema de los derechos humanos no era considerado como lo más importante por la población en las encuestas de opinión, y fue a juicio de todos los estudios posteriores un factor fundamental en la derrota de Pinochet en el plebiscito de 1988.

Todo esto a propósito del segundo Informe sobre Oportunidades de Integración Regional, recientemente dado a conocer por Latinobarómetro. Con todas las reservas señaladas, el estudio aporta datos interesantes que conviene considerar. Por un lado, en promedio y con variaciones importantes por países, existen opiniones minoritarias a favor de la venta de recursos energéticos en condiciones especiales a los países que lo necesitan o a favor de aprovechar la crisis energética como oportunidad para avanzar en la integración; y opiniones mayoritarias adversas a la inmigración, tanto de etnias o razas iguales o diferentes a los nacionales, como a la proveniente de países pobres. Todo ello camina en el sentido contrario de una integración de la región.

Pero, por otro lado, existen opiniones levemente mayoritarias en el sentido que los países deben hacer concesiones para avanzar en la integración y en el sentido de generar un parlamento que proponga leyes comunes; de eliminar impuestos de importación/exportación y condiciones políticas y restricciones a la inversión extranjera dentro de la región. Hay también porcentajes importantes, aunque no mayoritarios, de población abierta a la discusión de estos temas sin haber tomado una posición a favor o en contra, y favorables a libre circulación de ciudadanos y la igualdad de derechos entre nacionales y extranjeros.

Los resultados mostrados por el Informe muestran una preocupante actitud recelosa de la población a una integración que ven lejana o riesgosa para sus intereses personales en caso de las inmigraciones. Esto contradice la imagen que nos hacemos de la integración como una demanda popular y masiva explícita. Ello nunca ha sido así ni siquiera en los casos de los modelos exitosos de integración como el europeo. Es cuestión de recordar los plebiscitos estrechos y muchas veces contrarios en esta materia en diversos países. Pero al mismo tiempo muestran el espacio que se abre al liderazgo político para hacer avanzar los procesos de integración, lo que también es concordante con lo ocurrido en otras latitudes.

Quizás los datos más interesante al respecto sean la opinión mayoritaria a favor de un parlamento que haga leyes comunes y de hacer concesiones para que la integración avance. Es evidente que hay una contradicción entre los temores que despiertan algunos aspectos insoslayables de la integración, como la inmigración o la igualdad de derechos entre nacionales y extranjeros, y la convicción que los países deben ceder ante instancias comunes, instancias que eventualmente podrían dictar leyes que los afectaran. La idea de un parlamento con leyes comunes es una demanda política, de construcción de una polis supra—nacional. No va a haber grandes movilizaciones en ese sentido, pero sin duda habrá aceptación si ello ocurre. Entonces, éste es el espacio de la voluntad política, de la acción de los dirigentes y los partidos.

Como en todos los grandes procesos de construcción institucional, hay un núcleo duro a favor, un núcleo duro en contra y una gran mayoría abierta a tomar decisión en uno u otro sentido. En los procesos de integración supranacional esto se hace más patente aún. Por ello son los mensajes que provengan del liderazgo político los que pueden alinear a la dirigencia económica, aislando a los refractarios y al sistema mediático y convencer a una opinión pública que sólo tiene en contra el temor a que sus vidas personales sean afectadas, por ejemplo en el ámbito laboral, pero que en su imaginario político e histórico, en un sustrato cultural intangible, ven la integración como el único horizonte de sus países. Y he aquí que nuevamente parecen unirse dos elementos que solemos poner en tensión: el ideario nacional y el ideario de integración supra—nacional.

Pereciera ser que en nuestra época globalizada, el debilitamiento de los sentimientos estatal—nacionales pudieran favorecer una demanda supra—nacional y que la insistencia en este nivel amenazara la conciencia y la idea de un proyecto nacional. Y ocurre todo lo contrario: la pérdida del sentido de nacionalidad lleva al refugio en la comunidad más cercana o al individualismo.

En tanto el sentimiento de pertenencia a una nación y a su proyecto histórico lleva al convencimiento que no hay destino de nación en el mundo de hoy, que es ya el futuro, si no es a través de la conformación de bloques. Pero ello no opera explícitamente ni como demanda movilizadora, sino a través, como hemos dicho, de los complejos meandros de los sustratos culturales que toca al liderazgo político explicitar y movilizar.

Se puede así hacer una lectura pesimista de los datos de opinión pública respecto de la actitud individual frente a fenómenos como el de la inmigración. Pero si se examina el campo abierto a la acción política y a la creación de instancias comunes, el panorama aparece ampliamente auspicioso, siempre que se entienda que hoy construcción o re—construcción del Estado nación y construcción de ámbitos o bloques supra—nacionales son dos procesos, a la larga, indisociables.

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